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La gente del becario: el ‘hombre de hielo’ y el ‘sacerdote policía’

El otro día estaba viendo en la televisión un capítulo de Los Simpsons repetido (cosa que me extraña, porque eso no suele pasar) y lo estuve pensando… si Bart Simpson tenía un espacio en su programa dedicado a «su gente», ¿por qué no puedo dedicarle yo un rinconcito de blog a la mía?

«La gente del becario» es el lugar donde se reúne la gente especial (rara, para lo que no quieran eufemismos), ese altar donde podemos venerar a Bob Delmonteque, el chico de los ladrillos o Amapolita de Arahuay, sin distinción.

Hoy os traigo a otras dos estrellas mediáticas: el hombre de hielo y el sacerdote policía.

El hombre de hielo

El hombre de hielo es holandés y lo descubrió (para mí) el Daily Telegraph.

Wim Hof tiene 48 años y lleva veinte probando los límites de su organismo. Ha escalado montañas y ha viajado por el Polo Norte llevando sólo unos calzones de natación. Yo una vez estuve en Ávila y tuve que lloriquearle a mi madre para que me comprara unos guantes, del frío que tenía.

Ahora quiere batir su propio récord: el pobre hombre no tiene otro objetivo en la vida que pasar más de una hora y tres cuartos en una piscina llena de hielo (vamos, que lo de Ángel Martín fue una chorrada comparado con esto).

El sacerdote policía

Aunque si el hombre de hielo os parecía poco (la verdad es que la historia ha perdido fuelle al final), la que sí os va a encantar es la del sacerdote maratoniano.

Bill Hegedusich tiene 48 años y es reverendo de devoción, pero corredor de maratones por vocación.

El otro día, Bill estaba tranquilamente en su iglesia, pero entonces entró un ladrón y, así como el que no quiere la cosa, le robó dos bolsas con 125 dólares (no llega a 100 euros, pero para una iglesia es un dinero).

Hegedusich se dio cuenta y corrió como alma que lleva el diablo (perdón) detrás del ladrón. Vamos, tanta prisa se dio que casi se tropieza con la sotana.

El ladrón terminó soltando una bolsa, que fue el botín que recuperó el bueno de Bill, con la mitad del dinero. Poca cosa, pensaréis, pero tampoco tenía tiempo de entretenerse más: minutos después tuvo que celebrar una misa.