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Luke en Bihar: el valor de las cosas

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Los contrastes son frecuentes en Biraul. Personas realmente pobres se sientan codo con codo con personas… ligeramente menos pobres. Niños nerviosos y flacos siguen a padres obesos. Los modernos SUV pelean por un espacio precioso en la carretera con los carros tirados por caballos y los rickshaws. A pocas puertas de la tienda de televisores de alta definición se venden patatas agusanadas. El mes pasado llegó la ‘Temporada de Festivales’, en la que algunos de estos contrastes se hacen incluso más evidentes si cabe.

El Durga Puja es uno de los mayores festivales y dura diez días, durante los cuales los caminos de barro bordeados de excrementos que rodean nuestra oficina se han convertido en caminos de barro bordeados de puestos, banderolas, tenderetes e incluso un par de tiovivos. Llamativos colores adornan obligatoriamente cualquier superficie habida y por haber, y esto incluye al confiado ganado.

Las tiendas que venden víveres, frutas y verduras se han visto complementadas por un gran número de puestos que venden bisutería barata, juguetes de plástico, incienso y mil y una cosas más generalmente consideradas no comestibles. En repetidas ocasiones puedo ver intercambios que hasta el día de hoy habían sido raros en Biraul (aunque imagino que el ambiente en esta época del año en la calle principal de cualquier ciudad de mi país, Reino Unido, es también, cuanto menos, desenfrenado).

Cliente: Buenos días, señor tendero. ¿Por causalidad no venderá usted cosas sin ningún valor práctico?

Tendero: ¡Naturalmente que sí, la especialidad de mi humilde tienda son las cosas sin valor práctico! ¿Cuánto está pensando gastar el señor?

Cliente: ¿Gastar? Vaya, supongo que también usted necesita cosas sin valor y no puedo matarle ni robarle, con toda esta gente mirando, así que tendré que darle algo de dinero. Quisiera esta cascada de agua de plástico y le daré una rupia por ella.

Empieza el regateo.

Tendero: Aunque no me satisface el trato que acabamos de hacer, puedo ver que hemos llegado a un punto muerto. Por tanto, me consideraré colmado de bendiciones si cerramos este intercambio, con la esperanza de que un día regresare a mi humilde comercio.

Cliente: Yo también me siento especialmente insatisfecho con esta transacción. Debido a mi cultura y a la sociedad de la que procedo, quería este motivo decorativo en forma de cascada de plástico (que ahora me doy cuenta que está muy mal trabajado y es un poco hortera), así que lo he comprado. De todas formas, no voy a dejar que ni el más mínimo remordimiento de comprador me estropeé el día, ya que todavía tengo que gastar en otras cosas prácticas, como comida, y además estamos en temporada de festivales. En cuanto a si volveré o no a su tienda, se lo prometo con una sonrisa, lo que lamentablemente para usted no tiene ningún valor.

Naturalmente, el valor no sólo reside en lo práctico. A través del milagro del comercio, todo Biraul se enriquece un poco, y con el dinero viene el desarrollo. Pero de camino al trabajo por la mañana, sabiendo que vas a ver a tantos niños desnutridos, sigue pareciéndome extraño atravesar tanto tenderete donde no se vende nada de comer. Quizá ese sea el motivo de los festivales: la esperanza que te permite lanzar la prudencia al aire y hacer algunas cosas en nombre de la diversión y no de su utilidad. No estoy de ninguna forma criticando, sería muy hipócrita por mi parte. En este mes de celebraciones, nuestro programa ha ayudado a las familias de 169 niños a curar su desnutrición aguda severa.

Pero no todo el mundo está para celebraciones. Uno de nuestros pacientes, una pequeña de siete meses a quien podemos llamar Sam, finalmente salió del Centro de Esterilización tras casi seis semanas hospitalizada. Sam había pasado por un calvario pero finalmente logramos curarle la septicemia y detener la diarrea. Mi último recuerdo de ella es el de su sonrisa mientras sostenía alegremente un sonajero.

Un día después, su madre se la llevó a casa en contra de lo que le aconsejaba el médico: antes de lo que nos hubiera gustado pero no obstante en buen estado. No tenía diarrea ni fiebre ni ninguna otra complicación. Le pedimos a la madre que por lo menos volviese a la consulta al cabo de tres días. Apareció al cabo de cinco, pero para entonces Sam había perdido 700 gramos, un cambio pequeño si eres lo bastante privilegiado y te sobran algunos kilos en la cintura, pero un golpe fatal si sólo pesas 3.600 gramos. Sam murió al día siguiente.

Su madre afirmó que durante esos cinco días le había dado a Sam comida y líquidos tal como habíamos estado haciendo nosotros cuando estaba ingresada en el Centro de Estabilización. Si es así, la suerte de Sam es totalmente desconcertante. ¿Puede que todos nuestros mensajes de educación para la salud no hubiesen servido de nada? ¿No le dimos suficientes herramientas a la madre para cuidar adecuadamente de Sam? O, pensando lo impensable, ¿podría ser que la familia de Sam no se hubiese ocupado demasiado del bienestar de la pequeña?

Aceptar esto sería, para mí por lo menos, equivalente a tirar la toalla y aceptar que estos pequeños seres humanos no tienen derecho a la vida. Médicos Sin Fronteras no contempla esto. Cuando no hay esperanza, la crea. A veces no es barato hacerlo, y ocasionalmente el principal resultado es la creación de esperanza en lugar de su satisfacción. Qué valor le das a la esperanza… bueno, supongo que es subjetivo. No sé lo que nuestro hipotético tendero cobraría por ella, incluso en época de festivales. Cuanto más lo pienso, más me convenzo de que no tiene precio.

 

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar. Puedes leer aquí todos sus posts desde Biraul.

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 Foto: Vaca adornada durante la temporada de festivales de Biraul (© Luke Chapman)

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