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Los calvos son una especie en extinción

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Ahora a todos mis amigos les ha dado por volar a Estambul y, curiosamente, este viaje nada tiene que ver con el capricho de fumarse un narguilé, pringarse los dedos de kebab, desear un harén de hombres o mujeres o perderse en un bazar cercano a la Mezquita Azul.

El sueño turco tiene que ver más con la afición de subirse a una aerolínea y ponerse el cinturón rumbo al lugar favorito de peregrinación de los calvos, donde los microinjertos cuestan cuatro veces menos que en España y las clínicas cuentan con amplia experiencia.

(GTRES)

(GTRES)

Como tantos otros turistas, mis amigos se han sumado al exclusivo servicio “todo incluido” que abarca el transporte, el servicio de jardinería capilar de miles de bulbos en tierras yermas y alojamiento en hoteles de cinco estrellas donde es costumbre ver en las zonas comunes pasear a antiguos calvos con vendas en la cabeza, con la normalidad de quien se calza una toalla para recoger la humedad del cabello, solos, sin una madre o un colega que les anime si hay dolor. Pero a ellos les da igual porque se ven ya cogiéndose coletas bajas.

Después de participar activamente en sus conversaciones alopécicas en las que explicaban cómo cortar con un bisturí un medicamento para la próstata –Finasterida-, que no afectaba a su potencia sexual y liderazgo en Tinder y Grinder, ahora le ha tocado el turno a las espantosas fotos de sus cabezas rapadas que celosamente guardan en sus móviles y en las que asoman sus cartones, recién intervenidos, llenos de puntos negros y una imagen muy parecida a Jude Law en Inteligencia Artificial.

A veces rozo con los dedos los pelillos que despuntan y es innegable que se trata de un trabajo de orfebrería digno de alabar; con la poca paciencia que tienen, me sorprende lo estoicamente que aguantan todos ellos las 6-8 infinitas horas que dura la intervención, y lo rico que les sabe los antibióticos que les prescriben después.

Y aunque Miguel, de Gran Hermano, ha puesto de moda las felpas adhesivas con pelo, agarradas a la cabeza con un pegamento a prueba de tirones, económico y más sencillo que ponerle la capota al coche, la solución es menos sexy que dejarse crecer la uña del dedo meñique.

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Los calvos son una especie en extinción.

Avec tout mon amour,

AA

 

Así descubrí que soy celíaca

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Hoy, 27 de mayo, se celebra el Día Nacional del Celíaco. No será ni el primer, ni el último post que escriba acerca de este tema.

Hace dos años y medio me diagnosticaron mi condición de chica gluten free tras un viaje a París en el que saqueé todos los croissants de Rue Mouffetard. Fue una gran despedida y, desde entonces, el simbolito de la hoja de trigo tachada es mi bandera cada vez que salgo a comer fuera de casa.

Me habéis pedido en numerosas ocasiones que os hablara de cómo descubrí que lo era, así que os confirmo que, después de debutar con una neuropatía periférica, migrañas con aura, dolores articulares, musculares, visión doble y alguna que otra romántica cagalera a horas intempestivas, una prueba genética y una biopsia intestinal me dieron la respuesta a todos mis males. En mi caso, las vellosidades intestinales estaban más deterioradas que la posidonia balear.

Ni la analítica ordinaria que le hacen a todo el mundo, ni el pinchacito de la farmacia dieron positivos, pero en cuanto eliminé el trigo, el centeno, la cebada y la avena de mi vida todo cambió.

Es curioso cómo en la medicina española, en líneas generales, apenas se contemplan los síntomas que exceden lo meramente intestinal de cara a dar “el carnet de celíaco”. Es una de las enfermedades más infradiagnosticadas que existen y que, si no se trata con una dieta libre de gluten, puede derivar en algún tipo de cáncer intestinal, trastornos del sistema inmunológico, osteoporosis, abortos espontáneos, infertilidad o anemia, entre otros.

No necesariamente tienes que tener síntomas para serlo, puedes ser un celíaco silente y exigir la misma respuesta para que el daño intestinal no progrese. De hecho, es muy gracioso (o nada) cómo en algunos restaurantes se basan en los síntomas de sus clientes celíacos para decidir si un plato es apto o no para nosotros; es absurdo, si te envenenan raro es el día que llamas para protestar, no vuelves y punto.

Y, pese a que cada vez está más extendido el conocimiento de esta enfermedad, todavía hay muchos camareros que meten la manga en el plato para quitarte un trozo de pan que hay justo encima de un bosque de ensalada. Porque la contaminación cruzada para algunos cocineros es un cuento chino y no se dan cuenta de que esta negligencia, que perciben como un capricho, nos hace mucho daño. No puede haber trazas de gluten diseminando nuestro frágil mundo. Además, es necesario que tengan mucho cuidado con la elaboración del menú evitando espesantes, salsa de soja, colorantes, conservantes y condimentos que puedan llevar gluten y arruinar la pradera de nuestro intestino. Se trata de una agresión intolerable.

Convivir con la celiaquía es muy sencillo en casa y un acto de fe fuera de ésta. Pero no me cansaré de advertir a los restaurantes para que se pongan las pilas y de esta manera continuar con mi agitada vida social.

Respecto a la moda de comer sin gluten, personalmente, estoy satisfecha, consigue que la gente conozca lo que implica ser celíaco. Un médico me dijo una vez que uno de los secretos para estar sano era eliminar de la dieta: el gluten, el azúcar y los lácteos. Y, probablemente, si no fuera celíaca (y con todo lo que ahora sé), seguiría una dieta sin gluten que, para los que no controléis, actúa como el pegamento de los alimentos y es el que permite, por ejemplo, que una pizza (el pan, no el queso) se estire como un chicle en el cielo.

Por otro lado, me molesta que me miren como si siguiera algún tipo de dieta para adelgazar (lo cual es una gilipollez, porque los productos sin gluten suelen tener más calorías) o para mejorar el rendimiento físico, como Djokovic o algún jugador del Real Madrid.

Aún queda mucho por hacer, entre otras cosas conseguir que bajen los precios de los alimentos para celíacos o los subvencionen, como en otros países (Italia, Suecia, Reino Unido, Suiza, Luxemburgo…). Pero, mientras tanto, FELIZ DÍA a todos los que compartís una misma criptonita, la del gluten; y a los que, después de leerme y haceros las pruebas, habéis descubierto que los sois, porque la vida en adelante será MARAVILLOSA.

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Avec tout mon amour,

AA

 

* Foto de la tarta de frambuesas sin gluten: GTRES.