El pasado miercoles, día 22, pronuncié la conferenia inaugural del XI Encuentro de Responsables de Tecnología en los Medios de Comunicación Españoles, en Huesca, invitado por Fernando García Mongay, el principal impulsor y organizador tanto de este encuento como del prestigioso congreso de periodismo digital que se celebra en la ciudad desde hace ya 14 años. Llevaba escrito el texto que sigue, aunque le añadí sobre la marcha alguna morcilla:
«El futuro, máquinas y talento
Buenos días a todos. Gracias a la organización; gracias, Fernando, por invitarme a este acto. Gracias a todos vosotros por estar a tan temprana hora escuchándome, pese a las copas de anoche en el Edén.
Cuando Fernando me propuso pronunciar la conferencia inaugural del evento, mi primera reacción fue decirle que no. He predicado en muchos púlpitos desde hace muchos años, y ante distintas parroquias y parroquianos, pero para este foro de responsables de tecnología de medios de comunicación no parezco yo la persona adecuada.
No porque me caigáis mal, dejadme que os lo explique. No me caéis mal. En absoluto. Me caéis bien, incluso muy bien. Uno de mis hijos, el segundo, Héctor, es de vuestro gremio. Es uno de los cofundadores de Bitban Technologies, algunos de vosotros probablemente lo conocéis. No me caéis mal. Me caéis bien. Incluso los responsables de tecnología del Grupo 20minutos, algunos de los cuales están por ahí, como Fede y Fran.
Pensé en decirle a Fernando que no porque yo soy un tecnoignorante notable y un tecnogarras sobresaliente. Yo soy uno de esos usuarios vuestros que da mucho la lata. Un coñazo, vaya. Uno de esos que llama cada poco al teléfono interno de sistemas, en nuestro caso el 646, porque la pantalla no se enciende… y era porque no le había dado a uno de los botones o porque la señora de la limpieza había soltado un cable. Uno de esos usuarios que lo único que sabe, cuando tiene un problema con el móvil o con la tableta o con el ordenador… es eso de que hay que reiniciar.
Soy además un tecnogarras o un tecnogafe, todo se me rompe. Tengo una mala suerte histórica con la tecnología. Hace muchos años, cuando trabajaba en prensa financiera, me dio un pronto no sé si bancario y me compré un BMW –uno pequeño, eh, uno casi barato-, y me pasó de todo con aquel coche. Un día de calor africano, conducía por la sierra de Madrid y se activó él solo el limpiaparabrisas y no había forma de pararlo. Ya echaba casi humo el cristal, ya estaba a punto de estallar el cristal de tanto frotar en seco la escobilla, cuando me armé de valor, paré en el arcén, me estudié el libro de instrucciones, salí, abrí el capó, quité un fusible y logré parar al limpia. Claro que unos pocos minutos después comenzó a llover torrencialmente, era una de esas tormentas tremendas de las tardes de verano, y tuve que parar de nuevo en el arcén, volverme a bajar y, calándome hasta los huesos, empapándome de agua, volví a poner el fusible, para que el limpiaparabrisas funcionara y pudiera seguir el viaje.
Unos días después, el elevalunas de la puerta del conductor se me paró a mitad de camino, y no hubo manera de volver a subirlo ni a bajarlo, y desde aquel día aparcaba pegadito a una pared ese lado del coche, para que no me lo robaran. Y otro día iba desde Madrid camino de Burgos, y escuché a lo lejos una sirena que parecía de la Policía y le dije a mi mujer “¿llevas el cinturón, que viene la Policía?», y ella dijo, «sí, lo llevo puesto, pero qué Policía ni qué gaitas, si la carretera está desierta…». Y no, no era la Policía, era la alarma de mi condenado coche, que había saltado ella sola e íbamos armando por la carretera un cirio que ni los bomberos… No hubo otra manera de desactivarla que aparcar en el arcén, bajarme, abrir el capó y quitar el fusible correspondiente.
Después de aquel tercer atentado, en el concesionario me dijeron que eso le pasaba a un coche de cada 100.000, y que no tenía arreglo, así que lo vendí barato y me compré un utilitario.
En resumen, que soy un tecnogafe. El primer iPhone que tuve me salió también el más tonto de su promoción, y lo devolví y me pasé a un modesto Nokia o a una Blackberry, ya no me acuerdo. Luego reincidí en el iPhone, pero hace dos meses mi flamante iPhone se tiró un día al cuenco del agua de mi perra Manila, y aunque lo rescaté de inmediato y los de Sistemas de 20minutos lo secaron con mucho cuidado, no sé si envolviéndolo en arroz, funcionaba de aquella manera, y llamaba a quien no quería llamar y mandaba WhatsApp y sms donde no debía y tuvimos que cambiarlo. Y el tercer iPhone, este que tengo ahora, se intentó suicidar la semana pasada, se tiró al suelo desde un sofá en un descuido de mi codo, y tengo rota la pantalla.
Total, que como soy un tecnoignorante y un tecnogarras, pensé en decirle que no a Fernando, y no venir a Huesca con vosotros, pero me decidí finalmente y le dije que sí porque vi en uno de sus correos que tendría que hablar 20 minutos, y no era cosa de desperdiciar esta ocasión de hacer branding, de hablar de 20 minutos. Pero no, estad tranquilos, no he venido a hablar de 20 minutos ni de mis libros. Vengo a hablaros de periodismo y de tecnología, o mejor dicho de la relación entre el periodismo y la tecnología.
Como todos sabéis, el periodismo, la comunicación, están en uno de los momentos de transformación más relevantes de su ya larga historia. Probablemente, en el momento más crucial, en el más transformador, en el más crítico. ¿Y por qué, qué es lo que nos ha llevado a esta situación? La tecnología. La revolución tecnológica en medio de la cual estamos metidos desde hace un par de décadas está transformando radicalmente el mundo en que vivimos y los hábitos y modos de vida de todas las personas. Las cosas grandes y las pequeñas, las centrales y las laterales, las relevantes y las anecdóticas. Nadie se informa, se relaciona, se entretiene, compra o se enamora hoy como lo hacía hace 5, 10 ó 20 años. Y, atención, todos tenemos la sospecha, o casi la certeza, de que los cambios no han hecho más que empezar. Todos sospechamos que en 5, 10 ó 20 años las cosas serán diferentes de nuevo, diferentes a lo que son ahora.
Estamos viviendo un proceso de cambios al que no se le ve el final, quizás porque no lo tenga. El cambio continuo, permanente y sinfín quizás sea el estadio natural en el que estamos entrando, el nuevo signo de nuestro tiempo, y, si así fuera, la adaptación continúa, constante y sinfín es lo que nos tocará vivir. Cambios tecnológicos y sociales y adaptación rápida. Hora a hora, día a día, mes a mes, año a año… y para siempre.
En mi opinión, no tenemos que ver ese vertiginoso proceso de cambios como un problema, como una maldición, sino como una solución, una oportunidad. No es el final del periodismo, ni el final de la comunicación, como dicen o temen algunos colegas. Es –en mi opinión- lo contrario, es una oportunidad para hacer mejor las cosas; para ejercer mejor nuestro oficio; para llegar mejor al público; para aumentar el pluralismo, la biodiversidad informativa, los formatos, los productos… ¡Todo!
Hay una frase que cito mucho cuando hablo en público de estas cosas, una frase de Charles Darwin de hace ya siglo y medio que creo que se puede aplicar muy bien a lo que nos está pasando. Dice Darwin, en su libro El origen de las especies, que, cuando un hábitat cambia de manera súbita y profunda, no sobreviven las especies más grandes ni las especies más inteligentes, sino solo aquellas especies que son capaces de adaptarse al cambio de hábitat. Apliquémoslo a lo nuestro, a la comunicación, al periodismo, a los medios, a las empresas de medios. La revolución tecnológica está cambiando profunda y radicalmente nuestro hábitat, luego nuestra obligación y nuestra responsabilidad, si queremos seguir haciendo periodismo y comunicación, es adaptarnos cuanto antes a ese nuevo hábitat.
Vosotros, los técnicos, los que estáis justo en el centro de la espiral del cambio de hábitat, podéis ayudarnos mucho a los periodistas en ese trance, en ese viaje, en esa transformación. Os necesitamos más que nunca. Necesitamos que informáticos, telecos, expertos en redes y sistemas, desarrolladores, programadores… nos expliquéis las nuevas herramientas, nos contéis diáfano y claro las nuevas posibilidades que tenemos, los nuevos campos que se nos abren. Os aconsejo incluso que de vez en cuando os quitéis los cascos y salgáis de las peceras y os sentéis entre los redactores, en medio de la redacción. De vez en cuando o de modo permanente. A escuchar y a hablar, a compartir conocimiento y experiencias.
La técnica, la tecnología, nos está permitiendo a los periodistas mejorar mucho nuestra capacidad de generar información, de innovar, de crear nuevos géneros, de ensayar nuevos registros… y vosotros tenéis que ser un acelerador en esos procesos, no un freno o un elemento inerte. La suma de la tecnología que ponéis vosotros y del talento que ponemos todos, los técnicos y los periodistas, es la clave del futuro.
Permitidme otro consejo, otra petición. No os comportéis con nosotros como el brujo de la tribu, que administra sus secretos sin intentar compartir ni siquiera lo básico con el paciente. Los periodistas por lo general somos de letras, quizás no tengamos el cerebro tan bien estructurado como vosotros, pero creedme que queremos aprender, y que os prestaremos toda la atención si nos explicáis bien las cosas. Tened paciencia con nuestras duras molleras, con nuestro desorden. Nosotros también prometemos enmendar algunos de nuestros errores clásicos. Prometemos prueguntaros cuánto tiempo se necesita para hacer una nueva funcionalidad o una aplicación, en lugar de empecinaremos en que tiene que estar en tal fecha sí o sí. Prometemos tratar de entender que algo que parece sencillito, casi trivial, quizás sea muy complejo. Prometemos, en fin, que habrá una comunicación más directa entre redacción y tecnología. ¡Aunque algunos os rompamos los aparatos!
Una cosa más, abundando en lo mismo, y ya casi acabo. Llevo treintaytantos años de periodista, veintimuchos de ellos en diarios. 20minutos es mi sexto diario, antes he trabajado en Diario 16, El Sol, Claro, Cinco Días y El País, casi siempre de jefe medio o alto. Hace casi tres décadas, cuando nos llegaron los primeros MacIntosh y el QuarkXPress y en los diarios se empezó a dar mucha importancia a la puesta en página, al grafismo, a la infografía, al diseño, a la maquetación, muchos periodistas por un lado y muchos diseñadores y maquetadores por otro se divorciaron y se distanciaron, se pelearon de modo lamentable.
Estos acusaban a aquellos de no darle importancia a su trabajo, a su innovación, a su mejora del continente, y los primeros, los periodistas, acusaban a los segundos de tratar de imponer la preeminencia del continente sobre el contenido, del cómo sobre el qué. Como se decía mucho entonces, era la implantación de “la dictadura del maquetariado”. Fue un error, un error flagrante por ambas partes. Los medios que lo cometieron avanzaron en sus mejoras mucho más despacio que los otros, que los que tenían a los dos colectivos integrados, acompasados, colaborando. Ahora no podemos volver a cometer aquel error. Ni los periodistas ni los técnicos. No ha de primar ni la soberbia intelectual de los primeros ni la dictadura del digitariado de los segundos. Juntos, entendiendo cada uno de los colectivos la importancia del otro, avanzaremos mucho más deprisa. Juntos, no solo sumamos: ¡multiplicamos!
¡Gracias!»