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¡Que paren las máquinas! El director de 20 minutos y de 20minutos.es cuenta, entre otras cosas, algunas interioridades del diario

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Reencuentro con Murakami

He vuelto a leer a Haruki Murakami, tras más de un año de abandono. Descubrí como lector al narrador japonés hace dos años, en un aeropuerto, por casualidad, y me atrapó tanto que leí, muy seguido, todo lo que encontré de él: Al sur de la frontera, al oeste del sol, Tokio blues. Norwegian Wood, Kafka en la orilla, Sputnik, mi amor y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Tantas obras y tan seguidas que acabé un poco ahíto de su estilo y de sus tramas y ya no compré dos de sus más recientes libros: los cuentos de Sauce ciego, mujer dormida y la novela After dark.

Compré hace dos meses los cuentos y, en edición barata de bolsillo (en los Compactos de Anagrama, 9,50 euros), una de sus primeras novelas, La caza del carnero salvaje. Los cuentos son muy irregulares, los hay magníficos y los hay detestables. Se diría que la presencia de algunos en el volumen se debe sólo a que el autor tenía que completar un número determinado de páginas. La caza del carnero, sin embargo, me parece un Murakami puro y del mejor.

El autor ha contado alguna vez que un día muy concreto, de pronto, decidió dedicarse a escribir, a ser escritor. Fue -dice- como una revelación, un día en que estaba viendo un partido de béisbol, durante una jugada clave, en el instante preciso en que el bateador golpeaba la pelota… «No tenía a nadie que me enseñase a escribir, así que tuve que basarme en lo que sabía, que por entonces era la música (…) Aún hoy, al sentarme frente al teclado de la computadora, pienso que estoy ante un piano y me pongo a tocar».

La caza del carnero salvaje no parece la obra de un principiante, la ejecución pianística de un novel. La llevo por la mitad, y me gusta más que muchas de las obras de Murakami que he leído antes. Responde mucho a esto que contaba el propio Murkami en una de sus escasas entrevistas:

«Yo empiezo a escribir sin ninguna estructura, apenas con alguna imagen o una serie de personajes que me interesan. Así como los lectores, no puedo esperar a dar vuelta la página para saber qué pasa con esta gente que he creado, porque no tengo idea del argumento, simplemente dejo que la historia fluya libremente desde mi interior y me sorprendo a mí mismo. Por eso creo que la libre improvisación es simplemente llegar a la esquina sin aliento para ver qué hay al girar en ella, con un sentimiento de excitación que debería ser transferido a los lectores, lo mismo que la sensación de libertad. Esto ya es el punto final, la elevación, esa emoción que uno experimenta al completar su interpretación».

Siete libros para entrar en el 2008

Kafka en la orilla, de Haruki Murakami; El ardor de la sangre, de Irene Némirovsky; los cuentos de Raymond Carver reunidos bajo el título de Catedral.

La puta de Babilonia, de Fernando Vallejo. Relatos del corazón de la tierra, de Joaquín Mayordomo. El deshonor de los poetas, de Benjamin Péret, en edición no venal de Visor. Zapatero el rojo, de Juan Carlos Escudier y Esther Jaén.

Éstos son los libros con los que estaré estos días de menos trabajo y más tiempo.

Descubriendo a Haruki Murakami

Acabo de terminar la lectura de Tokio blues. Norwegian Wood, una novela del japonés Haruki Murakami que estuvo a punto de quedarse a medio leer en mi mesilla, porque no me enganchaba, pero que ahora os recomiendo: hacia la mitad de la trama, el interés de la obra crece mucho, quizás cuando el narrador y protagonista, Toru Watanabe, nos revela más de la coprotagonista, Naoko, y nos presenta a otros dos personajes femeninos, Midori y Reiko.

Llegué a Murakami por casualidad, en la librería de un aeropuerto. Compré un libro que me llamó la atención por el título, Al sur de la frontera, al oeste del sol, y lo leí casi de un tirón mientras esperaba el vuelo. Como Tokio blues, tiene también Al sur… un narrador masculino y un buen personaje femenino. Ambas novelas tratan de algo que me interesa mucho: de la soledad.

Luego he sabido, googleando, muchas cosas de Murakami: que estudió teatro -como Watanabe-, que es un fanático del jazz y tuvo un pub musical -como el protagonista de Al sur…-, que hace triatlon, que madruga mucho y casi escribe sólo al alba, que desde hace algunos años se habla de él para el Nobel, que hay quien le compara con Yukio Mishima o con Kenzaburo Oe (yo creo que aún está un peldaño por debajo)… Y después, hace nada, encontré una entrevista en La Nación de Buenos Aires titulada muy bien, «Escribo cosas raras, muy raras», y donde decía entre otras cosas esto:

«Me gustan los Rolling Stones, los Doors, las películas de terror, los cuentos de detectives».

«Soy un mero trabajador, que disfruta de la cultura popular, mientras que la mayor parte de los escritores son unos esnobs que ni a mí me gustan ni yo les gusto a ellos».

«Tengo pánico a convertirme en una celebridad y tomo todas las medidas necesarias para que eso no ocurra. Nunca aparezco en la televisión, no voy a las fiestas -odio las fiestas-, no doy charlas, no tengo amigos famosos, no tengo amigos escritores, no aparezco en librerías para firmar mis libros, no uso Armani sino shorts y zapatillas siempre, y no dejo que me saquen fotos ni suelo dar entrevistas salvo casos como este».

«Aún hoy, al sentarme frente al teclado de la computadora, pienso que estoy ante un piano y me pongo a tocar, y ya tres décadas después de haberme vuelto un escritor profesional, sigo aprendiendo mucho de la escritura de la buena música. Por ejemplo, todavía tomo la constante autorrenovación de la música de Miles Davis como modelo literario».

«Yo empiezo a escribir sin ninguna estructura, apenas con alguna imagen o una serie de personajes que me interesan. Así como los lectores, no puedo esperar a dar vuelta la página para saber qué pasa con esta gente que he creado, porque no tengo idea del argumento, simplemente dejo que la historia fluya libremente desde mi interior y me sorprendo a mí mismo. Por eso creo que la libre improvisación es simplemente llegar a la esquina sin aliento para ver qué hay al girar en ella, con un sentimiento de excitación que debería ser transferido a los lectores, lo mismo que la sensación de libertad. Esto ya es el punto final, la elevación, esa emoción que uno experimenta al completar su interpretación».

Creo que voy a buscar una tercera novela suya de título fascinante: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.