Capítulo 41 de #Mastín: Feliz cumpleaños

Todos los viernes desde enero publico en este blog un capítulo de Mastín, una novela juvenil apta para adultos con la protección animal como fondo.

CAPÍTULO 41:

Sentado en la playa, bajo un sol moderado y viendo junto a su primo a las chicas jugando al vóley, se veía obligado a reconocer que aquellas vacaciones no eran ningún infierno. Ellos habían estado jugando antes; no es que Martín fuera precisamente un hacha al vóleibol, en su ciudad nadie jugaba a aquello y no había playas que invitaran a practicar la versión en la que acababas rebozado de arena, pero su altura siempre era bienvenida. Tampoco es que fuera ninguna competición, simplemente se divertían.

Su prima era buena. Jugaba en un equipo todo el invierno y saltaba como el puñetero Anthony Davis sobre aquella arena. Y también estaba buena. En forma, bronceada, con ojos grandes como los de un personaje de manga. Martín procuraba no fijarse demasiado en lo que escondía y asomaba de su bikini deportivo cuando volaba buscando la pelota. Primero porque solo tenía quince años. En segundo lugar porque era su prima. Vale que era la nieta de su tía abuela, la hija de la prima hermana de su padre, lo que la convertía en una prima de segunda división, pero aún así era familia y recordaba haberla visto crecer verano tras verano. Y a Fernando no le hubiera hecho ni pizca de gracia verle mirando a su hermana de otra manera que no fuera también fraternal.

melTal vez por esos ambos se recreaban con las dos amigas de Blanca: Marina y Bego. Sobre todo la primera, que le daba a la nariz que estaba intentando coquetear con él a la insegura y torpe manera de sus quince años.

Quince años. “Una cría”, pensaba él desde sus inminentes dieciocho. Y recordaba a Mal, que sabía lo que decía y porqué lo decía, que cuando lo miraba parecía conocer lo que estaba pensando, preciosa y segura de sí misma.

No tenía noticias suyas desde que le dejara a los gatitos filósofos y se desearan buen viaje, como si no hubieran estado a punto de hacerlo en ese mismo sofá dos noches antes, como si solo fueran vecinos con una relación cordial.

Los primeros días se había resistido a llamarla o a mandar cualquier mensaje por una pura cuestión de orgullo, de amor propio, pero la había tenido presente en todo momento. De vez en cuando miraba las pocas fotos que tenía de ella en el móvil o entraba en su muro de Facebook, que ella nunca actualizaba salvo que fuera para anunciar algún evento solidario de la protectora o para difundir algún perro o gato. En esas dos semanas se había limitado a subir un vídeo de los gatos, que parecían crecer por días. Él miraba su foto de perfil, abrazada a Trancos y en la que apenas se distinguían sus rasgos a contraluz. Recorría su histórico y se detenía en las imágenes en las que se la distinguía. Tampoco eran muchas. Ella en bicicleta con otro corte de pelo asomando bajo el casco, posando con los novios en una boda con un vestido de esos sin tirantes, junto a Laura en un stand del refugio en el que vendían camisetas y regalaban folletos, en un selfie con Lobo, abrazada a un mastín enorme que Martín no había llegado a conocer…

Le habían bastado los tres primeros días para aprendérselas todas de memoria. Tres días en los que se había dejado arrastrar por su madre sin ganas de hacer nada.

Luego, más rápidamente de lo que hubiera creído, las cosas empezaron a cambiar. Seguía recordándola. En ocasiones le dolía físicamente tenerla lejos, a veces se llamaba gilipollas a sí mismo en voz alta, otras se cabreaba tanto con ella que le daban ganas de llamarla para decir que no se preocupara más, que todo lo que tuvieran se había terminado. Había soñado un par de veces con ella. Sueños absurdos imposibles de analizar y que intentaba olvidar. La última semana había estado más tranquilo, teniéndola presente de una manera sosegada, sorprendiéndose de la frecuencia con la que ya no pensaba en ella, de que tan solo diez días bastaran para aplacar aquello que había ardido con tanta intensidad. Aunque no se engañaba, sabía que volvería a incendiarse en cuanto la tuviera al alcance de sus manos, en cuanto escuchara su voz llamándole “Mastín”.

Se había acomodado a una nueva rutina que compartía con sus primos. Aquella era una ciudad grande, con un par de tiendas de comics que le tenían fascinado, la playa a cinco minutos del piso y una zona perfecta por la que salir por las noches a diez. Sus primos vivían a dos manzanas y últimamente pasaba más tiempo en su casa que en la de su abuela. Algunos días subían al monte, que en coche estaba a un paso, a ver algún familiar o, simplemente, dar un paseo con Logan y tomar alguna botella de sidra. El viejo pitbull también estaba en la gloria. El calor que le tenía sofocado y somnoliento había dado paso allí a una temperatura agradable que le invitaba a estar algo más activo. Incluso había dejado de escapársele el pis.

– ¿Por qué os fuisteis de aquí mamá? Es un sitio en el que se vive muy bien –

mel3– ¡Mira el que no quería venir! – se había burlado al principio ella – Es verdad que aquí hay más calidad de vida, que no hay atascos de más de una hora para entrar a trabajar, que hay monte y hay mar al alcance de la mano, pero no veíamos mucho futuro. Bastantes años antes de la crisis económica, cuando en la mayor parte del resto de España las cosas iban boyantes, en la Feria de Muestras de Gijón ya vendían camisetas que ponían “¿Asturias o trabajas?”. Ya sabes que tu padre y yo nos conocimos estudiando en la universidad en Madrid; cuando has estado siempre aquí y te lo sabes de memoria, de repente te ves en la capital viviendo solo por primera vez y aquello te parece el no va más, estábamos deslumbrados. Y luego está lo del piso. Tu abuela no es de aquí, tenía dos pisos que heredó allí y nos ofreció uno. Era una oferta difícil de rechazar –

La arena no quemaba, estaba agradablemente cálida, se tumbó y cerró los ojos. Feliz simplemente por estar allí, vivo,  joven, ocioso, sin hambre, sin sed, relajado tras el ejercicio, con todas las expectativas del mundo a su disposición. Escuchó el mar subiendo, los gritos de los jugadores, el murmullo de voces de los que paseaban endomingados por el muro, a los coches circulando al lado de esa gran playa urbana.

Y entonces un balón de vóley aterrizó sobre su estómago.

– Venga, vamos a darnos un baño, nos quitamos la sal y a casa. Como lleguemos tarde a tu comida de cumpleaños nos matan –

– Vale, pero podías haberte ahorrado el balonazo – protestó incorporándose y lanzando al mismo tiempo la pelota a la cara de su prima, que la cogió sin dificultad.

Un baño, una ducha, una comida en familia y de noche saldría a invitar a tomar algo a sus primos. Ya no tenían sentido los globos y las chuches. Ya eran mayores. A las 23:13 celebraría con ellos el tener al fin dieciocho años, la edad de conducir, de votar, de dejar definitivamente de ser un crío.

Y volvería a ella siendo mayor de edad. Si es que eso realmente importaba en algo.

***

La comida de cumpleaños había contado con un invitado especial. Además de su madre, sus tíos, su abuela, la tía Socorro, los primos y cuatro pobres centollos descuartizados, se había presentado Javi, el guardia civil que había sido amigo de su padre.

Su madre tenía razón, no se acordaba de él. Le reconoció por las fotos que tenían en casa, de cuando sus padres y él compartían diversión y viajes. Más gastado y con más kilos, pero con el mismo pelo rubio,  espeso y muy corto y la nariz aguileña. Martín tenía apenas seis años cuando había logrado que le destinaran de nuevo al norte y le había perdido la pista. No había conseguido Gijón ni ningún otro lugar de Asturias, pero andaba por el norte de León, a tiro de piedra en coche.

Era un tipo agradable, no hablaba demasiado, pero sonreía mucho. Y cuando intervenía, lo que decía tenía siempre sentido. Comieron pollo guisado y patatas fritas, el menú favorito de Martín. Encendieron un uno y un ocho sobre una tarta de fresa y chocolate, soportó que le cantaran un cumpleaños feliz, desenvolvió unos cascos inalámbricos, algo de ropa y un par de novelas históricas (una de Javier Sierra y otra de una saga de McDonald Fraser que le tenía enganchado) y la sobremesa se fue alargando y perdiendo comensales gradualmente. Primero se retiró su abuela, que estaba conteniendo las cabezadas, para descansar un poco; luego se fueron Socorro y los tíos. Blanca y Fernando aguantaron algo más, pero también se marcharon a dormir un poco. Era obligado que la noche fuera larga y necesario descansar. Cuando su madre desapareció, se encontró con Javi mirándole con los codos sobre la mesa en plan. “¿Y ahora qué?”.

– Creo que yo también debería dormir un poco la siesta… – comenzó a decir.

– Tu madre me ha contado que te has metido en algún lío este último año – apuntó Javi.

Martín elevó los ojos al cielo. “No, por favor. Una charla del amigo guardia civil no. Y encima en mi cumpleaños”.

– También me ha dicho que lo hiciste por defender a un amigo, que no es nada que pueda reprochársete –

– No fue nada del otro mundo. Y nada de lo que preocuparse –

Javi volvió a sonreír.

– No, no lo es. Tienes razón –

Algo en la actitud de aquel hombre afable le hizo relajarse. También el hecho de intuir que no iba a tener una charla como regalo sorpresa.

– También me ha dicho que has decidido a última hora estudiar Historia, pero que no tienes muy claro qué hacer con tu vida. Tampoco eso es nada del otro mundo, nada de lo que preocuparse a tu edad. Pero que sepas que siempre tienes la opción de ponerte un uniforme. O al menos intentarlo –

A Martín se le escapó una carcajada. No creía que su madre hubiera orquestado aquello, ella se lo hubiera dicho a las claras. Debía ser iniciativa de aquel hombre.

– No sé, no me veo yo regulando el tráfico, escoltando políticos o haciendo soplar a borrachos. ¡Sin ánimo de ofender, eh! –

– Bueno, todo eso es necesario. Pero entiendo que no te llame la atención. Y también hay más cosas. Yo estoy en el Seprona, que si te van los animales, puede que te gustase. También está la opción de ser guía canino… Hay de todo, más de lo que imaginas. Y siempre vienen bien tíos grandes, con cabeza y corazón –

Martín se dio cuenta de que estaba escuchando con interés, que todo aquello no le parecía una locura, que sabía que era complicado encontrar un trabajo. ¿Por qué no? Tal vez era una puerta a tener en cuenta.

Javi se tomó el último trago de pacharán que le quedaba en el vaso y se puso en pie.

– Si por lo que sea acabas planteándotelo en serio, no te metas a Guardia, mejor Policía Nacional, hazme caso. Te van a pagar más y te van a putear menos. También ligarás más con el uniforme azul. Con el nuestro verde no verás stripteases en las despedidas de soltera, por algo será. Habiendo pasado por la universidad, podrás optar a ser inspector. Y, si puedes, aprovecha el tiempo que estés estudiando para sacarte los permisos de conducción que piden y para hacer algún deporte o ir al gimnasio. Está claro que el mínimo de altura lo cumples, pero hay más pruebas. No es como entrar a bombero, pero conviene estar en forma – Extendió la mano para despedirse – Ve a dormir, que ya imagino que esta noche toca juerga. Tu madre tiene mi teléfono si lo necesitas. Y no tiene más porque no le da la gana – concluyó de manera un tanto desconcertante.

Martín quedó allí, mirando la puerta cerrarse. ¿Policía? Sacudió la cabeza y se dirigió a la cama.

Quedaban poco más de cinco horas. Dieciocho años. Y una semana para volver a Madrid, para volver a verla.

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Melody está en Madrid. Es joven, cariñosa, sociable con otros perros y no tan activa como se pensó en un principio, cuando se salvó su vida in extremis.

Está en una residencia esperando una familia definitiva.

Contacto: aldakaleundome@gmail.com

2 comentarios

  1. Dice ser BGG

    «Algunos días subían al monte, que en coche estaba a un paso, a ver algún familiar o, simplemente, dar un paseo con Trancos. El viejo pitbull también estaba en la gloria»…será con Logan, no??

    un saludo,

    30 octubre 2015 | 8:21

  2. Dice ser Melisa Tuya

    Reparado el desliz BGG. Gracias 🙂

    30 octubre 2015 | 9:01

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