El rescate

Aquí está un nuevo capítulo del folletín animalista que estoy publicando en este blog todos los viernes. Un libro por partes con el que quiero aprender y experimentar una nueva forma de escribir.

Quiero hacer una buena novela juvenil, apta para todos los públicos, con el marco de la protección animal para dar a conocer y concienciar sobre esta realidad.

Cualquier sugerencia, duda o puntualización será bienvenida.

CAPÍTULO 14

Estaba cómodo en silencio a su lado, sin sentir la necesidad de forzar temas de conversación. Y ya tenía edad suficiente como para saber que no era algo que pasara a menudo. La mayoría de las personas se creían obligadas a hablar para llenar el vacío. A él también le pasaba, pero no con ella.

Por la ventanilla veía pasar campos anodinos enmarcados por polígonos industriales y los extremos de ciudades sin belleza. El paisaje que siempre le había acompañado. Miró algunas de las altas torres de viviendas arracimadas y recordó cuando era un niño de once o doce años y se percató por vez primera de que en cada uno de esos pisos vivían seres humanos como él, gente con sus sueños, sus responsabilidades, sus quebrantos, alegrías y miserias. Algunas personas buenas y algunos monstruos y una gran mayoría que en ocasiones era bondadosa, en otras malvada y casi siempre ni lo uno ni lo otro. Miles de ellos, cientos de miles, millones en aquella provincia de geografía escasa y absurdamente poblada. Le abrumó entonces darse cuenta de todas aquellas individualidades que le rodeaban y le seguía resultando inabarcable ahora.

Recordó también que aquella primera vez que lo pensó con once o doce años era su padre el que conducía de regreso a casa y caía una noche escarlata. Nada que ver con aquella mañana luminosa de abril, se forzó a considerar para alejar la melancolía que sintió reptar hacia él.

Entonces comenzó a sonar en el coche una canción desgarrada, con una pena distinta que le hizo esquivar la suya. Un tema lleno de fuerza que jamás había oído. Lo cantaba una voz joven de mujer a la que comenzó a acompañar ella sosteniendo el volante con las dos manos y mirando al frente. Tenía una voz agradable, grave para ser de mujer. Cantaba en voz baja, apenas audible, Martín tenía claro que no por vergüenza, simplemente se cantaba a sí misma. Y se dio cuenta de que aquello que decía tenía para ella algún significado.

A su madre también le gustaba cantar en el coche. Y también a veces cantaba canciones que para ella eran especiales y él lo notaba. Se fijó en la letra, palabras que entendía mejor gracias a que ella las pronunciaba.

I’ve been a bad, bad girl
I’ve been careless with a delicate man
And it’s a sad, sad world
When a girl will break a boy just because she can

– ¿Qué canción es? ¿Quién la canta? – se atrevió a preguntar pese a que no deseaba interrumpirla.

– Es la canción de mis pecados – se limitó a responder ella esbozando la sombra de una sonrisa.

What I need is a good defense
‘Cause I’m feeling like a criminal
And I need to be redeemed
To the one I’ve sinned against
Because he’s all I ever knew of love

Martín regresó a su ventanilla, a unos campos poco memorables que se iban imponiendo a polígonos y bloques de pisos, pero ya no meditaba sobre silencios cómodamente compartidos o miles de sueños y pesadillas encerrados en hormigón, cristal y ladrillo visto. Pensaba en canciones a dos voces de mujer, en pecados desconocidos, en unos ojos dorados a los que no supo ayudar y en lo que les esperaría al final de aquel corto viaje en coche.

***

Habían aparcado en un punto en el que el arcén se ensanchaba para facilitar el paso a una finca llenita de olivos. Era una vieja nacional por la que ya circulaban pocos coches, existían demasiadas alternativas más veloces como para perder el tiempo metiéndose por allí con el coche. Lo que sí había era bastante ciclista que aprovechaba el domingo para rodar. También sonaban disparos no demasiado lejos de dónde estaban parados.

– ¿En abril se puede estar pegando tiros? – preguntó Martín sabiendo de sobra que no se podía, menos aún tan cerca de una carretera.

– Pues no, pero ya ves lo que les preocupa a los escopeteros –

Martín oteó en todas direcciones, no se veía ningún perro que necesitara ser auxiliado.

– Toma – dijo ella poniéndole en la mano un paquete de salchichas cocidas, un collar y una correa – Tenemos jaula trampa desmontada en el coche, espero que no sea necesario sacarla. Los que dieron el aviso al 112 vieron al perro cruzando esta nacional e intentaron cogerlo, obviamente sin éxito. Por lo visto buscaba los coches, se acercaba a ellos probablemente intentando localizar al que le dio la patada. Parece que es un mestizo de pastor alemán. Nos han asegurado que no se mueve de la zona, que ronda siempre los márgenes de la carretera. Yo voy a ir por allá, tú recorre este lado con cuidado. Si lo ves, me llamas. No hagas que se aleje. Vamos a dedicarle una horita, si en ese tiempo no lo encontramos tendremos que regresar. ¿Alguna duda? –

Martín se metió las salchichas y la correa de nailon bien enrollada en un bolsillo trasero. Ella se ató la correa en torno a la cadera, gran parte quedó colgando contra el muslo izquierdo, forrado de vieja tela vaquera.

– Ninguna –

El chico salvó con facilidad el quitamiedos y dio sus primeros pasos entre los olivos. El terreno estaba algo blando, abril había hecho honor a su fama y la última noche había caído un buen chaparrón. Como compensación al barro, olía a aire limpio y tierra mojada. Reflexionó un poco antes de echar a andar. Probablemente lo mejor sería batir el terreno por sectores, alejándose y volviendo mientras se desplazaba primero a la derecha y luego a la izquierda. Le daba la impresión de que ser metódico reconociendo el terreno era mejor idea que limitarse a vagar de un lado para otro.

– ¡Eh, Mastín! – Martín se volvió hacia la voz, la única que le llamaba así. Ella ya estaba en el sembrado que había al otro lado de la carretera – ¡Gracias! –

Martín se limitó a alzar la mano con un sonrisa. No sentía que hubiera nada que agradecer. No querría estar en ningún otro sitio.
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Avanzó buscando un perro grande y en tonos marrones. Si era un cruce de pastor alemán, debía ser algo así. Estaba llevando a la práctica su idea de convertir la zona próxima a la carretera en varios cuadrantes a explorar, pequeños territorios con sus lindes, sus desniveles y algún vallado. Había visto varios conejos que se habían aplastado contra el suelo al verle para luego salir huyendo cuando ya casi estaba encima de ellos. Tal vez eran liebres, no lo tenía claro. Daba igual, le gustaba ver a aquellos pequeños animales moverse a toda velocidad, pero le hubiera gustado mucho más ver al perro. Ya habían transcurrido unos cuarenta minutos y comenzaba a pensar que no deseaba ser encontrado y se iba a salir con la suya. Los conejos sospechosos de ser liebres y unos cuantos pájaros que también se sentía incapaz de identificar era lo único que había logrado ver. Estaba claro que era un chico de ciudad.

Paró para frotar las suelas contra una piedra. Llevaba pegados unos cinco centímetros de barro que hacía que cada una de sus botas pesara medio kilo más. Lo cierto es que no eran suyas, habían sido las botas con las que su padre hacía senderismo. Heredadas igual que la bata que se ponía en casa, como un puñado de camisas de vestir, un traje, dos jerséis, dos cinturones, unas pocas camisetas, un abrigo de paño que no se imaginaba llevando hasta que cumpliera al menos treinta años… Su madre había guardado muchas cosas de su padre para que Martín las utilizara cuando llegara el momento. Y el momento ya estaba allí, al menos en cuestión de talla. La abuela había puesto el grito en el cielo, empeñada en que todo fuera para Cáritas y en “ahorrar recuerdos dolorosos al niño”, pero a Martín no le dolía llevar lo que había sido de él.

Su móvil vibrando con una llamada le trajo de vuelta al mundo.

– Lo he encontrado. Necesito tu ayuda. Avanza unos quinientos metros a partir del coche y luego cruza y sigue en línea recta –

– ¿Cómo voy a saber cuánto son quinientos metros? –

– No me jodas Mastín, calcula a ojo, mira los puntos kilométricos de la carretera o activa alguna app de esas de correr en el móvil, pero te necesito aquí. Si te pierdes, me llamas –

Martín regresó trotando al arcén y recorrió la carretera hasta que calculó que debía estar a medio kilómetro del coche. Se fijó en los puntos kilométricos, pero aún con esas tuvo que llamar un par de veces antes de verla esperándole al borde de un terraplén. Llegó a su lado en unas pocas zancadas.

– Mira, ahí está, en el fondo del terraplén. Hay que bajar por ella. Y no está la cosa fácil con el barro –

Efectivamente, a unos diez metros de barro y maleza casi verticales se encontraba el objeto de su búsqueda. Les miraba asustado, estaba sucio, tumbado en una postura extraña y tan flaco que se veían en la distancia las costillas y los huesos de la cadera.

– En aquella dirección el desnivel parece ir disminuyendo, si avanzamos probablemente podamos llegar hasta ella con más facilidad, pero te voy a necesitar para trasladarla hasta el coche, me da que no va a poder andar y yo no tengo suficiente fuerza como para… ¡Qué haces! ¿Estás loco? –

No recordaba haber tomado la decisión de lanzarse por el terraplén en dirección al animal, simplemente había sentido unos ojos oscuros clavados en él y había recordado la mirada amarilla de aquel perrillo al que no supo ayudar.

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Aterrizó antes de lo que esperaba y de una pieza, aunque rebozado en barro y ramitas, con un costado dolorido por un buen golpe con una piedra semienterrada y un rasguño en la palma de la mano izquierda. El perro le observaba en actitud sumisa. Se sacudió un poco toda la porquería que llevaba encima y se acercó al animal.

– Estás como una cabra. Podías haberte roto algo y a ver cómo demonios os sacaba de allí yo a los dos. Sé prudente, puede estar muy asustado y reaccionar mal- gritó ella desde arriba.

Martín supo al agacharse junto al perro que no había ningún peligro de llevarse un mordisco. Estaba exhausto, desconfiado, famélico y dolorido. Una de sus patas traseras estaba atrapada en un cepo. Abrió el paquete de salchichas con los dedos y le ofreció una. Luego dejó que le oliese y le acarició, el perro se humilló y se giró levemente para ofrecer un vientre voluminoso pese a su delgadez.

– Es una perra. Y creo que está preñada. La pata trasera está pillada por un cepo, tiene mala pinta. El cepo está suelto –

– ¡Hijos de puta! Esos chismes están prohibidos. ¿Puedes levantarla con el cepo? –

El chico calculó que podría pesar unos veinticinco kilos. Era algo más pequeña que un pastor alemán y estaba en los huesos.

– Puedo intentarlo –

Se quitó la chaqueta embarrada y envolvió pata y cepo para procurar hacerle el menor daño posible. Luego la cogió en brazos con cuidado. La perra no hizo el menor intento por zafarse. La sujetó lo mejor que pudo y estudió la ladera para ver por dónde sería más fácil subir

– Vas a tener que seguir hasta encontrar menos desnivel, por aquí te vas a matar y la puedes hacer más daño. Ve hacia allá – gritó ella desde arriba.

Echaron a andar, uno por abajo y otra por arriba, en dirección a la nacional.

– Te estás portando muy bien – susurró Martín a la perra, que se dejaba llevar sin revolverse, paciente pese al miedo y al dolor. – Se está portando muy bien- dijo en voz más alta dirigiéndose a la mujer.

– Sí, menos mal. Ha tenido mucha suerte, enseguida estaremos en la clínica veterinaria, ya he avisado para decirles que estaremos allí en una hora. Espero que estemos a tiempo de evitar que esos cachorros nazcan –

A Martín le recorrió un escalofrío por la espalda cuando entendió a qué se refería.

– ¿Quieres decir que le harán un aborto? –

calajaenabril450– Quiero decir que, si estamos a tiempo y es seguro, la esterilizarán y en el mismo proceso se interrumpirá la gestación de unos cachorros que vienen a un mundo en el que sobran perros mestizos a los que nadie quiere. Lo que más me preocupa es esa pata, a ver si podemos salvársela y a ver si la factura del veterinario no nos rompe el mes –

Veinticinco kilos acaban pesando el doble cuando tienes que llevarlos en brazos como un peso muerto, el terreno es irregular y los debes coger con delicadeza para evitar dañar más una pata herida. Cuando llegaron al arcén y la tumbó con cuidado en el suelo, Martín ya no sentía el brazo derecho. Lo flexionó varias veces mientras ella daba agua a la perra. El brazo dolía, pero no le importaba lo más mínimo. Pese a estar cansado se sentía lleno de energía, exultante.

– Sangre, pelo y barro hasta en los dientes. Estás hecho un asco – le dijo ella mirándole de arriba a abajo con una sonrisa luminosa.

Sangre, pelo y barro. Y una vida a sus pies que solo podía mejorar. Estaba feliz como no recordaba desde que era un niño. También estaba muy cabreado con los responsables de que aquella pobre perra estuviera en esas condiciones.

– Tú también te has portado muy bien Mastín. Y ahora espérame aquí con ella y aprovecha para descansar un poco, que yo voy a por el coche. Bastante has andado con esta pobre a cuestas –

Martín agradeció la oferta. Se sentó al lado de la perra sin importarle añadir más barro a la mezcla en la que parecía haberse revolcado. Acarició la frente triangular entre las orejas erguidas procurando no pensar en los hierros que apresaban músculos, huesos y tendones bajo la chaqueta.

Se descubrió tarareando una melodía de rabia y tristeza que lograba al tiempo ser dulce. Tardó solo unos segundos en darse cuenta de que era la canción de sus pecados.

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Piru fue rescatada en mitad de la nada con una pata seccionada. Al princpio parecía que por un cepo, algo demasiado frecuente aún, pero al final parece que ha sido cosa de un atropello. Está en Málaga, busa adopción, padrinos y ayuda económica con la factura veterinaria. Más información y fotos

Contacto: 652813071

6 comentarios

  1. Dice ser SRyA

    Excelente capítulo.
    Creo que cualquier protectora española puede sentirse identificada con este rescate.
    ¡Enhorabuena!

    24 abril 2015 | 8:37

  2. Dice ser Kytana

    Hoy si que has hecho que me venga ese escalofrio por todo el cuerpo. haber si las personas empiezan a valorar mas las vidas animal. gracias por otro capitulo, estoy por comprarme el libro ya que un capitulo a la semana se me hace la espera eterna.

    24 abril 2015 | 11:33

  3. Melisa Tuya

    Aún no hay libro publicado Kytana, lo estoy escribiendo en vivo semana a semana ante vuestros ojos 🙂 Espero que lo pronto una vez esté acabado.

    Y gracias.

    24 abril 2015 | 11:35

  4. Dice ser Carey

    Una cosilla, lo de aprovechar la ovario-histerectomía para hacer un aborto es una práctica común y sé de varias perras que salvaron la vida gracias a ello (su cuerpo no iba a sobrevivir a un embarazo y parto) pero si a Martín le recorre un escalofrío al pensarlo, a un niño de muy pequeño le puede desagradar, por eso, aunque sea para todos los públicos, yo esperaría a que llegasen a 6º de Primaria o la ESO para dársela a los chicos de familia. Recuerdo haber leído de pequeña (9 años) un novela sobre la vida de un gato y en uno de los capítulos se escapaba de casa para irse de picos pardos y los dueños al encontrarlo lo castraban. En lugar de darme cuenta de lo peligroso que era para el pobre gato zascandilear, lo vi como un «castigo» libertad un intento de coartar su libertad y me dio una visión negativa de un tema tan sensible. Me gusta que en esta novela se evite esa humanización de los animales para evitar ese tipo de interpretaciones erróneas que tanto daño hacen más tarde.

    Estoy deseando que sea ya viernes para leer el próximo capítulo.

    24 abril 2015 | 14:00

  5. Dice ser Angela Rus

    Hola descubrimos tu novela el viernes pasado y digo descubrimos porque la estamos leyendo a la par mi hija de doce años que es una pequeña escritora.
    Pues nos tienes alucinadas esperando a que lleve nuevamente el viernes para volverte a leer.

    24 abril 2015 | 14:05

  6. Dice ser kytana

    Pues quando lo publiques seré la primera en comprarlo. Quando pueda me comprare el de Galatea.

    01 mayo 2015 | 10:06

Los comentarios están cerrados.