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Diez libros para que niños y jóvenes empaticen con los animales

Leer abre los ojos. Leer es un ejercicio intelectual, pero también un aprendizaje para el corazón. Leer nos permite recorrer caminos ajenos, comprender otras miradas, aprender y empatizar. Leer es una herramienta para construir un mundo más justo para todos, también para los animales, porque este mundo también es suyo y tienen el mismo derecho que nosotros a habitarlo y vivir en paz y felicidad.

Este 2 de abril es el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil. El primero que celebramos desde que la LOMLOE  incorporase la empatía hacia los animales en la enseñanza obligatoria. Por eso hoy vamos a dar un repaso a distintos volúmenes recomendables para niños y adolescentes. 

Numerosos cuentos y libros juveniles o aptos para jóvenes tienen como protagonistas o partícipes a los animales. Es algo especialmente palpable en los cuentos. Los animales fascinan a los más pequeños, les atraen y sirven para contar todo tipo de historias y transmitir distintas enseñanzas.

Cuentos para niños como Galgui de María José Rodríguez y Andrés Arcos, cuyo protagonista es un galgo con cara de lápiz abandonado y rescatado que logra un buen hogar tras mucho buscarlo; como Rady el gato enfermero de Satorino Fuchigami, que cuenta la verdadera historia de de un gato de un refugio polaco que sobrevivió por los pelos al ser rescatado y tuvo la vocación de ayudar al resto de animales de la protectora; como Teo un cazador de sueños de Mireia Segarra y Olga Marsal con ilustraciones de Georgine Miret, un un libro solidario y nacido de la labor que lleva a cabo la Societat Protectora d’Animals de Tàrrega; o como Gran Lobo Salvaje de René Escudié, para primeros lectores, que está escrito con tino por alguien que sabe mucho de los perros y cómo transmitirlo acompañado de muchísimos valores, no solo de respeto a la vida animal, sino de compañerismo, resolución de conflictos personales, compromiso….

Libros para niños más mayores, para adolescentes, como los maravillosos clásicos de aventuras de Jack London Colmillo Blanco y La llamada de la selva, una exploración pionera y aún no superada de la naturaleza humana y de nuestra relación con la naturaleza y con otros animales en condiciones extremas; como la divertidísima trilogía de Gerald Durrell Mi familia y otros animales o como Mastín y la chica del galgo, que escribí a beneficio íntegro de la Fundación Amigos del Perro para acercar el complejo universo de la protección animal a los más jóvenes.

También como los mangas Los dioses mienten de Kaori Ozaki que, entre otras cosas, nos enseña que no deberíamos ignorar a los animales abandonados y que «un gato que ha perdido un pata, corre con las tres que le quedan. No es algo que resulte triste en absoluto»; como Kota Ven de Takashi Murakami que muestra la cotidianidad con humor al pie de tener un perro en la familia o como la saga de Dulce hogar de Chi de Konami Kanata, que hace lo propio con un gato y es apto también para los niños que se comienzan a adentrar solos en la lectura.

Dejad que nuestra vida se llene de esos libros que, además de hacernos disfrutar, nos ayudan a crecer.

 

¿Sabrías ver si tu gato está experimentando dolor? Participa en esta encuesta y ayuda a la ciencia veterinaria

¿Sabrías decir si tu gato está enfermo y pasándolo mal? ¿Sabrías reconocer por su lenguaje corporal y facial si está experimentando dolor? Incluso para aquellos acostumbrados a compartir su vida con estos animales, puede ser complicado leer en su rostro, en su postura, si su gato está sufriendo.

De nuevo nos encontramos otra muestra de lo poco que comprendemos a uno de los animales de compañía más comunes en nuestros hogares, si no el que mas. Otro ejemplo de lo mucho que tenemos que aprender de los gatos que resulta especialmente importante, porque esa incapacidad para notar su malestar se traduce con demasiada frecuencia en acudir tarde al veterinario para buscar ayuda o en interpretar erróneamente su comportamiento.

Tienen fama de ser duros, animales con siete vidas, resistentes a casi todo. No es tan así; lo que pasa es que somos ciegos a su sufrimiento con demasiada frecuencia. Y aunque es cierto que los perros pueden ser más expresivos, ellos también nos hablan con claridad sobre cómo se sienten si sabemos interpretar sus señales.

Hay gente más capaz de leerlos, ya sea porque nacieron con una sensibilidad, un talento especial (el famoso anillo del rey Salomón) o porque aprendieron conscientemente. Todos los que tenemos la responsabilidad de compartir vida con un gato deberíamos ponernos las pilas para conseguirlo.

Traigo esto a colación para que, si sois adultos y tenéis o habéis tenido gato, ayudéis a la ciencia participando en un estudio que pretende evaluar nuestra capacidad para percibir el dolor que experimentan los gatos empleando la Escala de Mueca Felina (Feline Grimace Scale, FGS) que se detiene en cinco cambios: la posición de las orejas, la tensión de los ojos, la tensión del hocico, el cambio de los bigotes y la posición de la cabeza en relación con los hombros.

El proyecto, revisado y aprobado por el Comité de Revisión Ética Humana de R(D)SVS, de la Universidad de Edimburgo, y por el Comité de Ética de Investigación en las Ciencias y en la Salud (CERSES) de la Universidad de Montreal, ha sido impulsado por Netta Lee, estudiante de cuarto año de medicina veterinaria en la Universidad de Edimburgo, junto con los doctores Beatriz Monteiro y Paulo Steagall, de la Universidad de Montreal, y en colaboración con International Cat Care.

Está accesible en inglés y español hasta el 15 de mayo y es muy interesante para comprender hasta qué punto hablamos felino, si de verdad somos capaces de identificar el dolor en estos animales.

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Leia, de gata abandonada que no importaba a nadie a ser recordada por siempre por su familia

Encontré a Leia hace más de quince años, en un solar en obras que había junto a la que entonces era mi casa. Una gata carey, pelilarga, jovencita. Un obvio abandono. No podía ser más casera y cariñosa. Lo que perpetraron el delito aún debían estar cerca cuando topé con ella, desorientada, buscando el auxilio de algún humano. Era imposible que le negara el mío.

Leia apenas pasó tiempo bajo mi techo. Una pareja de buenos amigos la adoptó nada más saber de su existencia. Sí, tuvo suerte de dar conmigo al poco de ser abandonada; pero su verdadera suerte, la grande y de verdad, fue entrar en la vida de Pablo y Blanca, dónde ha vivido mejor que una princesa de las galaxias todos estos años.

A lo largo de este tiempo ha cambiado de hogar y visto como su familia se ampliaba, primero con una compañera perruna y luego con un precioso niño de rizos dorados. A lo largo de todo este tiempo jamás ha dejado de ser querida y cuidada como merecía, envejeciendo mimada y tranquila.

Hoy ha muerto Leia.
Su familia está pasando por el duro y obligado peaje de verla marchar tras dejar atrás una vida llena de buenos recuerdos. Sus vidas son más cortas que las nuestras, pero si las viven a nuestro lado plenamente y con bien, nada hay que lamentar. Se irán. Lo harán por mucho que no queramos ni pensar en ello. Es algo que sabemos desde el primer día.

Hoy se ha ido Leia, que jamás debió conocer el abandono y que nunca dejará de estar en la memoria de los que la conocimos y supimos que era un ser vivo único, irrepetible y valioso.

Descansa, pequeña.

Post data. Nunca dejéis a un animal abandonado en la calle sin ayuda. Haced lo que esté en vuestra mano por auxiliarle.

Muchísimas gracias por tu recuerdo de ella, Mel. Ha sido gracias a ti por lo que Leia entró en nuestras vidas y ahora el círculo se cierra.

La verdad es que está siendo un momento muy duro y ya la estamos echando de menos desde el primer día.

Han sido algo más de 17 años juntos todos los días, en casa, en familia, literalmente  compartiéndolo todo con ella. Ha sido la compañera que nos ha seguido desde que éramos una pareja estrenando la vida juntos, hasta completar nuestro hogar con nuestro hijo. Nos acompañó en lo buenos y malos momentos: ahí estaba con sus mimos cuando falleció mi madre. Nos vio avanzar, evolucionar, cambiar de trabajo, de casa… Si hizo querer por todos nuestros amigos, que ahora también la extrañan. Vio con nosotros todas nuestras pelis y series, hasta leyó con nosotros libros. Y ahora estaba aprendiendo mates junto a Mario…

Siempre fue la alegría al llegar a casa, de la que literalmente conocía todos sus rincones. Y aquí ha estado con nosotros todo el confinamiento, junto a nuestros portátiles, en el sofá o sobre las mantas. ¡Pero si hasta he dormido más veces junto a ella que con Blanca! Ha sido el ser que más caricias nuestras se ha llevado y por eso me rompo, a mi edad, cada vez que pienso en ella. Nunca pidió nada y fue todo amor y cariño.

Ha visto cómo nos salían canas y casi no nos dábamos cuenta de que ella también envejecía junto a nosotros. Siempre sana, siempre alegre, hasta que no pudo ser por más tiempo.

Su marcha nos duele, sí, nos duele muchísimo. Pero es importante saber echar de menos a un animal, porque es la mayor lección para aprender a quererlos y respetarlos a todos. Y es el precio que tenemos que pagar por todo ese amor, por toda esa compañía y por todos los momentos vividos juntos, que ahora serán los recuerdos que atesoraremos.

Sabemos que ya no está pero, por costumbre o quizás con algo de esperanza, seguimos dejando las puertas entornadas en las habitaciones de casa para que siempre pueda entrar nuestra pequeña Leia, que ahora sigue siendo nuestra princesa sólo que en otra galaxia.

Hasta siempre, mi niña.

Da igual que tu perro sea muy pequeño, que no haya hecho caca en la acera o que no haya papeleras cerca, recoge sus cacas

La pasada semana me llegó un estudio sobre la impunidad de los dueños de perros que no recogen sus excrementos de la vía pública elaborado por Pipper On Tour, al que tal vez conozcáis porque es un perro muy popular en redes sociales que además tiene sus propios cómics y cuentos.

Abandonar los excrementos caninos en la calle sale prácticamente gratis en España. La mayoría de capitales no impuso más de 10 multas durante 2019, año que se ha tomado como referencia para realizar el estudio. Málaga y Huelva encabezan el ranking, mientras que Albacete, Cuenca, Jaén, Lugo, Pontevedra, Tarragona, Teruel y Zamora no multaron a nadie. La impunidad de los infractores se debe, según los consistorios, a la dificultad de sorprenderles “in fraganti” transgrediendo la norma. Málaga, que impuso 262 sanciones, es la única capital que persigue a los infractores analizando el ADN de los excrementos.

La mayor parte de las ordenanzas de las capitales de provincia contemplan sanciones leves para quienes se saltan la norma de recoger los excrementos, con multas que oscilan entre los 60 y los 600 euros, con algunas excepciones como Madrid, donde la norma es algo más dura, con multas de entre 750 y 1.500 euros.

De todos los ayuntamientos de capitales de provincia, sólo seis contemplan en sus ordenanzas sanciones por encima de los 500 euros para los dueños de perros que no recojan los excrementos, y las multas no superan en ningún caso los 1.500 euros (Albacete, Badajoz, Cuenca, Gerona, Huelva, Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife). Los responsables de los departamentos de seguridad y medio ambiente de los ayuntamientos consultados por Pipper on Tour se lamentan de que no pueden poner un agente de Policía en cada esquina y, mucho menos, pillar “in fraganti” a los infractores, por lo que estos casi siempre quedan impunes de su falta.


Parece obvio que las multas no disuaden, que hay que apelar a la responsabilidad individual. Como ya os dije hace casi una década, da igual que tu perro sea muy pequeño, que no haya hecho caca en la acera sino en torno a un árbol o en la calzada o que no haya papeleras cerca. Compórtate de manera cívica, saca la bolsita y recoge lo que haya hecho. Si las estrellas de Hollywood pueden sin perder glamour por ello, seguro que tú también.

(Fotos: GTRES)

Puede que haya a quién le choque que un perro influencer (los bípedos tras él, en realidad), que defiende que haya más espacios dogfriendly, salga ahora acusando a los dueños de perros que no recogen sus heces y a los ayuntamientos de no tomarse en serio perseguirles tras recabar datos. Pues no es nada extraño, precisamente los dueños responsables somos a los que más nos llevan los demonios cuando vemos dueños incívicos.

Los dueños responsables, los que queremos poder ir con nuestros animales a playas, restaurantes y hoteles, procuramos cumplir las normas para sentirnos así capaces de seguir pudiendo más espacios, más derechos. No es la primera vez, ni la segunda, que traigo esta misma reflexión a este blog.

Los que no recogen cacas, los que sueltan a los perros sin pensar si molestan o ponen en peligro a otros, los que no los tienen educados y bien atendidos, nos están torpedeando. Por eso comulgo totalmente con el lema de la campaña que en Pipper On tour han lanzado acompañando los datos que ha recopilado: «Que nadie ensucie nuestra imagen».

¿Qué nos pediría nuestro gato si pudiera hablar?

Este sábado 20 de febrero es el día internacional del gato, un buen día para hacer examen de conciencia, si es que compartimos nuestra vida con uno o varios de estos maravillosos animales, y preguntarnos si estamos dándoles todo lo que necesitan.

Lo que necesitan va mucho más allá de arena más o menos limpia y comida de más o menos calidad. Desafortunadamente, los gatos tienen fama de ser «una mascota fácil», que se queda sola sin problema, que prácticamente se cuida sola. Por eso a veces optan por tener gato aquellos que querrían en realidad un perro pero que no tienen tiempo para pasearlo y jugar con él.

También es mala suerte que, pese a ser uno de los animales de compañía más comunes, si no el que más, el gato sigue siendo un gran desconocido sobre el que pesan demasiadas falsas creencias.

Es cierto que no hay que bajarlo a la calle a hacer sus necesidades, pero también es verdad que tener un gato equilibrado, sano y feliz requiere un conocimiento y unos esfuerzos que, por desgracia, no todos los propietarios afrontan. Así que toca preguntarse: ¿Qué necesita nuestro gato? ¿Qué podemos hacer por él? ¿Qué nos pediría nuestro gato si pudiera hablar?

  • Que entendamos su naturaleza, su etología. Es un error tan habitual pensar que ya lo sabemos todo sobre ellos como creer que se les puede tratar como a un perro. Hay multitud de libros y de artículos en internet  (buscando siempre fuentes fiables y autores especializados) que nos pueden ayudar a comprenderlos mejor.
  • Que respetemos su idiosincrasia como individuo. Puede ser un gato que siempre quiere mismos o uno más independiente, tendrá sus gustos y sus manías, y habrá que entenderle y aceptarle como ser único que es.
  • Que no le ignoremos, dejando que engorde y duerma aburrido a voluntad. Necesita que juguemos con el con frecuencia, que le proporcionemos enriquecimiento ambiental para que esté estimulado, saltando, trepando y observando desde las alturas.
  • Que le proporcionemos alimentación de la mejor calidad y agua siempre fresca. Muchos gatos al cumplir los años desarrollan problemas de salud, normalmente renales, que se podrían haber solventado con un buen pienso.
  • Que salvaguardemos su salud (y de paso la nuestra, dado que convivimos con él), teniéndole debidamente identificado, esterilizándole y acudiendo regularmente al veterinario para las desparasitaciones, vacunaciones y revisiones periódicas.
  • Que velemos por su seguridad blindando la casa ante caídas y escapadas (muy peligrosas para él, pero también para la fauna silvestre) y no dejando plantas o productos tóxicos a su alcance..
  • Que nos responsabilicemos de el hasta el final. Da igual que nos mudemos de casa, que compremos sofá nuevo, que nazcan niños o que desarrolle o contraiga una enfermedad que requiera un tratamiento costoso.

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Esos amigos que se hacen paseando al perro

Este 2021 se cumplen exactamente veinte años que paseaba con mi perra Mina, una cruce de pitbull que adopté en la protectora madrileña PROA en cuanto me fui de casa con 24 años, cuando vi un mastín enorme suelto dentro de un descampado vallado que, no mucho tiempo después, sería un bloque de pisos y entonces hacía las funciones de parque de perros improvisado. Lo supervisaba una chica de más o menos mi edad y pensé, «no es mala idea entrar y soltar a Mina para que jueguen». Cuando me dispuse a abrir la valla y meterme también, vino corriendo y diciendo: «¡No, espera!». Me contó que su perro, que se llamaba Caín, era incompatible con todos los machos y con muchas hembras (también era peliagudo de manejar por humanos). Pero yo sabía que Mina podría haber sido una perra de terapia para sus congéneres, manejaba a la perfección todas las señales de calma, así que pasé y pasaron un rato estupendo, algo que Caín agradecía y no tenía con frecuencia. Esa chica, Encani, a día de hoy es una gran amiga, igual que su marido, Miguel, con el que luego compartí larguísimos paseos mañaneros por los campos y parques cercanos.

Nuestros perros han ido cambiando con los años. Si primero fueron Mina y Caín, luego llegaron Ron y Troya, y más tarde Tula y Valentina. Han pasado muchas cosas a lo largo de estás dos décadas de amistad. Hemos estado en su boda (con perros), he tenido hijos, hemos rescatado y adoptado animales juntos, hemos ido de vacaciones, llorado unidos por los perros y gatos que hemos tenido que ver marchar y reído siempre que hemos podido.

Sabe, porque se lo he dicho, que espero que sigamos envejeciendo mientras paseamos juntos a nuestros futuros perros, sentándonos cuando nos fallen las fuerzas por la edad en algún banco urbano con los perros que tengamos entonces, porque siempre tendremos perros. Y siempre tendremos que agradecer el habernos encontrado a Caín y a Mina.

Cierto que también hay sabios de parque, insoportables con su erudición a veces equivocada; algunos con los que simplemente no encajamos y de los que procuramos huir; irresponsables que no cuidan el entorno, a sus perros o a los de los demás; gente a la que ves dando una vida solo regular a sus animales; y, lo peor, esos que llegan con cachorros para, un tiempo después, desaparecer y hacerse los despistados cuando te los encuentras, con las manos vacías de correas, al pasear por el barrio.

Todo eso es verdad, pero también abundan las buenas relaciones, forjadas con el común denominador del amor por los animales. Intercambios breves pero que te dejan una sonrisa, interacciones ocasionales pero agradables con gente que no tiene nombre porque para ti son el dueño de Pitu o de Goliath, y amistades imperecederas e incluso amor del de verdad.

Otro regalo que nos dan los perros. Otro más…

Alina entró en la protectora El amigo fiel de Córdoba con dos meses, tras ser rescatada en un asentamiento, y pronto cumplirá dos años. Es un cruce de pastor belga que no ha tenido aún la oportunidad de conocer un hogar. «Su único disfrute es poder salir al campo a pasear cuando sacamos tiempo de donde no tenemos. Y esto queda reducido a un día del fin de semana. Por desgracia no es la única para salir y tenemos que hacer turnos con el resto de perros. La mirada de Alina cuando la dejamos en la residencia nos destroza el alma. No queremos esta vida para ella», cuentan desde la protectora.

Alina se entrega en adopción con seguimientos, contrato, pasaporte europeo, microchip, vacunas, analíticas, desparasitaciones, esterilización y revisión veterinaria. Está en Córdoba pero puede viajar a cualquier punto de España. Todo esto será a coste cero para el adoptante, nuestra Asociación asume tantos los gastos veterinarios como el traslado del animal.

Contacto para más información: informacion@elamigofielcordoba.org

Febrero, el mes de los galgos

Arranca febrero, concluye la temporada de caza, comienza el mes de los galgos. Galgos, exploradores del barbecho y la espiga, sedientos de viento, silenciosos cazadores del horizonte, embajadores de todas las razas de perros usadas para cazar y descartadas cuando dejan de hacerlo.

El 1 de febrero es su día internacional, un día para denunciar que se les emplee como instrumentos carentes de sentimientos, cuando la verdad es que cada uno de ellos es un ser vivo único y valioso.

Aún los hay que niegan que los perros de caza sean abandonados, maltratados en gran número. Da igual que National Geographic hiciera un amplio reportaje al respecto; que el veterano y riguroso estudio anual sobre abandono de Fundación Affinity recoja el fin de la temporada de caza como tercera causa de abandono o que nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad del estado lo recuerden cada cierto tiempo en sus redes sociales.

Hace apenas dos días la Guardia Civil recordaba que «más del 50% de los perros robados en España son galgos. Las mafias especializadas los venden a personas sin escrúpulos. Los que no son comprados y «los que no valen» para sus intereses los matan o abandonan». Poco antes habían desarticulado una presunta organización criminal dedicada al robo y venta de perros de caza en Levante.


Invitaría a esa gente a pasearse por cualquier protectora o perrera de las zonas en las que campan los galgueros para abrir al fin los ojos.


Por supuesto que hay cazadores buenos con sus perros, que los tienen en sus casas como un miembro más de la familia y que les cuidan durante toda su vida, hasta que los vence la vejez. Sé que los hay porque los he conocido. Pero esos deberían ser precisamente los primeros en reconocer que abundan los que abandonan y maltratan, los que mantienen a sus perros en condiciones terribles, porque lo han visto de primera mano. Y no solo deberían reconocerlo, también deberían dejar de mirar hacia otro lado y denunciarlos para empezar a limpiar el nombre de su colectivo.

La imagen que abre este texto corresponde a Febrero, el miedo de los galgos, un recomendable documental de hace ocho años obra de Irene Blánquez, en el que se narra la dramática situación que viven decenas de miles de galgos cada año en España al acabar la temporada de caza. Además de ese documental, os recomiendo la lectura de El silencioso amigo del viento, el cuento Galgui o la más reciente La galga, de Sara Caballería.

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¿Alguna vez te has cruzado con un animal abandonado?

Imagino que no es imposible, pero se me antoja muy difícil que haya un español adulto que no se haya cruzado al menos una vez en su vida con un animal abandonado, un perro o un gato necesitado de ayuda, vagando perdido. Yo, sin buscarlos, me los he encontrado demasiadas veces. Y a los que mejor recuerdo, los que jamás podré olvidar, son aquellos a los que no pude ayudar. Han sido dos.

El primero fue un gato aún cachorro
al que arrojaron a un solar en obras. Yo tenía entonces apenas dieciocho años y paseaba por allí de noche cuando surgió tras la valla, frotándose desesperado contra mis piernas. «Déjale ahí, que sabrá buscarse la vida; como le lleves a casa, tu madre te mata». Y, aún reticente, me alejé impulsada por esas palabras. Pero no fui capaz de autoengañarme, aún hoy, un cuarto de siglo después, le recuerdo y me arrepiento de no haber sido más valiente, de no haber antepuesto el valor de una vida a los posibles inconvenientes que trajera su rescate. 

Este gatito atigrado es el responsable de que me prometiera a mí misma no volver jamás a mirar a otro lado cuando en mi camino apareciera alguien necesitado de ayuda.     

La segunda y última fue una preciosa bretona canela y blanca de nariz rosa a la que habían abandonado en en la que llaman la autovía olivarera, en Córdoba. Acababan de arrojarla desde un coche y entraba y salía de la carretera, acercándose a los coches y buscando desesperadamente el suyo, haciendo que los vehículos que pasaban tuvieran que esquivarla o frenar en su devoción inmerecida.

Paró un camión, paramos nosotros, e intentamos cogerla por todos los medios, convencerla para que subiera a nuestro coche, para que se acercase a recibir una caricia y pudiéramos traérnosla a Madrid en busca de un buen hogar. No lo logramos, nos miraba con desconfianza y se alejaba. Lo único que conseguimos  fue que se adentrara entre los olivos, lejos de la carretera, y dar aviso al 112. Nunca supe que fue de ella. 

No podemos ayudar a todos los animales necesitados.
Bien lo saben los que están en primera línea de protección animal, pero sí comprometernos a no mirar hacia otro lado, a implicarnos cuando esté en nuestra mano hacer algo por ellos.

Es una responsabilidad compartida construir una sociedad mejor para todos, también para los animales.  Al menos, debería serlo.


La cachorra de las imágenes se llama Lis
y la encontraron en situación de abandono en plena ola de frío en Córdoba.Tiene unos siete meses, pesa cinco kilos y tiene un carácter dócil y sociable. Lo que no tiene es un hogar. Se entrega en adopción en toda España. Más información tras el correo electrónico informacion@elamigofielcordoba.org

‘Operación manta’: las protectoras de animales necesitan viejas mantas, sábanas, toallas, alfombras… 

(GTRES)

Hace mucho frío. Verdad, verdadera. Incuestionable. Frío, nieve, hielo y lluvia. y no siempre las instalaciones de las protectoras de animales son óptimas para enfrentarse a los elementos. Pero aún siéndolo, siempre vienen bien las donaciones de viejas mantas, sábanas, colchas, toallas, alfombras, cortinas… También de radiadores eléctricos, calefactores, material aislante.

Os invito a sumaros a esta ‘operación manta’ reuniendo este tipo de materiales y haciéndoselos llegar a la protectora más cercana. Poneos antes en contacto con ella, para coordinar qué necesitan en mayor medida y cómo proceder a la entrega.

Organizar un Marie Kondo siempre es recomendable por el espacio que liberamos en casa, pero en este caso además hay un claro componente solidario que debería animarnos especialmente a encararlo. Los animales sin hogar nos lo agradecerán, especialmente los que más sufren esta estación como son los cachorros, de pequeño tamaño, los más ancianos y los convalecientes. Animales que, como siempre os recuerdo, necesitarían también hogares de acogida desde los que aguardar su hogar definitivo.

Y para las protectoras y asociaciones que me lean, aunque seguro que ya lo saben, es buena idea ponerse en contacto con hoteles, hospitales, residencias de ancianos, guarderías…. Muchas veces mandan a la basura material que a los perros y gatos les vendría estupendamente.

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«Si decidís meter un animal exótico en casa, no importa lo que hagáis; no vais a estar preparados»

“Si te gustan los animales tienes que entender que algunos no se pueden tener como mascota”, se titulaba un post que publiqué en septiembre en el que os decía que teniendo animales tan adaptados a vivir con nosotros como los perros y los gatos, y que aún así suponen retos y responsabilidades que muchos no son capaces de afrontar, asumir la responsabilidad de cuidar animales exóticos, con las dificultades de todo tipo que entrañan, es un reto al alcance de muy pocos.

Si con frecuencia no sabemos tratar y entender a perros y gatos, ¿cómo asumir la responsabilidad de un animal del que desconocemos casi todo y que además no nació para hacernos compañía?. Luego hay sufrimiento animal, hay abandonos y especies invasoras, os contaba. Un mensaje que viene a reforzar este texto que hoy os traigo, obra de Jessica Gómez (escritora y autora del blog Qué fue de todos los demás), que sí ha asumido esa responsabilidad a conciencia y que ejemplifica perfectamente lo díficil que puede resultar. Con ella os dejo.

El verano pasado trajimos un nuevo miembro a la familia: una pogona (o dragón barbudo), a la que mi hijo mayor, que es su responsable principal, ha llamado Hamburguesa de Pollo. En casa la llamamos Hamburguesita.

Empezaré diciendo que me costó muchísimo tomar esa decisión porque, además de que no tengo claro lo que pienso de la tenencia de animales exóticos, sí que atentaba directamente contra uno de mis principios fundamentales, uno que llevo años repitiéndoles a mis hijos como un mantra: “No comerciamos con la vida”.

Mi hijo mayor tiene diez años. Tenía cuatro cuando empezó a decir que quería tener un lagarto. No es una persona de caprichos ni que funcione por impulsos. Le entusiasma desde siempre la paleontología, la entomología y ahora empieza a tirar por la genética. Es ordenado, metódico y responsable. Y le apasionan los reptiles. De hecho, no me extrañaría nada que finalmente quisiera ser herpetólogo. Y este año me di cuenta de una cosa: mi hijo crece, y su deseo de tener un lagarto era tan grande, tan intenso, que lo tendría en algún momento; conmigo o sin mí. Y haciendo memoria, acordándome de todos los animales que no me dejaron tener de pequeña, los que llevé a casa sin permiso y acabaron pasándolo mal y muriendo tempranamente por no tener un adulto que me apoyara en su cuidado, y los que tuve de adulta y no estuvieron bien por culpa de mi inexperiencia, de pronto lo vi claro: mejor ahora, conmigo para ayudarle, que más adelante solo, y que el animal lo pase mal.

Lo medité durante un par de meses extra y al final decidí que sí: traeríamos un reptil a la familia.

Fue un proceso largo y todo lo minucioso que pudimos. Lo primero fue dejarnos asesorar por expertos y elegir el lagarto: al parecer los gekos son muy agresivos y los camaleones es fácil que muerdan, mientras que las pogonas tienen fama de ser muy sociables y “fácilmente manejables” por manos inexpertas. Luego descubrí, para mi decepción, que no se encuentran reptiles en adopción (salvo tortugas). Así que sí: me tragué mi “No se comercia con la vida”, y compramos una pogona.

Podría detenerme y extenderme mucho en todo lo que preparamos durante dos semanas antes de recoger a Hamburguesita: el terrario, su tamaño, ventilación, iluminación, calefacción, lecho… Toneladas de información. Nos hicimos también rápidamente con un medidor de temperatura y humedad para asegurarnos de mantener los rangos apropiados para esta especie concreta. En todo esto no me detendré porque ya hay páginas que lo explican mucho mejor de lo que yo podría hacerlo. Me voy a detener en la parte práctica: si decidís meter un animal exótico en casa, no importa lo que hagáis; no vais a estar preparados. Contad con ello y con que tendréis que dedicar más energía, tiempo y probablemente dinero del que habíais planeado.

Para empezar, Hamburguesita era muy baby cuando vino a casa y es lo más parecido que yo he vivido a tener un humano recién nacido. Estaba tan preocupada que las primeras noches me levantaba dos o tres veces a comprobar si respiraba, no os digo más. Las primeras semanas le tocó desparasitación, revisiones en el veterinario y análisis de heces. Compramos una báscula de precisión para asegurarnos de que subía bien de peso.

Los cambios de temperatura en el exterior (y la humedad, que en Asturias es mucha y las pogonas son reptiles desérticos) influían dentro del terrario más de lo que esperábamos, y eso se tradujo en que durante las primeras semanas hubo varias salidas de emergencia a Tiendanimal a comprar bombillas UVB (de luz) y cerámicas calefactoras, para probar con diferentes intensidades y conseguir el ambiente óptimo para Hamburguesita (a todo esto sumar las rutinas de baños, calcio y vitaminas). Me duele como una puñalada cada hora que no estuvo en su temperatura ÓPTIMA. No buena: ÓPTIMA. En menos de un mes la cambiamos de su primer terrario (pequeño) a uno grande, y vuelta a empezar con las lámparas, aunque por fortuna con un buen bagaje ya hecho.

Conseguir un entorno amable para ella es un ejercicio de observación. Porque es cierto que hay “normas” a seguir, como que tenga un bebedero amplio donde pueda también bañarse (porque se hidratan también por la cloaca), o un sustrato apropiado (a las pogonas les va bien la arena, más si vives en una zona húmeda porque ayuda a mantener el ambiente seco), pero también es importante ver qué es lo que pide tu animal. Nosotros, por ejemplo, nos hemos dado cuenta de que cuando se empacha tiende a descansar lo más vertical que puede. Ayer, sin ir más lejos, vi que estaba en su hamaca y que tenía la piel oscurecida, lo que me indicaba que podía tener frío (bajó mucho la temperatura exterior y muy de golpe), así que le dimos un baño tibio, subimos su hamaca unos centímetros para acercarla a la lámpara calefactora. Ese tipo de cosas es nuestra responsabilidad verlas y procurar que tenga lo que necesita para estar bien.

Yo contaba con todo eso: con que hubiera imprevistos que solventar y con estar muy atenta a todo lo que el reptil pudiera necesitar. Ha sido, aun así, más laborioso de lo que yo creía que sería (y creía que sería mucho). Con lo que no contaba era con la parte de la comida. Eso ha traído tela larga.

Hamburguesita come, aparte de frutas, verduras y flores adecuadas, insectos vivos. Sobre todo grillos y tenebrios (larvas de escarabajo de la harina), y también ocasionalmente le damos cucarachas y langostas. Pero claro, en esta casa hay una norma: aquí no se tienen animales sufriendo. Aunque vayan a ser alimento, mientras estén con nosotros se les cuida bien, sin discusión. Y no imagináis el trabajo que da cuidar bien de 80 grillos, una docena de langostas y doscientos tenebrios.

Lo primero encontrar un proveedor de calidad y que cuide bien a sus animales no es tan fácil como debería. Yo probé muchos y finalmente encontré uno con el que estoy a gusto: Reptimercado. Cuida a sus animales y te da indicaciones para que tú también los cuides bien. También provee de lo que puedas necesitar para ello. Y, por si eso fuera poco, es muy económico.

Los tenebrios son tal vez los que dan menos trabajo: pueden permanecer en el recipiente en que te los mandan siempre que la capa que forman no supere el centímetro y medio de grosor, hay que darles germen de trigo, algo de verdura fresca todos los días (a nosotros nos gustan los berros porque tienen mucho aporte de calcio), agua en gel para que estén hidratados y garbillar el lecho una o dos veces a la semana.

Los grillos (y las langostas) son otro tema: hay que prepararles su propio espacio, al menos el doble de grande del recipiente en que te lo mandan y no más de 30 o 40 grillos por recipiente, porque si son demasiados se matan entre sí. Les preparamos unos tápers “tuneados”, a los que quitamos el centro de las tapas y sustituimos por tela de malla sujeta con cinta americana para que tengan buena ventilación. ¿Sabíais que existe pienso para grillos? Porque yo ni idea, antes de traer a Hamburguesa de Pollo a casa. Tenemos pienso para ellos, aunque hemos visto que cuando aquí sube mucho la humedad se apelmaza bastante y nos parece antihigiénico (tememos que haya bacterias que luego puedan dañar a Hamburguesita), de modo que cuando hay humedad les preparamos nosotros el “pienso” casero con germen de trigo, proteína de leche y cuatro granitos del pienso de la gata. Si se añade levadura en polvo les facilitas la digestión. Y, claro, cada día poner vegetales frescos (berros, canónigos y zanahoria) y quitar los restos del día anterior. Por cierto: como ya los traemos adultos y cantan, por la noche van a la cocina para no despertar a nadie. Al armario de las patatas, para que no pasen frío. Todos los días de paseo con los grillos. Eso sí: el hilo musical selvático de la habitación de mi hijo es una pasada.

Ah, pero eso no es todo. Los insectos también traen situaciones inesperadas. A nosotros, por ejemplo, un día se nos escapó un trozo de zanahoria debajo de una huevera (los grillos tienen hueveras que les hacen de refugio dentro de sus tápers). Pues para cuando vimos el trozo de zanahoria, tenía un poquito de moho. Y como yo soy muy tiquismiquis con el tema del moho, temía que los grillos tuvieran algo que pudiera sentar mal a la pogona, así que decidimos no dárselos. Pero ¿qué hacemos con los grillos? Matarlos evidentemente no, soltarlos tampoco. Pues nada: que hace un mes que tengo una docena de grillos en un “hospital”, sobre la mesa de la cocina, junto al frutero y el tarro con los caracoles que me plagaron el acuario hace dos años (que lo mismo: ni matarlos ni tirarlos por el váter, pues viven en mi cocina). Y tengo a esa docena de grillos ahí que no serán alimento ni voy a soltar en el campo, pero que cuidaré hasta que se mueran de viejos, también con su pienso y su verdura fresca, porque no puedo hacer otra cosa. Porque me parece lo más responsable que se puede hacer.

¿Qué quiero contaros con todo esto? Pues que creo que para meter un animal exótico en casa hay que ser una persona muy persistente y muy comprometida con todo lo que implica el bienestar animal, y saber que muy probablemente te encontrarás situaciones que no te esperas y que va a requerir mucho de ti el solventarla sin hacer daño a ningún animal.

Y, como con cualquier otro, dejaos asesorar pero, sobre todo, observad a vuestro animal. Y, por favor, sed responsables con cada una de las partes de su cuidado. Yo estoy segura de que hay cosas que no estaremos haciendo todo lo bien que podemos, pero estamos atentos y esperamos aprender y mejorar, porque Hamburguesita no se merece menos.

Os dejo con la reflexión de mi hijo: «Jolín, pues sí que da trabajo cuidar a un reptil. Si lo quieres hacer bien».