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Septicemia: miércoles

Por Veronica Ades (ginecóloga de Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)*

Miércoles. Estamos tratando la infección y suministrándole a la paciente líquidos por vía intravenosa, pero su saturación de oxígeno en sangre es del 91% (debería ser del 95% o superior). Esto, junto a la hipotensión y la taquicardia (frecuencia cardíaca elevada), me hace sospechar que se está descompensando. Le ponemos un flujo continuo de oxígeno suplementario.

Pido la opinión de la anestesista, que me da una ampolla de dopamina, junto a una bolsa de suero corriente, y me explica cómo administrarla. Vamos a aumentar artificialmente la tensión de la paciente para mantener la función de los órganos hasta que mejore su estado. La enfermera cuenta diligentemente el número de gotas por minuto, para controlar escrupulosamente la dosis de dopamina. Al poco, su tensión mejora. Después de comer reevaluaremos la situación y quizá reduciremos paulatinamente la dosis.

Esa misma tarde su aspecto ha empeorado. Tiene el abdomen hinchado y se queja de dolor abdominal. Tiene la respiración acelerada y parece incómoda. Su saturación de oxígeno empeora. Es muy probable que la septicemia esté causando una disfunción pulmonar llamada ‘síndrome de distrés respiratorio agudo’ o SDRA. Mientras está con la dopamina, su tensión se mantiene bien, pero cae rápidamente en cuanto disminuimos la dosis.

Cuando la estoy examinando, se pasa por allí la anestesista. Convenimos que, a raíz de la infección, los intestinos seguramente no le estén funcionando bien: va a necesitar una sonda nasogástrica. Esta sonda se inserta por la nariz y desciende por el esófago hasta llegar al estómago. Nos permite descomprimir el estómago y los intestinos desde arriba, ya que por abajo no se están vaciando. La enfermera va corriendo a buscar una sonda y, a la segunda, logramos insertarla correctamente. Conseguimos sacar un poco de fluido. Me preocupa su estado y quiero tener alguna otra opinión, así que llamo al director médico del hospital, que acude inmediatamente.

Encontramos una jeringa grande con la que logramos aspirar de la sonda una gran cantidad de líquido muy feo. El estómago de la paciente se descomprime visiblemente, pero ni su respiración ni su frecuencia cardíaca ni su tensión mejoran. Llegado este punto, se ha acabado la dopamina y debemos decidir si administrarle más. Me preocupa que pase la noche sola con la dopamina, sin supervisión del personal de enfermería. El director médico, la anestesista y yo debatimos el tema.

El director señala que administrarle la dopamina no es sostenible porque no tenemos unidad de cuidados intensivos, y se trata de un medicamento potente y peligroso que, si bien a veces salva vidas, no parece una buena alternativa terapéutica en este caso. Va muy bien en situaciones agudas, como una reanimación intraoperatoria, pero hace más de 24 horas que intervinimos a nuestra paciente y no estamos en disposición de proporcionar los cuidados intensivos que este tratamiento requiere. Finalmente, convenimos en que necesita un régimen agresivo de hidratación intravenosa, además de oxígeno y monitorización.

Por la noche, vuelvo al hospital para realizar otra intervención y me paso a ver a la paciente. Se ha descompensado y está inconsciente. Sus constantes vitales siguen siendo malas. Su saturación de oxígeno ha caído al 83%. Por algún motivo, han apagado la máquina del oxígeno. La enciendo de nuevo, y la saturación mejora hasta el 90%. No está claro quién apagó la máquina, ni por qué. La enfermera a cargo del caso está muy frustrada: al parecer algún otro miembro del equipo la ha apagado sin preguntar. Hablamos con todos para hacerles saber que debe apagarse.

La paciente no tiene fiebre, pero ahora está padeciendo los efectos de la septicemia. Probablemente tenga fallo multiorgánico, pero no disponemos de las pruebas de laboratorio necesarias para confirmarlo. Le borbotean los pulmones. Su tensión arterial ha mejorado con la hidratación, pero la septicemia debe de haber permitido que el fluido del torrente sanguíneo escape a “terceros espacios” del cuerpo, en su caso, los pulmones.

Empiezo a administrarle furosemida, un diurético. La cambiamos también de posición, incorporándola para que el líquido no le encharque completamente los pulmones. Tras múltiples dosis de furosemida, orina una buena cantidad y su saturación de oxígeno mejora notablemente. Algunas horas más tarde, tiene los pulmones más secos, aunque la saturación sigue sin ser perfecta: sigue con SDRA.

No consigo despertarla.

Sigue inconsciente incluso después de mejorar su saturación de oxígeno, administrarle glucosa concentrada y aspirar la sonda. La cosa pinta mal. Su tensión arterial fluctúa mucho. En cuestión de minutos, pasa de muy baja a normal y a límites máximos. No se me ocurre qué más puedo hacer. Consulto a la anestesista y con el director, pero tampoco pueden sugerir nada más. En estas situaciones no se puede hacer más.

(Continúa mañana)

* Veronica Ades, de Nueva York, es ginecóloga. Esta es su primera misión con Médicos Sin Fronteras.

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Foto: Hospital Civil de Aweil, en el que MSF trabaja junto con el Ministerio de Salud para reducir la mortalidad materno-infantil. Mayo de 2012, Sudán del Sur (© Takuro Matsumoto /MSF).

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