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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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El valor de no hacer (casi) nada

Vaya por delante que este post no pretende ser una crítica arquitectónica sesuda y versada, pues no tiene cabida en este blog.

Vaya también por delante como ya expresé en el anterior post que aún comprendiendo que todo es mejorable, tengo muchas dudas sobre la necesidad y la oportunidad de remodelar la puerta del Sol, no solo por lo funcional sino por lo simbólico, tanto de la plaza como del momento que vivimos.

sol

Pero igualmente tengo la necesidad de felicitar al autor del proyecto ganador, el estudio de Linazasoro & Sanchez por el valor que han demostrado al huir de grandes actuaciones y planteamientos onanistas donde se reconociese al autor o se buscase la sorpresa y el impacto. Comprendo que una plaza que algunos por las redes ya han calificado de desértica y estéril no goce de la aprobación general en un principio, y me encantaría poder ver otras propuestas que las dos que nos han enseñado en los medios pues seguro estoy de que las habría de gran calidad.

Sin embargo, la delicadeza de los autores al decidir únicamente reordenar determinados elementos y primar un espacio abierto en una plaza que como reflexionaba el otro día, tiene tantos condicionantes de circulación que la convierten en un espacio de direcciones infinitas sin buscar una actuación que varíe sustancialmente un espacio que funciona casi por si mismo y por sus propias dimensiones, y huir del recurso fácil de un arbolado que la haría impracticable y restaría importancia al entorno existente, y de la manida solución de los toldos, que junto a los palets reciclados son a la arquitectura lo que el cantajuegos a la música, es bajo mi punto de vista un acierto cargado de valentía y sabiduría.

Acabo de escribir los dos párrafos más cercanos a la crítica que pienso escribir en mi vida y ya me estoy avergonzando de ellos – con razón, diréis y no os llevaré la contraria- pero tras la reflexión del post anterior me parecía un tanto cobarde no expresar mi opinión sobre el fallo del jurado, un tirar la piedra y esconder la mano que me avergonzaría más.

Nota del arquitectador: Vaya por delante que no conozco a los autores más que por su obra y que este post no está patrocinado por ellos, pero en este mundo en el que de una forma u otra todos quieren destacar, actuaciones leves que modifiquen sin alterar son muy de agradecer a veces.

Solo podíamos terminar así el 2013: demoliendo

Un año como éste sólo podía terminar de una manera.

Ayer recibí una llamada para aceptarme un presupuesto. De un proyecto. Del proyecto de la demolición de un edificio.

Me parece tan alegórico a tenor del año que hemos tenido que casi estoy por no escribir ni una linea más hasta el 2014. Ya recordaba ayer mismo este diario que los visados habían caido un 24% y van ya siete años consecutivos de descensos. Para mayor alegría de los hijos de padre desconocido que se alegran de que el sector esté por los suelos y pregonan las enormes cantidades de dinero que hemos ganado (¿¿¿???) cuando sí que teníamos trabajo, no solo bajan los visados de la obra nueva, sino que las reformas, ampliaciones y rehabilitaciones descienden también en el número de visados, empeñándose en llevar la contraria a esa voz en off que pregona en noticieros y emisoras desde hace veinte años (que yo recuerde), que el futuro del sector está en la rehabilitación.

Pero cuidado, no despidamos a este simpático y juguetón 2013 que hemos dejado envejecer, maldeciéndolo con ira. Seguimos vivos, boqueando en la superficie del agua mientras unos pocos peces gordos disfrutan allá abajo en las profundidades de alguna sima o una poltrona de un banco. Y eso es motivo de alegría. Al fin y al cabo, a Di Caprio se le veía mejor cuando corría desesperado por los pasillos del Titanic que poco después, cuando  la Winslet le colmaba de amor pero no le dejaba ni un centímetro del puto tablón salvador. Y si en este final del año el agua está fría y no tenemos tablón al que asirnos, el 2014 puede que incluso sea menos cálido.

Escena de la pelicula Titanic (Paramount Pictures)
Escena de la pelicula Titanic (Paramount Pictures)

Yo, que soy de natural protestón y me gusta un golpe en la mesa más que una mayoría absoluta al presidente de mi comunidad de vecinos, -¿o era un país?- voy a empezar el año piqueta en mano, derribando, demoliendo, golpeando y apretando los dientes y mirando adelante, no vaya a ser que a base de tanto quejarnos no veamos algo bueno que nos pase por los ojos.
Por ejemplo una demolición.

Buen año 2014.

Nota del arquitectador: Es la última nota del 2013 y como cada año quiero terminarlo con la misma frase: cuidado, que eso son los cuartos.

 

Arquitectura y especialización: si Fernando Alonso corriese con un prototipo cada carrera

En la mayoría de los sectores la industrialización y la automatización de procesos se implantó a lo largo de todo el siglo XX, fundamentalmente en su segunda mitad, acelerada por el encarecimiento de la mano de obra, la especialización del trabajo y el desarrollo tecnologico.

En el sector de la arquitectura y construcción por supuesto que tambien lo hizo, pero en un grado infinitamente menor del resto de ámbitos laborales, y a años luz de los procesos industriales a pesar de que ha sido el sector que más recursos humanos y materiales ha requerido y tambien el que más ha influido en el producto interior bruto del pais durante muchos años.

Un trabajador de la construcción FOTO EFE/ARCHIVO

Lejos de hacer un análisis de ello, sí que me atrevo a lanzar al aire algunos de los motivos que creo que han influido en ello:

  • La dificultad para establecer un producto homogéneo. En nuestro país es difícil hacer dos obras iguales por razones climatológicas, urbanísticas, y desde luego sociales. Nadie quiere tener una casa igual al vecino de la parcela de al lado y la personalización de nuestro hogar es nuestra bandera.
  • A partir del punto anterior cada proyecto, cada obra es un prototipo. Un ejemplar único en el que acumular errores. Imaginemos que Fernando Alonso corriese con el primer coche que saliese de la factoría Ferrari cada año, no hubiese oportunidad de realizarle las mejoras oportunas, y en cada carrera tuviese que correr con un coche distinto en el que solo pudiesen aplicar algunas de las correcciones de coches anteriores. Eso es lo que sucede en nuestros proyectos y en nuestros edificios.
  • El cambio constante de equipos de trabajo. Imaginemos que ese hipotético bólido rojo del piloto astur además estuviese diseñado para cada carrera pero construido por técnicos y mecánicos diferentes en cada una de ellas. En nuestros proyectos de edificación, al margen de que puedan estar diseñados por distintos autores, cada uno de estos ha de trabajar con equipos distintos de ingenieria o construcción en según que obra, por razones económicas, de interés del cliente, etc. Cada comienzo de una obra es un nuevo comienzo de curso en el que volver a explicar, contar, hacer nuevos amigos, irreconciliables enemigos…un engrase continuo de maquinaria que justo cuando está puesta a punto, aproximadamente al final de las obras, se desmonta y sus piezas y engranajes se reparten por otros lugares y obras para poder empezar de nuevo en un nuevo edificio.
  • La atomización y falta de especialización del sector de la edificación es un clásico. La mayoría de las empresas especializadas no pueden asumir una plantilla más allá de cinco personas que además tienen un alto nivel de rotación por los altibajos del sector. Esto hace prácticamente imposible la formación y la especialización.
  • Sería absurdo pensar que los mecánicos que llevan las ruedas de Fernado Alonso no tienen ninguna preparación. Estoy seguro de que tienen una formación de alto nivel en su trabajo y que a pesar de lo que se pueda pensar, transportar las ruedas, mantener su temperatura y colocarlas en el lugar y momento preciso no es una tarea nada fácil, ni carente de ciencia. En el sector de la construcción, la formación específica de los trabajadores es NULA. Se llega a un oficio por el aprendizaje mientras se realiza, quedando todas y cada una de las primeras labores ejecutadas (lo que serían las practicas del aprendiz en cualquier otro sector) en la pared de una futura oficina, el pilar de un edificio de veinte plantas o la pared de tu cocina.
    Al hilo de esto se ha hablado mucho sobre la formación y acreditación de los trabajadores de la construcción, pero en la práctica solo se ha aumentado la burocracia y se han puesto palos en la rueda del avance del sector.

No son las únicas, pero sí algunas de las que no siempre se mencionan. No estoy hoy falto de autocrítica, ni mucho menos. La labor de proyectistas y directores de obra y ejecución merece una revisión sin duda, a pesar de haber avanzado muchísimo en la metodología de trabajo en los últimos años. Sin embargo no es posible que sin solucionar esos otros problemas la responsabilidad civil de nuestros números de colegiado asuma las maneras de trabajar decimonónicas de nuestros sector.
Y aquí es donde creo que la administración debería tener un plan global de mejora de un sector que ha pagado las nóminas del país durante décadas y que más tarde o más temprano, volverá a hacerlo. Esperemos que cuando llegue el momento, podamos hacerlo mejor.

Nota del arquitectador: En una de las obras en las que participé, un promotor hablaba de que no contrataría a un arquitecto novel porque tampoco dejaría que le operase un cirujano principiante. Me quedé pensando si el buen hombre sabría que su edificio lo habían construido albañiles, encofradores, y yeseros nobeles, sin importarle para nada.

Las típicas anécdotas de obra (IV)

Pensaríais que ya había terminado con el anecdotario. Ay pequeñuelos, ¡cuán errados estáis!

En la obra no se mea

Ya os he hablado en alguna ocasión de dos fenómenos que he tenido la ocasión de ver en las obras: el primero es la afición de todo trabajador de una obra sin importar el grado y la condición a acercarse a los pilares con la aviesa intención de orinarlos, quizá por ver si crecen con semejante aporte de nutrientes o al menos para que estén suaves gracias a la urea. El segundo es de una compañera que tuve de ayudante mía en una obra. La muchacha, rubita con ojos azules gustaba de dirigirse a los operarios con la voz de Malamadre.
Un día ambos fenomenos se aliaron para ofrecerme una de las escenas más rocambolescas que he podido presenciar. El mismisimo Benny Hill hubiese disfrutado viendo a mi rubicunda compañera dar vueltas dando voces alrededor de un pilar tras un operario que -miembro en mano- intentaba por todos los medios terminar la faena sin ser observado o amputado, pues en aquel momento ninguno sabíamos de las intenciones de la fierecilla en cuestión. Ese día yo supe que no podría volver a reir tanto y el operario que jamás hay que miccionar fuera de los servicios de la obra, que haberlos los había.

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La potencia del círculo
Sucedió que mientras estábamos un grupo de técnicos en una visita de obra, el arquitecto director, un anciano venerable, catedrático y muy considerado en la profesión se paró de repente en el patio central del edificio, una suerte de claustro circular de más de 30 metros de diámetro y de repente, mirando hacia el cielo abierto, espetó con tono de admiración:

-«¡… la potencia del circulo!»

Todos a su alrededor, que andábamos preocupados por temas mucho más mundanos, por ejemplo como terminar aquel círculo que no acababa de estar definido y que nos estaba volviendo locos, soltamos un gruñido de aprobación y bajamos la cabeza no fuera que nos fuese a preguntar si entendíamos lo que decía.

Desde entonces, no hubo día que no pasase por aquel patio sin recordar aquella frase. Años despues volvía por allí y observé unas cuantas fisuras consecuencia de aquellas indefiniciones pertinaces que no terminaban nunca de aclararse. No pude sino ponerme en el centro de aquel patio y gritar:

¡Me cago en el círculo!

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Las vacaciones son sagradas

Mi segundo jefe era un tipo peculiar. Justo cuando entraba en modo paternalista y bajabas la guardia te metía un sablazo o te hacía un desplante. Tardabas tiempo en acostumbrarte. Un día me dijo:

-Miguel, en esta empresa las vacaciones son sagradas – y cuando yo ya estaba pensando en irme, remató- ¡No las toca ni Dios!

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Los toros y la construcción

El mismo individuo, que solo venía a la obra a que le diéramos el parte o a que un peón le lavase el coche -era el año 1991, las cosas han cambiado mucho afortunadamente- un día al final de la obra se presentó y me preguntó si tenía chatarra. Entonces la chatarra que se iba acumulando durante toda la obra, fundamentalmente en la fase de estructura en la que hay muchos despuntes de acero, se vendía a un chatarrero y con lo que sacábamos se hacía una comida para el personal. Yo guardaba aquellos montones de ferralla oxidada como la virtud de mi hermana.

Pues sí, tenemos bastante, hemos guardado hasta el último despunte- dije muy orgulloso de ser tan precavido.

-Estupendo, mañana mando un camión que lo vamos a vender para comprar las entradas de los toros de San Isidro.

Huelga decir que en mis obras ya nunca más había chatarra, eso sí, nadie sabe cómo al final hacíamos una comida en la que nadie ponía un duro. Faltaría más.

Nota del arquitectador: Lo que más me molestó fue que lo gastaran en entradas para el absurdo y cruel espectáculo de los toros, imagen ancestral de un país que parece resistirse a avanzar en los derechos de los animales.

Mohawks. Los indios que carecían de vértigo y construían rascacielos ¿o no?

Soy un escéptico, no por naturaleza, sino por los años vividos. Lo soy de una forma constante, cansina, pertinaz y a ratos patológica. Esto me lleva a dudar de todo lo que oigo y en la mayoría de las ocasiones hasta de lo que leo, sobre todo en estos tiempos que corren en los que gracias a Internet, hasta un tipo como yo puede ir escribiendo por ahí  libremente.

El caso es que ayer, mientras observaba una foto que una compañera de profesión (gracias Carmen) colgaba en facebook sobre unos operarios que caminaban sobre las vigas de un edificio en construcción de la Gran Vía de Madrid a primeros del siglo pasado, recordé las veces que había oído hablar sobre la tribu india que carecía de vértigo por una cuestión genética, y cuyos individuos fueron en su mayoría trabajadores de los grandes rascacielos de Nueva York. La cosa, desde mi incrédulo espíritu, siempre me sonó a chino más que a indio y anduve paseando por la red a ver si encontraba alguna fuente fiable, que pudiera confirmarlo. Lo cierto es que solo he encontrado algunos blogs en los que se menciona el asunto y de manera un tanto pasajera, y un libro de Eric Darton en el que cuenta la historia y la da por cierta, hablando incluso sobre como estos indios se comunicaban de un edificio a otro con señales de humo, lo que me despierta aún más dudas.

Siempre me he preguntado si lo hicieron para la foto o lo hacían a diario.

Sin embargo, según me cuentan amigos cercanos, existen algunas etnias en lugares del planeta a las que determinadas dolencias no afectan o lo hacen con una incidencia estadísticamente muy inferior al resto de la población, y aunque no se conocen las causas exactas, la realidad se rinde a la genética, por lo que es posible que una tribu de indios, en este caso los Mohawks, esté mejor habilitada por su propia naturaleza para caminar a grandes alturas sin necesidad de que su esfínter haga el vacío, como lo hace el mío solo con mirar las fotografías.

Lo cierto es que desde el punto de vista del que se gana la vida con este oficio de la construcción, esas famosas instantáneas de Charles Ebbets, en las que vemos temerarios obreros de edificios como el Rockefeller Center, almorzar, caminar, dormir y posar con naturalidad sobre el vacío, sobrepasando la temeridad, son como el recordatorio de tiempos pasados, que desde luego no fueron mejores y que -bajo mi punto de vista- deberían llevar debajo el cartel de «nunca mais».

Por cierto, en todas las fotos que he estado viendo, los operarios tienen pocos rasgos indígenas, más bien son caucásicos de la subespecie rubicunda, e incluso el propio Ebbets, aparece en algunas haciendo el número de la cabra sobre gárgolas, vigas y pescantes con gran prestanza y naturalidad, lo que no ayuda a confirmar esta historia que me corroe.

Nota del arquitectador: Ahora es cuando os preguntáis si estos operarios también se tomaban un sol y sombra o una copa de castellana con hielo a las siete de la mañana antes de entrar al tajo. Misterios que ya nunca descubriremos amigos míos. Ojalá que alguien oiga esa historia tan nuestra dentro de unos años, y le suene a inverosímil leyenda urbana.

 

La arquitectura es construcción, pero a la inversa no necesariamente

Podría deciros que el término arquitectacion llegó tras una iluminada aparición virginal y que debe su indudable chispa a la intervención divina y a un talento innato para la originalidad. Nada más lejos. El término, que surgió unos años antes de comenzar este blog, aunaba en solo vocablo la descripción de dos profesiones, la de arquitecto y aparejador y los conocimientos de dos materias, la arquitectura y la construcción.

Por todo ello, me parece oportuno que la construcción forme parte importante de lo que aquí se lea, ya que como nos han enseñado, incluso algunos programas de televisión (megaconstrucciones y algún que otro reality show de triste recuerdo), arquitectura y construcción van indefectiblemente de la mano, aunque en este caso os traiga un vídeo que sí tiene mucho que ver con la construcción, pertenece más al mundo de la ingeniería civil donde toda la obra es estructura y no hay fachadas, ni ventanas, ni obra de albañilería, ni ventilaciones, ni iluminaciones, ni usos cotidianos, ni instalaciones de habitabilidad, es decir lo que suele ser una obra de ingeniería al uso.

Una muy interesante explicación de como se construye un puente de voladizos sucesivos.

Nota del arquitectador: Reconozco todos los elementos que aparecen en el vídeo, lo cual no me faculta para construir un puente. Espero que nadie pueda diseñar edificios por el hecho de saber qué es el hormigón y vivir en uno.

¿De verdad hay que acercar la arquitectura a la ciudadanía?

Hace unos días un seguidor de twitter, compañero en la profesión de arquitecto, me decía que debía aprovechar el canal que supone este blog para acercar la arquitectura a la ciudadanía.

Yo, que no he entendido muy bien eso de que la arquitectura esté alejada de la ciudadanía, he intentado enfocar esto sin herir ninguna sensibilidad, pero me he dado cuenta de que no puede uno casarse con varias ideas a la vez y que no me queda otra que ser coherente y herir a alguien, con lo que la única solución es -ataos los machos amiguitos- hablar claro de una vez:

En primer lugar no creo que la arquitectura esté  en absoluto alejada de la ciudadanía. Lo que se ha alejado de la ciudadanía es el discurso de algunos arquitectos, unos pocos, muy mediáticos, muy persas, muy high-tech, muy de hacer maquetas con papeles arrugados, muy de ponerse pantalones dos tallas por debajo de lo que su body y el recato debido a la audiencia merece. Oiga usted, yo no estoy en absoluto alejado de la arquitectura, yo vivo en la arquitectura e incluso aspiro a vivir de ella, comer en ella, dormir en ella y -con permiso de mi señora- folgar en ella. Y como yo miles de arquitectos, menos mediáticos y menos starsystem que esos otros.

En segundo lugar y sobre la distancia entre el profesional, el arquitecto y  la ciudadanía, me remito a unos minutos de televisión nocturna que visualicé con gran desagrado el otro día, durante los cuales una barbie que había cobrado vida en modo y forma de tertuliana le espetaba a un señor que quería manifestar su experiencia personal en torno a un tema de rabiosa actualidad -algo sobre verjas, peñones y banderas, no lo pillé muy bien- que no se atreviese a llevarle la contraría pues ella, la barbie rediviva, era abogada. Ahí es ná. Ser licenciado en derecho confiere la virtud de la razón y el derecho de no ser replicado. Sin embargo son los arquitectos los que están alejados de la ciudadanía. Yo creo que no. Yo creo que soberbios y estúpidos los hay en todas las profesiones e incluso fuera de ellas, pues desgraciadamente la tontería tiene un componente genético que no se adquiere con los estudios, aunque ciertamente puede agravarse con ellos.

A este tío no hay quien le entienda, debe ser arquitecto o algo
 
 

En tercer lugar, este blog no aspira a ser un blog de arquitectura al uso. No he tenido intención nunca de hacer un catalogo de obras maravillosas por varias razones, la primera es que hay innumerables blogs de arquitectura fabulosos que ya hacen y muy bien esta tarea. La segunda es que en un blog de arquitectura no solo hay fotos de esos proyectos sino que se acaba explicando el porqué de esas arquitecturas , y yo no estoy por la labor evangelizadora y creo firmemente que si el proyecto hay que explicarlo no es tan bueno.

Y en cuarto lugar creo que decir que hay acercar la arquitectura a la ciudadanía, supone -sabrán disculparme vuesas mercedes- un gran desdén por el ciudadano, que si bien no se pasa el día divagando sobre el edificio en el que vive o trabaja, sí tiene una idea clara de lo que quiere y lo que no y de lo que le resulta agradable a la vista y al estar, al permanecer, al vivir y al habitar, de lo que es vivible, cómodo, funcional o simplemente bello. Tal vez si dejamos de tratar al ciudadano como a un niño no tengamos que acercar la arquitectura a nadie, ni siquiera a los arquitectos.

Finalmente tengo que decir que un blog tiene mucho de personal, no es un portal, no es una revista, no es texto didáctico. Es en gran medida una visión unilateral, parcial, subjetiva y como tal es engañosa y falaz. Por lo que no hagáis mucho caso de éste y de ningún otro blog, pues como me dijo un profesor una vez:

No crean ustedes, sin reflexionarlo bien, nada de lo que pone en los libros, pues yo mañana podría escribir otro que dijese lo contrario

Nota del arquitectador: Hoy todo el post es una nota del arquitectador.

 

Las típicas anécdotas de obra (II)

Durante una de las obras en las que fui jefe de obra, el arquitecto proyectista trajo a de visita a algunos de los integrantes de su estudio: jóvenes arquitectos en prácticas. Durante la comida, en la que el aparejador estuvo extrañamente callado, estuve charlando con uno de ellos con cuyo padre, también arquitecto, había coincidido yo años antes en una obra. Mientras llevaba de nuevo a la caseta al aparejador, éste me confesó que él también había trabajado con el padre del chaval pero que no había continuado la relación laboral pues había llegado a tener un affaire con la esposa del otro y madre del mozo. Tras un silencio incómodo le pregunté:

-¿Hace mucho de eso?

Se volvió a mí y con aire lánguido me soltó:

-Más o menos la edad del chaval.

Nunca más volvimos a hablar de ello.

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Durante un periodo de tiempo muy corto participé en una obra en sustitución de otro compañero que se había marchado de la empresa en la que trabajábamos. El encargado, un hombre pequeño y rechoncho, era extraordinariamente amable conmigo y siempre estaba dispuesto a ayudarme en mi trabajo.

Una mañana en la que llegué más temprano que de costumbre, descubrí la agenda del encargado encima de la mesa. Al abrirla ví que llevaba un peculiar diario con todos los «errores» y «faltas» que a su juicio había cometido el compañero al que yo sustituía, con una peculiar narración del tipo «…hoy el señor fulano ha llegado a las 9,30, no sé en que estará pensando este hombre, aún no ha encargado el cemento que le pedí la semana pasada…, luego vendrán las reclamaciones….»

El día que abandoné aquella obra sentí una extraña y placentera liberación.

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A diferencia de los hermanos Grimm, todas mis historias son rigurosamente ciertas y el que las cuenta aún vive.

En aquella misma obra, teníamos un cerrajero peculiar al que llamábamos «el presupuesto» porque todas las frases las terminaba con un sonoro «por supuesto» y todos los tajos con un presupuesto adicional que se sacaba de la manga. Uno de sus cerrajeros era un chaval magrebí bastante trabajador. Durante un par de días dejé de verle y cuando le pregunté a su encargado a que tajo le había mandado, éste me llevó aparte y me dijo que el muchacho hacía el Ramadán y me dejó entrever que tenía que esconderse a ratos en el sótano pues estaba hambriento y cansado. Nunca me atreví a preguntarle si bajaba al sótano a comer o a dormir, lo cierto es que me alegré de no tenerle en el andamio cansado y mal alimentado.

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Hice una obra bastante singular aunque de pequeño tamaño a la que le tengo mucho cariño, en la que contábamos con un par de oficiales jóvenes muy espabilados. Uno de ellos había tenido un accidente en una ocasión durante la construcción de un famoso edificio que no destaca por su verticalidad. Me contó que durante la fase de postensado uno de los cables que están a una tensión brutal se soltó dando un monumental latigazo por el aire. El muchacho, vio como todos los compañeros le miraban aterrorizados y se miró hacia el pecho comprobando que el cable le había atravesado muy cerca del corazón, de lado a lado. La velocidad del cable había cauterizado la herida por el calor del rozamiento y tuvieron que cortarle el cable por delante y por detrás del pecho, llegando al hospital con un metro de cable de acero a modo de lanza atravesándole.
El muchacho me contaba muy serio que mientras entraba al hospital caminando por su propio pie, la gente se desmayaba a un lado y otro del pasillo.

Los médicos le consiguieron sacar el cable que milagrosamente no había tocado ningún órgano vital. Si hay ángeles de la guardia, no me cabe duda de que el chico tenía uno de los buenos.

-¡Vaya suerte que tuviste ese día! – se me ocurrió decirle.

Hombre, si crees que el que un cable te atraviese el pecho es tener suerte, pues sí- me dijo tranquilamente.

Una gran lección.

Nota del arquitectador : Cuento esta historia, que no viví en primera persona, por que he visto fotografías que el equipo médico hizo en su momento, que atestiguan su veracidad, además de ser verdaderamente espeluznantes.

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He oído durante mucho tiempo historias de sexo en las obras. Me las han contado de todos los colores: con las vecinas de los bloques colindantes, con las chicas que limpian la obra al final de ésta, con la dueña del piso que reclama por una gotera y cuando vas a resolverle la humedad resulta que ……

La verdad, la única verdad que puedo afirmar es que habiendo estado muchas veces en todas esas situaciones, JAMÁS, pero JAMÁS DE LOS JAMASES he tenido siquiera la sospecha o la duda razonable de que una buena señora guapa o fea, gorda o delgada se me estuviera insinuando levemente. Pero ni de lejos, óigame usted, ni de lejos.

Y ahora que me adorna el aura de la madurez y ya esperaba cumplir mi asignatura pendiente, van y se acaban las obras…

Cagüen.

 

 

 

¿Por qué no hay grandes constructoras extranjeras en España?

Tuve la suerte de empezar mi vida laboral en este sector de la arquitectura-construcción en obras donde constructores y promotores venían de allende los Pirineos. Aprendí lo que pude de sus protocolarios sistemas de control y sobre todo de como sus principios absolutos, sus axiomas, se derretían ante nuestra anárquica organización, quedando en claro fuera de juego y recibiendo un gol en el contraataque siguiente.

Legiones de técnicos dibujaban detalles a escalas casi reales para aportar los datos a los que ejecutaban la obra, que con grácil desparpajo, lejos de leer los planos colocaban un trozo de ladrillo roto aquí y allá, bien fijado con mortero hecho a mano para conseguir algo muy parecido a aquellas formas que los técnicos-que no bajaban a la obra, pues pensaban que con dar ordenes, éstas serían cumplidas– habían pergeñado previamente.

Inevitablemente, las programaciones de aquellos hombres tecnificados, que venían de otros mundos fallaban una y otra vez y la obra se demoraba sin solución.
Aquellos pobres europeos sudaban sangre española intentando explicar a sus gerifaltes en centroeuropa porqué en este país del sur no conseguían hacer lo que antes habían hecho en otras grandes obras en remotos países del tercer mundo.

De repente un día, cambiaba todo el equipo y nuevas huestes llegaban a dominar a este histórico relevo de la famosa y pertinaz aldea gala de Asterix, reconvertido en Pepe Gotera y Otilio. Todo inútil.

Un día en una reunión de alto nivel, ante el arquitecto de la obra, los promotores y otros técnicos de todo tipo, el director de la constructora, un francés educadísimo, un auténtico gentleman, viendo la jugada que le estaban haciendo entre todos, puso sus manos abiertas en la mesa y tras enarcar como pudo una ceja, espetó:

-«…señogues, si de vegdad van a hacegme haceg eso, sincegamente, yo…ME ENFADO«.

Yo, que era el último mono de entre los muchos últimos monos que estábamos allí, supe que se la iban a liar. Un caballero en una taberna de rufianes, acostumbrados a peleas en callejones, solicitaba un duelo de honor al amanecer tras el campanario y con padrinos. Alguien lo atravesaría con una daga traidora antes del alba. Y así fue.

Todo acabó en los tribunales. Los caballeros de allende nuestras fronteras hubieron de retirarse a sus cuarteles generales y no volvieron a estas tierras.

¿No os habéis preguntado por qué, siendo las grandes constructoras del mundo francesas, alemanas….en nuestro país no hay ni una sola que haya ejecutado una obra singular?

Nota del arquitectador: _No penséis que miro la construcción española con desdén. Al contrario, ante las frecuentes eventualidades que se producen en una obra, un técnico español es – estoy convencido – más capaz de reaccionar que su homólogo europeo. Ellos están habituados a más avanzados sistemas, y nosotros más y nos movemos con habilidad en las lides procelosas de la improvisación y de la rápida toma de decisiones. Lo cual no quiere decir que no les mire con envidia en lo que nos superan.

¡Que mal se construye en España!

Se habla mucho sobre «lo mal que se construye en España», hacemos verdaderas disertaciones desde nuestra experiencia personal o simplemente desde la sensación que crece a cada asentimiento de cabeza de nuestro interlocutor, sobre lo chapuceros y tenazas que somos en nuestro trabajo y en como ha ido empeorando la profesionalidad de nuestro sector y «lo bien que se hacían las cosas antes».

Imagen de una obra de rehabilitación

Imagen de una obra de rehabilitación

Antes de que en una de esas tertulias de barra tan nuestras, alguien se levante para dejarnos en evidencia, os quiero dar algunos datos desde mi experiencia, que siendo humilde, es bastante opuesta a esta sensación general. Me explico:

-En los último 20 años se ha pasado de una formación generalista en la construcción -como en casi todos los sectores- a una especialización, que ha hecho que los profesionales del tajo hayan ganado en conocimiento de su trabajo, aunque han perdido en «cintura», en esa ibérica habilidad para solucionar entuertos con imaginación y pocos recursos. Os recuerdo que en este país hubo una receta de tortilla sin huevo en tiempos relativamente recientes.

-Las exigencias normativas han hecho que los sistemas constructivos incorporen nuevas exigencias que mejoran significativamente la habitabilidad y las condiciones de las viviendas, que es el uso del que solemos echar pestes.

-Los sistemas constructivos y los materiales han mejorado tanto en los últimos años que el salto cualitativo en nuestros edificios ha sido exponencial tanto en acabados como en confort. Baste ver una ventana de hace veinte años y la peor de las ventanas de ahora.

El número de técnicos, inspectores y controles ha aumentado de manera exponencial. Si hace veinte años era frecuente que un tajo se diese por bueno con el mero hecho de estar terminado, hoy ha de pasar por numerosos filtros y comprobaciones.

Si damos estas premisas por ciertas, ¿que ha pasado para que la sensación de que somos poco más que un Pepe Gotera se acreciente entre gran parte de la población?. Tengo algunas teorías :

La exigencia del usuario ha crecido de manera notable. La población que venía de viviendas rurales a las ciudades tenía un nivel de exigencia mínimo. En el año 60 del siglo pasado el hecho de vivir en un lugar donde el agua llegase hasta la vivienda con la fuerza necesaria, tener un baño en el interior de la casa o luz eléctrica en la vivienda, era casi un lujo. Difícilmente iban a ponerle pegas a aquella vivienda que compraron en las afueras de una gran ciudad.

La tristemente celebre publicidad que se ha hecho para vender un piso ha hecho muchísimo daño. He visto -como diría aquel replicante- cosas que vuestros ojos no creerían, viviendas a 20 km de la ciudad que decían encontrarse en el centro, he leído folletos donde decían que no oiríamos a nuestros vecinos, he escuchado anuncios que contaban como el azulejo cocido era un acabado de lujo, y he disfrutado alicatados hasta el techo y «rodapiel» en todas las habitaciones como si fuesen trajes de Armani para nuestra casa. Yo solo espero que los hijos de los que idearon estas cuñas publicitarias sean hoy arquitectos. Pobres criaturas.

-Inquilinos por el mundo también ha hecho lo suyo. Ni lo normal, ni siquiera lo bueno es noticia. La noticia, el titular, está en ese edificio que algún cabestro construyó sobre un vertedero y ahora tiene más grietas que la cara de Darth Vader. De ahí a la normalidad hay un mundo, pero tristemente eso crea sensaciones.

-Somos españoles. Lo hacemos todo mal. Eso nos encanta decirlo. ¡Por el amor de Dios, si estabamos esperando llegar a cuartos de final -de lo que fuese- con el hacha levantada! Es extensible a todo, el antichauvinismo contradictorio de siempre. Spain is diferent y en la frase siguiente, como en España en ningún sitio. Olé. Arsa.

Y por supuesto la autocrítica. Es absolutamente cierto que hay problemas endémicos en nuestras viviendas que no hemos podido solucionar desde hace mucho tiempo. Quiero escribiros algún monográfico sobre el tema, pero me la vais a liar, que os conozco:

¿Como os explico que esos suelos de madera que calificamos de lujo, están vivos y se mueven y merman y crecen y crujen y se retuercen?

¿Como convenzo a mi cliente de que la madera en la meseta castellana es un suicidio?

¿Como le explico a la señora Juani, sin picarle toda la casa, -señora esas croquetas que está haciendo deben estar de muerte- de que los olores de su vecina al cocinar no tenemos ni puñetera idea de por donde se le meten, que hemos sellado todo con kriptonita pero sigue oliendo a sardina en su armario?

¿Con que cara le digo que hemos hecho dos tabiques y puesto aislante acustico en su dormitorio, pero que cuando llegue la Yenifer -la hija del del cuarto, oigame como le ha empollinao la chica a la Maruja, que hace nada le estabamos trenzando coletas- a las siete de la mañana, clavando los tacones, va a despertarle y a dinamitarle el sueño?

¿Que postura pongo para que me crea cuando le digo que esa gotera es condensación  que le llega el moho al bigote del abuelo, que se le está poniendo verde?

¿Como puedo quedarme serio explicándole a esta gente que el hierro de su estructura dilata y no hemos sabido solucionar sus problemas de fisuración sin emplear juntas que le subiesen el precio de su casa un diez por ciento?

¿En que momento no supimos plantarnos y sentarnos hasta solucionar ese problema que se repite una y otra vez en todas las obras?

No tengo las respuestas. No todas. Tengo muchas justificaciones, pero le escuche a una clienta una vez que en la vida hay dos tipos de personas: los «esques» y los «hayques» y no me gustaría acabar perteneciendo a los primeros, aunque os aseguro que todos tenemos muchos esques para responder a estas preguntas. Por mi parte no me queda más que hacer análisis de conciencia y aseguraros para vuestra tranquilidad que hoy, disponemos de más formación, medios y conocimientos, aunque hay muchos, muchos, muchos asuntos en los que hay que mejorar. No solo los técnicos, desde el ultimo peón hasta el propio propietario.

Pero esa es otra historia y os envenenaré con ella otro día.