Las redes sociales son una fuente inagotable de grandes historias. Tengo en el recuerdo la de ese joven noruego que pidió ayuda para tener sexo con su novia, o la de la chica que recorrió casi 100 km para agredir a otra que le había insultado a través de Facebook.
El curioso contrato de los Baier
Pero hoy os traigo la de un padre ejemplar, un hombre que sería capaz de hacer cualquier cosa por su hija, incluso pagarle 200 doláres para que no utilice su perfil de Facebook durante los próximos cinco meses. El curioso contrato (podéis verlo en la imagen que ilustra este post) ha sido idea de Rachel Baier, una adolescente de Boston, que estaba harta de que su progenitor le pusiera limitaciones a la hora de navegar por la red social. Y decidió cortar por lo sano. Si no quieres que entre en Facebook, pagáme para que no lo haga, debió pensar Rachel.
Paul, que así se llama el ‘cándido’ padre, seguro que preocupado porque su hija de 14 años pudiera ser abducida atrapada conquistada por el encanto de esta red social, accedió a pagar la cantidad, siempre que hubiera un contrato firmado por ambas partes. Aquí pesó más su profesión, la consultoría, que el amor paternal.
El compromiso asegura que el perfil de Rachel estará desactivado hasta el 26 de junio. Si se cumple el plazo pactado, el señor Baier hará dos pagos en efectivo: uno de 50 dólares en abril, y los 150 restantes, en junio. Además, queda claramente estipulado en que gastará el dinero la hija, en «cosas«. Una cláusula maravillosa para cerrar cualquier tipo de contrato.
PS. ¿Pagará a una amiga para que abra otro perfil de Facebook donde ella pueda escribir sin ser vigilada? Viendo como se las gasta Raquel, cualquier cosa es posible.
Es de estas historias que no dejan indiferente a nadie. De hecho, no espero que haya acuerdo en los comentarios (donde, ya os advierto, nos quedan cuatro días de seguir aguantando el spam… y hasta aquí puedo leer). Habrá quienes crean que es un detalle de amor inigualable y una forma de enfrentarse a las adversidades. En el otro bando dirán que la mujer debe intentar afrontar que su marido ha muerto, que eso sólo puede hacerle daño a sus dos hijos y que eso que ahora parece un guiño a la vida a la larga se convertirá en un problema (¿van a estar toda la vida así?)
Yo no soy quién para decir cómo debe afrontar una familia el dolor de una pérdida tan grande, y como no soy quién no lo haré. Es obvio que, al margen de la tragedia, la historia tiene tintes de humor negro y es, cuando menos, chocante. No sé si ella será capaz de encontrar otra vez el amor, no sé si sus hijos crecerán como el resto de niños, no sé si es lo que él habría querido, perdurar incluso después de muerto.