Capítulo 34 de #Mastín: ¿A quién le importa lo que yo haga?

Calculo que antes de Navidad acabará Mastín, la novela juvenil por entregas que comencé en enero. Desde entonces no he faltado a mi cita de traer aquí todos los viernes un nuevo capítulo. Aquí está el segundo de septiembre.

CAPÍTULO 34:

11221665_10205262106854403_3075135547916268726_oSer alto en un sitio como aquel tenía muchas ventajas. De entrada había podido conducirles, tras otear sobre el mar de cabezas, al lugar más despejado. Aunque llamar despejado a aquello era ser francamente optimista. Había abierto paso, seguido de Mal, entre cuerpos que se juntaban para poder intercambiar unas pocas palabras y que se retorcían al ritmo de la música. Antes sonaba David Ghetta, ahora era Bruno Mars el que se desgañitaba, I’m too hot (hot damn). Say my name you know who I am. Conocía bien sus canciones, a Manu le encantaban todas y cada una de ellas y las ponía a todas horas. Había querido que la moñada de Just the way you are fuese su canción, Martín había tenido que insistir en que no era obligatorio para una pareja tener tal cosa como una canción y que, de tenerla, estaba convencido de que era algo que aparecía por algo, en plan revelación, no lo decidía uno así de fácil.

Costó llegar a la zona que había visto, tampoco le importaba haber tardado en alcanzarla. Notaba a Mal tras él, muy cerca, rozándole en su intento por aprovechar los huecos que él abría. Una vez allí llevaron a cabo un despliegue táctico, de tal forma que ocuparon todo el espacio posible. Lobo se apoyó contra una pared en la que había una pequeña repisa en la que dejar los vasos, las chicas y Fran bailaban.

No era sitio para charlar. De todas maneras ya lo habían hecho bastante en la terraza. Allí solo tenía sentido observar, hacerse ver, buscar y tal vez encontrar, exhibirse, beber, dejarse llevar por la música.

– ¡¿Qué quieres?! – bramó Mario a pocos centímetros de su oreja. Ahora sonaba Shakira a todo trapo. Mal no lo hacía mal imitando a la colombiana a golpes de cadera dentro de su vestido veraniego. Martín procuró no mirarla demasiado, tampoco al escote blanco y bamboleante de Irene.

– ¡No sé, voy contigo! – dijo el chico preguntándose cuando costaría allí una copa mientras se abría camino de nuevo hasta la barra.

– ¡Venga! Atrévete con un Gin Tonic! – había dicho Mario cuando vio que pedía únicamente una cerveza. Y al final se había atrevido con dos. Ya no podría volver a salir en todo el mes. Vale que con diecisiete años no debía consumir bebidas alcohólicas y mucho menos debían vendérselas, pero no aparentaba ni mucho menos los diecisiete años que tenía y le quedaba muy poco para tener los malditos dieciocho que abrían la puerta de casi todo.

No estaba mal aquello. Ya había probado el ron, el whisky y el vodka, pero no la ginebra. Al principio le había resultado demasiado amarga, pero era refrescante y allí hacía calor y tenía la boca seca. Había insistido pese al amargor de los primeros tragos recordando que su padre bebía precisamente aquello, que siempre le había parecido una bebida para adultos; y había pedido el segundo olvidando que la última vez que se había emborrachado la noche no podía haber acabado peor y se había jurado no volver a exponerse a perder los papeles. ¿Qué podías hacer en un sitio como ese salvo bailar o tener un vaso en la mano?

Mal había intentado animarle a bailar, moviéndose justo ante él. No lo había conseguido. Uno de los inconvenientes de ser demasiado grande era sentirse el centro de las miradas sabiéndose algo torpe, al menos así era en su caso. La chica sí que había tenido suerte con Lobo, que se movía lo justo y con mucha dignidad.

Observar, hacerse ver. Buscar. Puede que encontrar. Exhibirse. Dejarse llevar por la música. Beber.

Mal se dejaba llevar por la música. Su amiga se exhibía. Fran buscaba. Mario bebía. Lobo observaba. Cuando encontró los ojos de Martín se  limitó a sonreír. Una sonrisa inteligente. “Tú también eres de los que observan”, parecía decir “mírame si quieres, mírala. Sé lo que piensas”. El chico bajó la vista, para luego fijarla en el breve infinito formado por gente sudando y desgañitándose con el himno de Alaska que comenzaba a sonar.

¿A quién le importa lo que yo haga?

Eso. ¿A quién le importa?

Martín comenzó a cantar a voz en grito aquella canción, vieja ya cuando él nació. Y ya no paró de cantar y de bailar. Daba igual su tamaño, su vergüenza, su edad, su futuro incierto, la hora que era, con quién estuviera o quién le estuviera observando.

Se dejó llevar por la música. Ligero, incandescente, feliz como la canción de Farrell Williams que también habían puesto, sin noción del tiempo en aquel sótano sin cobertura. Mal bailaba a su lado, con él, con el resto.

No sabía qué hora era, ni le importaba, cuando Mal le dio unos golpecitos en el hombro para que se agachara y pudiera oírla.

– ¡Creo que ya va siendo hora de que te devuelva a casa! – gritó poniendo el móvil ante sus ojos. Eran las cuatro de la mañana. Martín no quería dejar aquel lugar en el que no había que preocuparse más que de qué canción sonaría después, pero siguió obedientemente a Mal, que ya se había despedido del resto sacudiendo la mano. Ahora era ella la que habría camino, despeinada, sin apenas maquillaje, más preciosa que nunca.

Un escalón, luego otro. Mal subía justo delante de él, había gente a un lado y a otro de la escalera. El vestido era corto y con cierto vuelo, permitía intuir allí donde los muslos se rozaban. Sin ser consciente de lo que hacía, sin haber tomado la decisión de hacerlo, dejándose llevar, Martín alargó una mano y apenas rozó con las yemas de los dedos aquella carne dorada en la penumbra, hizo un arabesco casi imperceptible y notó estremecerse a Mal, que siguió subiendo sin decir nada. Ascendían tan cerca que podía oler su pelo, que nadie podía ver nada. Tampoco hubiera importado en aquel lugar. El chico se atrevió a intensificar el roce, deleitándose con el calor que irradiaba la piel en las puntas de sus dedos, un calor que parecía electricidad. Mal se detuvo un instante a un lado, sin volverse, sin moverse. Martín continuó con su caricia y escuchó un suspiro, casi imperceptible. Oírla fue como una descarga de alto voltaje, tuvo que contenerse para no lanzarse sobre ella, para seguir recreándose con aquella sensación mágica. Con el segundo suspiro no pudo evitar apoyar toda la mano, suave, temiendo asustarla y que se fuera si se movía demasiado deprisa, con demasiada fuerza. Se fijó en su otra mano sobre la cintura de la chica. Nada decía al verla que era la mano de un muchacho y no la de un hombre. No parecía haber nada insalvable, ya fuera una diferencia de edad o distintos miedos, sintiendo como su mano descubría los primeros acordes de la música que podrían crear juntos. En ese momento un pareja bajó tambaleándose a su lado, chocando con ellos. Mal reanudó la ascensión y alcanzó la calle, libre del roce de Martín. Habían sido unos pocos segundos, que ahora en la calle oscura, en esa acera llena de fumadores, parecía haber soñado. Mal lo miró muy seria, de una forma que Martín no pudo interpretar. Y supo que iba a hablar, que iba a decir su nombre, pero el móvil que ella aún tenía en la mano empezó a sonar con multitud de mensajes, deshaciendo lo que fuera que se había urdido. Cuando levantó la vista del aparato para mirarlo de nuevo, la expresión era otra muy diferente. Miedo, preocupación, rabia.

El sueño había terminado. Ya estaban de nuevo despiertos, en un mundo en el que sí que importa lo que uno haga.

– Espera aquí un momento. Voy abajo a por Lobo. Han entrado unos gamberros en la protectora –

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El caso de Guinda, la perrita que aparece en las imágenes, se está convirtiendo en urgente. Tiene seis años y lleva desde que era casi una cachorra en la protectora. Necesita desesperadamente una familia que la saque de esa situación.

Esta noble y cariñosa perra entró en el refugio siendo muy joven, alegre y juguetona. Han pasado los años y nadie se ha interesado por ella, lleva más de cinco años viviendo entre rejas sin terminar de adaptarse a la vida del refugio. Ella adora el contacto con los humanos, es feliz cuando ve aparecer a los voluntarios que le dedican unas caricias al día, pero ella quiere más, necesita más. Su alegría se va apagando poco a poco, se le ha tenido que cambiar varias veces de caseta porque los demás perros le han atacado, el estrés hace que ataquen al más débil.

Se encuentra en Sevilla pero se envía a otras provincias.

Contacto: protectoraelbuenamigo@gmail.com

Podéis ver más información y ayudar a difundir su caso desde este evento abierto en Facebook.

1 comentario

  1. Dice ser lola amigo

    Hola Melisa, te presento novedades de tu otra Galatea, la que bautizó tu niña
    http://amigosdelperroblog.blogspot.com.es/2015/09/galatea-desea-encontrar-pronto-un-hogar.html
    espero que vaya bien el enlace.

    11 septiembre 2015 | 8:47

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