Capítulo 47 de #Mastín: aquello era lo que significaba estar despierto

imageMastín arrancó en enero, un intento kamikaze por elaborar una novela juvenil que también pudiera gustar a los adultos y cuyo marco fuera la protección animal, como vehículo para crear conciencia, para dar a conocer esta realidad entre los jóvenes, que son los que pueden realmente contribuir a que cambie radicalmente.

Pronto hará un año desde que echó a volar este reto de escribir en vivo semana tras semana, sin paracaídas ni red, equipada solo con una brújula y mis ganas. Pronto acabará y comenzaré el proceso de revisarla a fondo y ver de qué manera puedo verla publicada.

Pero de momento, aquí está de nuevo Martín:

CAPÍTULO 47

Aquello era como viajar del otoño al verano, retroceder una estación entera en el tiempo simplemente con rodar unas tres horas en coche, puede que menos. Gijón había amanecido gris y pidiendo chaqueta, aunque según su abuela la mañana abriría y tendrían día de playa. Llovía sin fuerza pero sin parar en el puerto de los túneles, como llamaba Martín desde que era un niño muy pequeño al trayecto ascendente y con curvas, entre bosques, que les sacaba de Asturias. Al atravesar el negrón aparecieron en León con un clima y un paisaje completamente diferente. Allí se veía por todas partes el gris de las montañas, la lluvia había cesado y el sol quería asomar entre nubes. Ahora recorrían la meseta castellana, campos dorados a ambos lados de la carretera, cielos de un azul interminable y un sol de justicia que arremetió sobre ellos cuando abandonaron el habitáculo climatizado del coche para estirar las piernas, echar gasolina, que Logan hiciese un pis y bebiese y para tomar un café y una coca cola en una estación de servicio en algún punto indeterminado de Valladolid. Le apenaba dejar atrás las montañas verdes y el mar, despedirse de sus primos hasta el año siguiente, pero aquella enorme extensión de tierra llana bajo el sol abrasador también le parecía hermosa. Y tenía ganas de volver a verse en casa, en su habitación, de visitar la protectora y ver cómo estaban los perros, de encontrarse con Juan, Andrés y el resto, de comenzar de una vez la universidad tras hacer los papeleos. Y de estar con ella, claro. Si es que ella quería estar con él.

Recordó las últimas palabras que le había dedicado: “Necesito ver todo esto en perspectiva. Probablemente tú también, aunque ahora no lo creas. Vete y vuelve. ¡Eh, Mastín! Son solo tres semanas. Y he dicho que vuelvas a mí”.

Desde luego había tenido esas tres semanas para verlo en perspectiva. Apenas habían intercambiado unos pocos mensajes. No habían hablado. Martín había respetado su necesidad de espacio y distancia. Esas tres semanas le habían ayudado a ver que seguía queriendo estar con ella, más incluso que antes. Había podido liarse con otras, pero no había querido hacerlo. Su cuerpo parecía rechazar otro contacto que no fuese el de Mal. Su “amor imposible”, como decía su prima metiéndose con él. Tenía que reconocer que también había aprendido que podía estar sin ella y pasarlo bien, que tal vez eso significaba que podría acostumbrarse y ser feliz si lo que ella había decidido a lo largo de esos veintitrés días es que lo suyo no tenía sentido y quería cortar definitivamente.

El chico sacudió la cabeza y volvió a concentrarse en el paisaje. No quería siquiera pensar en esa posibilidad. Si se encontraba con aquello, ya vería cómo reaccionaría.

La carretera iba ganando en curvas y árboles. Ahora a los lados se veían explotaciones ganaderas. Vacas destinadas al consumo de carne, muy distintas de las del norte del que venían. También caballos. Pronto entrarían en Madrid.

Habían salido por la mañana, tras desayunar sin prisa, despedirse de la abuela, los tíos y los primos y asegurarse de que se llevaban todo, incluidos huevos, bastantes kilos de fruta, verdura y fabes. Miró el reloj en el salpicadero del coche y calculó que llegarían sobre las tres o tres y media. Hora de comer, si no fuera porque se había zampado un bocadillo y un bolsa de patatas en el coche y no tenía ni pizca de hambre.

– Tal vez el año que viene pueda ayudarte haciendo la mitad del viaje – dijo Martín por romper el silencio, cómodo pero ya demasiado prolongado.

– No cantes victoria tan pronto. Primero tienes que tener el carné, que no es barato ni tan fácil de aprobar. Yo el teórico lo saqué a la primera, pero el práctico me costó tres intentos. Y si estás muy verde tal vez no sea recomendable que conduzcas varias horas por autovía –

– ¿Significa eso que dices que podré sacarme el carné de conducir este año? –

Su madre le dedicó una sonrisa rápida.

– Eso significa que tendremos que echar cuentas y ya veremos. Si podemos me parece bien, que viene bien tenerlo y más adelante tal vez tengas menos tiempo. Pero no es seguro, no te montes películas, que tenemos que mirarlo. Y olvídate de tener otro coche, que no imaginas lo que cuesta entre impuestos, revisiones y combustible. Yo no lo tuve mientras me saqué la carrera y no pasó nada –

– Me parece bien mamá. Y puedo buscar algún curro para pagarlo, lo que sea –

– Tú de momento céntrate en tu primer año de Historia y si te va bien, ya veremos –

– Por cierto… – añadió al rato su madre en un tono de voz diferente, algo vacilante – David me está insistiendo en que nos vayamos el próximo fin de semana juntos a Burgos, a un hotel que conoce y está muy bien. Serían solo tres días, pero no lo tengo claro –

Martín se quedó mirando a su madre, dándose cuenta por primera vez de que para ella aquellas tres semanas también habían supuesto estar alejada de aquel tipo con el que la había pillado, al que le costaba aceptar con naturalidad pese a que el pobre hombre había hecho todo lo necesario para granjearse sus simpatías. No había sido solo él el que había estado solo allá en el norte. ¿Habría su madre impuesto como Mal unas semanas de alejamiento para verlo todo en perspectiva?. ¿Estaba su madre pidiéndole permiso, o al menos opinión? Cerró con fuerza un instante los párpados antes de contestar de la forma más animada que pudo.

– Pues si no lo tienes claro, que no sea por mí. A mí me parece bien lo que hagas y que estés con él. Si tú quieres claro – terminó con una vaga esperanza de que no quisiera, algo que sabía egoísta y quiso acallar.

– Creo que sí, que quiero – contestó dubitativa, probablemente más por su reacción que porque tuviera dudas sobre lo que deseaba hacer – Pero no me gusta la idea de dejarte solo –

El chico suspiró elevando la vista muy pocos centímetros, hasta el techo gris del coche.

– Tengo ya dieciocho años, por favor mamá. No tienes de qué preocuparte. Me limitaré a montar una fiesta en casa de las que dejan todo tipo de manchas por las paredes, pero estaré bien – terminó bromeando.

Su madre soltó una carcajada.

– Bueno, ya veremos también que pasa con ese fin de semana. Oye Martín – lo llamó para mirarle mientras terminaba con una sonrisa y una última palabra – Gracias –

***

imageYa habían subido todas las maletas, avisado a la abuela y los tíos que habían llegado a casa de una pieza, colocado en la nevera casi vacía las viandas que habían traído, activado el agua caliente, puesto una lavadora, colocado la cama de Logan, llenado su cuenco de agua fresca y subido un poco las persianas. Ahora descansaban en el sofá, acompañados por el tenue zumbido del aire acondicionado.

Martín miró a su madre, que tenía toda la pinta de ir a quedarse dormida de un momento a otro. Logan hacía un buen rato que roncaba feliz en su colchoneta. Se preguntó qué haría él a continuación. No tenía sueño, tampoco muchas ganas de seguir cambiando de canal. Lo que no podía quitarse de la cabeza es que Mal tal vez estaba en casa, apenas a una docena de zancadas de distancia. Estaba deseando bajar a verla, comprobar de una vez a qué podía atenerse respecto a ella. ¿Debía bajar ya? ¿Debía esperar a que subiera?

Logró esperar casi una hora. Pasando de estúpidos programas de subastas a documentales históricos (se sentía algo obligado a verlos dado lo que iba a estudiar) y fragmentos de esforzados ciclistas cuesta arriba. Finalmente apagó la tele, dejó a su madre dormida y al pitbull con los ojos entrecerrados y decidido a no moverse si no le veía coger la correa; reunió todo el valor que pudo y se plantó en medio minuto ante la puerta de su vecina.

Recordaba perfectamente todos sus rasgos, sabía bien lo mucho que le gustaba casi desde el primer día, pero cuando abrió la puerta y la tuvo de nuevo al alcance de su mano quedó deslumbrado. Por un instante se quedó sin aliento, intentando no perderse un solo detalle. Estaba más morena, se había cortado el pelo, iba descalza, con un viejo vestido de tirantes y desplegaba una sonrisa franca, de felicidad genuina, que sintió que se le contagiaba al instante.

– Me alegra que hayas vuelto Mastín –

Tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas para no lanzarse a abrazarla, a besarla. Se limitó a quedarse allí, como un pasmarote encantado al otro lado del umbral, hasta que Trancos logró asomar medio cuerpo para apretar su cabeza contra su mano, a la manera silenciosa y delicada que tenía aquel galgo de dar la bienvenida y reclamar atención. El chico agradeció la interrupción del perro, acariciándole inmediatamente.

– ¿Qué tal están nuestros gatitos filósofos? – habló él al fin, moviéndose por territorio seguro.

– Enormes. Y hechos unos gamberros. Has vuelto justo a tiempo para despedirte de Platón y Sócrates. Han tenido suerte, los van a adoptar juntos una pareja joven. Querían solo a Sócrates, pero les he convencido de que es mejor que se llevasen a dos hermanos bien avenidos. Se harán compañía y entre tener un gato o dos, no hay mucha diferencia –

– Me alegro, me he acordado mucho de ellos, tenía muchas ganas de verles – dijo Martín. Y ambos supieron que no se refería a los cachorros.

– Ven, pasa – dijo ella cogiéndole de la mano y tirando de él hacia el salón. Pero fue Mastín el que, dejándose llevar, tiró de ella y la hizo acercarse hasta tenerla justo frente a él. Entonces, sin pensar, con mucha delicadeza, se inclinó y la besó. No le importó lo más mínimo que pudiera verles algún vecino. En aquel momento no le hubiera importado tener un pelotón de fusilamiento a su espalda. Cuando notó que ella se ponía de puntillas para devolverle el beso y que rodeaba su cuello con sus brazos, las últimas tres semanas pasaron a ocupar un lugar en su universo particular de los sueños. Aquello era lo que significaba estar despierto.

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La perrita que aparte en las fotos se llama Luna (aunque tenía muchas posibilidades de acabar con el nombre de ‘pirata’) tiene apenas nueve meses, una cachorrona preciosa, y es sociable con otros animales.

Contacto: ayudaaanimales2@gmail.com
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