Es un refugio para los animales, no para huir de nuestros problemas

Como todos los viernes, aquí tenéis un nuevo capítulo del folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, apta para todos los públicos, con el marco de la protección animal para dar a conocer y concienciar sobre esta realidad. Cualquier sugerencia, duda o puntualización será bienvenida.

CAPÍTULO 18:

11114058_1408020656186326_4240451502628408956_nAl regresar a casa la noche anterior, tal y como Mal había predicho, su madre estaba esperándole y aquel tipo de la camisa azul había desaparecido, pero Martín no había querido sentarse a tener una charla. No era el momento, necesitaba dormir, reiniciarse como un ordenador que se hubiera bloqueado. Ya habría tiempo de hablar. Cuando el domingo sonó el despertador a la hora habitual para acudir a la protectora, seguía sin tener ganas de charlar, así que se levantó procurando hacer el menor ruido posible para salir sin ser interceptado y poder así aplazar la conversación pendiente. Tendría que haber imaginado que era misión imposible. Ella había madrugado aún más que él y estaba en el salón matando el tiempo en su móvil, esperándole. Tal vez también intercambiándose mensajitos con su novio barbudo, pensó contrariado.

– Buenos días. Tienes café recién hecho para que esa pasta de galletas que te fabricas esté algo mejor – se limitó a decir antes de volver al móvil. Logan, convertido en un inmenso cojín con forma de donut negro que dormía a su lado en el sofá, despertó y sacudió la cola para saludar al chico.

– Vaya, veo que la culpabilidad no te ha alcanzado para hacer tortitas – quiso bromear Martín para quitar hierro a la situación. Su madre dejó el móvil a un lado y dio unas palmadas en el sofá, a su lado.

– Ven aquí Bruce Willis, que sabes que tenemos que hablar. ¿O prefieres hacerlo después de desayunar? –

– Mamá, no hace falta que hablemos. Sé bien que eres mayorcita y estás en tu derecho de hacer lo que te dé la gana. No soy un crío, lo entiendo –

– Claro. Y como lo entiendes, desapareciste descalzo y sin móvil ni cartera durante más de media hora –

– No desaparecí, yo sabía muy bien dónde estaba – intentó bromear de nuevo sin dar ni un paso. Como no parecía funcionar decidió contar llanamente lo que había sucedido – Había tenido un mal día y fue la gota que colmó el vaso. Estaba en casa de la vecina, serenándome un poco. Y creo que acerté, si me hubiera quedado habría sido aún más violento para todos. Pero en serio, lo entiendo. No es preciso que tengamos ninguna charla –

Su madre suspiró y acarició al viejo pitbull, que había vuelto a su despreocupada siesta intermitente.

– Vale, sé que racionalmente lo entiendes, sé que sabes que tengo derecho a “hacer lo que me de la gana” como bien has dicho. Pero tenemos que hablar porque quiero saber qué sientes en un plano irracional. También porque me siento en la obligación de explicarte…-

– No tienes la obligación de explicarme nada mamá – la interrumpió Martín.

– ¡Claro que la tengo! Yo quiero hacerlo y tú tienes derecho a saber. Daniel es un compañero del trabajo. Se incorporó hace un par de años y siempre nos hemos llevado bien. Desde el principio nos caímos en gracia, aunque nunca creí que pasaría nada. No me pareció nunca especialmente atractivo, ¿sabes?. Demasiado bajito para mi gusto. Y nunca me han gustado las barbas, me recuerdan a mi suegro. Tiene mi edad, un sentido del humor similar al mío y tenemos puntos de vista semejantes en muchos asuntos. Está divorciado y no tiene hijos. Y es un buen tipo, créeme. No sé exactamente cuándo, imagino que ha sido algo gradual, comenzamos a tirarnos los trastos. Lo justo. Públicamente y de manera muy inocente. Sin buscar nada. Simplemente era agradable sentir el interés de un hombre inteligente. Sin más. Pero al poco empecé a verle con otros ojos. Él a mí me confesó luego que ya me había visto así casi desde el primer día, pero tiró de prudencia. Tal vez me lo dijo por halagarme, no lo sé. La cosa es que hemos ido a comer juntos algunas veces cerca del trabajo, hemos tomado bastantes cafés y salido unas cuantas veces de noche con otros compañeros. La última de esas noches me acompañó a casa y… Bueno, la cosa es que ayer fue la primera vez que quedamos a solas y los dos éramos muy conscientes de lo que podía pasar. Los dos queríamos que pasara, mejor dicho – su madre se detuvo un momento para mirarle a directamente a los ojos – creo que es suficiente por el momento. Y ahora quiero que me preguntes lo que quieras. Seguro que tienes preguntas que hacerme –

Martín observó a su madre intentando no ver a su madre. Tenía una piel preciosa, de un suave dorado. Los ojos, que le observaban expectantes, eran del mismo color que las castañas y en ellos se dibujaban esas pequeñas arrugas que tienen los que ríen con frecuencia. La boca era preciosa, nunca se había fijado en que tenía unos labios tan carnosos y bien dibujados. Se notaba su edad en la piel del cuello, en que las mejillas caían tal vez un poco más de la cuenta, en el grosor de los párpados, en las canas que se empeñaban en asomar por el flequillo pese a los tintes. Recordó cuando era niño y le parecía perfecta en todos los sentidos. Recordó también el momento indeterminado en el que dejó de verla así. Claro que no era perfecta. Era su madre, una mujer. Tampoco lo era él.

– ¿Es buena idea liarse con un compañero del trabajo? – dijo al fin.

– Pues no lo sé, tal vez no. Está claro que tiene sus inconvenientes. Pero dime tú a mí dónde puedo conocer gente si no, quitando las redes esas de contactos por Internet. Que lo he pensado, no te creas que no – rió

– ¡Mamá! – fingió escandalizarse Martín.

– Vamos, que tampoco pasa nada. Conozco ya unos cuantos que han pasado por ahí con éxito. Y volviendo a lo del curro. Tu novia ha salido de tu clase, que viene a ser lo mismo –

La discusión de la tarde anterior con Manu surgió en la mente de Martín, que se apresuró a enterrarla de nuevo. No tenía muy claro si era cierto aquello de que tenía una novia. Su madre volvió a palmear el sofá y está vez él se sentó sin pensarlo.

– ¿Qué va a pasar ahora con él? ¿Estáis saliendo o algo así? –

– Imagino que algo así, pero no tengo ni idea de lo que va a pasar. El tiempo lo dirá. O nosotros lo diremos cuando pase el tiempo, mejor dicho –

Martín se quedó callado, reflexionando.

– Venga, suéltalo – lo animó su madre.

– Está bien – suspiró él – Ya sabes que estoy pensando en papá. ¿Qué pasa con él? –

– Nada, mi amor. No pasa nada. Sigue siendo el amor de mi vida. Y lo será siempre. Sigo echándole de menos tanto que muchos días me duele físicamente. Y siempre será así. No sé qué pasará con Daniel, pero aunque todo fuera de fábula y acabara instalándose aquí conmigo, cosa que de momento no tiene que preocuparte lo más mínimo porque pienso avanzar con pies de plomo, tendría que aprender a bregar con ello. Las fotos de familia no se va a mover de dónde están –

Se observaron un momento en silencio.

– ¿Te apetece decirme ahora lo que sientes? No lo que piensas, lo que sientes – recalcó ella.

– Estoy… no sé. Un poco extrañado, un poco confuso. Tampoco sé hasta que punto por ésto o por todo lo demás que me está pasando. Pero… –

– Sí, dime – le animó ella al ver que se detenía, que dudaba.

– Mamá, de momento no quiero conocerle. Seguro que es verdad que es buen tío, me alegra que te ilusione estar con alguien y sé que tendrás cuidado, pero de momento no quiero verle. No organices alguna comida o algo así para que nos conozcamos. No por ahora –

Su madre le acarició la cabeza a contrapelo con delicadeza, igual que cuando era pequeño y se despedía de él por las noches tras leerle un cuento.

– Prometido –

Martín se levantó para ir a engullir el desayuno y poder llegar a tiempo al portal. Si Mal no le veía ahí, se iría sin él.

– ¡Oye! –

Martín se giró.

– Ya me contarás por qué regresaste a casa en plan Cenicienta en lugar de quedarte  toda la noche de fiesta-

Martín no respondió. No quería volver a aquello.

– ¡Eh! –

El chico miró de nuevo a su madre.

– Estoy muy orgullosa de ti. Te lo digo muy en serio –

***

La perrera tenía dos guardeses, un matrimonio de unos cincuenta años procedente de Europa del este que vivía en un pequeño cuadrado de ladrillo visto que apenas tenía un aseo, una pequeña cocina, un dormitorio en el que cabía poco más que la cama de matrimonio y un saloncito. Todo muy modesto y muy limpio. Martín no había visto más que el saloncito, que era lugar de descanso para todos los voluntarios. El resto era privado. Se llamaban Miguel y Violeta. Él pasaba la vida en la perrera, era un tipo hablador, de manos grandes y sonrisa fácil, que conocía a todos los animales y lo mismo servía para hacer una chapuza de albañilería que para poner la inyección subcutánea de algún tratamiento. Ella era seria o tímida, Mastín no lo tenía aún claro, más alta que su marido y menos dada a intimar con los voluntarios que pasaban por allí. Trabajaba como interna cuidando a una anciana de lunes a viernes y los fines de semana cedía su labor a otra compatriota e iba a la protectora. Por lo visto era imprescindible contar con una persona durmiendo en aquellas instalaciones para evitar robos y gamberradas. Pocos años antes no tenían a nadie y eran frecuentes las noches en las había alguna novedad desagradable.

Los fines de semana era cuando más gente había. Por ejemplo, no solían faltar Alicia y Laura, que se dedicaban en exclusiva a los gatos. La perrera tenía dos habitaciones dedicadas a los gatos. Todos sociables. Aquello era un drama, apenas se adoptaban gatos adultos y había más animales de lo recomendable para el espacio que tenían. Estaban trabajando con la intención de conseguir fondos para ampliar las gateras y añadir una zona enrejada que les permitiera salir al aire libre. Eran animales territoriales y necesitaban más territorio. Martín no era capaz de comprender que eso no lo financiara el ayuntamiento, siendo su obligación recoger a todos los gatos abandonados que encontraban en el municipio. Lo lógico es que la capacidad de las instalaciones fuese acorde con las necesidades de la ciudad en materia de protección animal, ya que la ley obligaba a prestar ese servicio. Pero Martín ya sabía que una cosa era la realidad y otra los mundos de piruleta en los que él vivía hasta hace no mucho, como la mayoría de los niños. Alicia y Laura hacían lo que podían, tenían también una colonia bastante controlada en las afueras de la ciudad en la que reinsertaban los gatos adultos de la perrera más asilvestrados y unas cuantas casas de acogida que se prestaban a tener a los cachorros.

No eran las únicas personas de la perrera. La veterinaria amiga de Mal se acercaba a veces. Luego estaba Carmen, que no siempre venía, pero cuando lo hacía procuraba trabajar con los perros que más miedos tenían y con los que más miedos causaban. Era etóloga y adiestradora y le gustaba echar una mano cuando podía. A Miguel le encantaba verla trabajar. Cuando ella supo de su interés le dejó un libro estupendo titulado Las señales de calma, de Turid Rugaas, y ahora le había prestado Tu perro piensa y te quiere, de Carlos Alfonso López García. El siguiente ya le había advertido de que sería un tocho bastante serio de etología al que tenía muchas ganas.

Había más ayudas esporádicas, casi todas de mujeres. Una o dos veces al mes aproximadamente iba Gabriel a echar una mano, era un fotógrafo jubilado bastante conocido en el centro de la ciudad que retrataba a los perros y gatos para que Mal los difundiera por Intermet, pero los únicos hombres fijos allí eran Miguel y él.

No le extrañaba que muchos perros abandonados y maltratados que llegaban a la perrera identificaran a las mujeres con el buen trato y temieran de entrada a cualquier hombre.

Mal hacia un poco de todo: solía atender a los potenciales adoptantes, también se encargaba de los que traían un animal que habían encontrado, trataba con la Policía y el ayuntamiento y gestionaba el papeleo. Pero siempre tenía tiempo de ensuciarse las botas.

Aquel domingo Martín se había pegado a Miguel. Los perros estaban en cheniles en los que convivían entre tres y cinco animales. El chico los sacaba diez escasos minutos a una zona vallada para que corrieran un poco al aire libre. El tiempo justo para que Miguel limpiara el chenil. El sol de primavera aspiraba a verano y Martín sudaba dentro de sus viejos pantalones de chándal, pero había aprendido pronto que no era buena idea llevar pantalones cortos. Los arañazos entusiastas estaban al orden del día. Llevaba manga corta y las señales de sus brazos eran una buena muestra de lo que podía causar el afecto canino desbordado.

Bruce Willis, el viejo mastín al que él dio nombre, no quiso salir del chenil cuando abrió la puerta. Tuvo que animarle para que pasara cojeando de estar tumbado en el suelo de hormigón a tumbarse con toda la dignidad de un peludo senador romano al sol del patio.

– Está muy viejo. Está bien aquí, pero es demasiado viejo – dijo Miguel con su acento balcánico.

En el siguiente chenil estaba Arya, una cruce de pitbull color tostado de ocho meses que empezó a saltar y gimotear en cuanto le vio. A Martín le partía el alma no poder llevársela a casa. Aquella perra llevaba toda su vida en la perrera. Había llegado con sus cuatro hermanos con el cordón umbilical aún colgando, todos habían recibido nombres inspirados en Juego de tronos y todos habían sido adoptados salvo Cersei, que estaba muy débil y había muerto, y ella que no logró enamorar a nadie. Cuando se vio en libertad se lanzó en una carrera de pura alegría y luego se pegó a su pierna, dándole rabazos e invitándole al juego. Era una perra sumisa y sociable, que desesperaba por el contacto humano y que le había elegido, por el motivo que fuese. Y él sentía y aceptaba ese vínculo, por lo que Arya se había convertido un poquito en su perra. Era doloroso verla dejar de ser un cachorro sin encontrar una familia. Siendo adulta costaría mucho más que lograse un adoptante. Martín se había hecho fotos con ella y las había subido a Facebook con la esperanza de forzar su buena suerte, hasta la fecha sin éxito pese a que había supuesto su récord personal de ‘me gustas’. Nadie parecía querer un cruce de presa, aunque fuera un trozo de pan como ella.

Las redes sociales. Había entrado en las de Manu cuando iba en el coche de camino a la perrera y no había encontrado actualizaciones; sí que las había en las de otros amigos, las típicas fotos de fiesta que no importaba que viesen los padres. El whatsapp tenía tres escuetos mensajes suyos pidiendo hablar, así que había apagado el móvil para evitar una llamada. No quería aún enfrentarse a aquello.

– ¡Eh, Mastín! ¿Te vienes o qué? Yo me vuelvo ya a casa-

El chico se giró hacia la voz de su vecina, que le observaba desde el edificio de las gateras.

– ¡Sí, voy! –

Se despidió de Arya y dejó a Miguel enfrentarse solo a los pocos cheniles que quedaban. Nada a lo que no estuviera acostumbrado.

– Hoy nos vamos antes – señaló cuando vio la hora en el salpicadero del coche.

– He quedado con Mónica para comer – explicó ella. Martín visualizó a la veterinaria que rebosaba desparpajo, preguntándose qué tal estaría la perra que habían rescatado el día anterior.

– Tu Manu, la cuadrúpeda, está muy bien – añadió Mal, que parecía ser capaz de leerle la mente – La cirugía salió bien y está descansando en la clínica. Voy a intentar encontrarle un hogar en el que termine de recuperarse. Si no lo consigo, tendré que traérmela a casa con Trancos, al menos el tiempo que esté convaleciente. ¿Qué tal está tu primera herida de guerra, por cierto? –

Martín había olvidado por completo el raspón que se había hecho el día anterior.

– Bien. Ya te dije que era solo un rasguño – dijo al tiempo que se examinaba la mano – Tiene que ser poco a la fuerza si mi madre no se ha dado cuenta de ello –

– Tu madre bastante tiene encima. ¿Habéis hablado? –

– Sí, hemos hablado. Y volveremos a hacerlo, pero de momento está todo controlado –

– Me alegro, tenéis una buena relación, se nota. Ya me hubiera gustado a mí poder decir lo mismo de mis padres –

Martín estaba dudando sobre si debía indagar sobre la relación de su vecina con sus padres justo cuando ella volvió a preguntar.

– ¿Y con tu chica? –

Martín sacudió la cabeza. – La charla con Manu puede esperar al lunes después de clase –

Mal quitó los ojos de la carretera para lanzarle una fugaz mirada cargada de intención y también de algo que el chico solo pudo interpretar como cariño. Le sorprendió la manera en la que aquella percepción le caldeó por dentro.

– Escúchame bien Mastín, porque lo que te voy a decir es importante y cierto. Esto es un refugio, sí, pero para los animales, no para que nosotros huyamos de los problemas que tenemos ahí fuera. No tiene que ser hoy, pero hablad. Para arreglarlo o para que os mandéis mutuamente a la mierda, ahí no me meto, pero afróntalo –

A Martín se le escapó una carcajada, no lo pudo evitar.

– ¿Qué es lo que pasa? – quiso saber ella.

– Nada, que me ha sonado a consejo de hermana mayor –

Sonreían ambos, pero algo le decía que sí, que lo que ella acababa de decir encerraba un aprendizaje importante y cierto.

Cuando rodaban cerca de casa encendió el móvil, tenía un par de llamadas perdidas y más mensajes, no solo de Manu, también de Andrés. Sí, tenían que hablar, pero hoy no. Lo que tenía que hacer esa tarde era estudiar, si es que lograba reunir la concentración suficiente. Pero Manu merecía al menos que diera señales de vida.

“Mañana hablamos después de clase”, tecleó. Luego guardó el teléfono y se sumergió de nuevo en aquel pequeño y confortable mundo móvil en el que solo cabían Mal y él.

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La perra de las imágenes fue rescatada de la perrera municipal. Es tranquila, fuerte y aprende rápido. Tiene siete años y aunque tolera otros perros, necesita trabajar la socialización. Está esterilizada y vacunada. Necesita encontrar un hogar con urgencia. Está en Mallorca, pero se envía a toda España.

Contacto: neusblancob@gmail.com

10 comentarios

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    El mejor amigo del hombre es el perro , despues la madre luego la abuela, la novia es punto y aparte

    Clica sobre mi nombre

    22 mayo 2015 | 8:02

  2. Dice ser BGG

    Me encantan los capítulos de Mastín!! sólo una puntualización: lo correcto es vía SUBCUTÁNEA en lugar de intracutánea.

    22 mayo 2015 | 8:04

  3. Dice ser lola amigo

    Como siempre has dado en el clavo!
    Hay gente en las protectoras que van no tanto por ayudar a los animales si no por suplir carencias en su vida y ese no debe de ser nunca la motivación para ser voluntario en una protectora de animales.
    Se necesita gente equilibrada que tenga claro que es un acto de generosidad total, que es cierto que recibes mucho a cambio, pero que nunca puede ser algo egoísta. Y es muy muy difícil afrontar que puede que nuestra vida no sea perfecta y por lo tanto una manera de evadirse es ir a «ayudar» a los animales.
    Pero si nuestra vida no está bien, no los ayudamos, les trasladamos de manera consciente o inconsciente nuestros miedos, nuestras angustias, nuestras carencias, nuestros problemas y en lugar de ayudarles, lo que hacemos es traumatizarles aún más
    Creo que se debería ser más selectivo por parte de las protectoras en la selección del voluntariado, y además se deberían hacer cursos de formación períodicos para seleccionarlos y también para mantenerlos al día y que así pudieran hacer su labor por los animales de manera más eficaz.
    pero es difícil, no son tantos voluntarios y son muchos los animales abandonados, tampoco las protectoras tenemos la capacidad de hacer esto, lleva tiempo y dinero, dos cosas que no abundan en este mundillo.
    en fin, soñar es gratis … quizás en el futuro

    22 mayo 2015 | 10:10

  4. Melisa Tuya

    Arreglado. Gracias 🙂

    22 mayo 2015 | 10:27

  5. Dice ser Agueda

    Cada viernes me gusta más!!!, compraré el libro sin dudarlo. Muchas gracias por compartirlo con nosotros.

    22 mayo 2015 | 10:35

  6. Dice ser Carey

    ¡¡¡Por fin aparecen gatos!!! Aunque sigan siendo anónimos. Por cierto, muy realista lo de los nombres de Juego de Tronos. En mi protectora hay Ygrittes, Aryas y hasta Tyrions esperando a ser adoptados. Estoy deseando ver cual será la próxima moda.

    22 mayo 2015 | 11:14

  7. Melisa Tuya

    Y más que aparecerán Carey, ya verás 🙂

    22 mayo 2015 | 12:43

  8. Dice ser SRYA

    Haz lo que quieras Melissa… ¡pero a MI Logan no lo toques! 😉

    22 mayo 2015 | 15:57

  9. Dice ser Vera

    Muy bueno, acabo de descubrirlo y sin duda seguiré leyendo las próximas entregas. Se nota que conoces el mundo de la protección animal, enhorabuena por tu trabajo.

    27 mayo 2015 | 18:26

  10. Dice ser SuperWoman (SW_DD)

    Par de cosillas: el amigo de la madre pasa de David a Daniel en uno de los párrafos. En el capítulo anterior hay un Alberto con minúsculas… (te viene bien que te señalemos estas cosas… ayer leí a una que decía a otra amiga que un texto mío estaba bien pero plagado de faltas de ortografía y todavía las estoy buscando todas :D)

    05 junio 2015 | 11:50

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