Capítulo 46 de Mastín: hay decisiones que se toman con las tripas

Ya llevo casi un año fiel a mi cita de los viernes, entregando sin falta un nuevo capítulo de Mastín. Esta novela por entregas ya está enfilando su recta final.

CAPÍTULO 46

Llevaba sentado en esa silla toda la tarde. Primero solo, luego acompañado por sus primos y sus amigos, que habían ido llegando paulatinamente. Solo algunos se habían dejado caer por la caja para pedir un helado, unas patatas o una coca cola. Al McDonald’s no le estaba resultando nada rentable aquella mesa en la que estaban.

– ¿Nos movemos? – preguntó por tercera vez. No parecía que hubiera mucho interés por mover el culo. La mayoría estaban tan a gusto, a cubierto y con una temperatura estupenda, entre cháchara y bromas.

– Vale, pero… ¿dónde vamos?- planteó Marina.

Hubo un silencio que amenazó con convertirse de nuevo en islas de conversación y chanzas que les tendrían allí otra hora. Martín se negaba. Miró en el móvil la cartelera.

– ¿Vamos al cine? Ponen la de Inside Out cada hora –

– Es de dibujos, es una peli para críos – protestó Fernando.

– No seas paleto. Es Pixar que siempre hace cosas decentes y dicen que mola – replicó Martín sintiéndose de nuevo el cinéfilo rarito del grupo.

– Sí, Toy Story y Cars. Ya superé mi fase de Buzz Lightyear y Rayo McQueen –

– El cine vale una pasta, para ver dibujos paso – dijo Joan.

– Y además hay que coger el autobús para llegar o pegarse una panzada a caminar. Yo también paso – sentenció Álex.

– Pues para el que pasa de ir a Cimadevilla a beber soy yo. No estoy de humor –

– A mí me parece bien lo del cine. También me apetece verla – dijo Blanca.

Al final se habían separado. Martín se había ido con las chicas al cine y Fernando, Álex y Joan se habían largado por ahí. Ya se buscarían luego en algún garito cerca de casa.
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Tenían tiempo y decidieron caminar y dejar el autobús para la vuelta. Martín agradecía que Marina hubiera encajado tan bien su negativa a enrollarse con ella. Se la veía igual de relajada y directa que siempre, madura para sus quince años. Y estaba realmente guapa, con los vaqueros ceñidos y la coleta bamboleante. Por unos minutos Martín se planteó si no se habría equivocado, si tendría que hacer aceptado un poco de diversión consentida y con fecha de caducidad con aquella chica tan segura de si misma. Probablemente había sido un idiota y cualquier otro en su situación no la habría rechazado. Cuando se sentaron a oscuras en la sala de cine, con sus brazos casi rozándose, estuvo a punto de extender la mano y coger la de ella. Eso habría bastado, lo sabía bien. Una caricia en la oscuridad y estaría hecho. El perfil de Marina, recortado contra la penumbra, no le recordaba al de Mal. Miraba a la pantalla y lo que allí se proyectaba iluminaba y ensombrecía su piel, sus ojos. Era hipnótico.

Finalmente no lo hizo, no sabría decir porqué. Tal vez porque algo en sus tripas le decía que se iba a acabar sintiendo peor consigo mismo, y como decía su madre, muchas veces las decisiones hay que tomarlas al final escuchando a tu estómago. Así que se dejó atrapar por aquella historia en la que mostraban que la emociones se hacen complejas según creces y los recuerdos alegres pueden acabar teñidos de una melancolía extrañamente reconfortante, como le pasaba cuando pensaba en momentos compartidos con su padre.

Les había gustado la película, a los cuatro. Tal vez a Begoña no tanto como al resto. Decía que todo el viaje de Alegría y Tristeza le resultaba un tanto cargante y que era una peli para niños más pequeños. Martín no estaba de acuerdo. Blanca se había emocionado tanto que incluso había soltado alguna lagrimilla.

Acompañaron a Begoña a casa, que seguía teniendo un toque de queda absurdo a su edad y en verano, y luego se dirigieron a La Espicha, dónde les esperaban el resto.
***

– Mira, esa está buena y te mira mucho. Yo la conozco de los partidos, también se va para la universidad al año que viene. A Madrid, creo. ¿Te la presento? – propuso Joan señalando a una rubia de pelo rizado que reía con un par de amigas.

– Déjame de líos, anda – protestó Martín.

– Nada con Marina, nada con otras. ¡A ver si vas a ser maricón! – explotó entre risas Joan.

– ¡Tú eres gilipollas! – soltó Martín dando un paso para encararse a ese idiota. Al no haber ido al cine, era obvio que les sacaban demasiada ventaja bebiendo.

– ¡Vaya! Tranqui, tío. No te pongas así, que parece que va a ser verdad que lo eres. ¿Te cabreas porque he dado en el clavo, maricón? – dijo Joan riendo menos y sin retroceder.

– ¡Eres imbécil del todo! ¿Te crees que lo que me cabrea es que me tome cualquiera por maricón? ¡Lo que me jode es que lo uses como un puto insulto! – bramó recordando a Juan, recordando los momentos de acoso en el patio, la pelea… Respiró hondo para calmarse, pensando que la música, la gente que los rodeaba, le estaba ayudando bastante a lograrlo, pero deseando desaparecer de aquel sitio y perder de vista aquella compañía.

– Vamos, primo, que no es para tanto – dijo Fernando metiéndose en medio con tono conciliador y mirando a Martín con una sonrisa – Y tú, animal, deja a mi primín en paz, que lo que pasa es que tiene novia madrileña y quiere ser bueno – terminó dirigiéndose a Joan.

Martín clavó la vista primero en Fernando y luego en Blanca, que bailaba con Marina a pocos metros, ajena a aquella conversación. La que sabía guardar confidencias…

– Me voy – resopló Martín.

– ¿Te retiras tan pronto? – dijo su primo sacando el móvil para consultar la hora.

– Estoy cansado, y me siento algo raro –

– No hace falta que lo jures- repuso Fernando – ¿Pero por qué no te esperas media hora? Blanca y Marina se tienen que ir enseguida a casa, así las acompañas –

– No hay problema. Pero espero fuera, necesito respirar un poco –

***

En aquella ciudad, incluso en pleno agosto, por las noches hacía bastante rasca. Caminaron los tres encogidos y casi en silencio, con los oídos pitando por el volumen de la música dentro de La Espicha.

Dejaron primero a Marina en casa. Mejor así, para evitar tentaciones a deshora o malentendidos. En cuanto Martín se quedó solo con su prima se puso a pensar en cómo sacar el tema de su secreto a voces. Estaba muy enfadado, no podía ignorarlo.

– No me has contado aún lo de la pelea. Y ya te queda poco tiempo por aquí – dijo ella ahorrándole el pensar como soltarlo.

– Ni lo voy a hacer. Te ha faltado tiempo para contarle a tu hermano lo de Mal – ladró él.

Blanca primero le miró de hito en hito y luego furibunda.

– Mira que eres imbécil. Fuiste tú el que se lo soltó a Marina. Yo solo lo he confirmado cuando me preguntó, sin entrar en detalles –

– Vale – se limitó a decir él acelerando el paso.

– ¿Por eso has estado tan extraño al final? No me lo puedo creer – dijo ella sacudiendo la cabeza.

Martín se limitó a seguir avanzando. Ya estaban al lado del portal de sus tíos.

– ¿Vas a seguir sin hablarme los pocos días que te quedan? – planteó ella al fin, con un tono dulce muy distinto al anterior y rindiéndose al usarlo.

– No, ya se me pasará- consiguió decir Martín sin que pareciera que andaba endemoniado.

Poco mas tarde estaba solo ante la puerta de casa. Giró la llave con todo el cuidado del mundo. Su madre y su abuela dormían. Logan estaba bailando de alegría frente a la puerta desde el mismo instante en que oyó accionarse el ascensor.

No le hacía falta otro paseo, pero el chico decidió dárselo.

– Vamos Logan, nos vendrá bien a los dos – llamó al viejo pitbull en voz baja.

No cogió ni correa, ni bozal. A aquellas horas no tendrían que encontrarse con nadie. A aquellas horas era más fácil echar de menos todo lo que le aguardaba en casa: la gente y los animales de la protectora, los gatitos filósofos, Juan, la universidad y por supuesto a Mal. Si es que ella le estaba esperando, claro.

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Keka fue arrojada desde un coche como si fuera una colilla y abandonada en un lugar con mucho tráfico. Es una perrita muy noble que en este momento está llena de miedos por todo lo que ha vivido en tan poco tiempo. Está en Chipiona, pero se envía a toda España.

Contacto: chipidogchipiona@hotmail.es

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