¡Que paren las máquinas! ¡Que paren las máquinas!

¡Que paren las máquinas! El director de 20 minutos y de 20minutos.es cuenta, entre otras cosas, algunas interioridades del diario

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Tres buenos pasos del rey

¡Bienvenidas sean las disculpas que ha pedido el rey! Son un buen paso. En realidad, tres pasos, puesto que ha reconocido que cometió un error yendo a la cacería, ha pedido disculpas por ello y ha hecho propósito de la enmienda, de que no volverá a pasar. Es tan inusual que alguien de la vida pública dé pasos así que, al hacerlas el Jefe del Estado, son aún más valiosas y ejemplarizantes. Es de esperar que cunda el ejemplo y que otras personalidades públicas sepan sacar la pata y pedir disculpas cuando la meten.

¿Es suficiente lo que el rey ha hecho para recuperar su prestigio y reputación? Está por ver. La Corona y la Monarquía probablemente están en sus momentos más bajos de valoración de todo el reinado de don Juan Carlos. En 1994, los ciudadanos le daban en el Barómetro del CIS una nota de 7,46 sobre 10 a la Monarquía, un notable. En octubre pasado, la misma encuesta le daba ya un 4,89, un suspenso. Si el sábado o domingo pasado se hubiera hecho la misma encuesta, probablemente el suspenso hubiera sido más contundente. Si se hiciera hoy, tras las disculpas del rey, la tendencia se cambiaría, al alza, pero no sabemos hasta dónde.

Del episodio aún quedan muchos aspectos por aclarar (quién pagó el viaje y a qué fin, quiénes acompañaban al rey y por qué razón, cuánto coste público supuso en escoltas u otros acompañantes del monarca, si el Gobierno fue informado previamente y con qué detalles…), pero ya debieran sacar todos los afectados algunas conclusiones. El rey y su familia, que han de medir mucho mejor todos sus actos, también los de carácter privado e incluso aquellos que consideren muy privados. La Casa del Rey y el Gobierno, que han de aumentar la transparencia en torno al Jefe del Estado. Y la clase política en general, entre otras cosas, preguntarse por qué llevan 33 años largos de Constitución sin elaborar la ley orgánica a que obliga la Carta Magna, en su artículo 57.5, para regular «las abdicaciones y renuncias y cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión a la Corona».

Según fuentes fiables, la hipótesis de una abdicación o una renuncia de don Juan Carlos habría sido una de las barajadas estos días tanto en la Zarzuela como en la Moncloa… y se han encontrado con que no hay un instrumento legal que regule a fondo esos complejos asuntos. ¡Ya tiene otra tarea Rajoy en su plan de reformas!

Una posible receta: abdicación

No tenemos el parte de caza de Botsuana. No sabemos cuántos tiros pegó el rey a cuántos pobres elefantes, ni con qué resultado. Pero sí sabemos ya que Juan Carlos se pegó a sí mismo un tiro descomunal. Afecta a muchos órganos vitales para un jefe de Estado de un país democrático, a muchos atributos imprescindibles que ya venían dañados con el reciente caso Urdangarin: el prestigio, la reputación, la honradez, la honorabilidad; la sensatez, la responsabilidad, la inteligencia; el apoyo de su pueblo, el apoyo de las elites políticas y económicas, el apoyo de los medios de comunicación, el apoyo incluso de su familia, y especialmente el de su heredero…
Todos esos campos han sufrido daños con los tiros, unos mucho más graves que otros. Algunos pueden incluso ir a peor a medida que se conozcan detalles de la autocacería del rey o si se hacen ahora diagnósticos y se expiden recetas o tratamientos equivocados.
El pronóstico del herido en su conjunto es reservado. ¿Pueden ser irreversibles las heridas, mortales de necesidad? Sí, pueden serlo: el efecto final del caso Bostuana puede ser que el rey pierda la corona. Que el absurdo, insensato, desejemplarizante, carísimo, clandestino e irresponsable viaje del monarca sea la gota gorda que colme el vaso, la espoleta final que le empuje a la abdicación, aunque sea en unos meses y disfrazada de problemas de salud.
Y puede incluso que, se produzca o no se produzca la abdicación, la sociedad española se esté cuestionando ya hoy mismo la continuidad de la marca en su conjunto, la Monarquía.

Ahora, la fortuna personal del rey

El rey ha hecho un razonable ejercicio de striptease económico. Ya sabemos cuánto gana él, cuánto el príncipe y cuánto en conjunto las cuatro mujeres de la Familia Real: Sofía, Letizia, Elena y Cristina. Es una pena que no sepamos detalles de estas, que no nos expliquen cómo se reparten entre las cuatro los 375.000 euros de este año. ¿Por qué no lo hacen?

Tras el paso de hoy, convendría que Don Juan Carlos diera ahora otros dos:

1. Anunciar que esto no ha sido un gesto ocasional, acuciado por el caso Urdangarin; y que todos los años, al aprobarse los Presupuestos Generales del Estado, la Casa del Rey detallará las partidas, una a una, en que emplea su asignación.
2. Detallar en breve lo que nos falta saber de la economía del rey: su patrimonio.
La revista EuroBusiness publicó en 2003 un ranking de los 300 europeos más ricos y colocó a Juan Carlos I en el puesto 112, con un patrimonio valorado entonces en 1.700 millones de euros. Añadía EuroBusiness que el origen de esa fortuna fue un fondo creado fuera de España, durante el franquismo, por monárquicos españoles que preparaban la restauración democrática, y que el fondo había crecido después con muchas otras donaciones privadas.
No le doy a esa revista ni mucho ni poco crédito, pero sí sería bueno que el rey detallara cuanto antes qué fortuna personal tiene, cuál es su origen y cómo crece o decrece cada año. Comprobaríamos así que no le han hecho regalos para pedirle favores, que nadie ha intentado con la primera autoridad del Estado un tráfico de influencias, que el monarca no es como parece ser su yerno, etc.

P.D. Ayer martes por la noche, ya muy tarde, la Casa Real dudó si mantener para hoy miércoles su compromiso de desvelar los detalles sobre el presupuesto del rey. Había “presiones externas” para que no se hiciera, o al menos para que aplazara unos días. Eran presiones políticas, pero no he podido concretar de dónde procedían.

La Casa del Rey ha de explicarse en el Congreso

Hace ya casi seis años, en 2006, la Casa del Rey encargó a un asesor externo que investigara los negocios de Iñaki Urdangarín, yerno del rey y duque de Palma, tras denunciar la oposición política en Baleares algunas prácticas sospechosas. No debió de gustarle a aquel asesor lo que vio, pues recomendó al duque que deshiciera su entramado empresarial. Poco después, la propia Casa le pedía a Urdangarían que buscara empleo fuera de España y emigrara con sus hijos y su esposa, la infanta Cristina, séptima en la línea de sucesión al trono. Tras el verano de 2009, toda la familia se fue a Estados Unidos.

Todo esto lo hemos sabido oficiosamente los ciudadanos tras salpicar el caso Palma Arena al yerno del rey. Quizás fuera bueno que lo sepamos también oficialmente y al detalle, y se disipara así toda duda sobre otros miembros de la Familia Real o sobre lo que la Casa hizo exactamente en 2006. El rey no tiene que dar explicaciones, su persona es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Lo dice el artículo 56 de la Constitución. Pero la Casa del Rey, que es un órgano constitucional (está en el artículo 65 de la Constitución), sí debe y puede hacerlo. Su jefe – en 2006 era Alberto Aza, hoy es Rafael Spottorno- tiene rango de ministro. Sería bueno que, a petición propia o instados por el Congreso, Aza y Spottorno comparecieran en la Cámara e informaran de cuanto saben, como dispone el artículo 109 de la Carta Magna para todas las autoridades del Estado.

 

El rey debe hacer públicas sus cuentas

La declaración de ayer de Urdangarin no fue espontánea ni improvisada, estaba muy medida. La pactó con la Casa Real y fue supervisada por los abogados del yerno del rey. En realidad eran solo dos párrafos. El segundo, para decir que su abogado y portavoz a partir de ahora es Mario Pascual Vives. El primer párrafo, el significativo, dice literalmente esto:

«Ante la acumulación de informaciones y comentarios aparecidos en los medios de comunicación relativos a mis actuaciones profesionales, deseo puntualizar que lamento profundamente que los mismos estén causando un grave perjuicio a la imagen de mi familia y de la Casa de su Majestad el Rey, que nada tienen que ver con mis actividades privadas».

No se entiende muy bien a qué vienen esas últimas palabras, eso de que la Casa Real no tiene nada que ver con las «actividades privadas» del duque de Palma. ¿Alguien ha insinuado que Urdangarin recaudaba para la Casa Real, como esos políticos corruptos que extorsionan a empresas en nombre de su partido y reparten luego con este el botín? No hay ningún indicio en lo que conocemos del sumario. Pero quizás haya llegado el momento en que tanto la Casa Real como el rey hagan un ejercicio de transparencia para disipar cualquier duda.

De la fortuna del rey sabemos poco. En 2003, la revista EuroBusiness publicaba un ranking de los 300 europeos más ricos y colocaba a Juan Carlos I en el puesto 112, con un patrimonio valorado en 1.700 millones de euros. Agregaba la publicación que el origen de esa fortuna fue un fondo creado fuera de España, durante el franquismo, por monárquicos españoles que preparaban la restauración democrática. El fondo habría crecido después y hasta la actualidad con muchas otras donaciones privadas.

Hay otra parte de la economía del rey que no procede de donaciones privadas sino de fondos públicos. Es la «cantidad global» anual que se hace en los Presupuestos Generales del Estado al rey «para el sostenimiento de su familia y Casa», según dice la Constitución en su artículo 65. Este año han sido 8,43 millones de euros, unos 1.400 millones de pesetas. La Carta Magna añade que el rey «distribuye libremente» esa cantidad, y quizás se ha interpretado ese «libremente» en la Zarzuela como sinónimo de «opacamente», porque de su distribución no tenemos los ciudadanos ni el más mínimo detalle en los 33 años que lleva vigente la Constitución. ¿Cuál es el salario del rey? ¿Y el del príncipe? ¿Tiene un sueldo anual fijo la infanta Cristina y un variable según el número de actos oficiales de la Casa Real en que intervenga? ¿Y su marido, Iñaki Urdangarin, que como ha puntualizado la Casa sigue siendo miembro de la Familia Real? ¿Hay dos gestiones y contabilidades en la economía de don Juan Carlos, una con el patrimonio y los ingresos personales de origen privado y otra con la cantidad global que le asignan los Presupuestos del Estado? Si las hubiera, ¿se cruzan alguna vez esas dos contabilidades? No lo sabemos.

Hace cuatro años, don Juan Carlos dio lo que parecía un primer paso de transparencia. Nombró interventor de las cuentas de la Casa a Óscar Moreno Gil, 72 años entonces, un ilustre jubilado experto en Hacienda Pública y contabilidad (y en óptica, dicen que todo lo mira con lupa) para que le llevara la gestión económica, financiera, presupuestaria y contable de la Casa Real. Pero llamarle interventor es demasiado, porque no rinde cuentas públicas a nadie. Seguimos sin saber no ya los detalles de la fortuna privada del rey sino ni siquiera cómo se distribuye la «cantidad global» que se le asigna al jefe del Estado con los impuestos de los ciudadanos.

En pocas semanas, salvo sorpresa, Urdangarin va a ser formalmente imputado por posible malversación de fondos públicos y otros delitos en el caso Palma Arena. En la investigación judicial se sabrán, previsiblemente, muchos detalles de sus finanzas personales y de las de su esposa, la infanta Cristina. El rey debería adelantarse y hacer públicas las cuentas de toda la Familia Real, o al menos todas aquellas partidas que tengan su origen en fondos públicos.

Un yerno que echó del reino al suegro

Los yernos han dado algún juego en la historia reciente de España.
Al de Franco, Cristóbal Martínez Bordiú, marqués de Villaverde, le llamaban Yernísimo como a su suegro Generalísimo. Fue el primer cirujano español que hizo un transplante de corazón, pero algunos pacientes rezaban por no caer en sus manos. En 1982, ya muerto Franco, fue suspendido durante cinco años de empleo y sueldo como jefe del Departamento de Cirugía Torácica y Cardiovascular del hospital público Ramón y Cajal, de Madrid, tras fallecer un paciente en el centro.

El yerno de Aznar, Alejandro Agag, hizo rutilante carrera política jovencísimo, antes de ser yerno, y después carrera empresarial en las carreras de coches y en el mundo mundial de las relaciones públicas. Pero probablemente fue su boda casi de Estado en el Monasterio del Escorial con Ana Aznar Botella, su entronización como yerno -con Correa el de la Gürtel de testigo, según reparamos después-, lo que le costó a su suegro la primera gran brecha de impopularidad.
Los logros de Martínez Bordiú y los de Agag se pueden quedar cortísimos al lado de los de Iñaki Urdangarin, yerno del actual jefe del Estado.
Yerno es una palabra resultona. Buscas en los diccionarios y te encuentras joyas. No solo ha dado superlativos muy celebrados, como el Yernísimo de antes, sino incluso refranes premonitorios: «amistad de yerno, sol de invierno», recoge Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española, que acaba de cumplir 400 años.

La palabra es mucho más antigua. Entró en el castellano quizás en la Alta Edad Media, y en el siglo XIII la utilizaba Alfonso X en su General estoria, en este curioso pasaje:

«…la enbidia te estorua aty todo esto & las gentes que tu conqueriste a duro pasaras que danno non tomes por ello por firme lo ha judgado el yerno de echar del rreyno al suegro».

Alfonso X, antecesor en el trono de Juan Carlos I hace unos 750 años, hablaba en su texto de la antigua Roma, creo.

Los tres golpes del 23-F

Os recomiendo vivamente Anatomía de un instante (Literatura Mondadori), la crónica-ensayo en la que Javier Cercas (recordaréis Soldados de Salamina) relata, disecciona y analiza desde todos los puntos de vista posibles el poliedro del 23-F. Yo la comencé el pasado miércoles con desgana (del golpe de Armada, Milans y Tejero parecía ya casi todo dicho) y he leído con voracidad creciente sus más de 400 páginas.

El instante del título es el de las 18.23 horas del 23 de febrero de 1981, cuando, tras la entrada en el Congreso de los Diputados, pistola en mano, del teniente coronel Antonio Tejero, sólo tres hombres, Adolfo Suárez, el general Manuel Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo, se niegan a lanzarse al suelo y a ocultarse bajo el escaño, pese a que los guardias civiles de Tejero se lo ordenan entre tiros.

Quizás lo más interesante del libro de Cercas sea una teoría y una acusación.

La teoría: No hubo un golpe de Estado sino al menos tres golpes.

Escribe Cercas en la página 271:

«Tejero estaba contra la democracia y contra la monarquía y su golpe quería ser en lo esencial un golpe similar en el fondo al golpe que en 1936 intentó derribar la república y provocó la guerra y después el franquismo; Milans estaba contra la democracia, pero no contra la monarquía, y su golpe quería ser en lo esencial un golpe similar en la forma y en el fondo al golpe que en 1923 derribó la monarquía parlamentaria e instauró la dictadura monárquica de Primo de Rivera, es decir un pronunciamiento militar llamado a devolverle al Rey los poderes que había entregado al sancionar la Constitución y, quizás tras una fase intermedia, a desembocar en una junta militar que sirviese de sustento a la Corona; por último Armada no estaba contra la monarquía ni (al menos de manera frontal y explícita) contra la democracia, sino sólo contra la democracia de 1981 o contra la democracia de Adolfo Suárez, y en lo esencial su golpe quería ser un golpe similar en la forma al golpe que llevó a la presidencia de la república francesa al general De Gaulle en 1958 y en el fondo a una especie de golpe palaciego que debía permitirle desempeñar con más autoridad que nunca su antiguo papel de mano derecha del Rey, convirtiéndole en presidente de un gobierno de coalición o concentración o unidad con la misión de rebajar la democracia hasta convertirla en una semidemocracia o en un sucedáneo de democracia. El golpe del 23 de febrero fue un golpe singular porque fue un solo golpe y fueron tres golpes distintos: antes del 23 de febrero Armada, Milans y Tejero creyeron que su golpe era el mismo y esta creencia permitió el golpe; durante el 23 de febrero Armada, Milans y Tejero descubrieron que su golpe era en realidad tres golpes distintos, y este descubrimiento provocó el fracaso del golpe. Eso fue lo que ocurrió, al menos desde el punto de vista político; desde el punto de vista personal lo que ocurrió fue todavía más singular: Armada, Milans y Tejero dieron en un solo golpe tres golpes distintos contra tres hombres distintos o contra lo que para ellos personificaban tres hombres distintos, y esos tres hombres -Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo: los tres hombres que habían cargado con el peso de la transición, los tres hombres que más se habían apostado en la democracia, los tres hombres que más tenían que perder si la democracia era destruida- fueron precisamente los tres únicos políticos presentes en el Congreso que demostraron estar dispuestos a jugarse el tipo frente a los golpistas. Esta triple simetría forma también una extraña figura, quizás la figura más extraña de todas las extrañas figuras del 23 de febrero, y la más perfecta, como si su forma sugieriese un significado que somos incapaces de captar, pero sin el cual es imposible captar el significado del 23 de febrero.»

La acusación: los responsables directos fueron los golpistas, los condenados luego en el juicio y muchos otros militares que ni siquiera fueron juzgados. Pero los responsables indirectos fuimos un poco todos. Los irresponsables miembros de la UCD -el partido de Suárez-, de la AP de Manuel Fraga y del PSOE de Felipe González que conspiraban desde hacía meses contra el presidente Suárez y despachaban con militares como Armada de la posiblidad de hacer un Gobierno de concentración al borde de la Constitución. Los periodistas, financieros, catedráticos… que impulsaban o amparaban esas conspiraciones. Y el Rey, que despotricaba desde meses atrás contra Suárez y, consciente o inconscientemente, daba con ello argumentos y fuelle a los conspiradores. Y la sociedad española casi al completo, que reaccionó esa fría tarde al secuestro de los diputados sin apenas protestar, sin echarse a la calle, sin decirles no a los golpistas, sin ni siquiera un instante de valentía.

Cállese o dimita, Doña Sofía

Con la Constitución en la mano, el Rey no hubiera podido declarar lo que la Reina ha declarado en un libro que acaba de publicarse. Si las hubiera manifestado Don Juan Carlos, esas opiniones sobre la religión en los colegios, el aborto, los matrimonios gays o la eutanasia supondrían una vulneración de las funciones de arbitraje y moderación entre las instituciones a las que le obliga el artículo 56 de la Carta Magna.

De la Reina consorte, nada dice expresamente la letra de la Constitución en este sentido, es cierto, pero el espíritu de nuestra ley de leyes es claro: la Corona debe quedarse por encima y al margen del debate político.

No vale justificar las declaraciones de Doña Sofía diciendo que las hace a título particular. La Reina consorte no es una persona particular, vive del Presupuesto público, tiene funciones específicas que están en la Carta Magna (las de la Regencia, por ejemplo), en el Título II, dedicado íntegramente a la Corona. Tiene derecho a tener opiniones propias, desde luego, pero para expresarlas debiera salir antes de ese Título, debiera dejar de ser Reina consorte y pasar a ser Sofía a secas, debiera dimitir (si es que hubiera manera de hacerlo). O debiera callarse.

¿Por qué no se calla, Majestad?

Don Juan Carlos está últimamente suelto de lengua, cosa insólita hasta hace poco en su larga trayectoria como Jefe del Estado. Ayer, antes de la final de una competición que lleva su nombre, el Rey se mostró a favor de uno de los contendientes, el Getafe, y se quedó tan ancho.

Yo soy desde pequeño aficionado del otro contendiente, el Valencia, y, aunque también desde pequeño nada monárquico, me molestó ese comentario del Jefe del Estado, como imagino que molestó a muchos valencianistas.

«El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones…», dice el artículo 56 de la Constitución.

Ya sé que fue una anécdota. Ya sé que, aunque es la mayor pasión colectiva de los españoles, el fútbol no figura entre las instituciones del Estado, ni siquiera cuando una competición lleva el nombre de Copa del Rey, pero, Majestad, Señor, ¿por qué no se calla cuando en liza estén dos equipos españoles?

El Príncipe no dirá: «Quiero reinar»

El próximo miércoles el Príncipe cumple 40 años, una edad a la que muchos de sus antepasados ya eran reyes, pero el heredero no va a aprovechar la onomástica para decir que tenga prisa por reinar. Al menos, no lo dirá en público: Don Felipe celebrará el cumpleaños en la intimidad, no tiene previsto ningún acto público con ese motivo.

Hace poco más de tres semanas, el Rey sí celebró en un acto público (una cena con casi 500 personalidades) su 70 cumpleaños, y en el discurso dijo esto: «Siento renovada determinación de seguir trabajando como Rey con la misma pasión y entrega», que es una manera de decir que va a seguir reinando, que nada de nada de abdicar. El Príncipe, que estaba delante y avisado, dijo antes en su intervención: «El Rey sigue lleno de vitalidad y con ganas de continuar en la brecha».

Las expectativas de Felipe de reinar a corto o a medio plazo, que existían hace apenas tres meses, se han evaporado. Quienes conocen bien la Casa Real creen que, salvo deterioro físico muy profundo, el Rey morirá siendo Rey.