Capítulo 32 de #Mastín: Gente como nosotros

imageNuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, que guste a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 32:

Una carta, algo anacrónico para anunciar el futuro. No dejaba de tener su gracia. Las únicas cartas que recibían eran las publicitarias, unas pocas facturas, alguna comunicación oficial y poco más. Su abuela seguía mandándoles una postal desde la playa todos los veranos. La costumbre había empezado cuando Martín tenía tres años y le hacía una ilusión tremenda tener algo para él en el buzón. Ahora esas postales le despertaban ternura, porque era su abuela la que esperaba ilusionada su llamada diciendo que había llegado. La de este año tenía que estar al caer.

– ¿Te ha gustado? – preguntaría ella.

– Mucho abuela – contestaría él, imaginándosela rebuscando la que le pareciera la mejor entre las postales del chiringuito, con las gafas de ver que no le gustaba llevar puestas en la punta de la nariz.

Estar con ella y con su tristeza le deprimía, las dos semanas que pasaban en su casa se le hacían más largas cada verano, decía algunas cosas que le sacaban de quicio, pero era su abuela, la madre de su padre, con su misma caída de hombros y las cejas definidas y espesas que recordaba en él. “Somos una familia muy pequeña, no podemos descartar miembros alegremente por cuatro tonterías”, le había dicho una vez su madre.

Entró en casa seguido de Logan, alegrándose de que su madre no estuviera en casa. Quería estar solo cuando abriera la dichosa carta. No sabía a ciencia cierta qué camino y menos aún su reacción.

¿Habría logrado Manu entrar en Biología? Seguro que sí. No podía concebir que se torcieran unos planes que tenía tan claros. Tal vez aún no le había llegado la comunicación. En el grupo de Whatsapp de los de clase, entre coñas varias, quedadas y fotos de las vacaciones, unos cuantos ya habían dicho si les habían dado la carrera que querían. Ella estaba en el grupo, pero llevaba muda desde que rompieron. Tampoco es que escribiera mucho antes. Resistió el impulso de preguntar por privado y se dirigió a su cuarto seguido por el pitbull.

– Bueno. Vamos allá. Es de imbéciles prolongarlo por más tiempo – dijo al viejo perro mientras rasgaba el sobre.

Y ahí estaba. Lo que se supone que quería, lo que se suponía que no tenía futuro. Lo que imaginaba que pasaría sin estar seguro de si quería que pasara.

Miró la carta largo rato, sin acabar de creerse lo que ponía. ¡De qué manera tan absurda estaba encauzando su futuro! Tras esa carta estaban varios años de estudios, un buen puñado de amigos a los que aún no conocía, tal vez algún enemigo, por dónde buscarse después la vida para tener un trabajo. Tras esa carta estaba el adulto que sería. Si pusiera Derecho, Informática, Económicas o Teleco acabaría convirtiéndose en otra persona.

Cogió de nuevo el móvil decidido a ser uno de los que anuncian la carrera obtenida en el grupo. Luego lo puso en su muro de Facebook y en Twitter. Una única palabra: Historia.

Y luego se fue a la nevera a calentarse el trozo de lasaña que su madre le había dejado preparado.

***

– ¡Alucino contigo! Me tengo que enterar por Facebook de la carrera que te han dado. ¿No podías llamarme para contármelo? O al menos mandarme un mensaje –

– No es para tanto mamá. Sabía que poniéndolo ahí lo vería todo el mundo. Y haz el favor de cerrar la puerta, que me estoy vistiendo –

– Claro, y yo me voy a escandalizar de ver a mi hijo en calzoncillos. O tú de que yo te vea así –

– Hoy voy a salir, me quiero arreglar tranquilo. Voy a ir por ahí con Mal y algunos de sus amigos – soltó Martín, aunque había decidido previamente no dar ninguna información a su madre y dejarla creer que iba con los del instituto. Casi funciona. La vio entrecerrar los ojos, abrir la boca, como si fuera a preguntarle al respecto, y luego cambiar de idea.

– No me cambies de tema – dijo ella sentándose en la cama. – Solo has puesto Historia, sin más explicaciones. ¿Estás contento? ¿Te doy la enhorabuena? Si te la han dado es porque tú la pusiste, pero no sé si era tu primera opción. ¿Querías antes otra y vas a reclamar o a intentar alguna otra cosa? Sé que la Historia te gusta como asignatura, pero también sé que no lo tienes nada claro –

El chico suspiró, sabiendo que la batalla estaba perdida. Se puso la camiseta que casi había ya elegido cuando ella llegó y se sentó a su lado.

– Estoy contento sí. Ya me ves que no doy saltos, pero es lo que me dice el corazón que estudie. No tengo ni puta idea de si lograré ganarme la vida estudiando eso, pero tampoco sé si lo haré estudiando otra cosa –

– ¡Esa boca! –

– ¡Mamá, que no tengo doce años! –

Su madre soltó el bolso en el suelo y le dio unas palmaditas en la rodilla.

– Me alegro entonces. No le des más vueltas, que te conozco. Si cuando estés dentro descubres que no es lo tuyo o que hay algo más que te gusta más, tienes margen de maniobra de sobra –

Martín sacudió la cabeza.

– No mamá. No quiero tener veintisiete años y seguir estudiando. Quiero aprender, pero también quiero trabajar pronto, tener ingresos y ser independiente. Por eso tal vez tengo esa relación de amor-odio con Historia –

– ¿Qué acabo de decirte? ¡No le des más vueltas, coño! –

– ¡Mamá, esa boca! – dijo Martín con su mejor sonrisa de Bruce Willis. Sabía que su madre no iba a poder evitar la carcajada.

– Te quiero y me gustas, pero tienes que ser más crío. Piensa en pasarlo bien y estudiar, no te compliques tanto, que tiempo tendrás de hacerlo cuando crezcas y la vida se te complique sola, No quieras correr antes de andar –

Martín se limitó a sonreír. ¿Qué se podía contestar a eso?

– Lo que me lleva a algo que habíamos dejado antes pendiente – continuó su madre – ¿Qué es eso de que sales con Mal? – inquirió suspicaz.

– No salgo con Mal – contestó el chico elevando la vista al techo de su habitación y alegrándose de nuevo de no ver a Buzz Lightyear. – Voy con ella y con sus amigos a dar una vuelta, todo seguro y tranquilo –

– Son gente de casi treinta años… –

– Ella tiene veintiséis – puntualizó él.

– Me da igual. Son bastante mayores que tú. No voy a soltarte ninguna charla, pero mira bien dónde te metes. Lo suyo es que salieras con gente de tu quinta –

– ¿Y de mi color de piel, mi religión y mis inclinaciones sexuales? – atacó él.

– ¡Vete a la porra! Ya sabes a qué me refiero – protestó su madre.

– No, no lo sé ni me interesa. Es una amiga con la que me entiendo bien y me apetece ir con ella y sus amigos. No veo el problema. Y me alucina que lo veas tú con lo moderna que se supone que eres – Martín echó un vistazo rápido al reloj del móvil – Y me tengo que terminar de arreglar en dos minutos, que he quedado con ella a en punto en el portal. Así que si no te importa… –

***

Allí estaba, con un vestido corto de verano, como si tal cosa, como si no fuera una chica perfecta y preciosa. Y estaba esperándole a él con una sonrisa.

Martín salvó el descansillo en dos zancadas y abrió la puerta para que ella saliera.

– ¡Vaya! Se te ve contento Mastín – dijo ella mientras salía a la calle.

– Sí, estoy contento – contestó él, sin atreverse a confesar el verdadero motivo por el que estaba exultante. En su lugar, decidió anunciar aquella otra noticia que empezaba a asimilar y convertir en una alegría sorda, como un agradable ronroneo lejano. – Me ha llegado la carta. Me han dado Historia –

– ¡Enhorabuena! – Mal le miró a su manera intensa e inteligente – Es una opción interesante. ¿Por qué Historia? –

Martín se encogió de hombros. – Me gusta. No tengo ni idea de qué podré trabajar, pero si tengo que dedicar cuatro, cinco o seis años de mi vida a estudiar algo, decidí que fuera a algo que me gustase –

– Bien – se limitó a decir ella crípticamente, sin dejar de mirarle. Martín aún flotaba, se sentía un gigante e incapaz de estar callado.

– Me gusta imaginar como vivía la gente en épocas pasadas. Creo que cuando nos enseñan Historia, con sus guerras, sus fechas, sus cambios de sistema de gobierno y formas de vida, se olvidan de contarnos que eran gente como nosotros. Puede que les tocase combatir y morir, tener hijos y envejecer prematuramente, pasar hambrunas y plagas, pero en el fondo eran igual que tú y que yo. Se enamoraban y desenamoraban, disfrutaban del primer sol de la primavera, se cabreaban como monos con sus cuñados y le hacían el cucutrás a sus bebés.

– Piensas mucho, ¿sabes? Y piensas bien – dijo ella, dándole alas. Jamás había hablado Martín sin filtros de su afición por la Historia hasta ese momento. Incluso él estaba sorprendido por la pasión con la que hablaba. Tal vez la estaba descubriendo justo en ese instante. Solo sabía que no podía parar de hablar.

– A veces me gusta imaginarme cómo sería mi vida si estuviera en otra época y en otro país, con la misma edad que tengo ahora. Seguro que tendría muchas más responsabilidades, que sería considerado como un adulto. Fantaseo con qué tendría que hacer al levantarme, que seguro que no sería rascarme la barriga sin ninguna obligación a la espera de empezar la universidad como me pasa ahora –

Entraron en el vagón de metro, que estaba prácticamente vacío. Se notaba el verano.

– Se me ha ocurrido un juego. ¿Te apetece intentarlo? – dijo Mal.

– Claro – contestó él, preguntándose qué tendría ella en mente.

– Uno elige un país y el otro la época histórica. Y nos inventamos cómo estaríamos tú y yo entonces –

– Vale. Elige lo que quieras –

– Me quedo con el país, dejo la elección del periodo histórico al futuro experto. Elijo Francia –

– Es obvio, la revolución francesa – dijo él sintiéndose obligado a jugar a ser el historiador que aun no era.

– Vale. ¿Qué serías tú y qué yo? –

– Bueno, en mi caso lo mas probable es que estuviese labrando o cuidando animales. Tal vez ambas cosas. Y con muchas posibilidades de pasar hambre a rachas. Puede que incluso ya estuviese casado y tuviese algún hijo. También habría opciones de que anduviera batallando por unos o por otros. Eso, siendo un hombre de casi dieciocho años, es posible en cualquier país y cualquier época pasada –

– ¿Y yo? –

– Casada y con varios hijos. También campesina. Me temo que siendo mujer y con veintiséis años es la opción más probable –

– Y me temo que también en cualquier país y cualquier época. Me da que voy a tener que darle alguna vuelta a este juego para hacerlo más interesante –

No tardaron en llegar a su destino. Martín siguió a Mal hasta una terraza en la que ella pronto localizó la mesa en la que estaban sentados sus amigos. Había otra chica, pelirroja y con unas tetas enormes en un escote vertiginoso. Martín procuró mirarla a los ojos mientras Mal se la presentaba. También un par de tipos, uno pequeño, con barbita y aspecto cordial, otro prematuramente calvo y de risa fácil. Irene, Mario y Fran. Se sentaron a tomar una caña y a esperar al único que faltaba charlando. El chico habló poco y observó mucho, aún inseguro en compañía de aquellos desconocidos.

Antes de ver venir a ese único colega que faltaba, vio que a Mal se le iluminaba la cara.

Era delgado, fibroso y moreno, como un ciclista; aparentaba unos treinta años. Mirándole, Martín se sintió un crío blanco y blandito. Mal le saludó efusivamente y les presentó: – Mastín, este es Lobo. Lobo, Mastín es un amigo de la protectora –

“¡Qué tipo de imbécil se llama lobo!”, pensó Martín al sentarse, volviendo a pisar tierra.

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Rumbo apareció sin rumbo y sin chip en Madrid. Tiene ocho años y es cariñoso, casero y tranquilo. Es de tamaño pequeño y está castrado. Necesita una buena familia.

Contacto: adopta@animalrescuespain.es

2 comentarios

  1. Dice ser Carey

    Me gusta este Martín, eso sí, a yo tuve que mirar en una página web, recargando varias veces, si me había admitido en la carrera y de eso hace seis años. Casi hubiese preferido la carta. Uy la que se va a a ramar con Lobo!!

    28 agosto 2015 | 11:44

  2. Dice ser Marta

    Felicidades!! Me encanta tu forma de escribir y que gracias a blogs como estos la gente pueda abrir los ojos sobre el tema de abandonos y demás.
    Hoy he conocido tu blog, pero pienso leerme todas las entradas.

    29 agosto 2015 | 22:03

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