Se sabía desde diciembre, pero el disgusto no ha sido menor por haber sido anticipado. Apenas pasaban los primeros minutos del séptimo mes del año y el Atleti empezaba a lucir en redes sociales y en su web el nuevo escudo del club. O, mejor dicho, el nuevo logotipo del club. Con pocas cosas más se identifica un hincha que con el emblema de su equipo. Por eso, el cambio ha sentado tan mal a la mayoría de la afición, más allá de gustos estéticos o de fundamentos de diseño (dicen algunos expertos que ni por esas). Cuesta acostumbrarse a esa almohadillada forma, a ese oso que mira al este cuando toda la vida miraba al oeste, donde están los indios y la aventura. Hasta Indi, la mascota, ha cambiado (ahora parece que sufre un viaje lisérgico). Al equipo, claro está, lo vamos a querer y animar igual, pero no dejaremos de pensar que, como con muchas actrices que pasan por el quirófano y estropean su belleza natural, las cosas estaban mejor como antes.
Estaba la afición colchonera aún con los dientes apretados por el cambio de emblema cuando llegó, eso sí, una extraordinaria noticia. Un chaval de Elche de sonrisa enorme y golazos ‘abrelatas’ como tarjeta de visita se había convertido en los últimos días en uno de los grandes valores del fútbol español… al menos para aquellos que no siguen al Atleti a menudo. Los que lo vemos siempre sabíamos que Saúl Ñíguez es uno de esos futbolistas que hay que tener siempre en el equipo. Tras su exhibición en la sub-21 (sin necesidad de maquinaria propagandística), el Atleti ha anunciado su renovación hasta 2026 y con una merecida cláusula de crack: 150 millones de euros. Saúl y Koke deben ser los pilares del Atleti durante muchos años. Dentro de no tanto, sus nombres estarán a buen seguro en los libros de historia colchonera. El ilicitano acostumbra a tocarse el escudo cuando marca. Que lo siga haciendo con frecuencia nos ayudará a sobrellevar que ahora, en él, el oso mira hacia el este.