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El Perú casi invisible

Por Gabriel Díaz, cooperante de Global Humanitaria.

Desfile cívico-militar por el 192 aniversario de la independencia de Perú. EFE

Desfile cívico-militar por el 192 aniversario de la independencia de Perú. EFE

Perú celebra cada 28 de julio el aniversario de su independencia, y por ello en Lima no queda rincón sin banderas y escarapelas rojas y blancas, los colores de la bandera de la nación andina. “Yo me llamo Perú”, “Viva Perú”, “Estoy orgulloso de ser peruano”, son frases que se leen y escuchan sin cesar en carteles públicos y en la televisión. Entretanto, el centro de la capital era escenario el día anterior de una masiva protesta contra la corrupción y las promesas incumplidas por el gobierno encabezado por Ollanta Humala. Según parece, la corrupción no está reñida con el amor a la patria y la injusticia social tampoco.

Hasta en la más remota localidad de Puno, departamento situado al sur del país, tampoco faltaron las marchas escolares, los cantos nacionalistas, los globos rojos y blancos, y todo tipo de símbolo dedicado al amor a la patria. En casas, edificios públicos y privados, en las solapas de los dependientes de tiendas, taxistas o funcionarios, siempre el rojo y el blanco. Sin embargo, a todas luces Perú no es una nación, en Perú hay muchas naciones, distinguidas por lenguas diferentes, identificadas por rasgos culturales muy distintos, condicionadas por una geografía que incluye costa, selva y montañas que llegan a superar los 5.000 metros sobre el nivel del mar.

De todas maneras y aunque esto salte a la vista de cualquiera, la voz oficial insiste por estos días que el Perú es uno, sin diferencias. Pero me pregunto: ¿a qué se debe tanta insistencia nacionalista? Imposible no cuestionárselo luego de ver a cientos de hogares sin agua potable, caminos intransitables, niños que tosen como adultos, postas sanitarias (cuando las hay) carentes de recursos humanos y medios técnicos, campesinos sin acceso a la tierra. Casi me atrevería a asegurar que lo único que se encuentra en buen estado en el Perú remoto son los templos católicos: majestuosos, siempre impecables.

Al recorrer los pueblos rurales, se puede ver que en el Perú remoto las macro-cifras de crecimiento económico no se han traducido en mejores condiciones de vida para sus habitantes. Definitivamente no. Me pregunto si los políticos saben que los niños quechuas y aymaras de Puno no pueden aprender en su lengua materna. Como me dijo un maestro, “los pequeños viven alienados”. ¿Por qué? Porque hasta los seis años hablan una lengua que luego abandonan por el castellano cuando llegan a la escuela. Y porque los planes escolares hablan de osos hormigueros y elefantes e ignoran a las llamas, a las vicuñas y a las truchas con las que ellos conviven.

Un líder comunitario me comentaba que las mujeres muchas veces no van al centro de salud porque no hay quien las atienda en su lengua. Existe un choque entre culturas, entre la medicina convencional occidental y la tradicional. Ellas, las mujeres quechuas o aymaras, no pueden parir en cuclillas en un centro de salud convencional, por poner un ejemplo. Una abogada de Puno, experta en violencia machista, me aseguraba que la pobreza tiene rostro de mujer, y eso también es notorio cuando tras los golpes o martirios psicológicos llegan –si lo consiguen- a concretar la denuncia. Primero: la mayoría no tiene dinero para trasladarse a denunciar. Segundo: es posible que, en caso de llegar a la policía, no sean comprendidas o les indiquen que regresen más tarde.

Con todo esto intento decir que la complejidad de un país, con sus fronteras artificiales marcadas por cuatro doctores, va mucho más allá de sus trajes típicos y artesanías. Y han pasado más de 190 años… Es imperioso respetar y proteger a los más postergados, que en este caso son los pueblos originarios, por más que suene a frase hecha. ¿Estarán los políticos al tanto de que los niños de Puno caminan hasta cuatro horas para llegar a la escuela?, ¿dónde está el Estado?

En las comunidades rurales es común encontrarse con pequeños que viven solos porque sus padres salen a trabajar durante semanas; esos niños no tienen más comida que la que les pueda ofrecer el comedor escolar. Eso sí, con el estómago vacío cantarán el himno y bien enseñados gritarán “¡Viva Perú!”. ¿Tendrán que pasar otros 190 años? Esperemos que no.

6 comentarios

  1. Dice ser Dejar a los niños jugar

    Se sienten peruanos, son peruanos y quieren a su país, por que es su pais y no la del gobierno. Y una cosa no tiene nada que ver con la otra. Aunque mas importante es el desarollo de los pequeños y su avance como personas, eso esta clarisimo.

    31 julio 2013 | 10:17

  2. El trabajo no es un problema, y es, además, necesario, porque la transformación de la naturaleza por la actividad humana es imprescindible para la supervivencia de la especie y de los individuos. A este respecto, lo único que ha cambiado es que la enorme productividad desatada por el capitalismo ha llegado a entrar en contradicción con los límites ecológicos y ha configurado un gigantesco mercado de bienes de consumo innecesarios. Quizá ya no hace falta tanto trabajo para reproducir la vida humana. Quizá hay un exceso de actividades antisociales alimentadas por el proceso de acumulación sin fin en que el capitalismo consiste. Pero esa no es la cuestión principal.

    El problema esencial –el que genera el mismo proceso de acumulación– de nuestro tiempo no es el trabajo, sino el trabajo asalariado. La relación asimétrica que impone que una persona, sin acceso a los medios de producción, deba vender su fuerza de trabajo a otra, propietaria de los mismos, a cambio de una retribución que ha de permitir –trabajo doméstico no pagado mediante– reproducir esa misma fuerza, para que la rueda pueda seguir girando al día siguiente. La diferencia entre el valor de lo que permite reproducir la fuerza de trabajo y el valor de lo producido se llama plusvalía. Y es un producto específicamente humano que se apropia en exclusividad una de las partes de la relación.

    Asalariado

    Sustentada esa dinámica esencial –el trabajo asalariado–, el problema se configura como una cuestión relativa a una relación de fuerzas en un momento concreto. Es el escenario de un conflicto: la lucha de clases. Las victorias parciales de una u otra parte le permiten aumentar o disminuir el grado de explotación, modificar los mecanismos por los que se expresa la misma confrontación, desestructurar al adversario. Eso es lo que ha pasado con el mundo laboral en las últimas décadas: la emergencia de un profundo proceso de desestructuración, segmentación y debilitamiento de la clase trabajadora por parte de un empresariado cada vez más triunfante y organizado.

    Subcontratas, ETT, contratos tem­­porales, deslocalizaciones, facilitación del despido, flexibilidad absoluta en torno a las condiciones esenciales de trabajo… constituyen mecanismos, conscientemente desarrollados, para enfrentar a los trabajadores entre sí.

    La llamada descentralización productiva –lo que otros llaman el postfordismo– no es más que una brutal mutación que transforma un mundo laboral de obreros, con contrato para toda la vida, con un cierto contrapoder sindical y con el salario suficiente para poder hacer frente a los gastos de una familia patriarcal –modelo fordista–, en un magma ultraflexible de posiciones diferenciadas, nadando desde los restos de lo anterior, cada vez más acosados –el llamado core business–, hasta las mil y una formas de la precariedad post­moderna: temporales, subcontratados, en misión, falsos autónomos, con jornada parcial, en formación, etc.

    Estructura esencial

    Lo que ha explosionado es la idea misma del derecho del trabajo como elemento de racionalización de la relación salarial, como normativa que legitimaba y, al tiempo, limitaba, la explotación inherente a la forma capitalista de trabajar. Ahora estamos ante una mixtura ultraflexible entre la dictadura del Capital en el centro de trabajo y mecanismos de domesticación de la fuerza laboral, como el desempleo de masas y la conformación de “zo­nas grises” entre el derecho social y otros ordenamientos legales –falsos autónomos, prácticas formativas, trabajo migrante, etc.–

    ¿Deberíamos trabajar tanto? Pro­bablemente no. ¿Deberíamos garantizar un ingreso básico a quienes no pueden acceder a un empleo? Sin duda, sí. Pero no olvidemos que ni la renta básica ni el reparto del empleo serán posibles sin operar seriamente sobre la relación salarial. Sin intentar, organizadamente, influir sobre ella y, si se puede, abolirla. Cómo hacerlo es una pregunta compleja que daría para otro artículo. Lo que está claro es que el de la relación salarial es un espacio decisivo para discutir la estructura esencial de la sociedad.

    JOSÉ L. CARRETERO MIRAMAR.
    Profesor de Derecho del Trabajo e integrante del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA)
    06/06/13

    31 julio 2013 | 10:46

  3. Dice ser peruano

    También hay otra realidad,la del trabajo y el esfuerzo,y si comparamos con el Perú pre-fujimorista el avance es brutal.Es verdad que hay carestía y enfermedades,y que los niños en Puno hablan el dialecto del aymara (no es ni el aymara) idioma a todas luces inutil en el mundo de hoy y se le enseña castellano.No hay que ser maniqueo.

    31 julio 2013 | 10:47

  4. Dice ser garcu

    «…a todas luces Perú no es una nación, en Perú hay muchas naciones, distinguidas por lenguas diferentes, identificadas por rasgos culturales muy distintos, condicionadas por una geografía que incluye costa, selva y montañas que llegan a superar los 5.000 metros sobre el nivel del mar…»

    Peru es una nación a pesar de sus diferencias… Cuanto deben aprender muchos en España sobre esto…

    31 julio 2013 | 11:55

  5. Dice ser thor

    Porque no aplicais estos argumentos a España? Porque en Cataluña estamos hasta los co……de tanta imposición.
    Salud!

    31 julio 2013 | 13:42

  6. Siempre la cabra tira al monte madre miaa

    01 agosto 2013 | 12:29

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