Suelo decirlo con frecuencia a la gente que desea adoptar un perro y me consulta: los cachorros son para los que más saben de perros, los que más conocen sobre su comportamiento y educación, para aquellos a dispuestos a dedicar tiempo a su socialización y bregar con los retos que puedan surgir.
En cambio, también es común que me encuentre a gente que no sabe apenas de perros que se empeña en el cachorro diciendo que es precisamente porque los perros les dan miedo o respeto y teniéndolo de pequeño no será así, o porque les hace ilusión esa etapa en la que es cierto que son adorables pero que dura pocos meses en los que las exigencias son altas dando luego lado a la adolescencia canina. Es un error.
Por suerte una mayoría de los perros son suficientemente equilibrados como para crecer y educarse (más o menos) casi solitos. El problema es que los hay que no y con los que la convivencia en familia es difícil, los hay que por su forma de obrar o necesidades no encajan en el hogar en el que están. Y ahí vienen los cambios de manos, los arrepentimientos, las malas experiencias, incluso los abandonos.
Para los que menos saben de perros, mejor un animal adulto, uno que ya se sepa cómo es, con un carácter fácil, dócil. En una buena protectora conocen bien a sus perros y explicándoles cómo es nuestros estilo de vida, nuestras circunstancias, cuánto tiempo tendremos para el animal, y encontrarán para nosotros un perro que encajará en la familia sin el menor problema.
Un cachorro es una incógnita. Da igual que sea de una raza cuyo carácter se supone que será de determinada manera, primero porque el comportamiento futuro de un animal no está tan determinado como el tamaño o el color o tipo de pelo, en parte porque muchos criadores no es algo que cuiden porque no se ve. En segundo lugar, porque incluso un cachorro de una línea de trabajo criada de modo exquisito para tener determinado necesita ser educado y socializado.
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