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Coacción a una berenjena

berenjena

Dado que incluso medios internacionales, al otro lado del charco, como el periódico Hoy Bolivia, se han hecho eco de lo sucedido el pasado fin de semana, he decidido explicar en mi blog lo ocurrido el pasado sábado, para que cada uno saque sus propias conclusiones.

El día 25 se celebraba la boda religiosa de Álvaro de la Lama y Emilia Alfaro en Dènia y, esta feligresa que os escribe, acudió a la costa para presenciar el “sí, quiero” y enchufarse todas las paellas posibles en las 72 horas que íbamos a pasar allí.

La misa, celebrada en un santuario al final de una serpenteante carretera en el Montgó (en la que casi acaba parte de mi estómago aplastado sobre el asfalto), estuvo oficiada por el joven y salado sacerdote Juan Pons, amigo de la familia, que hizo más de un guiño a los novios. Al terminar la misa salí corriendo, presa de una ola de calor, a tomar aire a los jardines de la ermita donde optimicé mi tiempo y decidí sacar brillo con mis caderas al precioso coche de los novios antes de que aparecieran (un detalle a tener en cuenta, además de mi regalo de bodas).

Hasta aquí todo en orden.

El convite transcurrió sin incidentes entre congas de amigos, alpargatas que nos salvaron a más de una de la cojera, huevos cocidos que emergían de la cremallera del pantalón de Nacho Montes y un entregadísimo novio emulando a Dani Martín sobre el escenario, junto a la piscina en la que caerían todos como moscas de madrugada.

Entre los asistentes, el atractivo párroco disfrutaba como uno más de la boda y fardaba de runner frente al fibrado Antonio Rossi, que sólo le faltó acudir a la boda en bici, meneando arriba y abajo sus calcetines amarillo limón, a juego con su chaleco.

Ya es mala suerte que el Padre Juan apareciera justo en el momento álgido en el que una descomunal berenjena me servía de micrófono para cantar a viva voz la canción de Dorian A cualquier otra parte (lugar al que habría querido dirigirse de saber lo que iba a ocurrir después) para pedirme, con mucho respeto, una foto tal y como había hecho hacía unos segundos con otros invitados, como Carmen Alcayde. Y, gustosa, accedí. Pero como el párroco me pareció el colmo de la modernidad y se había integrado tan bien en la fiesta, a mí me nació pedirle a él otra foto -que hizo mi marido-, sin apartar la colosal hortaliza de mis manos y así continuar con el karaoke después.

La foto me pareció muy simpática y decidí colgarla en mis redes sociales, acompañada de un texto en el que precisamente alababa y reivindicaba ese atisbo de modernidad que había descubierto en este cura que reía y opinaba como uno de nosotros: “Yo acabé la noche con el párroco. Curas modernos que se ríen de cualquier cosa. Así debería ser la Iglesia”. En qué hora, Señor.

No tardaron en pedirme que retirara la foto debido, al parecer, al enfado del Arzobispado de Valencia, ya que la estampa podía enviar un mensaje equivocado a los fieles. Y, sobrepasada por el giro de los acontecimientos, me negué a hacerlo porque significaba aceptar que me había equivocado al subir la “libidinosa” imagen que para mí era una muestra más de lo bien que lo estábamos pasando todos, sin pretender ofender a nadie y, por supuesto, sin ninguna maldad.

Para colmo, la anécdota se convirtió en noticia y ésta comenzó a multiplicarse como los panes y los peces. Y ahora tengo la sensación de haberme marcado un Pájaro Espino, por aquellos que ven en una foto cachonda una polémica instantánea.

También hay quien culpa a la berenjena. Ay, si ésta hubiera sido más pequeña…

Pero qué tiene de malo que una persona que dedica su vida a la Iglesia pase un rato agradable con la gente. Deberían normalizarse estas conductas que llevo observando demasiados años, porque os recuerdo que, por suerte o por desgracia, he ido a un colegio de curas hasta los 13 años y he vivido en uno de monjas cuando, con 15, me fui a vivir a Milán. Y que Dios me coja confesada, pero sigo sin dar crédito.

Pese a todo, y aunque no tenía ninguna obligación, me he puesto en contacto con el Arzobispado de Valencia para explicar, para tranquilidad del sacerdote, lo ocurrido. No deseo arder en el infierno, sólo bajo el sol de mis inminentes vacaciones.

Tal vez haya todavía en el cielo un hueco para mí y, si no, lo dicho, no me quedará otra que sobornar a San Pedro para que me haga una inmaculada copia de las llaves del cielo.

Avec tout mon amour,

AA