Capítulo 22 de #Mastín: «los gatitos huelen raro»

imageAquí os dejo un nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 22:

– ¡Joder! –

Se despertó sobresaltado cuando sonó el despertador. Había estado soñando con ella. Con la dichosa PAU. Tenía el examen de filosofía delante y no era capaz de distinguir las preguntas, solo veía garabatos ilegibles.

No era de los que más nerviosos estaba ni mucho menos, pero la inminencia de esos exámenes que suponían el 40% de la nota media que les permitiría acceder a la universidad les traía a todos de cabeza esos días. Quedaban apenas dos días y poco se podía hacer ya que no se hubiera hecho antes, pero todos se forzaban a repasar apuntes, intentar permanecer tranquilos y abstenerse de juergas, aunque fuera sólo por las apariencias.

Se arrastró hasta el baño buscando la ducha. Estaban en el arranque de junio, pero hacía un calor espantoso. Martín llevaban fatal las temperaturas elevadas, casi tan mal como Logan que dormitaba jadeando todo el día sin pedir salir a la calle. El chico dormía con la ventana abierta y en calzoncillos por el pudor justo ante la pareja de señores mayores que podían verle desde el patio si se asomaban a la ventana de su cocina, aún así daba vueltas y sudaba toda la noche. Su madre se negaba a poner aire acondicionado en los dormitorios, tanto por lo que costaba como porque decía que era insano dormir con ese frío artificial puesto. Si la cosa seguía así se iría a dormir al salón con el aire, por mucho que su madre protestara. ¿No quería que le saliera bien la selectividad? Pues para eso necesitaba descansar.

Extendió la alfombrilla en el suelo del baño y abrió los grifos. Tal vez si el plan hubiese sido estudiar a solas se hubiese conformado con ponerse una camiseta y sentarse ante los cuadernos, pero en un rato iba a llegar Manu y quería sentirse limpio.

El agua estaba tibia y caía con presión sobre su nuca y su espalda. Adoraba aquella sensación. En días así, en los que no había prisa, tenía que reunir toda su fuerza de voluntad para cerrar aquel chorro de deliciosos alfileres que le enviaban a un plano mental en el que nada importaba salvo el agua recorriendo su cuerpo y limpiando su interior.

Al salir y plantarse chorreando ante el espejo arrancó la nota que le había dejado su madre antes de irse a trabajar.

«He dado de comer a los michis, te toca a ti hacerlo de nuevo a las 10. No me ha dado tiempo de bajar a Logan. Hazte pasta. ¡Estudia!»

Cuando abrió la puerta del baño, el viejo pitbull estaba allí, con su sonrisa de dientes gastados que se extendía hasta el vibrante extremo de su cola. Apenas un año antes el perrazo negro habría ido a darle los buenos días en cuanto hubiera puesto un pie fuera de la cama, pero el chico sospechaba que ya no oía bien. Martín le rascó tras una de las orejas canosas.

– Te voy a bajar ahora que está más fresquito, ya desayunaré luego –

Se puso un pantalón corto de deporte, la primera camiseta que salió del armario y las deportivas. Antes de abrir la puerta de la calle se asomó al pequeño dormitorio que ocupaba el ordenador y una bicicleta estática que dormía el sueño de los justos para echar un ojo a la caja de los gatos, que se revolvieron y le llamaron con esos grititos tan similares al llanto de un recién nacido humano en cuanto sintieron que alguien se aproximaba.

– Os toca esperar, que habéis comido hace una hora – dijo Mastín observando las barrigas redondas e ignorando las boquitas rosas.
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Apenas habían pasado diez días desde que los había llevado a casa y parecía increíble lo mucho que habían espabilado. «Los gatitos, bien cuidados, son más duros de lo que parece y crecen muy deprisa», le había dicho Mal. Tenía razón. Ya se desplazaban por toda la caja y pronto podrían prescindir del flexo que les daba calor día y noche. Estaba deseando que abrieran los ojos.

Su madre se hacía la dura, pero también estaba encariñándose con aquellos montoncitos de pelo indefensos. «Es la última vez que te funciona esta política de hechos consumados», había dicho en el tono más serio de madre-echando-charla que había podido interpretar, pero en ningún momento se había negado a tenerlos temporalmente en casa.

Mal se había ofrecido a tenerlos en su casa por las noches, que de día tenía que ir a trabajar, pero finalmente su madre había decidido que no era necesario. “Que se levante él un par de veces por la noche y los alimente, que no le va a pasar nada por responsabilizarse de lo que ha metido en casa”, había dicho. Mal había insistido en echar una mano para lograr únicamente quedarse con ellos los días en los que Martín estuviera examinándose. Por suerte tenía turno de tarde y entre ella y su madre podrían organizarse.

“Esto es como tener un hijo”, se le había ocurrido decir a Martín. Su madre se había reído en su cara: “no tienes ni idea, esto es infinitamente más fácil que tener un niño. A los michis los puedes dejar solos en casa y no se mueven de su caja. No quieras aún saber cómo es que te suelten un recién nacido en brazos y te manden con él a tu casa”.

Recorrió un par de manzanas y se detuvo en un parque para que Logan marcase su reducido territorio de perro anciano y se dedicó a mirar el móvil. En el grupo de whatsapp de los de clase el tema estrella era también la prueba de acceso a la universidad: qué filósofo entraría, qué habían preguntado en años anteriores, algunos meme, propuestas sobre qué hacer para cuando pasaron los exámenes…

Al subir se preparó su café con galletas y se lo llevó a la mesa del comedor, junto a sus apuntes. En una hora aproximadamente Manu estaría llamando al timbre. Y tendrían que estudiar. Al menos tendrían que estudiar después. Media hora más o menos de estudio no iba a marcar ninguna diferencia.

***

– Huelen raro – dijo Manu acercándose a la nariz el gatito que tenía en la mano recién alimentado, tranquilo y medio dormido con la tripa llena. Martín alimentaba a otro, blanco y negro, sosteniéndolo con un paño de cocina para procurar que no se bañara en la leche que estaba dándole. Ambos estaban sentados en el suelo, ella con las piernas cruzadas y él apoyado en la pared y con las piernas estiradas, ocupando media habitación. Lo de sentarse a lo indio nunca había sido lo suyo; le faltaba flexibilidad y le sobraba tamaño.

– Huelen a gatito – contestó el chico encogiéndose de hombros.

– Pues los gatitos no huelen especialmente bien – insistió Manu volviendo a acercarse el cachorrito a la nariz – Pero imagino que no importa. Lo compensan siendo tan monos –
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Martín entregó a Manu al animal que acababa de alimentar y cogió al último, casi completamente negro. La boquilla del biberón era demasiado grande para sus bocas diminutas y siempre se escapaba leche, pero estaba claro que les entraba la suficiente. Quedaban satisfechos y estaban creciendo.

– ¿Qué pasa? – preguntó a la chica, que le observaba en silencio con una sonrisa.

– Nada – contestó ella encogiéndose de hombros – que es muy tierno ver a un tío de tu tamaño dando el biberón a gatitos recién nacidos. Mola –

Martín se limitó a resoplar y a concentrarse en que aquel enano tragara. La leche debía haberse quedado fría, era tan poca cantidad que el calor se le iba enseguida.

– ¿Por qué crees que aquel tipo los lanzó de uno en uno por encima de la valla? –

– Porque era un sádico y un hijo de puta – contestó Martín cabreándose al recordar a aquel cabrón.

– Claro que lo es, pero no entiendo por qué no los lanzó todos de una vez dentro de la bolsa –

– ¿Cómo voy a saber lo que tiene en la cabeza alguien así? Tal vez le divertía más, tal vez quería conservar la bolsa. Vete a saber –

El chico calló con gesto contrariado, recordando los cuerpecitos reventados a su lado, recordando también que le tuvo a un palmo, que no daban con él y era muy probable que se fuera de rositas, que cada vez que veía a lo lejos una silueta similar por la calle le daba un vuelco al corazón. Por mucho que dijera Mal tenía que haberle sacudido cuando estuvo a su alcance. Así habría soltado parte de esa rabia que aún llevaba dentro y aquel tipo también recordaría durante un tiempo los gatitos muertos.

– ¿Tienen nombre? – dijo Manu en un claro intento de cambiar de tema y sacar al chico de aquel  oscuro estado de ánimo en el que se había inmerso repentinamente.

– No, mi madre los llama los michis –

Manu se acercó el gatito a la cara y miró atentamente sus ojillos cerrados.

-Parece un pequeño filósofo enfurruñado. ¿Qué te parece Platón? –

– Que no estaría mal que fuera uno de los que cayera en el examen de filosofía –

– Idiota. Digo como nombre –

Martin sonrió. – Este que tengo en la mano podría ser Sócrates –

– Aquel otro podría ser Aristóteles –

– Es muy largo. Aunque no creo que en un gato importe, me gusta –

– Ese tiene cara de Hume o de Kant – dijo la chica señalando al cachorro que faltaba, uno de los más grandes.

– Permíteme que lo dude. Es el único que sabemos a ciencia cierta que es hembra. Es tricolor y solo las hembras son de tres colores – explicó Martín recordando la disertación felina que había recibido pocos días antes.

– Pues no tenemos a ninguna mujer filósofa en los apuntes. Típico. No había caído en la cuenta hasta ahora. ¿Tal vez Teresa, por Santa Teresa de Jesús? –

– No me gusta, prefiero seguir con los nombres griegos. ¿Cómo se llamaba la protagonista de aquella peli de Amenabar, la que hizo la actriz de La Momia? –

Manu sacó el móvil y se puso a buscar.

– Hipatia. Hipatia de Alejandría. La primera mujer matemática de la que se tiene conocimiento detallado, escribió sobre geometría, álgebra y astronomía, mejoró el diseño de los astrolabios e inventó un densímetro. Se entregó a la enseñanza y era fiel al paganismo – leyó de la Wikipedia – Acabó descuartizada, eso ya mola menos –

– Pues ya tiene nombre también –

– ¿En serio van a ser esos sus nombres? –

– ¿Por qué no? Necesitan uno –

– Que sepas que me hace mucha ilusión haberlos bautizado contigo. Nunca había puesto nombre a nada – dijo Manu descruzando las piernas para acercarse a dónde estaba él sentado y ponerse a su lado. Martín pensó por un momento en decirle que en la protectora había una perra que se llamaba como ella, pero recordó el día del rescate, la bronca que habían tenido y que Manu ya se había negado en otras ocasiones a acercarse al refugio. Estaban muy a gusto y no quería estropear aquel momento, así que calló.

Cuando todos los gatitos hubieron comido, Martín llamó a Logan y le acercó al recién bautizado Sócrates.
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– ¿Para qué llamas a Logan? ¿Ahora prefieres alimentarle con gatitos recién cebados para cultivar la fama de su raza de perros asesinos? – bromeó Manu.

– Espera y verás – se limitó a decir Martín.

El viejo pitbull aproximó su hocico enorme al diminuto gato, aspiró un poco de su olor y luego buscó la parte trasera del animalito con la trufa oscura.

– ¿Qué hace? ¿Le está chupando el culo? ¡Le está chupando el culo! –

– Los gatitos tan pequeños no hacen pis ni caca solos. Hay que estimularlos con una gasa húmeda para animarles a hacerlo. Yo tampoco tenía ni idea, pero Mal me lo explicó. El segundo día de tener a los gatos en casa descubrimos que Logan lo hacía igual que lo habría hecho su madre. Eso que nos ahorramos en gasas –

– ¿Quieres decir que está chupando el pis y la caca del gato? ¡Es asqueroso –

Martín río.

– Pero es muy práctico. No se ensucia nada. No hay necesidad de usar empapadores. –

– ¡Puaj! –

Logan terminó su tarea enseguida, dejaron a los gatos en su caja con el flexo apuntándoles directamente y se dirigieron al salón, hacia los apuntes, con una parada previa en el sofá.

Otra media hora más o menos de estudio no iba a marcar tampoco ninguna diferencia.


***

Las imágenes que ilustran este capítulo son de dos gatitos que crié a biberón con ayuda de unos amigos. Y Troya actuaba con ellos como hace Logan en este capítulo. De hecho mi anterior perra, Mina, era una fantástica madre adoptiva de los gatitos que entraron en casa.

Y aquí os dejo unos cuantos cachorros que buscan hogar desde distintos puntos de España.

5 comentarios

  1. Dice ser Carey

    ¡Qué capítulo tan tierno! Ay, tengo la sensación de que estamos más cerca del final que del principio de la historia. Voy a echar de menos mi cita de los viernes.

    19 junio 2015 | 10:23

  2. Dice ser Kytana

    Genial y tierno a la vez. Quando lo termines lo publicaras???

    19 junio 2015 | 23:02

  3. Dice ser todo son pulgas

    Hipatia de Alejandría.
    Marco Antonio
    Constantino Cavafis

    https://www.youtube.com/watch?v=zjNTo9r1iJg
    EL DIOS ABANDONA A ANTONIO.

    Cuando de pronto a media noche oigas
    pasar una invisible compañía
    con admirables músicas y voces—
    no lamentes tu suerte, tus obras
    fracasadas, las ilusiones
    de una vida que llorarás en vano.
    Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
    saluda, saluda a Alejandría que se aleja.
    Y sobre todo no te engañes. Nunca digas
    que es un sueño, que tus oídos te confunden;
    a tan vana esperanza no desciendas.
    Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
    como quien digno ha sido de tal ciudad,
    acércate a la ventana con firmeza,
    escucha con emoción, mas nunca
    con lamentos y quejas de cobarde,
    goza por vez final los sones,
    la música exquisita de esa tropa divina,
    y despide, despide a Alejandría que así pierdes.

    20 junio 2015 | 6:30

  4. Dice ser lola amigo

    precioso, tierno y dulce
    y una idea estupenda para los que crían gatitos bebes y tienen perro en casa, a mi no se me ocurrió nunca hacerlo!

    20 junio 2015 | 11:06

  5. Dice ser Naomi

    excelente blog.
    aqui les dejo el link de un blog sobre cuidados de nuestros animalitos, consejos y otras informacion.
    https://blogflorencia.wordpress.com/2015/06/26/companero-porcino/
    gracias!

    27 junio 2015 | 21:46

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