Solo en casa

Aquí están por orden todos los capítulos del folletín animalista que estoy publicando en este blog todos los viernes. Un libro por partes con el que quiero aprender y experimentar una nueva forma de escribir.

Quiero hacer una buena novela juvenil, apta para todos los públicos, con el marco de la protección animal para dar a conocer y concienciar sobre esta realidad.

Cualquier sugerencia, duda o puntualización será bienvenida.

OCTAVA PARTE:

Extendió la mano para coger el móvil y ver qué hora era. Estaba sin batería. Aún tenía puesta la camiseta de la noche anterior. Necesitaba un buen vaso de agua fresca y una ducha. Incómodo por dentro y por fuera, salió de la cama. Tenía que poner en orden su cabeza, pero primero podía poner orden a su exterior que iba a ser más fácil. Cogió el albornoz, ropa limpia y se dirigió a la ducha asomándose de camino a la cocina para ver el reloj de pared. La una y media. Entró en el salón. Logan, que había estado durmiendo en el sofá, abrió los ojos y sacudió el rabo, que sonó amortiguado contra un cojín. No se sentía a su madre por ninguna parte. Parecía que estaba solo en casa. Bueno, no tan solo, ahí estaba Logan desperezándose en solidaridad con él.

Entró en la ducha sintiendo un peso en el estómago. Era raro y era desasosegante. Cuanto antes se enfrentara a la bronca con su madre por llegar tarde y borracho, mejor. No quería aquella piedra en las tripas más tiempo del imprescindible. De lo que no sentía tantas ganas era de enfrentarse con Manu. No tenía ninguna prisa por poner a cargar el móvil.
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Al salir se sentó junto a Logan en el sofá y encendió la tele a esperar que llegara su madre. Tenía grabada una película de ciencia ficción de Tom Cruise que se le había escapado en el cine. Era una buena opción para no pensar demasiado. Eran las dos, no podía tardar, pensó forzándose para dejarse llevar por la historia.

Cuando a las dos y media seguía sin haber dado señales de vida se levantó para enchufar el teléfono y esperó de pie hasta que tuvo la batería suficiente como para encenderlo y comprobar los mensajes recibidos y llamadas perdidas. No había ninguno de su madre esa mañana, aunque sí había algunos hechos de madrugada. De Manu sí y también de Andrés, pero no le apetecía leer a ninguno de los dos. Decidió que esperaría hasta las tres antes de llamar a su madre, dejó el móvil cargando y regresó al sofá para ver cómo Cruise y una tía buena que no sabía cómo se llamaba morían y reaparecían sin parar. Tom Cruise no era un actor que le gustara demasiado, pero hacía bien las de acción y las de ciencia ficción, eso no se le podía negar. Y parecía conservado en formol, se le veía igual que en Minority Report, una de sus películas favoritas que se había estrenado cuando él tenía apenas 3 o 4 años.

Las tres y cuarto y su madre no había llegado. Cogió el móvil y decidió llamarla, no dio ningún tono. Estaba apagado o fuera de cobertura. Y él estaba comenzando a preocuparse bastante. Además, tenía hambre. Se preparó un par de sándwiches con Logan rondando a sus pies por si se le caía algo en el proceso y se los llevó en una bandeja de vuelta al sofá y a Cruise.

A las cuatro y media la película había acabado y seguía solo en casa. Revisó los lugares más habituales en los que su madre le solía dejar notas, pero no encontró nada. Miró por el suelo y tras algún mueble por si la nota fantasma había salido volando. Nada. Volvió a llamarla sin éxito, intranquilo.

A las cinco tendría que haberse puesto a estudiar, pero entre lo de la noche anterior y su misteriosa condición de huérfano total no se sentía capaz de enfrentarse a los apuntes. ¿Cuántas horas debía pasar una persona desaparecida para poder llamar a la policía? Su madre jamás se había volatilizado de semejante manera. Vio unas gotas sospechosas en el suelo de la cocina y decidió bajar a Logan a dar una vuelta. Recorrieron trabajosamente un par de manzanas, al pitbull cada vez le costaba más andar. Se le notaba un bajón importante en apenas un mes. Tal vez tendrían que acercarse al veterinario, aunque sabía de sobra que la vejez no tenía cura, tal vez existiera algún medicamento que le ayudase.

A la vuelta del paseo se atrevió a mirar en sus redes sociales. No encontró nada fuera de lo normal, marcó unos cuantos ‘me gusta’ obligados en Facebook y llamó de nuevo a su madre. Nada. El móvil seguía apagado. Podía llamar a su tía o a Victoria y Nacho, los mejores amigos de su madre, pero sólo iba a lograr preocuparlos a ellos también. Tal vez estaba tan cabreada con él que había necesitado largarse ese día, no era un crío y estaba acostumbrado a estar solo, pero podía haber avisado si se trataba de eso.

Encendió la consola para jugar algún partido de la NBA. Le encantaban los Shoot’Em Up, pero por alguna extraña razón en cuanto llevaba más de quince minutos minutos saltando, trepando y disparando comenzaba a marearse y tenía que parar de jugar. Era perfectamente consciente de que era una tara que le convertía en una vergüenza para el cromosoma Y. Disimulaba diciendo que prefería los simuladores deportivos. Estaba convencido de que esos mareos estaban relacionados con que cuando veía películas en televisiones de alta resolución le parecían cutres como telefilmes baratos. En casa de Manu estuvo viendo la última de Los vengadores en una de esas teles y la percibía como un episodio de Cuéntame. Algo muy incómodo. Creía que era una manía suya hasta que Manu le mandó un artículo en Internet en el que contaban que les pasaba a bastantes personas. En ese artículo daban una explicación muy sesuda sobre la percepción del número de frames por segundo de la que no recordaba nada pero que le resultó bastante tranquilizadora. Iba a ser verdad aquello de que en la adolescencia había auténtica necesidad de pertenencia a un grupo.
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Al pensar en Manu paró el partido y cogió el teléfono. Ya iba siendo hora de ver sus mensajes. Abrió la aplicación nervioso y confuso. Solo había dos: “¿Hablamos?” decía el primero y “No te preocupes” el segundo, una hora más tarde. Ahora se sentía confuso y culpable. Entró en el listado de contactos favoritos de la agenda y contempló la foto de su amiga. Alargó el pulgar dispuesto a marcar, pero finalmente rozó de nuevo el nombre de su madre.

Estaba realmente inquieto. ¿Qué podía haberle pasado para haber desaparecido de esa manera? ¿Habría tenido un accidente? ¿Tendría que llamar a los hospitales o al 112? ¿A la policía? Se suponía que si le había pasado algo llamarían a casa o al móvil que ella tenía con las dos ‘aes’, ambos tenían el teléfono del otro precedido por esas vocales en su agenda, aunque nunca había estado seguro de si servía de algo era una leyenda urbana. ¿Y si la habían atracado o algo peor? Había bromeado con ello el día anterior al respecto y ahora se arrepentía.

Se levantó y comenzó a recorrer la casa de nuevo, buscando no sabía bien qué.

En condiciones normales habría llamado a Manu para contárselo. Ahora no se sentía con ánimos de llamarla. Y debería hacerlo porque ella vería el doble check azul de las pelotas que habían puesto en el WhatsApp y sabría que había visto sus mensajes.

Justo en ese momento sonó el timbre y Logan ladró un par de veces y se acercó renqueante a la entrada. Martín notó que el corazón le daba un vuelco y se lanzó a abrir la puerta imaginando a una pareja de policías al otro lado con malas noticias en el mejor estilo de película de sobremesa.

– Hola. ¿Todo va bien? –

No era su madre. No era ningún policía. Era la chica del galgo, con el galgo a su lado como una sombra silenciosa. Martín asintió.

– Pensaba que eras otra persona a la que estaba esperando, solo eso –

– He pensado que querrías saber del mastín. No me diste la impresión de ser de los que dejan allí un perro y se olvidan –

– Tienes razón. No me he olvidado – Y así era. En medio de esa locura de domingo en el que aún estaba asimilando lo sucedido la noche anterior y en el que su madre parecía haber sido abducida, aquellos ojos pacientes y oscuros habían estado presentes, igual que los dorados del podenquillo.

– No está atropellado, es ya bastante mayor y tiene una displasia de cadera que nunca han atendido y que ha ido a más. Por lo demás está bien –

– ¿Qué va a pasar con él? –

– Le trataremos lo mejor que podamos el tiempo que le quede. No te voy a engañar, tu Bruce Willis lo tiene muy negro. Un perro de esa edad, ese tamaño y con displasia no es adoptable salvo milagro de los gordos. Lo que mejor le vendría es una casa de acogida, ahí estaría mejor atendido el tiempo que le quede, pero con sus características también es difícil –

Martín acarició la robusta cabeza de Logan, que se había pegado a su muslo mientras hablaban.

– ¿Cómo funciona eso de ser casa de acogida? ¿Cómo puedo ayudar? –

Notó cómo su vecina le escrutaba con intensidad. Apenas fueron un par de segundos, pero se sintió como un calcetín al que habían dado la vuelta.

– Ahora tengo prisa, me están esperando abajo. Si de verdad quieres ayudar podemos dar juntos un paseo a los perros una de estas noches y te explico el panorama tranquilamente. Yo suelo bajar a Trancos a las ocho –

– El miércoles o el viernes estaría bien –

– Vale, pues te paso a buscar uno de esos días. Y cuídate, que no tienes buena pinta – añadió a modo de despedida.

¿Cómo iba a tener buena pinta? Eran casi las ocho y media y seguía sin saber nada de su madre. Rebuscó en la nevera y dio con un tupper de macarrones gratinados del viernes, lo cenó ante la tele y le puso a Logan su ración de pienso en su cuenco de acero inoxidable.

Las nueve. Las nueve y media. Las diez. Bajó de nuevo a Logan. Estaba muerto de preocupación. Decidió que a las once llamaría a la policía. Tal vez debía haberlo hecho antes. Aquello no era ni medio normal. Miraba el reloj del móvil cada poco, viendo transcurrir el tiempo a una velocidad exasperante.

A las diez y media, cuando ya había decidido mandar sus planes al carajo y comenzar la batida telefónica, oyó que se abría la puerta de la calle. Logan no ladró, así que tenía que ser ella.

Allí estaba con cuatro bolsas de conocidas tiendas de ropa y una sonrisa luminosa.

– ¡Dónde has estado mamá! ¡Estaba preocupadísimo! Me desperté y no estabas. Sin una nota, sin un mensaje, con el móvil apagado. Ya pensaba que te había violado y descuartizado y que me había quedado huérfano del todo. Podrías haber avisado de que te ibas de tiendas – soltó furioso nada más verla.

– De tiendas y luego cenando con un par de amigas del curro – contestó ella con calma sin dejar de sonreír.

– Te lo digo en serio mamá, iba a llamar ya a la policía. No podía concentrarme para estudiar, solo podía pensar en dónde estarías y haciendo qué. Sigo sin poder creer que hayas desaparecido un día entero sin avisarme – Estaba enfadadísimo, según iba hablando se daba cuenta de cuánto.

– Tranquilito – dijo su madre suavemente soltando bolso, bufanda y abrigo en el mueble de la entrada. – Antes de seguir con tu bronca recuerda quién volvió ayer a casa a las cinco y media de la madrugada en un estado lamentable, sin haber contestado mis mensajes y llamadas. Solo te he dado un poco de tu propia medicina. Ahora voy a quitarme la ropa, meterme en la cama, leer un poco y dormir. Mañana es lunes y me toca un buen madrugón. Y tal vez mañana estemos los dos menos enfadados y podamos hablar, por suerte para ti, mi escapada consumista me ha ayudado bastante a relajarme –

Martín resopló por la nariz con fuerza con la intención de conservar la calma. El lunes iban a tocarle más charlas de las que hubiera deseado.

Lana (38)

La preciosa y buena Lana, de cuatro años, que a mí me parece que tiene algo de chow chow y mucho de pastor alemán, sigue esperando una familia que quiera adoptarla. Lleva en el refugio de Murcia en el que se encuentra desde que era un bebé. Es una perrita juguetona, cariñosa y muy buena, aunque si no conoce es un poco tímida.

Se encuentra en Murcia, pero se envía fuera, vacunada, desparasitada, con chip, cartilla, esterilizada y con contrato de adopción.

Contacto: anahelpdog@gmail.com

1 comentario

  1. Dice ser lola amigo

    me gusta la madre de este chico!! jeje!

    13 marzo 2015 | 10:59

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