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Las palmeras y los filipinos son una lección de cómo reaccionar tras un desastre

Luis Carrasco, delegado de Cruz Roja en Filipinas

Cruz Roja.

Cruz Roja.

Las palmeras de la isla de Leyte siguen inmóviles. Ancladas en el tiempo. Las que no quedaron descabezadas orientan aún sus pocas palmas al oeste, como si alguien las hubiera congelado mientras eran azotadas por los vientos del Yolanda. Un mes después, así siguen. Nada se mueve.

De troncos hacia abajo, el suelo que las une es una bandeja de contenido heterogéneo. Hay un enjambre de maderas, metales, ropas, juguetes, utensilios de cocina…; restos de lo que antes fueron hogares y los contenidos que en ellos se atesoraban. Es un amalgama difícil de describir pero fácil de imaginar si pensamos que tres olas barrieron todo este litoral recolocando a su antojo cada pertenencia.

A pesar de todo, cada día las cosas van volviendo poco a poco a su sitio. Lo irrecuperable se amontona esperando una tregua de las habituales lluvias para ser quemado. Algunas motosierras, afortunadas por haber logrado combustible, reconvierten troncos caídos en material que rehabilite las maltrechas casas. Y es todo fruto del tesón, del trabajo silencioso pero con coraje de los filipinos. Un pueblo que, lejos de regodearse en su mal, ha plantado cara al rastro del tifón y pisa adelante convencido de que es el único camino.

En Tolosa, una municipalidad de esta misma isla, Cruz Roja Española acompaña la vuelta a la normalidad produciendo y distribuyendo agua potable estos primeros meses, hasta que se restablezca el abastecimiento seguro en la zona. También aquí, en esta pequeña infraestructura móvil vemos ese talante. No ha pasado un mes y los voluntarios de la Cruz Roja Filipina que se han integrado en este proyecto ya dominan todas las fases del procesamiento. Los recursos traídos desde España vinieron para quedarse y ellos están decididos a tomar las riendas cuando la cooperación se retire. Pero, aún mejor, lo hacen convencidos de que se están fortaleciendo para poder actuar desde el minuto uno si algo así volviera a ocurrir.

Las palmeras y los filipinos son una lección de las dos maneras de reaccionar tras un desastre. Mientras las primeras se detuvieron mirando hacia ese oeste por el que marchó el tifón, los segundos prefirieron mirar a todos lados y pensar en su futuro. Por fortuna, aquí, en Tolosa, sólo las palmeras eligieron quedarse estancadas en el tiempo. Mientras tanto, la vida en Filipinas continúa.

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