El artículo de ayer, sobre perros adiestrados para detectar bajadas de azúcar que además recogí en un post aquí, me ha animado a recordar en un post el increíble sentido del olfato de estos animales.

Es su sentido rey. A nosotros, mamíferos eminentemente visuales, nos cuesta imaginar un mundo de olores, pero hay que intentarlo para entenderlos. Los perros viven oliendo. Sin tener eso en cuenta es imposible meterse en sus cabezas.

Su oído también es fino, más que el nuestro, pero su vista es deficitaria en muchos sentidos y el sentido del tacto y del gusto están limitados.

En cambio la húmeda trufa de un perro es una maravilla. Un perro medio tiene 200 millones de receptores olfativos, mientras que un ser humano tiene 5 millones. Algunas razas especializadas en rastros durante generaciones tienen incluso más.

Las ramificaciones olfativas nerviosas ocupan unos 100 centímetros frente a los 10 humanos. Otra ventaja respecto a la nariz humana es su movilidad. Y aún hay más: ellos tienen un orgáno auxiliar del que el hombre carece que se llama órgano de Jacobson o vomeronasal. Está entre la nariz y la boca y se cree que está especialmente cualificado para detectar feromonas.

De hecho cuando vemos personas que parecen encantadores de perros, esa gente con una mano especial, con la que los perros nervioso se calman o los traumatizados se acercan, el olfato tiene mucho que ver. Lo mismo, pero al reves, con las personas que parecen no entenderse con ellos. Ahí sí que hay una frase de uso común que dice «es que huelen el miedo» y que es correcta.

A lo que están respondiendo en gran parte los perros en esos casos (además de al lenguaje corporal o el tono de voz) es a la química, a los olores que desprendemos, muchos hormonales, que les dan a los animales mucha más información de la creemos.

Y ahora tres vídeos que sirven de perfecto ejemplo:

Perros que detectan el cáncer de colon.

Perros que detectan dinero negro.

Perros que detectan bajadas de azúcar en sus amos diabéticos.