¡Que paren las máquinas! ¡Que paren las máquinas!

¡Que paren las máquinas! El director de 20 minutos y de 20minutos.es cuenta, entre otras cosas, algunas interioridades del diario

Cataluña, Vizcaya y el proteccionismo

Max Aub (1903-1972) es uno de los escritores más valiosos y sorprendentes de nuestro siglo XX. Hijo de alemán y de francesa, nacido en París y criado desde los 11 años en Valencia (su familia se trasladó allí tras estallar la I Guerra Mundial), dominaba nuestra lengua incluso mejor que muchos de sus contemporáneos nativos, los que entran en nuestra literatura en torno a los años treinta del pasado siglo.
Aub es prolífico, variado e innovador. Poeta, ensayista, autor teatral, sobre todo novelista. Hizo novelas de corte formal clásico (La calle de Valverde, Las buenas intenciones, la impresionante serie El laberinto mágico: seis obras sobre la guerra civil española) y otras muy diferentes, experimentales casi, de avanzadilla. Josep Torres Campalans parece la biografía de un gran pintor olvidado de las vanguardias parisinas de principios de siglo, amigo de Picasso. Entusiasmó a los críticos de arte, que se apresuraron en reivindicar a Campalans para la historia de la pintura y se deshicieron en elogios de las obras que en el libro se reproducían… hasta qué se supo que era todo una invención, una humorada de Aub, que era incluso el autor de los cuadros. Juego de cartas son docenas de naipes sueltos que por un lado tienen dibujos atribuidos a Campalans (son, por tanto, de Max Aub) y por el otro diversas misivas de distintos personajes. Barajadas antes de leer, el relato cambia en cada lectura.
Hace pocos meses, en octubre de 2013, se ha publicado otra obra sorprendente de Aub, y hasta ahora parcialmente inédita. Su monumental biografía, ensayo y entrevista larga sobre Buñuel, de quien Aub fue amigo y a quien frecuentó mucho en México, ambos exiliados tras la guerra civil. Se titula Luis Buñuel, novela, porque también tiene páginas que diríamos de ficción.
Tras varios prólogos y preámbulos, Aub arranca con una descripción de la España en la que va a nacer Buñuel muy diferente a lo que habitualmente se nos cuenta. Dice así:

El siglo XIX se entrega el gobierno de España a los agricultores. Había estado, en el XVIII, en poder de ganaderos y de incipientes industriales, pero durante los reinados de Isabel II y Alfonso XII pasó a depender de los grandes terratenientes que, para mantener o aumentar sus fortunas, no necesitan exportar. Este hecho fundamental hará que España se desinterese del extranjero y el extranjero de España. De ahí nacerá también el desvío de Cataluña y de Vizcaya, regiones industriales, para con Castilla y Andalucía, reinos agrícolas.
Sin embargo, el auge industrial de estas regiones que fundamentalmente no se oponían a la oligarquía de los terratenientes, consigue, en la última decena del siglo, una amplia protección estatal. La industria, catalana y vasca, no intentaba exportar, bastábale con el mercado interior, y en 1892, año del primer viaje de Rubén Darío a España, se promueve una reforma arancelaria que remata el encierro del país. El trigo, que en el mundo se vendía a 16 pesetas, se cobra en España a 46. La tonelada de viguetas, que en el mercado internacional valía 430 pesetas, se vende en Bilbao a 930. En Inglaterra el hierro de planchas se cotiza a 250, en España a 550. Ese mismo año de 1892, que ve el nacimiento del proteccionismo a ultranza, es el de la promulgación de las bases de Manresa -que fijan los objetivos del separatismo catalán- y el de la explosión de la primera bomba anarquista. El modernismo será otra bomba, y también en cierto modo, del mismo matiz político.
Cuando se plantea el problema del anarquismo español y se pregunta por qué Sorel y Bakunin tuvieron en España un éxito desconocido en otras partes del mundo, la contestación es sencilla y pareja de la del anticlericalismo, tan peculiar de la generación,
El socialismo y la tolerancia religiosa pueden fructificar en un ambiente donde las partes contrarias, con todas las dificultades que se quieran, logren entenderse, así sea pasajeramente. Para ello se necesita cierta transigencia, absolutamente desconocida entre los terratenientes andaluces -adargados tras la guardia civil- o los patronos catalanes. Estos aceptaron la prueba de fuerza e hicieron posible que las masas creyeran que no había más solución que el trato directo con los capitalistas, en bien y en mal, sin permitir la intervención del Estado que, lo mismo en Cataluña que en Andalucía, se mostraba decididamente de parte de los patronos». (…)

Escrito hace casi medio siglo, pero da luz sobre asuntos que debatimos aún hoy.

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