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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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La casa ideal para enterrar cuerpos en el sótano

Antes de que una casa muera, su vida no le pasa a toda velocidad por delante de las ventanas como si fuesen diapositivas. Sus antiguos habitantes no sienten un escalofrío cuando la bola demoledora se hunde en sus muros, la maquina excavadora la empuja sin piedad o se deshace bajo la nube de polvo que provocan los explosivos.
Salvo algunas pocas personas que viven los edificios  con entusiasmo, a prácticamente nadie le importa la demolición de un edificio si la promesa de uno nuevo esta cerca. Los edificios, nacen crecen, tienen sus goteras y mueren. Sin más.

Ideal para enterrar cuerpos en el sótano

Ideal para enterrar cuerpos en el sótano

Antes de que desaparezcan algunas casas, como por ejemplo esta que os traigo desde Mohringen, Alemania, no desde lo más profundo del monte del Destino, -¡por favor!, ni siquiera he cruzado Mordor- alguien se ocupa de vestirlos para la ocasión. Sencillos y elegantes. Negro integral. La envidia de la mansión de Batman.

En esta ocasión en una performance urbana que anunciaba su próxima defunción o más probablemente su desmontaje, su dueño, propietario de una galería de arte, lo pintó de negro quizá para cubrir como con una tela las anteriores pinturas que los graffiteros de la zona habían hecho.

Lejos de convertirse en algo funesto, a mí me parece bastante elegante, aunque algún toque que contraste con su negrísimo fondo le vendría de perlas. De perla negra.

Si la casa fue el envoltorio perfecto para el colorista Robin, antes de ser demolida pasó a ser la morada ideal del señor oscuro, y es que entre estos dos hay más de lo que cuentan.

Así estaba antes. Elegante a la par que discreta ¿verdad?

Tras su demolición, la moderna arquitectura ha llegado y aunque más colorista, debo confesar que el resultado no me resulta tan elegante como la vieja casa negra, que con sus luces y sus sombras, sobre todo con sus sombras, tenía un halo de misterio que la hacía muy acogedora. Aquí podéis ver el antes y el después de la casa y decidir cual os gusta más.

Captura

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Las típicas anécdotas de obra (I)

He tenido la suerte de conocer en las obras personajes excepcionales en los últimos veintidós años. Siempre – mis allegados lo sufren con estoica paciencia- refiero como aquel ferralla-filósofo, de nombre Arcadio, con el que tenía largas conversaciones en la búsqueda del ungüento amarillo que arreglase el mundo y pertinaz desobediente a la hora de ponerse el casco, me decía mientras se lo ponía de mala gana al recordárselo yo:

-¿Cascos? ¿cascos?….armas, Miguel, ¡armas y munición es lo que necesitamos!

El abuelo cebolleta, siempre supe que yo acabaría así.

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En una ocasión, mi compañera Virginia, entró pálida en la caseta con un libro de un filósofo alemán que soltó sobre mi mesa como si quemase, diciéndome con ironía  «lo he encontrado en la obra». Finalmente, a ultima hora de la tarde, un muchacho joven, un escayolista entró en la caseta para ver si habíamos encontrado un libro.
-…mmm, no sé, voy a ver – le dije, mientras hurgaba distraídamente en las estanterías donde reposaban, planos, papeles desordenados y carpetas polvorientas- ¿de que autor?
-De Schopenhauer-me dijo.
Le miré fijamente, abrí el cajón de mi escritorio y le ofrecí el libro. El chico dio las gracias y se marchó y aún hoy, me pregunto que habrá sido de él.

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En aquella misma obra, en la que yo actuaba como jefe de obra y a la que llegue a mitad del proceso como nuevo contratado en la empresa, pues mi antecesor se había despedido, los problemas con la arquitecta de la dirección facultativa habían sido frecuentes. El segundo día de visita y tras tratar algún que otro problemilla que venía de atrás y que conseguimos resolver, la arquitecta, le preguntó a mí jefe, delante mío, donde me habían encontrado:
-Por un anuncio en la farola* – me adelante.
Me miró, se echo a reír y no volvimos a tener problemas en toda la obra. No más de los normales, quiero decir.

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Aquella obra dio para mucho. Una mañana, el encargado de los albañiles entró furibundo en la caseta agitando los brazos por que la ayudante de obra, mi secuaz, una muchacha de apenas veinte años, le había mandado a tomar por donde amargan los pepinos en mitad del patio, donde todo el mundo pudo oírla bien. Me costo media mañana calmar los ánimos  Ahora puede parecer mentira, pero hasta hace no mucho, el que una mujer entrase a una obra a dar órdenes era para muchos comulgar con hogazas de ocho kilos. Tanto más si era una veinteañera. En numerosas ocasiones me vino muy bien el carácter de la chica, que hoy, además de buena amiga, es una gran profesional de la construcción. Cierto que no debió decirlo así, pero también es verdad que gracias a que lo dijo un día, no necesito decirlo nunca más.

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En otra ocasión, siendo yo ayudante de obra, el jefe de obra con el que trabajaba recibió a uno de los subcontratistas que venía -como siempre- a intentar subir sus precios pues afirmaba perder dinero. Mi jefe, un hombre grandote y bonachón como él solo, se levantó, miró por la ventana de la caseta y le pregunto al otro, un albaceteño rojizo y pachón:
-Oye, ese Mercedes de ahí, el que has dejado en mi plaza, pedazo de cabrón, es tuyo, ¿verdad?, pues a pedir más dinero se viene con otro coche
Y le echó de la caseta con cajas destempladas.

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En esa obra, teníamos un administrativo borrachín al que nos habían enviado en castigo para que el jefe supremo no lo viese más (palabras textuales) y cuando había visita de la alta jerarquía teníamos que esconderlo y no dejar que se fuese al bar y volviese dando tumbos. Le habían ofrecido una terapia desintoxicadora en una clínica especializada pagada por la empresa. No quiso pues decía que allí le iban a cambiar la sangre.

(continuará…..)

*La farola es una publicación que suelen vender mendigos y gente necesitada en semáforos o a la puerta de los centros comerciales.

¿De verdad crees que has estrenado tu casa?

La semana ha sido dura, hoy subo un post desengrasante, que deberías leer con atención si has comprado una casa nueva:

Sí. Has pagado la entrada. Has convencido al banco y te han dado la hipoteca. Has esperado más allá de lo que el santo Job hubiese osado jamás llegar. Y llega el gran día.

Te dan las llaves y entras en tu casa. Tu vivienda al fin. Tu pareja, con mirada arrobada y los ojos vidriosos, te mira como si fueses Superman, mientras metes la llave en esa cerradura.

Entras.

Apartas un cubo de goma viejo con el pie. Se lo habrán dejado olvidado. No importa. Tus pies van dejando la marca sobre el polvo. ¡Cuánto polvo, coño!.

Abres esa puerta del salón, que …bueno, roza un poco, no pasa nada. En cuanto limpies los churretes de los cristales esto se va a ver divino.

Esa cocina, lista para usarse. Bueno no, hay que amueblarla y poner electrodomésticos, pero no pasa nada.

El baño. Ah, el baño, ese lugar donde tan gratos e íntimos momentos pasarás. Ese baño que estrenaras sentándote con cuidado con parsimonia casi ceremonial.

¿Estrenarás?….Infeliz.

Corría el año 1984 aproximadamente cuando un allegado, siendo yo un chaval, me llevó a una obra por primera vez. Era uno de los técnicos que la dirigían. En mitad del paseo, se acerco a un tabique, aún sin dar de yeso y allí, mientras me contaba a voces el proceso de ejecución de la obra, orinó contra el tabique, cigarrillo en una mano, órgano miccionador en la otra.

Luego decidí, quien sabe por qué, dedicarme a esto.

No voy a contar más anécdotas escatológicas, al menos por hoy, pero que sepas, que apenas nada de lo que crees haber estrenado, era completamente nuevo. No digo más.

Nota  del arquitectador: Limpia cuidadosamente tus sanitarios antes de inaugurar tu nueva choza. Especialmente la bañera. Tú limpia, no pienses, ¡¡LIMPIA!!

Lo que la bola de cristal no pudo ver

Vosotros pensaréis que en la construcción todo es un proceso calculado y respaldado por unos números, y así es, podéis estar tranquilos. Aunque… algunas veces……(traveling de cámara y fundido en negro).

Esto me lo ha contado mi socio mil veces, así que os coloco en mis orejas y le pongo a él a escribir:

A lo largo de mis años de formación en el campo del cálculo de estructural, he aprendido numerosos conceptos y modelos construidos sobre una base científica en la que apoyar el diseño de las estructuras que construimos.
Normalmente dichos modelos y conceptos tienen su lógica en la obra….pero de vez en cuando todo eso se va al garete, y te das cuenta de que lo que hay bajo tus pies -o sobre tu cabeza- solo se sujeta porque Dios quiere, concepto este último que habría que buscar en libros de teología o esoterismo, más que en tratados de ingeniería.
Momentos tan místicos los descubres cuando revisando un edificio antiguo, compruebas que uno de los apoyos de la viga principal de madera está total y absolutamente podrido. Y te preocupas.
Lo que sucede al comprobar que el otro apoyo de la viga también está totalmente podrido no es preocupación, sino acojone. Dejas de dar golpes con el martillo, miras en silencio al resto de personas que están contigo, mientras telepáticamente nos preguntamos como se está sujetando el suelo que en ese mismo instante estás pisando, y lentamente  abandonas el lugar, no vaya a ser que a aquella ruinosa estructura le dé por recordar la lógica estructural y el suelo se caiga.
Con casos como este me doy cuenta de que soy un técnico sin fe.
En una ocasión comprobé como esa fe estructural puede mover montañas e incluso sujetar edificios.
Estaba trabajando en la rehabilitación de una vieja nave para instalar una discoteca, y necesitábamos quitar un pilar, pues molestaba. Ya sabemos que los pilares los ponen los arquitectos para jodernos la vida a la hora de aparcar. El caso es que la carga de ese pilar a eliminar la llevaríamos a otro pilar, ya bastante cargado por cierto. Ordené descubrir la cimentación de este último pilar para ver si aguantaría la carga y me fui para casa.
-Ring, ring
– Hola Jose Manuel, mira hemos abierto la cimentación del pilar que nos has dicho…y queremos que vengas a verlo.
Raudo y veloz me presento en obra y compruebo que la cimentación del pilar, por llamarle algo, es …inexistente. Pedí que todo el mundo saliera de la nave y ya fuera llamé al arquitecto.
-Hola Mengano, hemos abierto el pilar que queremos sobrecargar…..y….no tiene cimentación…
– Si ya me ha contado el jefe de obra, pero no te preocupes Jose Manuel… mi mujer ha consultado en la bola de cristal y dice que no se va  a caer
No estaba bromeando sobre las dotes adivinatorias de su mujer con la bola de cristal. Una carta astral que se le cayó unas visitas más adelante, y algunas amenas charlas con él me lo confirmaron.

-¿Tu ves algo, quillo? – Na de ná, chacho, será mejor calcular la estructura por el método tradicional

Mi escepticismo racionalista, me aconsejó apear la estructura, y arreglar aquel desaguisado sin contar mucho -ni poco- con las fuerzas del más allá.  
Acertó, el edificio no se cayó.
En lo que sí se equivocó fue en la carta astral, que preveía un futuro prometedor a la discoteca y sin embargo cerró al segundo mes de funcionamiento. Antes de que ni él ni yo hubiésemos cobrado nuestros honorarios.

Nota del arquitectador: Mi socio no es como yo, es un tipo muy cabal y muy serio. Podéis creer a pies juntillas todo lo que dice.

¿Cambiar? No gracias

Debido a cierta reforma que se trae un servidor entre manos, recupero hoy un post del pasado, de cuando aún no eramos íntimos usted y yo, paciente lector:

Tú caminas por uno de los pasillos de esos grandes almacenes tan molones… digamos «El Rasgón Soriano». Un suponer.

Y ves ese producto que estabas buscando. Coincide el color, el tamaño, el material. Vamos es exactamente lo que quieres. El precio es razonable. Al carro, como no puede  ser de otra manera. Reactivemos el país, te dices para justificarlo.

Vas a la caja y la cajera coge el producto, lo mira, lo pone al trasluz, lo olisquea, te mira a los ojos y coloca en su rostro una media sonrisa irónica, vuelve a mirar la caja, la mueve a ver si suena el aleluya de Haendel…

-No ha pensado que sería mejor coger el producto de al lado. Cuesta un poco menos y es EXACTAMENTE IGUAL.

-No, no, yo quiero este, además, el otro no es exactamente igual ni de coña.

-Igualico oiga, que lo tiene mi cuñado y le ha dado un resultado fantástico.

-…pero que cuñado ni que niño muerto. ¡Cóbreme éste, haga el favor!

Nada, nada-dice la cajera, muy segura de sí misma- si me lo va a agradecer usted, ya verá. Usted pruébelo, que yo se lo garantizo.

-Pero qué coño me va a garantizar usted, que mañana lo mismo ni está aquí. ¡Qué me cobre o qué venga el encargado! – le dices.

Viene el encargado, que te alaba tanto el producto ofertado por la cajera, que mirando a tu pariente/a, que lleva convencida media hora, acabas por llevártelo con tal de salir de allí, con cara de lechón segoviano esperando a que te crujan las costillas con un plato.

-Jefe, yo creo que cambiar el parquet por palillos mondadientes no es buena idea. -Otilio, mire que es usted coñazo.

Esto, que parece una broma, es absolutamente real, si hablamos de una obra de construcción. Os lo voy a explicar:

El arquitecto diseña. Intenta prescribir los materiales y las soluciones mejores, las que no den problemas en el futuro, las que cumplan con la misión para la que se les requiere a un precio que esté dentro de las perspectivas de la obra.

El promotor o dueño de la construcción lo acepta.

El constructor da un precio para hacer esa obra con esos materiales.

Empieza la obra.

Un día llega el constructor y le come la oreja al promotor: «esta estructura se puede hacer con la mitad de hierro. El arquitecto, que es bueno, no le digo que no, es que se ha curado en salud. Claro, así tampoco se me caen a mí las obras. Así también firmo yo. Y anda que lo hacen barato….claro como lo paga usted».

El promotor acaba por convencer al arquitecto de que tiene que cambiarlo. El arquitecto revisa sus cálculos (nadie le paga ese recálculo) y ve que están bien. El constructor ha tomado unas hipótesis de cálculo diferentes y claro, le da un cálculo distinto. Entra en normativa, pero justito, justito. Los coeficientes de seguridad tiritan. Pero ahí están. No se le puede decir que esté mal.

El promotor tiene poca pasta. Y la que tiene la quiere para él, no para enterrarla en hierros. Estructura cambiada.

La obra termina. Ya casi nada se parece al proyecto. Las ventanas de aluminio son de aluminio, sí, pero de una calidad ínfima. Las puertas de madera tropical, son de madera de… árbol, el grés porcelánico, es grés ‘porquésbaratico’… y así todo.

De todo lo que ha cambiado durante el transcurso de la obra, es responsable el arquitecto. Cualquier cosa que falle, será responsabilidad suya. Pero ha tenido que modificar sus criterios para mantener el cliente.

A partir de aquí, podría decir muchas cosas sobre unos y otros. Conste que no defiendo ni culpo a ninguno. Pero solo quiero exponer lo que sucede. La realidad que, como en tantas otras cosas de la vida, está llena de problemas y matices.

Nota del arquitectador:  Esa estructura, dos años después presenta grietas. Son inexplicables, no obedecen a esfuerzos ni a cedimientos, no van a colapsar la estructura, ni producen deformaciones aparentes. Pero están ahí.

Y así lo manifiesta el arquitecto. Delante de un juez.

Nota del arquitectador 2: Tengo que hacer un post, sobre el término «o similar«. Si pudiese encontrar al que lo invento, dad por hecho que el próximo post lo escribiría desde una bonita celda de Alcalá-Meco escuchando una cinta TDK de 90′  con los grandes éxitos de Camela.