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Un tratamiento para Aziz y su familia (II)

 Por Kartik Chandaria (médico en Tajikistan con Médicos Sin Fronteras)*

Como se contaba en la entrada anterior el viaje a  Dusamé comenzó…

La familia de Aziz vive en las montañas, a más o menos una hora en coche de Dusambé, este es un viaje que lleva una mañana, o quizá el día completo. Conocemos la localidad principal, pero no tenemos ni idea de dónde se encuentra el pueblo, así que hacemos varias paradas en dos cruces para preguntar el camino. Particularmente, yo no habría preguntado a uno de los hombres que, bajo su única y poblada ceja, nos miraba fijamente como si quisiera asesinarnos, pero nuestro conductor parece saber lo que se hace y el hombre de una sola ceja nos dirige colina arriba, hacia el oeste.

Para mi sorpresa, nos indica el camino correcto, y seguimos hacia adelante, ascendiendo lentamente el precipicio con la mirada puesta en el valle. A medida que subimos la pronunciada pendiente, vemos casas de barro cubiertas con estiércol de vaca que sirve para mantenerlas calientes. Dejamos atrás el colegio – cuatro caravanas situadas al borde del acantilado – me siento fascinado por los niños que están allí, la mayoría tienen rasgos montañeses, algunos ojos azules cristalinos  y rostros castigados por el viento. Los niños y yo nos miramos fijamente, hipnotizados por la diferencia del otro, pero me parece que la competición a la mirada más fija la gano yo. Si no fuera por el trabajo, nos podríamos haber pasado allí el día entero, mirando fijamente y hablando.

Llegamos a la casa, que estaba en el punto más elevado del pueblo. Es un ‘havli’ rural, un complejo tradicional de viviendas con una pequeña parcela de tierra para cultivar fruta y verdura. Alcanzo a ver dos vacas que pastan tras el ‘havli’, pero ninguna come hierba.

Los padres salen a recibirnos a la entrada, al padre ya lo conozco pero a la madre aún no. Los dos tienen buen aspecto. Nos ponemos nuestras máscaras y nos quitamos los zapatos. Nos invitan a entrar y pasamos al salón, una zona rectangular que hace también las veces de dormitorio. En una esquina veo una estufa metálica, por dónde sale el calor que produce el carbón. Tienen un calefactor eléctrico, pero la electricidad aquí está racionada e imagino que a lo largo de este invierno habrá hecho frío.

Nos sentamos sobre un ‘kurpacha’, un cojín alargado y relleno de algodón, que tiene un estampado floral sobre un fondo azulado. Cronológicamente, ambos son más jóvenes que yo, pero el clima de la montaña y una vida laboriosa han hecho que su piel se haya cuarteado prematuramente. Su hogar es silencioso. Hace nueve meses que el ‘havli’ no lo ha habitado ningún niño, cosa curiosa en Tayikistán, donde lo habitual es que haya unos cinco niños por hogar.

Anoto la historia de la madre, pero no conoce las fechas exactas del comienzo de su enfermedad. Tras alguna frustración inicial, caigo en la cuenta de que es más fácil recordar las estaciones del año. Cuando la madre empezó a tomar su medicina hacía calor, lo que sugiere que era verano, y finalmente llegamos a la conclusión de que era mayo o principios de junio de 2011. La madre me cuenta que el enfermero local, que vive a 2.5 km, la visita una vez a la semana para darle las medicinas, y que cobra a la familia un somoni (la moneda tayika) por visita. Lo que nos preocupa es que si los niños regresan a casa, el enfermero tendría que visitar a la familia todos los días, y esto es algo que parece no vaya a cumplirse.

El hermano del padre vive en otra casa dentro del mismo complejo, con su mujer y otros dos niños. Todos ellos han pasado un cribado para TB y no tienen la enfermedad. Los niños podrían regresar a casa, ya que sería poco probable que otros miembros de la familia los volviesen a contagiar. El padre me cuenta que tienen un problema económico, ya que no tiene trabajo, pero que va a ir a Rusia a ver si lo encuentra.

Siento que en el pueblo se respira una cierta tristeza, noto que apenas hay hombres. Muchos de ellos están en Rusia, porque las familias carecen de sustento y se ven obligados a salir del país para poder aportar algún dinero. Así, las familias se separan, en condiciones lamentablemente muy duras. Parece que la enfermedad es la causante de que se rompan muchas veces las redes familiares, siendo además la madre la que suele enfermar. Ejemplo de ello es que el padre de Aziz tiene cuatro hermanas, una de las cuales se está tratando para la TB resistente a fármacos. Otras dos hermanas murieron a causa de la enfermedad en 2008. Entre las cuatro hermanas tienen quince hijos, pero dos han muerto de TB.

El viaje de vuelta a la ciudad nos lleva a través de campos con las nuevas flores primaverales, una nueva esperanza tras el invierno. Nos detenemos a un lado de la carretera para comprar granadas frescas. Me resulta complicado entender lo que rodea a la TB, hay momentos en los que me siento totalmente confuso y desesperanzado, y otros, en los que adoro estar aquí, ya que me recuerdan a mis primeros tiempos en Kenia. Regatear por unas frutas crea un momento de interacción humana que siempre trae consigo una sonrisa (¡aunque sigo pensando que la mujer me cobró de más por el kilo que compré!).

 * Kartik es médico de Tayikistán, allí está trabajando para tratar a niños con tuberculosis multirresistente. Esta es la segunda misión con MSF. La primera fue en Liberia en 2007.

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Fotografía: Paisaje en las cercanías de Dusambé, @ Kartik Chandaria

2 comentarios

  1. Dice ser ANTONIO LARROSA

    ¡Vaya reabajito que habeis escogido, no os arriendo las ganancias! Y el mundo sigue girando complicandose el bienestar social global sin que se vea el final del tunel.

    Clica sobre mi nombre

    24 agosto 2012 | 16:48

  2. Dice ser Una

    ¿Como es que Médicos sin fronteras no ayuda a personas de nacionalidad española o de raza blanca?

    Tayikistán es el país de Asia Central que más ayuda per cápita recibe de la Unión Europea. La Unión Europea no es la teta del mundo.

    24 agosto 2012 | 16:50

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