Todos los viernes estoy publicando en este blog un folletín. Un libro por partes con el que quiero aprender y experimentar una nueva forma de escribir.
Quiero hacer una buena novela juvenil, que guste también a los adultos, con el marco de la protección animal para dar a conocer y concienciar sobre esta realidad.
Cualquier sugerencia, duda o puntualización será bienvenida.
DÉCIMA PARTE:
Manu estaba sentada sobre su mesa, con las botas en la silla y jugando con la funda de su móvil. Él estaba al lado, en otra de las sillas. Se mantenían prudentemente alejados.
– Podríamos ir al cine el viernes o el sábado – dijo ella.
Estaban a final de mes, y aunque febrero fuera corto Martín ya no disponía apenas de dinero. El cine era una pasta, aún sin coger bebida o palomitas. Nunca se le había dado demasiado bien administrarse, ni siquiera cuando su padre vivía, entraba más dinero en casa y parte rebotaba en él.
– No hay nada que me llame la atención. La cartelera está copada por la mierda esa de las sombras de Grey- objetó obviando el hecho de que estaba canino.
– Eso es verdad, probablemente en marzo ya traigan más películas. ¿Qué te apetece hacer entonces? ¿Ir al centro comercial a dar una vuelta? ¿Salir con éstos como siempre? Va a ser nuestro primer fin de semana juntos-
El primer fin de semana juntos. Aún no había digerido aquello del ‘juntos’. Cuando estaban en clase comportándose como siempre, manteniendo las distancias, parecía que nada hubiera pasado, que todo había sido un sueño. La cosa era muy distinta cuando se escondían en el hueco cochambroso de un garaje que había cerca de casa de Manu y se recorrían famélicos, apretándose el uno contra el otro y ambos contra la esquina sucia y mal encalada.
– El viernes iremos a ver a mi abuela. Si lo que te apetecía era ver una película, podemos verla el sábado en mi casa. Me descargo unas cuantas y elegimos. Hace un tiempo de perros como para estar de botellón –
– ¿Estará tu madre? –
– No tengo la menor idea, pero últimamente suele salir siempre los sábados. Y después de la cagada del último fin de semana le gustará que pase la noche del sábado en casa. Más me vale congraciarme un poco con ella. La tengo de uñas –
No era extraño que Manu fuera a su casa o Martín a la de ella. Llevaban siendo amigos desde Primaria, primero jugando juntos y luego estudiando, escuchando música o simplemente charlando. Que no estuviera su madre facilitaría que se enrollaran sin preocuparse por el frío, lo dura o sucia que estuviera la puerta del garaje o por si alguien pasaba cerca. Si estaba corrían el riesgo de que su madre cazara que estaban saliendo juntos, tenía una suerte de radar prodigioso para esos asuntos, Martín no tenía ninguna prisa porque lo supiera.
– Si mi madre sale, te aviso y vemos una película en mi casa. Si no sale podemos irnos con éstos. ¿Qué te parece? –
***
Iban a ver a la abuela el último viernes de cada mes y no hablaban nunca de él. Se sentaban en aquel sofá gastado de la salita de estar, tomaba un par de las magdalenas aún calientes que su abuela siempre horneaba en previsión de su visita y buscaban desesperados temas de conversación. Casi siempre era igual, preguntas sobre cómo iban sus estudios y el trabajo de su madre, algo del tiempo, comentaban las pequeñas novedades familiares y vecinales que su abuela había coleccionado durante un mes y, si aún sobraba tiempo y necesitaban tema de conversación, dejaban que la abuela pusiera de vuelta y media a Socorro, tía abuela de Martín, manirrota, pizpireta, impulsiva e inocente como una niña de diez años en demasiados aspectos. La abuela tenía por su hermana pequeña un amor protector que no la impedía ponerla verde y cuestionar cada paso que diera, pero la defendía como una leona cuando cualquier otro intentaba hacer lo mismo.
Las visitas antes no eran así, cuando su padre vivía iban un par de domingos al mes y se quedaban a comer. Algunas veces, tras el postre, su padre solía pedir a la abuela las latas con las viejas fotos de la familia y las veían todos juntos, intentando identificar a los bebés, recordando anécdotas y riendo con algunas poses y atuendos de los setenta y los ochenta, de cuando los abuelos eran jóvenes y su padre un niño. No reían nunca con las fotos más antiguas, en las que aparecían sus bisabuelos e incluso sus tatarabuelos. Las décadas anteriores puede que carecieran de estilo, pero rebosaban dignidad.
A su padre siempre le habían gustado las fotos. Verlas y hacerlas. Martín tenía documentada gráficamente toda su infancia.
Habían pasado ya dos años desde que muriera y a Martín le hubiera gustado ver aquellas latas llenas de imágenes de nuevo, pero no se atrevía a pedirlo. La abuela estaba rota desde entonces y esas latas estaban llenas de instantáneas de su hijo fallecido.
Las horas que había pasado en el tanatorio eran como en una nebulosa, nada estaba del todo claro, pero sí que recordaba a su abuela repitiendo constantemente: “nadie debería enterrar a un hijo”. Y lo decía ella que había enterrado a una madre y un marido poco antes, así que debía tener razón, pero Martín sentía ganas de gritar que tampoco un hijo debería enterrar a un padre tan pronto, que, en realidad, nadie debería morir tan joven y dejando tanta gente atrás. En cambio calló. Le parecía una terrible injusticia y estaba muy cabreado, sin saber con quién o con qué. Pero calló, rumió la rabia, vomitó en los baños del tanatorio, se puso muy enfermo justo tras el entierro, lloró una única noche sin consuelo y al cabo de un tiempo la vida continuó. Siempre continúa.
Para su abuela la vida también había seguido, pero renqueante e incompleta, con un dolor sordo y constante que se le adivinaba en la mirada. Tal vez por eso las visitas duraban el tiempo justo. Tal vez por eso ella ya nunca iba a su casa a verlos y eran ellos los que tenían que adentrarse en aquel rincón de triste seguridad doméstica en el otro extremo de Madrid.
Iba digiriendo todo aquello en el coche, de regreso a casa, cuando su madre soltó a bocajarro.
– No me has dicho a qué te vas a dedicar las mañanas de los fines de semana –
Martín resopló con fastidio, no había sacado el tema confiando en que su madre olvidase aquella exigencia de buscarse alguna ocupación productiva y que le obligase a madrugar. Con todo el tema de Manu, no había buscado nada, ni siquiera lo había pensado.
– Es que no lo tengo aún claro –
– Pues mañana te quiero haciendo algo, lo que sea mientras te aporte a ti o a los demás. Como no espabiles te apunto de voluntario al Banco de Alimentos o algo así-
No se iba a lograr escapar. Si algo tenía claro respecto a su madre desde que era pequeño es que siempre cumplía lo que decía, ya fuera para bien o para mal. No quería verse ante las cajas de un súper recogiendo bricks de leche y kilos de arroz o pasta. Tampoco le apetecía volver a hacer deporte, aunque siempre le quedaba la opción de salir a correr si no se le ocurría nada mejor. Miró la hora en su móvil, en el que tenía una foto de Logan como fondo de pantalla, y sintió que una bombillita se encendía como en los dibujos animados clásicos. Tal vez acababa de ocurrírsele algo interesante, claro que tendría que hablarlo primero y asegurarse de que fuera posible.
– Cuando lleguemos a casa bajo yo a Logan. Tras subir te cuento lo que haré. ¿Te parece? –
– Me parece –
Rodaron en silencio unos minutos más escuchando a la Alanis Morissette de los noventa, uno de los discos preferidos de su madre, que comenzó a tararear aquello de I’m a bitch, I’m a lover. I’m a child, I’m a mother… “Muy poco apropiado delante de tu hijo”, pensó Martín divertido.
– ¿Mamá, vas a salir mañana? –
Su madre desvió por un instante la atención de la carretera y la canción para lanzarle una mirada astuta.
– ¿Y por qué te interesa saberlo? –
– Nada, simplemente me preguntaba si lo harías. Llevas varias semanas saliendo todos los sábados –
– Ya, nada, simplemente te lo preguntabas. Pues sí, saldré, pero ya sabes que no volveré tarde y que si organizas alguna fiesta en mi ausencia Ernesto vendrá a quejarse por el ruido y me enteraré- rio ella antes de seguir cantando so take me as I am. This may mean you’ll have to be a stronger maaan.
***
Logan las esperaba tras la puerta, golpeando rítmicamente la pared a rabazos con una sonrisa perruna estupenda. Tenía la parte izquierda de los cuartos traseros completamente empapada.
– Cada vez se le escapa más el pis. No te quites el abrigo, bájale ya, que lo necesita. Yo fregaré lo que haya mojado –
Martín cogió correa y bozal y recorrieron sin prisas las dos manzanas escasas que necesitaba el viejo pitbull para aliviarse, olisquear y marcar su territorio. ¿Eran imaginaciones suyas o en el fondo de sus ojos oscuros comenzaba a dibujarse una neblina? Respiraba fatigado, caminaba más despacio, se le escapaba el pis y ahora probablemente estaba perdiendo vista. Se preguntó si los perros también verían mermadas sus capacidades mentales al envejecer igual que pasaba con las físicas. ¿Podían desarrollar demencia o alzheimer? Tendría que planteárselo a Inés, la veterinaria del barrio que llevaba tratando a Logan desde siempre, cuando le llevaran para investigar esa nube azul que se adivinaba al mirarle.
Tras entrar en el portal se dio cuenta de que no sabía el nombre de la chica del galgo. Se acercó a los buzones y buscó la puerta del segundo piso en la que había vivido el señor Marcial. Solo se veía el cartón de siempre, con una pulcra caligrafía y el nombre de Marcial Solar Fernández. Ni rastro de la actual ocupante del piso. Subió en el ascensor para no cansar más a Logan y llamó al timbre. No tardó en aparecer ella, con una sudadera vieja, un pantalón de pijama y una trenza medio deshecha. Incluso así, estaba realmente guapa. Era la primera vez que la veía sin abrigo y bufanda y resultaba aún más pequeñita, pero por alguna extraña razón irradiaba tanta fuerza que no lo parecía. A su lado estaba el galgo canela, tranquilo y sobrio, y tres pasos por detrás un perrazo que parecía cruce de nórdico y pastor alemán y que no quitaba ojo a Logan.
– Ya no tienes al podenco – afirmó Martín mirando al perro nuevo, que seguía con la vista fija en el pitbull.
– No, está camino de Alemania. Él no es una acogida, es Yeik, el perro de un amigo que está fuera hasta el domingo. Cuando yo viajo suele quedarse él con Trancos –
– Quería preguntarte una cosa, pero si molesto vuelvo en otro momento –
– No molestas, pero espera – dijo mirando de reojo al cruce de pastor y cerrando la puerta. Cuando la abrió al cabo de unos segundos solo se veía a Trancos.
– Yeik suele llevarse bien con los demás perros en la calle, y con Trancos no tiene problema, pero me daba la impresión de que bajo techo tenía intención de tener unas palabritas con tu pitbull a ver quién mandaba. Le he dejado un momento en la terraza. Dime –
– ¿En la protectora en la que colaboras admiten voluntarios? –
– Es una perrera, aunque la manejen personas que no quieren sacrificar, busquen adopciones y se dejen el culo por los animales. Pero ya te explicaré la diferencia en otro momento. Realmente el nombre oficial es centro de protección animal. Un eufemismo similar al de llamar escuela infantil a las guarderías. Y sí, claro que admitimos voluntarios –
– Ya sé que el otro día me explicaste lo que era ser casa de acogida, querría ampliar la clase y que me contaras lo que hace falta para ser voluntario. Me gustaría ayudarte en la perrera los fines de semana por la mañana –
La chica del galgo le miró de manera peculiar antes de decidirse a responder.
– Siempre vienen bien más manos, eso está claro, pero antes de seguir hablando tengo que hacerte una pregunta: ¿No será un intento de ligar conmigo?. Me pareces un buen chaval, pero el plan no te va a salir bien –
– ¡No, claro que no! – contestó Martín atropellado. Tal vez debería haber pensado «¿quién es esta tía? ¡Menuda creída de mierda!», pero no era eso lo que percibía, sino más bien a una persona con pocos filtros y a la que le iba el dejar las cosas claras. Y era obvio que a él le gustaba, no podía engañarse a sí mismo, y pese a que creía que no se le notaba, tal vez era algo que ella había percibido, las chicas son unas hachas para eso. Además sabía de sobra que con diecisiete años no tenía nada que hacer con una de veintiséis. Intentar obviar esos nueve años era como intentar saltar el abismo de Helm a lomos de un galápago. Y, por otra parte, tenía a Manu, a la que aún no se atrevía a llamar novia pero como poco iba camino de serlo.
– Mi madre quiere que haga algo durante las mañanas de los fines de semana. Había pensado que ser voluntario en la perrera sería buena idea. Siempre puedo salir a correr si a ti no te lo parece – explicó demasiado deprisa.
La chica del galgo se separó de la puerta para abrirla por completo y señaló un largo pasillo tras el cual se intuía un salón.
– No sé si correr es de cobardes, me da que no. Lo que sí te aseguro es que estar en primera línea de protección animal es para valientes. Si quieres probar si estás hecho de la pasta que hace falta, a mí me parece perfecto. Entra y te explico –
Martín iba a cruzar el umbral, pero se detuvo justo antes.
– ¿Cómo te llamas? –
Ella soltó una breve carcajada, limpia y vibrante como un arroyo de montaña.
– Anda, pasa –
Enzo es muy cariñoso y obediente, también algo trasto, porque aún es jovencito. Un adolescente canino. Le abandonaron de cachorro, le adoptaron y después le devolvieron porque decían que no me portaba bien. Lo único que hizo fue decirle a alguien que no le gustaba, eso sí, como lo hacen los perros, marcándole después de mucho ladrar. Es un perro de carácter nórdico, que necesita de alguien que sepa de perros.
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