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Seremos 49 millones en 2018… o no

El Instituto Nacional de Estadística, que mide todo o casi todo, ha decidido elaborar todos los años, a partir de ahora, una Proyección de la Población Española a Corto Plazo, entendiendo por tal los 10 años. Ayer hizo pública la primera. Os recomiendo que os leáis el resumen, es muy interesante.

Lo más notable que dice es que este año tendremos un baby boom, que nacerán en España unos 500.000 niños, cifra que no alcanzábamos desde 1983, pero que el fuerte crecimiento de la población total española que hemos experimentado en lo que va de siglo, fundamentalmente por la inmigración (hemos pasado de casi 41 millones a 1 de enero de 2002 a casi 46 millones a 1 de enero de este año), se va a frenar bruscamente de inmediato: vamos a pasar de un crecimiento medio anual de 720.000 habitantes en el periodo 2002-2008 a una media de 380.000, menos de la mitad, en los 10 próximos años. ¿La causa? El parón, debido sobre todo a la crisis económica, en la entrada de inmigrantes, que en algunos de los años pasados ha representado hasta el 92,8% de nuestro crecimiento demográfico. Conclusión, según el INE: que hasta el año 2018 no superaremos los 49 millones de habitantes.

¿Hay que creerse la proyección? Pues no necesariamente. Los demógrafos son como los economistas (muchos de ellos son ambas cosas): pronostican y explican muy bien el pasado, pero van a tientas y hasta a ciegas sobre el futuro: el propio INE dice que «la validez de los resultados está condicionada, lógicamente, a que en el futuro se confirmen empíricamente las hipótesis».

El INE lo dice, supongo, porque hace apenas 20 años ningún experto previó ni de lejos el crecimiento de población que hemos experimentado este siglo. En los ochenta e incluso a principios de los noventa, los periódicos y las revistas nos llenábamos de informaciones, crónicas, reportajes y entrevistas sobre el llamado «invierno demográfico». Yo escribí en varios medios muchas piezas periodísticas sobre el asunto: los expertos nos demostraban que el número medio de hijos por mujer era en España el más bajo del mundo y que la esperanza de vida española era la segunda más alta del mundo (sólo superada por Japón) y que todo ello nos llevaba a medio plazo, impepinablemente, a una tasa de dependencia (porcentaje de la población menor de 16 años y mayor de 64 respecto a la población de 16 a 64 años) tan desiquilibrada que acabaría reventando no sólo el sistema público de pensiones sino incluso el sistema democrático: aparecerían partidos del grey power, decían, sólo de ancianos, que tomarían el poder y harían políticas sólo para ellos. ¡Nadie atisbó que íbamos a tener una inmigración inmensa y que eso nos iba a llevar no a un invierno, sino a un verano demográfico!

Las proyecciones demográficas se basan fundamentalmente en tres factores, mortalidad, fecundidad y migraciones, y ninguna de ellas es del todo previsible matemáticamente. Hace cinco años y medio, en el verano de 2003, una ola de calor causó en pocos días en Francia unos 11.000 muertos más que los previstos estadísticamente, la mayoría ancianos o enfermos. (Yo estaba de vacaciones en París esos días, no he sufrido tanto calor en mi vida). Hace casi un siglo, en 1918, la llamada gripe española, una pandemia, mató en todo el mundo entre 50 y 100 millones de personas. (Un cochero de pompas fúnebres de Burgos dijo entonces una frase que aún hoy se cita a menudo en mi tierra: «Se está muriendo gente que no se había muerto nunca»).

¿Seremos 49 millones de habitantes en España en 2018? Puede que sí y puede que no. Puede que menos y puede que más. Hace muchos años, cuando comenzamos los medios con la murga del invierno demográfico en Europa, el primer ministro finlandés dijo: «Me dicen los expertos demográficos que, al paso que vamos, Finlandia tendrá sólo dos habitantes en el año 3.000. Si son del mismo sexo, tendremos un grave problema». No sé si han cambiado la proyección.