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¿Tenéis gorilas en Alemania?

Por Jana Brandt (coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Kalonge, República Democrática del Congo)

“¿Tenéis gorilas en Alemania?”, me pregunta Joseph, el conductor que me lleva desde Kigali, capital ruandesa, hacia la frontera con la República Democrática del Congo (RDC). Es la primera vez que me dirige la palabra después de dos horas de viaje y después de vanos intentos de mi parte de establecer una conversación con él. Pero es la pregunta que finalmente rompe el hielo entre nosotros. Sonrío. Me encanta encontrarme con estas perspectivas culturales tan diferentes.

A mi respuesta negativa reacciona con sorpresa. “¿Y aguacates, árboles de aguacate, tenéis?” Otra vez negativa por mi parte. Cuando encima también niego la existencia de yuca, de caña de azúcar, de plantaciones de té y de café, me mira con sorpresa por el retrovisor para enseguida empezar a reírse a carcajadas.Entonces, si no tenéis nada de esto, ¿qué tenéis?

Le explico, y añado que en Alemania tenemos las cuatro estaciones y que en invierno hace mucho frío y que hay mucha nieve. Ruanda es el contrario: ¡es increíble lo verde que es este país! Durante las casi 6 horas que dura el viaje hacia Bukavu, capital provincial de Kivu Sur, situada en la otra orilla del lago Kivu (que separa RDC y Ruanda), los paisajes son bellísimos. Cuando le digo a Joseph cuánto me impresionan los paisajes que veo pasar por la ventana del coche, me responde “Oui, c’est tranquille le Rwanda!”*

¿Tranquilo? Es verdad. Todo parece seguir un ritmo muy pausado y resulta fácil describir el paisaje como idílico. Pero no puedo evitar que me vengan a la mente las imágenes de uno de los mayores genocidios de la historia humana. En 1994, aproximadamente 800.000 personas, sobre todo de etnia Tutsi (lo que equivale a un 11% del total de la población y un 80% de los tutsis que vivían en el país en aquel entonces), perdieron la vida a manos de milicias de Hutus en tan sólo 100 días, mientras la comunidad internacional miraba paralizada sin actuar y, peor, en ocasiones negaba lo que estaba sucediendo. A causa de un contraataque del Frente Patriótico Ruandés (FPR, tutsi), más de un millón de Hutus huyeron del país hacia la RDC, que por aquel entonces aún se llamaba Zaire.

El genocidio ruandés y sus consecuencias políticas han tenido y tienen un fuerte impacto en la política congoleña hasta el día de hoy, y son una de las causas principales de la violencia que sacude al Congo desde hace ya décadas (ya os contaré más de esto en otro momento). El campo de refugiados para congoleños por el que pasamos en coche, establecido el pasado enero tras la huida de miles de personas a Ruanda a causa de una nueva escalada del conflicto, es muestra de la relación entrelazada, pero infinitamente complicada, entre estos dos países vecinos.

Al final resulta que a Joseph le encanta hablar. Después del cuestionario sobre Alemania, empieza a darme un curso intensivo de suahili, lengua hablada entre otros en Ruanda y en Congo (es uno de los idiomas oficiales del país) y que suma nada menos que 45 millones de hablantes.

Primera lección: “¡hakuna matata! (“ningún problema”). Probablemente las palabras más conocidas de este idioma en occidente gracias al Rey León. ¡Ignorante de mí, que no tenía ni idea de que no era una invención de Disney, sino que realmente significa algo! En seguida: ¡hakuna matoto, hakuna matata!” (“sin hijos, sin problemas”). Muy útil saberlo. Siguen más palabras y a partir de allí, Joseph me pregunta cada 15 minutos a ver si me acuerdo de todo. Obviamente, no lo consigo. Empiezo a sentir el cansancio después de casi ya 24 horas de viaje (Barcelona-Doha-Etebbe-Kigali) y mi cabeza ya no da para más.

Vista del lago Kivu desde el lado congoleño (© Jana Brandt).

Vista del lago Kivu desde el lado congoleño (© Jana Brandt).

Cuando finalmente llegamos a la frontera con RDC, Joseph para el coche en la orilla del lago Kivu y me ordena bajar del vehículo y sacar una foto del puente que hace de frontera entre Ruanda y Congo. Sigo, cómo no, sus órdenes.

En la frontera me espera un coche de Médicos Sin Fronteras (MSF) para la última etapa del trayecto hacía Bukavu, que ya sólo dura media hora. Pero antes, sello de salida de Ruanda por parte de un oficial poco motivado y sello de entrada de su contraparte congoleña, no mucho más motivada.

Cuando el conductor de MSF me dice su nombre, Mohamed, me sorprendo de nuevo. ¿Mohamed? ¿Un nombre musulmán en un país con un total de 96% de cristianos? “Hay una pequeña comunidad musulmana en Bukavu”, me explica él. Una comunidad que forma parte del 1,2% de musulmanes en el país. Y efectivamente, nada más entrar Bukavu, pasamos por una mezquita.

Me doy cuenta de lo poco que sé del país que va a ser mi casa durante los próximos 9 meses y lo mucho que me queda por aprender. No es sólo mi primera vez en el Congo, sino también en África en general, así que la estancia aquí va a ser todo un reto para mí. Un reto al que me encanta enfrentarme, pero un reto que también me da mucho respeto. “Karibu a Bukavu”*, me dice Mohamed, mientras bajamos del coche delante de la oficina de MSF.

Ya verás”, me tranquiliza, “¡hakuna matata!

(Continuará)

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* “Sí, Ruanda es tranquilo”.
* “Bienvenida a Bukavu”.

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