Capítulo 30 de #Mastín: una cuestión de confianza

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Nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, que guste a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 30:

– ¿Por qué no vamos al cine antes de cenar? Podemos ver la de Jurassic World si quieres. También está la de Inside Out

A Martín le apetecía más ver la de Pixar que la de los dinosaurios, pero no tenía el más mínimo interés de que su primer encuentro con el novio de su madre, aplazado por uno u otro motivo semana tras semana, fuera viendo una película de dibujos animados. Tampoco le apetecía especialmente verse a oscuras en una butaca junto a ambos.

– No me apetece mucho ir al cine, con la cena será suficiente mamá. Además, en el cine no podríamos apenas hablar –

– Precisamente por eso lo proponía. Imaginaba que sería más fácil. Y la película puede dar para un buen rato de tema de conversación durante la cena, sobre todo si es mala. Por eso precisamente muchas primeras citas son de cine y cena –

– Hablar de primeras citas suena muy viejuno mamá, como de peli de Meg Ryan – bromeó Martín.

– Es que yo soy una viejuna – dijo su madre lanzándole un cojín a la cabeza.

Aquella noche estaban todos atrincherados en el pequeño salón, la única habitación de la casa con aire acondicionado. Todos eran su madre y él, Logan completamente despatarrado justo frente al chorro del aire y los gatitos, que estaban hechos unos bichos de cuidado y no dejaban de incordiar al pobre pitbull y practicar dolorosas cacerías de pies. Ya habían dejado atrás los biberones y no paraban de jugar, parecía mentira que hubieran logrado salir adelante y convertirse en aquellos diminutos personajes peludos en unas pocas semanas.

Martín cogió a Aristóteles e Hipatia con una sola mano y los depositó sobre el sofá, a su lado. Inmediatamente uno de ellos se lanzó alegremente contra su mano, la abrazó con sus patas delanteras y comenzó a arañar con las traseras.

– No, no es buena idea que juguéis con las manos. Laura me lo ha dejado bien clarito –

– Van camino de convertirse en demonios de Tasmania – dijo riendo su madre. Ambos tenían las manos marcadas por los juegos de los gatitos.

– No les durará mucho. En poco tiempo se dedicarán casi todo el día a dormir, igual que Logan – replicó Martín señalando con la barbilla al viejo perro.

– Es una pena que no vayamos a verlos en esa fase – apuntó su madre. No tenía que decir nada más para que el chico supiera a qué se refería. El trato era que acogerían a los gatos hasta que encontrasen un hogar o pudiesen entrar en la protectora. Apenas quedaban un par de semanas para que llegase la fecha límite, la de su viaje a la playa que a Martín cada vez le apetecía menos.

Observó a su madre acariciando a uno de los gatitos al tiempo que volvía a concentrarse en la televisión. Parecía de buen humor. Era un momento tan bueno como cualquier otro para intentarlo.

– La protectora está hasta los topes mamá, ahora la gente no está pensando en adoptar sino en irse de vacaciones. Y los perros no están del todo mal, pero lo de los gatos es un drama. Llegan avisos de camadas sin parar, y como en realidad se trata de una perrera municipal está obliga a recogerlos a todos. Hay demasiados gatos en poco espacio. Intentamos que estén lo mejor posible, pero se producen peleas, los gatos no están a gusto. Y no hay adopciones, ni una. Los cachorros van creciendo sin que nadie los quiera, los adultos siguen ahí muriéndose del asco. No es buena idea meterlos allí, si fueras conmigo un día te darías cuenta de que… –

– Martín, ya lo habíamos hablado – le interrumpió su madre – el trato es que fuera una acogida temporal, no una adopción definitiva –

– No te digo que lo sea, pero sigamos teniéndoles aquí cuando nos vayamos. Podemos dejarles con agua y comida en casa. Mal se puede pasar a echarles un ojo. Estarán mejor que en la perrera –

Su madre se giró para dedicarle toda su atención, de repente estaba muy seria.

– Mira, yo también les tengo cariño, también les he estado dando el biberón y viendo crecer. Vale, les dejamos aquí todo agosto. ¿Van a cambiar las cosas en septiembre? ¿En octubre? Pero no es eso lo que más me preocupa, ni mucho menos. Me preocupas tú –

Martín supo que los gatitos se quedarían, al menos todo el verano, pero no dijo nada ni se permitió alegrarse. En cambio, se preparó para escuchar a su madre.

– Ya sé que fui yo la que te animó a ayudar en la protectora, y creo que es genial que seas voluntario allí. Sé que volver a la protectora a echar una mano te ayudó a salir del bache cuando lo dejaste con Manu, te peleaste y estuviste un tiempo sin ganas de nada. Pero me da miedo que te estés involucrando demasiado. Estás yendo a diario muchas horas, sales muy poco con tus amigos y en cambio te relacionas todo el rato con la gente que va allí, que no son de tu edad, ni tienen tus intereses –

– Sí tienen mis intereses mamá, al menos el interés de ayudar. Si salgo poco es porque la mayoría están ya desperdigados en distintos sitios de playa – objetó Martín.

– Estás en un momento muy importante de tu vida. Vas a empezar la universidad y a dar los primeros pasos para labrarte de verdad el futuro de tu elección, pero no pareces interesado en todo eso pese a la importancia que tiene –

– ¡Sí estoy interesado! Me presenté a la Selectividad, aprobé y he solicitado varias carreras, pronto sabré cuál me han dado. Sigo el condenado camino correcto –

– ¡Por el amor de dios! ¡Has pedido en primer lugar Arquitectura, cuando ni siquiera te gusta! ¿Qué vas a hacer si te la dan? –

– ¿Cómo sabes eso? – preguntó Martín echando chispas. Era cierto que había puesto tres carreras en primer lugar que no le interesaban lo más mínimo. Las otras dos eran medicina e ingeniería aeronáutica. Una especie de broma contra el universo a la que aparentemente solo él veía la gracia, pero se suponía que ella no tenía que saberlo. Suponía que no iba a entenderlo y, según lo visto, había acertado.

– Oí que se lo contabas a Andrés cuando vino a casa a jugar a la consola contigo – dijo su madre, teniendo la decencia al menos de mostrarse algo azorada.

– Tranquila, que no tienes que preocuparte. Con mis notas mediocres no van a dármela, ni mucho menos –

– ¿Querrás al menos decirme de una vez qué es lo que has pedido con visos de que te toque? –

– ¡No! Cuándo yo lo sepa, lo sabrás. Ya te lo dije. Es un sistema absurdo mamá, me toca mucho los huevos cómo nos aceptan y nos descartan en función de una nota media. Es un sistema ridículo, nada objetivo. No funciona y es injusto. ¿Y si yo de verdad tuviera la vocación de ser arquitecto? ¿Y si tuviera el talento para ser un arquitecto cojonudo? ¡A la mierda por unas décimas, a estudiar cualquier otra cosa! – los gatitos al suelo, asustados por los gritos y por el golpe que el chico acababa de dar contra el respaldo del sofá.

– Lo que es absurdo es que no me puedas decir qué has pedido, que no tengas confianza conmigo –

– No es una cuestión de confianza mamá, no lo entiendes. No me entiendes –

– Claro que es una cuestión de confianza. ¿De qué si no? Y de qué te sirve pedir carreras que no deseas. ¿Crees que gestos así cambian el mundo? –

Martín calló. No, así no se cambiaba el mundo, pero tal vez sí cambiase un poco cómo era él. Y si él cambiaba, también el mundo lo había un poco. ¿No?. A él mismo le sonaba tan vago, tan intangible, que ni se atrevió a decirlo en alto.

– No quiero recordarte que la carrera que estudies la voy a pagar yo, pero es así – dijo ella incongruentemente – Creo que esto no te lo he contado nunca, pero en alguna ocasión discutí con tu padre, antes incluso de que nacieras, porque él decía que no estaba dispuesto a pagar unos estudios que no fueran útiles, prácticos a la hora de conseguir luego un trabajo. Que si un hijo suyo quería estudiar algo sin posibilidades no iba a salir de su bolsillo. Yo le decía que había que respetar su decisión, lo que él quisiera y confiar en que no lo lamentase, que no se podía elegir un camino solo por las posibles salidas. Y ahora que tengo aquí a mi hijo solicitando una carrera, no sé cuál es porque no me lo quiere decir – dijo exasperada.

– No te preocupes, que ya me buscaré un curro de lo que sea en cuanto volvamos de las vacaciones para que no te cueste tanto –

– No es eso Martín, no lo digo por eso – sonaba cansada y conciliadora, pero Martín estaba cabreado, incapaz de callarse.

– Ya te queda poco para que sea una carga, me buscaré la vida para que sea así no te preocupes. Y, cambiando de tema, no es que me apetezca demasiado ir este año de vacaciones al piso de la abuela. Puedes ir tú a la playa, que yo me quedaré aquí y así empiezo antes a buscar algo y te ocasiono menos gastos –

Su madre se acercó a él en el sofá y le acarició la mano. El contacto físico pareció destensar la cuerda que Martín sentía tirante en su interior.

– Si quieres trabajar, trabajarás. Estudiarás lo que quieras. O lo que te den entre lo que sea que hayas solicitado. No eres una carga para mí. Y me gustaría que este verano vinieras con nosotras a la playa. soy muy consciente de que tal vez será el último año que pasemos juntos como cuando eras un niño – la voz era dulce, pero seguía sonando preocupada

Martín suspiró para serenarse antes de hablar – Claro que me preocupa mi futuro, probablemente demasiado. Más que a muchos de mi edad que se lanzan a lo primero que les salta sin reflexionar. Creo que mi problema es precisamente ese, que quiero elegir bien hacia dónde seguir. Iré contigo y con la abuela a la playa, aunque es cierto que este año me apetece menos. Y seguir yendo a la protectora me viene bien, créeme –

– Entiende que me importe lo que te pase, lo que decidas, que me preocupe verte tan volcado en esa perrera y tan poco en todo lo demás. No pienses ya en la universidad, es que ni siquiera te veo detrás de las chicas de tu edad que es lo suyo con diecisiete años. Me asusta que te vuelques demasiado en el lugar y las personas equivocadas, pero confío en ti. Con la edad que tienes no me queda más remedio –

Cuando Martín se fue a dormir y a sudar a su cuarto poco después, iba pensando en lo equivocada que estaba su madre, sí que había una chica que le quitaba el sueño, aunque no precisamente de su edad.

Al menos los pequeños filósofos peludos seguirían de momento en casa.

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Esta gatita, de un color mágico, tiene unos tres meses y urge sacarla de la calle. Necesita con urgencia adoptantes o casa de acogida. Es miedosa, pero afable y juega mucho. Parece a simple vista que está bien, aunque aún no tiene resultados de las analíticas.

Contacto: Azur.ares@gmail.com

3 comentarios

  1. Dice ser Saray

    ¿Pero los gatitos no tenían nombre ya? ¿No les habían puesto nombres de filósofos? (Ahora mismo no los recuerdo todos, pero eran de los que caen en Selectividad)

    14 agosto 2015 | 9:38

  2. Melisa Tuya

    Toda la razón. Mil gracias. Es lo que tiene escribir en vivo y sin los apuntes 😉

    15 agosto 2015 | 1:08

  3. Dice ser M.López

    Buenas tardes.

    Felicito a Melisa por esta novela tan interesante, que nos tiene a tod@s en vilo.
    Escribo para preguntar por el capítulo 29, pues pasa del 28 «Juan» al 30. Gracias anticipadas y que continúe esta exitosa historia, y suerte a los muchos animalitos que difundís.

    16 agosto 2015 | 19:44

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