Capítulo 29 de Mastín: los que ya no están con nosotros

11074198_10204073328179172_928155775_oNuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, que guste a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 28:

Despertó incómodo y de repente. Apenas era capaz de recordar que era lo que había estado soñando, tan solo unos retazos inconexos y algunas sensaciones, pero sabía bien que ella había estado en su sueño. Envidiaba a todos aquellos que parecían recordar con todo detalle lo que vivían mientras dormían; libros y películas estaban llenos de esos afortunados. Aunque tal vez era mejor así, tal vez era más fácil recordar poco y olvidar ese poco lo antes posible.

Hacía un calor terrible en su habitación. La lámpara de aspas que su madre le había comprado (y habían puesto entre ambos) en lugar de la vieja de Buzz Lightyear se limitaba a mover el aire caliente que se acumulaba en su cuarto. Teniendo en cuenta lo mucho que había sudado aquella noche, el calor que hacía pese a que apenas eran las nueve de la mañana y el estado en el que se encontraba, una ducha fría le vendría la mar de bien.

En la calle se estaba mejor que en casa, a esa hora aún se podía pasear. Estaba siendo un arranque de estación insoportable. Caminó seguido por el viejo pitbull hasta la estación y se sentó en el pequeño parque que había enfrente. Desde aquella noche de mierda procuraba pasear por lugares que Manu no frecuentaba. Le daba rabia, sabía que era un cobarde y que no debería esconderse, pero aún no le apetecía encontrársela de frente.

Con Mal no había tenido tanta suerte, vivía en su mismo bloque, así que era complicado esquivarla. Desde el día que le había dado la noticia de la muerte de Bruce Willis se la había encontrado cinco veces, con y sin su galgo. Se mostraba tan normal como siempre, sin presionarle para volver a la protectora ni dejar ver nada que recordase su metedura de pata. Toda naturalidad. Martín lo intentaba y creía estar lográndolo, aunque no podía evitar soñar y despertarse confuso y sin aliento.

En agosto iría tres semanas con su madre de vacaciones, como todos los años, y podría dejar atrás todo aquello hasta llegar a la huida hacia delante que sería empezar en la universidad. Aunque cuando lo pensaba con detenimiento, lo cierto es que no le apetecía demasiado desaparecer aquel año en el piso de playa en el que su abuela huía del sol de justicia que había en el centro.

– Buenos días –

Un perrillo tirando a orondo y de raza indefinida, con bastante más dignidad que tamaño, se había acercado a saludar a Logan. Llevaba un llamativo collar con la bandera de España y un cascabel. Tras él venía un anciano, tan orondo como el perro y equipado con una garrota.

– Buenos días – contestó el chico a la figura, que ya se alejaba sin perder el paso seguida por el tintineo que producía el trote del chuchillo siguiéndole.

Al chico le gustaban esos perros pequeñajos que estaban bien socializados, que se sabían perros y no bolsos de mano y no tenían problemas relacionándose con perros grandes y pacíficos como el suyo. No era la primera vez que veía a aquella pareja haciendo su ronda matutina.

No dejaba de ser curioso, se percató Martín, del paralelismo que había entre él, con sus diecisiete años, y aquel anciano que superaba los ochenta. Aquel mes tórrido ambos paseaban con la fresca para luego encerrarse en su casa aprovechando lo justo el tiempo o en alguna casa ajena. Puede que, al caer la noche, ambos volvieran a lanzarse a la calle en compañía de algunos amigos. Tenían en común un exceso de tiempo libre. Pero no debería ser así, pensó el chico. Aquel hombre seguro que se había ganado su estado ocioso, y seguro también que cuando tenía su edad ya estaba harto de trabajar. Él, en cambio, se limitaba a matar el tiempo esperando ser admitido en alguna de las carreras que había solicitado por descarte para dedicar luego varios años de su vida a estudiarla sin tener demasiado claro que realmente quisiera embarcarse en todo aquello.

Aún no le apetecía volver a casa y tampoco seguir aquella línea de pensamiento, así que cogió el móvil y, cuando quiso darse cuenta, estaba en la página de la perrera. Vio un par de perros y tres camadas de gatos que no conocía y que estaban pidiendo un hogar desde Internet en el peor momento posible, con mucha gente pensando en irse de vacaciones y muy poca en adoptar. Entró a continuación en la página de «los que ya no están con nosotros», pero no encontró a Bruce Willis. La última entrada era de marzo, un gato con leucemia que había muerto en su casa de acogida. Entró a continuación en el apartado de perros en adopción, filtró por tamaño seleccionando a lo más grandes y allí lo encontró. El enorme mastín que pocos meses antes su madre y él habían sacado de la calle le observaba con su mirada tranquila e inteligente en un par de fotos que había hecho él, como si aún estuviera vivo y tuviera alguna opción de encontrar un hogar.

No había apenas manos para atender a los animales, actualizar la página de los que iban muriendo no era una prioridad. Era más importante mostrar a los que aún estaban vivos. ¿Quién podía reprochárselo?

Caminaron de vuelta a casa sin apresurarse, al ritmo que marcaba Logan. En cuanto llegó encendió el ordenador y entró en la web de la protectora. Sabía que no les molestaría. Era algo de lo que él se había estado ocupando, así que tenía la contraseña. Buscó la página de perros en adopción en el administrador de WordPress y eliminó a Bruce Willis, luego entró en la de los que habían muerto y le colocó ahí, el primero.

Sí que tenía unos ojos penetrantes, aquel animal había vivido mucho y no era la mirada de un simple perro. O no lo notaba así Martín en aquel momento. Parecía estar diciéndole que el tiempo era precioso, que nada tenía más valor. Dejarlo transcurrir sin darle ningún sentido era dilapidar el mayor tesoro. Y era justo lo que estaba haciendo.

Martín se dirigió al cajón del mueble del salón en el que su madre guardaba todas las llaves y rebuscó hasta dar con la del trastero. Le costó casi una hora, pero logró sacar a La Flaca, llenar de aire las ruedas, engrasarla y limpiarla sin desorganizar demasiado todo lo que había allí metido a presión. Su padre siempre la llamaba así, La Flaca. Era una bici de montaña normal y corriente e infrautilizada. Con ella no tardaría en llegar a la perrera.

Necesitaban manos. Y ya había estado holgazaneando bastante.

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Keyla tiene unos dos o tres años y es un cruce de labrador y galgo. Es muy buena, tranquila y cariñosa.

A Keyla la encontraron en la calle en abril del año pasado en los huesos. Y ahora la persona que la tenía dice que ya no se puede hacer cargo de ella porque se va a mudar y no le dejan tenerla. Ha encontrado otra acogida temporal, pero necesita un hogar definitivo.

Contacto: Nayara 680183337

2 comentarios

  1. Dice ser lola amigo

    me has dejado con un nudo en el estómago … demasiadas fotos en mi albun personal de «in memorian», demasiadas historias de toda una vida en una jaula
    quiero pensar que para ellos fuimos una familia que nunca tuvieron, o que si la tuvieron, no les importaba lo suficiente para tenerlos a su lado hasta el fin de sus días
    quiero pensar que estuvimos con ellos hasta su ultimo aliento, luchando por su felicidad, dándoles las últimas caricias
    pero hoy … justo hoy … y con este capítulo … me has hecho llorar … y eso hace mucho que no me lo permito

    07 agosto 2015 | 10:35

  2. Dice ser Maria

    Como cada viernes… Gracias por cada capítulo.
    Como me has hecho acordarme de los que ya no están…

    07 agosto 2015 | 16:54

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