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‘Phubbing’, el arte de ignorar al prójimo por culpa del móvil

imageAnteayer casi acabo salpicada de restos humanos por culpa de un hombre que no paraba de hablar con su smartphone al cruzar indebidamente la calle, en un paso de peatones con el semáforo en rojo. Lo mejor de todo es que el tipo en cuestión ni siquiera sabe que estuvo a punto de crujir como una cucaracha y terminar como uno de esos millones de pecas que son los chicles usados, sobre los que caminamos y que han acabado convirtiéndose en una alternativa económica al asfalto caliente, con el que se sella el pavimento.

Le observé reír a carcajadas, ausente; y al coche que había frenado en seco llamarle ‘gilipollas’, con las ventanas cerradas. Me di cuenta de lo idiotas que resultamos al aislarnos del universo y, justo hoy, he descubierto que el fenómeno es algo patológico y se acuña con una palabreja muy ibérica, phubbing, que consiste en ignorar a otros por culpa del teléfono.

Trago saliva porque estoy en diagnóstico reservado de lo arriba mencionado, no sé dónde se encuentra la tabla de salvación y no muestro arrepentimiento. Glups.

Recuerdo cuando me daba vergüenza hablar con auriculares por la calle e imaginaba que los viandantes pensaban en lo tarada que estaba por lanzar palabras al viento, sin que me acompañase nadie. Desde luego no habrían ido desencaminados, la cordura no es lo mío, qué os voy a contar. Pero, volviendo a lo que interesa, nos hemos convertido en un ejército de desquiciados que hablan con sus cada vez más aparatosas máquinas y pierden comba de lo que sucede a su alrededor.

Si ahora me preguntaseis qué camino he elegido para ir a ese u otro lugar, quizá no sabría responder. Pierdo detalles que antes eran importantes para mí. Perdemos a las personas. En sentido metafórico y literal: puedo estar cruzándome con mi madre y pasar de largo. Como veis, he aquí una hija ejemplar.

Casas en las que antes todo era bullicio, se vuelven silenciosas. Somos como espías malos, a lo Austin Powers, que vivimos a través de los demás, dejando nuestra vida a un lado. Si no estás en las redes sociales, no existes. Cuento con los dedos y me hallo en cinco: Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat y Vippter. ¡Ahí va mi madre, entended que me sienta como una yonki de jeringa en mano!

Menos mal que en las comidas y cenas con amigos dejo que se enfríe la carcasa, ardiente como un huevo frito, y acuesto a mi pequeño en el bolso. Pero, aun así, siempre hay dedos que serpentean sobre el mantel y bocas que preguntan sobre algo que ya se ha hablado.

Y qué decir de unas vacaciones sin cobertura, sin ni siquiera una raya de esas que rescatas de debajo de la cama o abandonando un trozo de tu cuerpo fuera de la ventana, a medio camino entre el suicidio y un “quiero tocar la lluvia”; unas que no consten en imágenes en vuestras redes, y dadme la razón cuando afirmo que éstas serían unas vacaciones fantasma. Porque qué sería del goce de saber que, mientras otros están cumpliendo un horario de oficina o cociéndose en la ciudad, tú estás con la fuerza de un percebe abrazada al mar y a los refrescantes mojitos.

Mi etapa phubber tiene que prescribir, lo sé. Pero, hasta que eso suceda, aprovecho para invitaros a que me sigáis en las redes.

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¡Mi reino por un clic!

Avec tout mon amour,
AA