Capítulo 20 de #Mastín: «La adolescencia no es lo mío»

Fiel a mi cita, aquí os dejo un nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 20:

Las fotos no eran nada del otro mundo, ni en calidad ni en contenido. Juan aparecía ante el espejo ensayando posturitas, en un par sin camiseta. Estaba flaco y no tenía ni un solo pelo en el pecho. Era lo que más le había llamado la atención a Martín, que hubiera jurado que habría tenido bastante vello en el cuerpo viendo su barba cerrada, una de esas que es preciso pasar por el coñazo de afeitarse a diario igual que le pasaba a él. Tal vez se depilaba. Había algunos selfies en los que se le veía en primer plano, poniendo boca de pato y con peinados raros. En todas parecía feliz, exhibiendo una sonrisa confiada que rara vez se le escapaba en el instituto, y extrañamente vulnerable. Entre sus fotos también estaba una imagen de Justin Bieber en una pose que quería ser desafiante y se quedaba en ridícula, luciendo tableta de chocolate. Tal vez si hubiera sido una chica no hubiera pasado gran cosa, pero casi todo el instituto consideraba hilarante que un chico llevara a Bieber semidesnudo escondido en su móvil y se fotografiara en aquellas actitudes, porque todo el instituto había visto ya esas nueve imágenes gracias al cabrón de Alberto, que las había distribuido por Whatsapp.

Juan no se había presentado ese día a clase y todos sabían que no estaba enfermo. Humillado sí, en el punto de mira para recibir coñas, miraditas y vacíos, también, pasándolo fatal, seguro; pero no enfermo. Martín estaba convencido de que no acudir para afrontarlo empeoraba las cosas. Claro que también se preguntaba qué habría hecho él en su lugar y no acababa de decidirse. Toda su vida había procurado pasar desapercibido, estaba convencido de que era la mejor estrategia para terminar aquella etapa sin lesiones emocionales o en la autoestima. Pero una vez puesto en la picota, aquello de procurar no llamar la atención era imposible. Juan tampoco quería atraer los focos, pero el pobre chico no había podido evitar que su modo de moverse, sus intereses, atrajeran a los cuervos.

– Tal vez deberíamos decírselo a alguien, a algún profesor – dijo Martín.

– ¿Te crees que no lo saben? ¿Es que no tienen ojos en la cara para ver lo que está sucediendo? Pasan de complicarse la vida a menos que les estalle en la cara. Deben estar pensando que apenas nos quedan diez días aquí y no tiene sentido remover la mierda, que eso siempre huele mal –

– Aún así son diez días que a Juan se le pueden hacer muy largos. No puede decir que está enfermo todo ese tiempo – insistió Martín. Cada vez le ponía de peor hostia todo aquello, una mala hostia fría y soterrada, nada explosiva, que nunca antes había experimentado.

– ¿Y quieres acusar a Alberto y que él se entere de que has sido tú? – Manu se apretó a su costado mientras caminaban, como una gata a punto de ronronear. De hecho la voz que usó para seguir hablando recordaba a los maullidos que rodeaban a Laura cuando entraba con el pienso- Siempre hay parias, en todas las clases. En algunas lo son más que en otras, pero siempre hay uno, dos o tres chicos a los que otros machacan. Luego probablemente se convertirán en genios cuando estén en la universidad y nos den por culo a todos cuando tengan cuarenta años y molen más que nadie. Juan es listo. Sobrevivirá. Y nos queda una moraleja: no tengas fotos comprometidas en tu móvil, que nunca sabes dónde acabarán –

Martín pensó en las imágenes que había en su móvil y descartó rápidamente que hubiera algún peligro. Si quería porno se iba a Youporn y luego borraba el historial para evitar que su madre indagara. No creía que fuera del tipo que hacía esas cosas, sentía su privacidad bastante a salvo, pero con las madres nunca se sabe. Andrés se había metido en un buen lío por unos cuantos archivos que tenía en el disco duro, y eso que sus padres tampoco lo parecían. No se le ocurría pedirle fotos a Manu ni, por supuesto, hacérselas él mismo o a sí mismo. Carlos llevaba el móvil lleno de fotos de su polla en diferentes estados de expansión y perspectivas, estaba obsesionado con ella, pero aunque se filtraran tampoco le iban a suponer ningún problema. Ya se había encargado él de enseñárselas a todo el mundo, casi siempre con ánimo de escandalizar y presumir, bromeando con un posible futuro como actor porno si no encontraba otro trabajo. Recordó entonces lo que le había dicho la siempre juiciosa Manu cuando habían hablado de ello: “sí, ahora no le preocupa, pero como se filtren cuando tenga treinta años y un curro respetable, ya verás…”

Manu seguía pegada a su costado, notaba su calor y su pelo rozándole el brazo mientras hablaba de la fiesta que habría la semana siguiente. Al acabar el instituto había un remedo de graduación que estaba a años luz de lo que se veía a en las películas yanquis y luego se irían todos por ahí a celebrarlo sin hora de vuelta a casa. Sentirla a su lado le calmó, aunque la ira sorda permanecía enterrada, al alcance de su mano si necesitaba ser usada.

Soltó la mano de Manu para rascarse la barbilla. Llevaba un par de días sin afeitarse y aquello picaba con el calor. Definitivamente lo de la barba sí que era un coñazo. Y tendría que acostumbrarse porque le iba a tocar pasarse la cuchilla a diario de por vida. Los tíos no tenían ‘barbapausia’.

Antes de irse cada uno a su casa a estudiar para la inminente prueba de acceso a la universidad, la gran amenaza fantasma de ese curso, se refugiaron en su garaje habitual para devorarse como dos fieras famélicas.

– Lo siento, tenía que haberme afeitado. Te voy a dejar en carne viva – dijo Martín con voz ronca sobre el lóbulo de su oreja, pensando en el delicado melocotón cobrizo que era el rostro de Manu.

– Nada que disculpar. Me gusta notar tu barba arañándome – respondió ella en un susurro ofreciéndole la tierna piel del cuello. El chico lo recorrió con su barbilla tan lentamente como fue capaz hasta alcanzar de nuevo su boca y liberar un poco de la rabia que escondía dentro.

****

Observó a Mal aquel sábado como si la viera por primera vez. En cierto modo era así. La veía por vez primera tras haber reconocido que le gustaba. Plenamente consciente de ello, de sus casi diez años de diferencia y también de que no quería herir a Manu, procuró no mirarla demasiado durante todo el trayecto a la protectora. Era difícil, el calor de finales de mayo la había llevado a ponerse unos viejos shorts vaqueros, tan cortos como magnéticos. Tenía un tatuaje de un dragón hecho a brochazos sueltos en el muslo que medio asomaba bajo la tela gastada. Se dio cuenta de que él aún no tenía edad para hacerse un tatuaje. ¡Putos diecisiete! Le cabreó aunque no tenía la más mínima intención de tatuarse. Para olvidar los muslos por los que se deslizaban animales mitológicos, se esforzó en mirar por la ventana y recordó que la había conocido en pleno invierno, embutida en un abrigo y envuelta en una bufanda, con la nariz roja de frío. Unos pocos meses que parecían una vida. Mal le explicaba mientras conducía todo lo que era necesario hacer para llevar a buen puerto un evento anual que organizaban en la perrera con el objetivo de recaudar fondos, Martín atendía y respondía cuando tocaba hacerlo, luchando para no apartar la vista del paisaje de espigas doradas y hormigón.

Por lo visto llevaban cuatro años con aquello, desde que había cambiado la gestión de la perrera municipal y había pasado a manos de una asociación más interesada en los animales y menos en la partida que le destinaban del presupuesto y en sacrificar perros y gatos con pocos miramientos para aprovecharla. No es que fuera el no va más: tenía lugar en un parque relativamente céntrico, Martín había vivido siempre en aquella ciudad y jamás había sabido de la existencia de aquel sarao. Era una mezcla de mercadillo y exposición canina y felina en la que no importaban las razas. Laura y Alicia le habían contado que había una rifa, actividades para los niños, paseaban con los perros, llevaban a los gatos más sociables, vendían artesanía y todo aquello que hubieran logrado que les donasen, incluyendo trozos de bizcocho y bocadillos de tortilla de patata. La idea era tanto conseguir dinero como concienciar a todo el que pasara por ahí de la importancia de adoptar. “Hacemos visibles a los invisibles”, le había explicado Laura justo antes de quejarse por tener que llevar a los gatos, argumentando que para los perros salir del refugio y pasar el día en el parque era una fiesta, pero para los gatos era demasiado estresante.

Esperaban al buen tiempo para celebrarlo, así que siempre era a mediados de junio. Mal iba relatándole todos los preparativos y en qué podía echar una mano. Lo cierto es que Martín lo tenía complicado para ayudar a levantar todo aquello. Tenía la Selectividad encima. El penúltimo año de Selectividad en España, que ya era puntería. Bien podía haber nacido un par de años más tarde, aunque a saber si lo que venía detrás era mejor de lo que le esperaba a él. Necesitaba tiempo para estudiar, su madre estaba encima de él como un halcón. Y también necesitaba dedicarle tiempo a Manu, ella tenía derecho y él quería. Claro que también quería vivir con Mal, con Miguel, Carmen y los demás todo aquello. Ojalá pudiera desdoblarse, sacar más horas a los días, pero las siguientes semanas no iba a tener más remedio que ir solo las mañanas de los sábados.

– Mal, me temo que voy a ayudar muy poco este mes. Tengo la Selectividad y solo voy a poder venir un rato por una mañana a la semana – dijo él justo cuando aparcaban frente a la puerta de acceso.

Mal quitó las llaves del contacto, se desabrochó el cinturón y se giró para mirarle de arriba abajo y también por dentro, de esa manera penetrante que Martín conocía tan bien.

– ¿Ya te estás desinflando Mastín? Hubiera jurado que aún te quedaba carrete antes de dejarnos –

– ¡No me jodas Mal! No estoy dejando ésto. Es que no doy abasto, es simplemente eso. Quiero venir y voy a seguir viniendo. En cuanto pase la Selectividad y acaben las clases podré dedicar aún más tiempo –

– Sí, ya… Al poco de acabar la Selectividad vendrá el verano, imagino que te irás a algún sitio de playa con tu madre. Y luego vendrá la universidad, conocerás gente nueva, llegarán los trabajos en prácticas en los que te explotarán, eso si tienes suerte, claro. También un nuevo tipo de juergas, te convertirás en un joven adulto y tendrás aún menos tiempo para venir aquí. Tal vez cuando acabes con todo eso regreses. Yo ya estaré cerca de los cuarenta probablemente – explicó riendo.

– ¡Estoy rodeado de adivinas! Ahora resulta que conoces mi futuro mejor que yo, que no tengo ni idea de qué voy a hacer con mi vida – replicó Martín exasperado y al mismo tiempo que halagado porque Mal tuviera tanto interés en que siguiera acudiendo – ya te he dicho que ésto me gusta y no voy a dejarlo, pero tengo que estudiar o mi madre me acabará encerrando en casa. Y lo peor es que tengo que estudiar y avanzar sin saber a dónde. En la universidad no tengo ni la más remota idea de qué hacer –

– Tienes razón Mastín, la vida es larga y no sabemos dónde nos lleva, pero podemos tener más control sobre ella de lo que pudiera parecer – respondió ella conciliadora. Entonces decidió cambiar de tema, lo que fue un error – ¿Qué es lo que te gustaría estudiar? Seguro que hay algo que te llama la atención, tiene que haber algo que despierte tu curiosidad –

– ¡¿Tú también?! Odio esa pregunta porque no tengo ni puta idea de qué responder – no sabía porqué se estaba cabreando con Mal. Era irracional, las palabras salían de su boca sin filtros, se había desbocado – No me gusta que me interroguen, menos por mi jodido futuro. No tengo planes, debería tenerlos, pero nos los tengo. Manu tiene clarísimo el camino, la mayoría ya han tomado una decisión aunque no lo tengan tan claro como ella y se estén dejando llevar. Yo no. Solo quiero hacer esos exámenes y que me dejen en paz. Tú la primera. Hasta ahora nunca me habías hecho preguntas personales, jamás me habías interrogado por Manu, mis amigos, mi familia, las clases o mis proyectos de futuro –

Martín se giró sin aliento hacia la puerta del coche, para salir y respirar, para alejarse de Mal y sentarse con Bruce Willis, que siempre le calmaba, pero cuando intentó abrirla se encontró con que estaba encerrado. Mal había bloqueado el cierre centralizado.

– No te cabrees. Si no te he preguntado no es por falta de interés Mastín, es que todo eso no es asunto mío. Tú sí te has convertido en asunto mío, por eso ahora te he hecho esas preguntas, pero no tienes que contestarlas si no quieres. Con lo que veo de ti me conformo, ya es más que de sobra. Mira todos los animales que están ahí dentro. Ninguno de ellos puede decirnos por lo que ha pasado o lo que espera de su futuro. ¡Qué mas da! Lo que importa es lo que uno es, lo que uno puede llegar a ser –

“Tú sí te has convertido en asunto mío”. Mastín procuró no aferrarse demasiado a la calidez que había sentido al escuchar aquello y, para lograrlo, respiró hondo, se serenó y comenzó a hablar sin pensar en lo que estaba diciendo, ya más calmado.

– Este curso será el último y estoy deseando con todas mis fuerzas entrar en la universidad. No porque tenga ninguna vocación clara, no soy de esos que tiene decidido estudiar medicina, arquitectura o administración de empresas, si es que hay alguien en el mundo con la vocación de ser administrador de empresas, cosa que dudo mucho. No, no tengo ni idea de qué haré. Probablemente algo técnico, que es la opción más lógica teniendo en cuenta las asignaturas que mejor se me dan. Si quiero llegar a la universidad es por una cuestión de fe. Creo que supondrá dar un paso adelante, salir de aguas estancadas a mar abierto. Cambiar de aires y cumplir años tiene que cambiar las cosas a mejor a la fuerza. La adolescencia no es lo mío –

– No es lo de casi nadie, créeme –

– Este año estaba siendo una basura, un año estúpido de transición en el que no eres ni niño, ni adulto. Estoy en el final de lo que ha sido toda mi vida: tirar lo más feliz posible mientras supero paradas en el colegio primero y en el instituto después. Es una fase de la que ya estoy cansado, que se prolonga demasiado. Hace nada fueron las elecciones y no pude votar. Tampoco puedo conducir un coche. Todos me miran como un niño. Tú me miras como un niño. Pero no me siento ningún niño. En otras épocas a mi edad estaría harto ya de trabajar, puede que fuera padre, tal vez estaría matando gente en alguna guerra e intentando evitar que me mataran a mí. Hoy por hoy mi vida es muy similar a cuando tenía diez años, salvo por las materias que estudio, un poco más de autonomía y que las chicas no me dan precisamente asco. Y tengo la impresión de que el mañana comenzará abruptamente este otoño, que debería estar preparado para ello si tantas ganas tengo de salir de este fango. Pero sigo sin saber qué quiero hacer. Lo único que ha merecido la pena últimamente es conocerte a ti y empezar a ayudar aquí. Y Manu, claro. Así que no voy a dejar de venir por mucho que no sepa qué va a ser de mí en unos meses. Tal vez tengas razón y pase todo lo que dices. No lo sé, no lo sé – terminó Martín sacudiendo la cabeza .

Mal se quedó un momento en silencio. Luego le dio un par de palmaditas en el brazo.

– Vamos, vamos, que tampoco es para tanto. A ver si te crees el único perdido a los diecisiete años. Paso a paso. Lo bueno que tiene la vida es que si tú no tomas las riendas, ella te acaba llevando. Y pese a como pueda sonar, no tiene porqué ser algo malo. A veces te conduce a sitios y personas que merecen la pena. Vente cuando puedas, prepara esos exámenes y ya veremos qué va pasando luego. Y ahora vamos ahí dentro, que Miguel ya se ha asomado un par de veces y va a empezar a pensar mal. Ya sabes que Miguel, aunque sea un trozo de pan, siempre piensa mal- bromeó mientras abría la puerta desbloqueando de paso el resto y salía al exterior – El imbécil del bajo ya me toma por una corruptora de menores, no quiero que aquí también lo piensen –

De pie, junto a la puerta de acceso, Mal se detuvo de nuevo, le dedicó otra de esas miradas suyas que desnudaban por dentro y se estiró para revolverle el pelo como a un crío pequeño, aunque casi no llegaba a hacerlo ni poniéndose de puntillas.

– ¡Ay de ti si tuviera diez años menos! – volvió a bromear ella justo antes de desaparecer escoltada por un coro de ladridos.

“Ay de ti si tuviera diez años más”, suspiró internamente Martín viendo desaparecer los shorts dentro de la protectora. E inmediatamente se sintió tan culpable que a punto estuvo de salir corriendo.

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Nala es una perra muy buena y muy dulce, y también muy triste. Necesita con mucha urgencia casa de acogida o adopción definitiva. Está en Madrid. En Adopciones Nueva Vida.

Contacto: arienar21@gmail.com

Por cierto, este domingo 6 de junio estaré firmando Galatea en la Feria del Libro de Madrid, en la caseta de en Punto y Coma entre las 11:30 y las 14.

Nunca imaginé que yo sería uno de esos escritores apostados esperando potenciales lectores. Y me hace muy feliz. Si vosotros también gustáis de pasear por el Retiro entre libros, sería feliz si elegís este domingo para acompañarme.

Algunas reseñas y entrevistas sobre Galatea en Lectura y Locura, JotDown, Público, Nuevo BestSeller Español, 20minutos, PACMA o TodoLiteratura.
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1 comentario

  1. Dice ser de cultura hablan...

    Ver maltratar a un perro es horrenda cosa, a un gato igual, mereciendo castigo pot hacerlo el humano que se dice superior y no lo demuestra en tales actos bárbaros y abusadores.
    Ver a una foca destrozada a palos, igual, a un caballo maltratado, a un tigre enjaulado sufriendo latigazos, a un elefante amarrado a cadenas… Todos los animales abusados por humanos dan lástima y piden justicia humana contra sus abusadores.
    Ahora bien, un animal llamado toro, de ese no le da pena nadie. Es más, a quienes los castigan los ponen en los medios de comunicación de masas comohéroes…
    No me hablen de ética, ni de cultura, ni de premios a los que castigan, que me sobran..

    05 junio 2015 | 11:32

Los comentarios están cerrados.