Los líderes de los dos grandes partidos han reaccionado a los resultados del referéndum catalán de modo censurable. Sobre todo Mariano Rajoy, quien, desde que hace unas semanas perdió el debate del estado de la nación, está tomando una peligrosa deriva extremista, casi anti sistema, impropia de su talante y de un partido que en las últimas elecciones generales tuvo el apoyo del 37,6% de los votantes. El PP, que ve cómo la legislatura avanza y sus teorías catastrofistas sobre la España gobernada por los socialistas no se cumplen, se está echando en los últimos meses aún más al monte, está casi escindiéndose de sí mismo por la derecha. Recuerda a aquella facción del carlismo que en el siglo XIX veía a algunos de sus ultracatólicos correligionarios y se constituyó en Partido Furibundo.

La reacción furibunda de Rajoy desligitimanado los resultados del referéndum catalán, donde han votado pocos, cierto, pero los que lo han votado lo han hecho de modo claro y contundente a favor del sí, es un disparate antidemocrático. Con ese argumento, muchas de las elecciones que se han celebrado en España tendrían que ser invalidadas. Y el grosero intento del líder del PP de apropiarse de la abstención después de pedir el no en el referéndum mueve no sé si a risa o a inquietud. Maniobras así son más propias de ventajistas y chanchulleros de la política que de líderes responsables.

En cuanto a Zapatero, daba grima el domingo cuando se jactaba de que tres de cada cuatro votantes han dado el sí al Estatuto y se llamaba a andana sobre la altísima abstención. Más de la mitad de los convocados no fueron a las urnas, y los políticos, especialmente los que como ZP han impulsado la revisión del modelo territorial español como asunto clave, deberían preguntarse si están dedicando sus esfuerzos a lo que realmente interesa a los ciudadanos o si lo hacen sólo a lo que interesa a la nomenklatura política.