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Solo es capaz de dormir si se pone un globo bajo la camiseta

El otro día estaba jugando mi sobrino con un globo y cada vez que se le iba volando me tocaba ir corriendo a por él, muerto de miedo (para regocijo suyo) porque odio las explosiones de los globos. Al final se explotó, yo me asusté, y a mi sobrino lo contenté diciéndole que se había roto. «Sa toto», repetía el pobre.

No quiero ni pensar cómo sufriría si viviera en la misma casa de Dave Collins, un estadounidense que vive en Little Rock (Arkansas) y que se define como «looner», algo así como un friki de los globos. Lo creáis o no, este fetichismo es ciertamente común y hay mucha gente como Dave, a los que les encanta besar y abrazar globos (a algunos, algo más que eso).

Dave sale en un vídeo de National Geographic contando sus vivencias. Al parecer, al muchacho le gusta besar globos gigantes y, sobre todo, metérselos debajo de la camiseta para sentir el tacto. Justo una de las cosas que a mí más me molestan (siempre que alguien toca un globo pienso: «Lo va a explotar, lo va a explotar…»).

La afición de este joven de 27 años (muy mal llevados, para qué engañarnos) va un poco más allá. El pobre no es capaz de dormir si no lleva uno de esos globos gigantes bajo la camiseta y comparte su cama con una decena de súper globos que cualquier día van a explotar al mismo tiempo y le van a provocar un infarto.

Supongo que son méritos suficientes como para entrar en la lista de gente con vicios raros, como aquella que se chupaba el pulgar todo el día, la que hablaba con la almohada o el que comía cristales.

Ya sabéis que si tenéis alguna costumbre rara o vicio inconfesable es el momento de decirlo, ahora que estamos en familia y nadie, salvo Trolly, os va a juzgar. Yo soy un tipo metódico, pero tengo pocos vicios, ni raros ni normales. Por quitarme me estoy quitando hasta del fútbol, que me da más disgustos que alegrías.

PD: Y… ya es viernes.

Tiene 20 años y es adicta a beber gasolina

Ya sabéis que tengo una red de corresponsales becarios estratégicamente ubicados por todo el mundo. Cada semana mis chivatos de Argentina, Suecia, Croacia, México y España (dentro de la que encontramos Pamplona, Madrid, Barcelona…) me cuentan historias que luego leéis aquí o en las comunidades becarias de Twitter y Facebook. Pues bien, el mayor corresponsal, el becario del becario, si es que existe esa figura, es mi padre.

Desde que tiene Internet y lee el blog… (bueno, él ve las fotos, pero como mi madre le suele contar de lo que va cada post seguramente sonreirá mientras lee esto y dirá: «Mira, el niño está escribiendo de ti») desde que sabe que soy el becario, digo, tiene un imán para lo friki. Lo absorbe todo. Es así como logró hacer que el tema de hoy, que en principio iba a tener como protagonista a un portero profesional encerrado en un cuerpo de mujer (chivatazo del periodista y dibujante @juancmarti) dejara paso a la corrosiva historia de Shannon, natural de Welland (Ontario, Canadá), una chica de 20 años adicta a la gasolina.

Hoy os vuelvo a hablar de un programa que ya ha aparecido alguna vez por aquí: My strange addiction, que suele contar historias de gente con vicios raros. Quizás alguno recuerde la recopilación que hice el pasado mes de septiembre o el último post de este tipo, que publiqué en febrero, donde hablábamos de la chica de 18 años adicta a comer plástico. Pues bien, todo eso son chorradas cuando nos encontramos con el vicio de Shannon, una muchacha de 20 años que al parecer no supo entender eso de «empezar el día con energía» y en lugar de un desayuno copioso se mete para el cuerpo un chupito de gasolina.

Evidentemente no está todo el día enganchada a la botella, porque es caro y ella, aunque no lo parezca, sabe que no es saludable. Le basta con doce vasitos de gasolina al día (que se traduce en 19 litros al año, justo el tiempo que lleva enganchada). ¿Y qué se siente al beber gasolina? Una sensación muy agradable, como suponéis: primero un hormigueo… y luego quema como si tuvieras un demonio celebrando las fallas en tu garganta. ¿Cómo no engancharse a una cosa así?

En el programa ya salió una vez una mujer adicta a oler la gasolina, que la usaba como quien coge el Vicks VapoRub durante un resfriado, pero el caso de Shannon es especial. Verla caminar por su casa con el bidón en la mano da casi repelús, sobre todo cuando cuenta cosas como: «Aunque me hace daño, me hace sentir bien».

Al parecer su madre no se lo creía al principio. Entendedla, si a muchas madres les cuesta creer que sus hijos fuman, imaginad cómo será que beban gasolina. Por ello, seguramente hay dos escenas para el recuerdo: la primera, la vez que le dijeran a la pobre madre que su hija bebía gasolina; la segunda, cuando la madre le dijo «échame el aliento» y flipó. Supongo que el pelo se le pondría rubio y arrancaría la moto que tuviera aparcada en el garaje de un soplido.

Ni que decir tiene que esto es peligrosísimo. Supongo que no pasa por vuestra cabeza, pero NO LO HAGÁIS EN CASA. Y el consejo no os lo doy solo porque lo ponga el progama al principio de su emisión, sino porque beber gasolina puede provocar quemaduras, vómitos, diarreas y un montón de enfermedades además de la muerte, según fuentes sanitarias recogidas en la prensa británica. Es lo que tienen las sustancias tóxicas, claro.

PD: Cuando vaya a la gasolinera digo yo que pedirá la gasolina más barata. Y el gasolinero le preguntará eso de… «¿para tomar aquí o para llevar?»

PD2: Dicen que en China hay un señor que lleva 42 años dándole a la gasolina. ¿Dará positivo en un control? ¿Tendrán que hacer anuncios de «si bebes (gasolina) no conduzcas»?

Adictos a comer cristales, jabones, sofás…

BecConsejo: «Controla tus vicios»

Fumar es un hábito perjudicial, también lo es beber alcohol si no se hace con extrema moderación. Igualmente es peligroso engancharse a las máquinas tragaperras, al bingo, o a las drogas. Pero poco se ha escrito de los riesgos que conlleva comer sofás, pastillas de jabón, papel higiénico… ¿dónde queda toda esa gente? Pues, de momento, han encontrado un hueco en el programa My strange addiction y, secundariamente, en el blog del becario. Ahora, juntos, recopilamos los diez casos más llamativos que han pasado por ese programa de extrañas adicciones.

10. Chuparse el pulgar

No es dañina, pero es una adicción. Chuparse el pulgar es algo que se ve feo socialmente cuando una persona (personita) tiene cinco años. ¿Qué pasa entonces si vemos chuparse el dedo gordo compulsivamente a una joven de 24 años? Pues eso le sucede a Rhonda, quien no conseguía quitarse el vicio de chupar el pulgar de su mano mientras sostenía un trocito de manta que tenía cuando era niña. Chupaba su dedo desde que tenía 12 años (según cuenta ella), cuando sus padres se divorciaron. En el programa advirtieron de los riesgos que implica chuparse el dedo, teniendo en cuenta la cantidad de bacterias que hay en la mano. Finalmente, después de mucho esfuerzo, parece que ha dejado de hacerlo.

9. Hablar con la almohada

 

Algunos se toman muy en serio lo de consultar las decisiones con la almohada: Tamara es una de esas personas. A los cuatro años empezó a llevar una almohada con ella, como Linus, el niño de Snoopy, lleva una manta. Lo lógico es que con el tiempo abandonara es hábito, pero no ha ocurrido así y ahora ella no puede vivir sin la «comodidad» que le da llevar la almohada a todas partes con quien habla, desayuna y hace lo que se tercie. De las 168 horas que tiene la semana, ella pasa 125 con su inseparable acompañante.

8. Arrancarse el pelo

Haley se arranca el pelo de forma compulsiva, algo que se conoce como tricotilomanía y que, por lo visto, es una adicción relativamente habitual (solamente en Estados Unidos siete millones de personas sufren este trastorno). Además, la joven Haley se come los folículos de su pelo, algo menos frecuente, y suele pasar unas dos o tres horas diarias en el baño dedicada a este quehacer.

7. Muñecos

El problema de April Brucker no es dañino para la salud, pero representa un obstáculo a la hora de establecer vínculos afectivos con la gente. Allá donde va, un muñeco ventrílocuo la acompaña. Esta mujer que cuenta con la fuerza de José Luis Moreno y Mari Carmen juntos, trabaja ahora de ventrílocua (como no puede ser de otra manera). Su pasión la lleva a límites insospechados: va a todos lados con los títeres poniendo vocecillas y dejó a su prometido cuando éste le dijo que o se quedaba con él o con los siete muñecos.

6. Comer cristal

John naranja escribe fino, John rockabilly come cristal. Estas cosas yo las había oído en el circo, pero jamás pensé que alguien como John, un tipo que va a la moda, fuera capaz de comerse 100 vasos y 250 bombillas en los últimos cuatro años. Su prometida está preocupada por el extraño y arriesgado hábito de Johnny, pero a él, por el momento, le pierden los cristales.

5. Su disfraz

Lauren es una hermosa joven que, al parecer, habría preferido ser un animal. Así se explicaría su obsesión por llevar orejas de animal, garras de animal, cola de animal… por ir, en resumen, disfrazada de zorro a todas partes. Coincidiréis conmigo que, al margen de lo que la gente se pueda reír o no de ti, en invierno puede tener su encanto ir así de abrigada, pero en verano a ver quién es el valiente que le pide que se quite el disfraz para darle un abrazo.

4. Dormir con el secador

Es de las manías más raras y a la vez de las más peligrosas que hay en este Top 10. Lori Broady, que ya debe tener 32 años, dice que tiene que dormir con el secador encendido todas las noches. El instrumento en cuestión tiene que estar sobre su cama, aunque en la misma duerma su hija. La mujer se ha quemado varias veces, pero dice que el riesgo es «insignificante en comparación con la tranquilidad» que le da dormir con él. No hace falta ser muy avispado par averiguar que liga poco.

3. Comer sofás

Adele pasó por las páginas del blog hace unos meses, en abril. Por si no la recordáis, os refresco la memoria y os cuento que nuestra joven protagonista tiene 30 años, cinco hijos y se come los cojines del sofá de manera demasiado habitual. En los últimos años se ha comido ocho sofás y cinco sillas, si bien lo malo no es que destroce su mobiliario, sino que esta extraña costumbre está destrozando su sistema digestivo.

2. Comer jabón

Seguramente también os suena la historia de Tempesst Henderson, esa adolescente de 19 años que devoraba de forma compulsiva pastillas de jabón y detergente. A ritmo de cinco pastillas por semana, Tempestt se dedica a lamer las burbujas de jabón en la ducha y asegura que se siente más limpia. Los médicos, sin embargo, no comparten su teoría e intentan convencerla de su enfermedad. Todo vino de un desengaño amoroso, cuando su novio la abandonó para irse a la universidad.

1. Comer papel higiénico

Reservamos el primer puesto a Kesha, porque ella fue quien abrió la veda, ella fue nuestra primera protagonista. En enero, esta mujer que entonces tenía 34 años, confesaba que era adicta a comer papel higiénico. Lleva rollos en el coche para ir picoteando y en su armario es un producto que nunca falta, como el agua. Allá donde va, papel que lleva: cuando se acuesta, cuando se va al cine a ver una película, cuando queda con alguien… es obvio que muy sano no es.

PD: ¿Tenéis algún vicio confesable? El mío es (o al menos era) el chocolate con leche.

La mejor forma de quitarse los vicios

BecConsejo: «Mejor si no dependes de nada»

En Cuba piden «un carro, una casa y una buena mujer». En Estados Unidos una hamburguesa y un perrito. En Europa, que Mourinho se pase al teatro y Guardiola a la literatura. Cada uno tiene sus vicios, claro.

Bueno, en mi caso… no fumo, apenas bebo alcohol y café… digamos que mis vicios son Internet y el fútbol. Muchas veces he pensado en quitarme de lo primero (fundamentalmente cuando mi madre me dice: «Hijo, ¿has leído todos los insultos que te han escrito en el blog?) y de lo segundo (cada vez que se me ocurre ver diez minutos del Schalke o un partido entero del Madrid. El problema es que aún no he encontrado la manera.

Sin embargo, Mark Malkoff me ha dado la clave. Quizás no le recordáis (o quizás sí): Mark es un humorista y director que hace un tiempo se mudó a vivir a una tienda sueca con los muebles desmontados.

Con antecedentes como éste (ha montado alguna más de este estilo), ya podéis imaginar que su método para desengancharse iba a ser algo drástico. Decidió encerrarse en su baño durante cinco días para quitarse de Internet.

Cuando digo quitarse de Internet no es que se encerrara para llamar a escondidas a su proveedor y darse de baja, sino que consciente de que esto le iba a dar mucha repercusión descubrió que la única forma de pasar menos tiempo conectado era encerrarse.

Se grabó durante las 120 horas que pasó en el baño para ver cómo iba su mono. Decía, antes de empezar con la aventura, que era adicto al correo electrónico, a Twitter, a Facebook, a YouTube, a muchos diarios y a El blog del becario (vale, el último me lo he inventado).

La aventura la vivió a finales de agosto: cinco días en el baño sin Internet, iPhone, televisión, portátil… muchos (los más jóvenes) dirán: ¿y entonces qué hizo en el baño?

Bueno, si tuviera 14 años, Mark habría ido directo del baño al hospital, con dolor de… ays, ¡si tuviera 14 años! El caso es que, como es algo más talludito, aprovechó para leer un libro y el guión de un amigo, aprender dónde está Gambia, Surinam y el resto de países del mundo, escribir cartas a familiares y amigos donde (en teoría) les dijo que les quería, tocar una canción con la guitarra y escribir una lista de «99 razones por las que amo a mi mujer», entre otras cosas.

Es una buena solución, al menos aparentemente. Desde luego que, si te lo montas bien y tu mujer te entiende, al final tienes que salir loco o rehabilitado. No hay término medio.

PD: Christine, esposa de Mark, se encargó de actualizar las redes sociales del cómico.