Capítulo 42 de Mastín: No, no lo haría

Todos los viernes desde enero publico en este blog un capítulo de Mastín, una novela juvenil apta para adultos con la protección animal como fondo.

CAPÍTULO 42

Paseaba con Logan notando los cincuenta euros que su abuela le había dado como regalo de cumpleaños en el bolsillo delantero del vaquero. Se los entregó doblados en cuatro partes, como formando un paquetito, y así tal cual los había guardado. “Tu regalo de cumpleaños, para que convides a tus primos y te compres lo que quieras”, había dicho ella, sonriendo pero triste, como siempre. El hijo perdido le dolería siempre en la mirada, como no le dolía a él o a su madre. Y no es que no lo echaran de menos o que lo quisieran menos. Tal vez es que era distinto, peor, perder a un hijo que a un marido o a un padre. Puede que, sencillamente, hubiera gente que estaba hecha para tirar para adelante con lo que la vida les mandara y otra que no.

Esa tristeza constante y sus manías de persona mayor que lleva años viviendo sola dificultaban la convivencia durante el verano. Las manías eran lo más llevable, pero la pena contagiaba a veces a su madre, Martín lo veía en sus ojos, en su necesidad repentina de irse a otra habitación o salir a la calle.

– Vamos Logan – murmuró tirando del perrazo, que se había anclado al suelo con su mejor tracción a las cuatro patas para oler la base de un raquítico árbol urbano. Si en su ciudad de la periferia madrileña ya le chocaba ver esos arbolillos míseros, en Gijón con las imponentes arboledas que cercaban la ciudad e incluso colonizaban algunas partes, era irrisorio.

Tiró de nuevo. Logan no se movía. Por lo cabezón que se había puesto debía haber dejado allí su aroma la caniche del segundo, que estaba en celo.

– Estás tú como para hacerle los honores. Casi ni puedes levantar la pata para hacer pis. Eso sin contar con que no debe de pesar más de cinco kilos. Lo vuestro es imposible. Andaaa, ¡vamos!  Tenemos que volver a casa, que he quedado –

El viejo pitbull reanudó la marcha dócilmente, como si hubiera entendido lo que Martín decía. El chico miró al perro con ternura, pensando vagamente en amores imposibles.

***

La noche aguantaría, «no va a llover» había sido el veredicto de su abuela cuando lo vio listo para marcharse.  Otra peculiaridad de aquel lugar: la preocupación por el tiempo que hacía y cómo evolucionaría. Con Madrid en agosto no había dudas: calor más o menos infernal, ropa ligera y mucha agua. Allí la gente se asomaba a las ventanas al levantarse, consultaba aplicaciones meteorológicas en el móvil, veían el parte de la tele y oteaban el cielo como expertos. ¿Llovería? ¿Luciría el sol? ¿Haría tarde de chaqueta? ¿Abriría la tarde? ¿Merecía la pena alisarse el pelo? (de la íntima relación entre peinado y clima se había enterado por su prima).

Llevaban varios días de “un calor que caen los pájaros”, que en la meseta castellana sería un junio estupendo de los de manta por la noche, así que Blanca llevaba el pelo liso, unos shorts con los que lucir sus piernas de niña deportista y una sudadera para cuando cayera la noche. Estaba realmente guapa. Apenas eran las siete de la tarde, habían quedado pronto para que ella pudiera sumarse. Aunque el verano e ir con su primo y su hermano mayor relajaban las normas, tampoco tenía rienda suelta.

Avanzaron charlando de nada en particular y se detuvieron en un parque que había a pocas manzanas para esperar a Marina, Joan y Álex, amigos de sus primos que se sumaban a la fiesta. Bego, a la que aún quedaban un par de meses para cumplir los quince, no había obtenido permiso paterno para salir con hasta tarde «con unos chicos mayores».

Pasaron un rato sentados en el parque, las chicas hablando por un lado y ellos por otro, hasta que la sed apretó y marcharon a un garito estratégicamente situado cerca de la playa y de un sitio en el que vendían porciones baratas de pizza.

Cumplir años en agosto era una mierda. Con el paso de los años se había ido acostumbrando, pero de niño lo odiaba. No le gustaba ser de los pequeños de la clase, de los que no cambian de edad durante el curso. Tampoco le gustaba no poder celebrarlo con sus amigos del colegio o tener una fiesta de parque de bolas como lo demás.

Al menos ahora tenía whatsapp y Facebook. Había recibido un buen puñado de felicitaciones, muchas acompañadas de todo tipo de emojis, algunas con vídeos de youtube, memes varios y fotos de las vacaciones. Juan había sido de los primeros: “ya tienes tus dieciocho, disfrútalos”. Incluso el imbécil de Alberto le había puesto un escueto “feliz cumpleaños tío!!!” en el muro, probablemente de cara a la galería.

Ella no había dado señales de vida. Había albergado ciertas esperanzas de que su cumpleaños y la esperada mayoría de edad rompieran su silencio, aparentemente no era motivo suficiente.

Manu tampoco. Le sorprendió acordarse de ella en aquel momento, también descubrir que algo sí dolía el hecho de que por primera vez en muchos años le faltase su felicitación. Recordaba bien que su amiga siempre le llamaba cuando eran niños, antes de que se complicara todo.

Decidió no volver a mirar el móvil en toda la noche. Tenía muchos buenos motivos delante de sus narices: música, cervezas, sus primos, algunos amigos y Marina bailando para él, porque eso estaba haciendo. Se movía para él, miraba, reía y movía la cabeza haciendo oscilar la melena castaña para que él lo viera. Era tan obvio que no le llevó más que una cerveza ponerse en pie y acercarse a ella.

***

– Marina se tiene que ir –

– Ya, es como Cenicienta, a medianoche en casa – dijo su primo.

– Voy a acompañarla, que no es plan que vuelva sola –

Su primo alzó una ceja y le dedicó una sonrisa llena de dientes. – Ya, ya te veo yo a ti. Anda madrileño, haz tu vida y pásalo bien, que nosotros haremos la nuestra. Ya hablamos mañana –

Caminaron primero en silencio y luego hablando de cualquier chorrada que se les ocurría, como si al salir a cielo abierto nada hubiera pasado, ni las insinuaciones, ni sus cuerpos rozándose al bailar. Martín sabía que la tenía si la quería. La tenía para unos besos y unas caricias, durante esa noche o durante lo que quedara del verano, tampoco más, pero la tenía. El problema es que no sabía si quería tenerla. Paseando bajo la luz de las farolas, con el maquillaje casi desaparecido y la chaqueta vaquera cubriendo el vestido escotado volvía a ser la niña de quince años que jugaba al vóley con su prima pequeña. Tampoco sabía si ese era el único motivo por el que no quería, aunque lo deseara. Probablemente no, pero no tenía la menor gana de ponerse a analizar todo aquello, así que caminaron sin rozarse como dos chicos buenos hasta que llegaron al inicio de su calle.

– Espera aquí, en este garaje – dijo ella metiéndose en el hueco que había entre dos viviendas.

Martín señaló extrañado el que sabía que era el portal de la chica, al fondo de la acera de enfrente.

– ¿No es está ahí tu casa? –

– Sí, pero probablemente mi padre estará en la ventana pendiente de si llego y con quién llego. Paso de dar explicaciones. Y quiero hablar contigo antes –

Martín obedeció. ¿Cómo no hacerlo? Y se quedó atrapado en los ojos oscuros, dibujados a lápiz, de Marina.

– A ver. Ya sabes que me gustas. ¿Yo te gusto a ti? –

Martín la miró y la vio muy niña, más aún, a años luz de la que estaba acostumbrado a tener en brazos.

– Tengo toque de queda, así que no puedo permitirme perder el tiempo. Y tú te marchas en unos días. Además, no me importa decir a un chico si me gusta. Eso de que las chicas tienen que esperar a que seáis vosotros me parecen chorradas –

– Tienes razón son chorradas – convino Martín. Ella estaba ahora más cerca. Era más alta que la mayoría de las chicas que conocía, tenía el labio inferior más carnoso que el de arriba y un lunar casi imperfectible en el superior. Metió las manos en los bolsillos y se esforzó en mirarla de nuevo a los ojos.

– No me has contestado. ¿No te gusto? Hace un rato me daba la impresión de que sí. Y como has venido a acompañarme – insistió ella.

– Me gustas sí – dijo él, notando que ella se acercaba aún más – pero creo que no es buena idea –

– ¿Por qué? ¿Es porque te vas a ir? No me preocupa. No pido nada serio ni que dure –

– Está eso. Pero sobre todo es que tienes quince años y yo ya dieciocho. No creo que sea buena idea – repitió.

– Son solo dos años y medio – protestó ella con una sonrisa.

– Ya, pero tienes solo quince – se sintió como un estúpido al decirlo, pese a que era lo que sentía cuando la veía ahí, de pie, tan tierna. Por un instante pudo imaginar lo que se le habría pasado por la cabeza a Mal en infinidad de ocasiones al mirarle a él, cuando le dijo que parase justo antes de marcharse.

– Dime la verdad. ¿Es porque estás saliendo con alguien en Madrid? –

A punto estuvo de responder que no, pero se dio cuenta a tiempo de su error.

– Bueno, eso también. No he contado nada por aquí, pero sí, hay alguien –

Marina se alejó un par de pasos y sonrió, de nuevo como la amiga de su prima llena de desparpajo a la que estaba acostumbrado.

– Vale. Lo entiendo. No hace falta que digas más. Gracias por acompañarme a casa. A lo mejor no vemos mañana por la tarde en la playa –

Se quedó allí hasta que la vio desaparecer en el portal, preguntándose si la habría hecho daño, si hubiera sido mejor dejarse llevar sin dar tantas vueltas a las cosas, si era cierto que habría alguien para él cuando volviera. Luego marcó el número de Fernando.

– ¿Dónde estáis? ¿Seguís en el mismo sitio? Esperadme, que voy para allá –

***

Tres horas más tarde subía por el portal. Cuando entró en casa sacó el móvil para ver la hora y para moverse por el piso sin tener que encender las luces. Un mensaje esperaba a ser leído.

Era de ella y solo decía “felices dieciocho Mastín”. Se lo había mandado a la hora exacta en la que cumplía años.

Abrió la puerta con cuidado de no despertar a nadie, silenció con unas palmaditas el efusivo recibimiento de Logan que sonaba como la carga de la brigada ligera sobre la tarima flotante en el silencio de la noche. Pasaron juntos a su dormitorio, se deshizo de toda su ropa a oscuras y se deslizó bajo las sábanas y la funda nórdica sin soltar el teléfono, sintiendo al perro tumbarse al lado de la cama. Sacó la mano para acariciarle bajo las orejas a modo de buenas noches y volvió a mirar el mensaje sabiendo que ella sabría que lo había visto. Lo miró hasta que las letras bailaron ante sus ojos igual que Marina había bailado para él.

No, no lo haría.

Bloqueó el móvil sin contestar para entregarse a una noche sin sueños.

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Amón y Runa son los dos cachorros cruce de pastor que veis en la imagen. Están en Galicia y buscan un buen hogar, uno en el que (como bien apunta la persona que los tiene en acogida), estén mentalizaros de que los cachorros ensucian, rompen y requieren muchas atenciones, conocimientos y educación. Los adultos son mucho más fáciles.

Contacto: comandog@perrunadas.com

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