Me llamo Tino Barriuso y he nacido en Burgos hace tiempo: el suficiente para haber visto ganar a Di Stéfano, Puskas o Gento varias Copas de Europa. He visto, por tanto, a Ramallets, Kubala y Suárez caer ante el Benfica, y creo recordar la misma intensidad en las alegrías blancas y las penas blaugranas. Me pilló adolescente la final de la primera copa Davis televisada: el resto es historia más o menos común. España ha cambiado mucho desde aquella selección en la que el pívot era Alfonso Martínez, que me saca dos dedos, hasta de la los Gasol. Espero, en más de un modo, que la mayoría siga sintiendo como propios los triunfos del Valencia, del Joventut de Badalona, del Sevilla o del Tau: no sólo de Nadal, Pedrosa o Alonso vive el hombre. Esa esperanza se extiende en dos planos: en el de los patitos feos, sean los chicos de voley o María José Rienda (que hay que estar ciego para llamarla patito feo) y en el de los equipos que despiertan odios africanos. Ya los he citado.