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Lo excitante del invierno

En estos días en los que las calles se llenan de abrigos con proporciones inmensas y forros interiores de borrego, irresistiblemente retro, fabulo con tomar un té caliente junto a una chimenea, a la vez que exprimo la nostalgia de otros inviernos acostada en el sillón de mi piso madrileño, en el que convivo con la poco novelera calefacción central.

Mi mente cabalga a toda velocidad mientras repaso el guion del programa en el frío plató, con las piernas casi desnudas, si no fuera por unas medias transparentes que engañan al cerebro y evitan que tirite.

La contradicción que supone sentir que te quema el cuerpo cuando afuera hiela es excitante y no consigo apartar miles de historias de mi cabeza mientras doy sorbos a una taza de tamaño mediano.

La alquimia de sentir el calor de un buen té en solitario, aterciopelado, elaborado con las hojas más tiernas de la planta y un delicioso aroma a vainilla, corteza de naranja, pétalos de rosas, aciano y girasol, muy intenso, sin la hostilidad de unas grapas, ni la aspereza del agua del grifo, consigue que reposen en el fondo de la taza las imágenes borrosas de una casa de cristal, enclavada en mitad de un bosque nevado, rodeada de caballos salvajes y ríos en los que el agua discurre rápida.

Estas ensoñaciones funcionan como un edredón de plumas no sólo cuando estoy a solas conmigo misma, sino cuando camino por la ciudad, con las manos heladas por haber olvidado los guantes y ando sumida en una conversación que hace tiempo que dejó de interesarme.

Tan imposible como volar o ser invisible, a mí sin embargo me resulta fácil teletransportarme en cualquier momento y lugar a esa vivienda cuya ubicación nadie conoce y ni siquiera yo sé pronunciar y donde, a pesar de haber pocos muebles, existe un tocadiscos, un instrumento que siempre me ha hecho tragar saliva porque su sonido lleva implícita una insinuación cuando la aguja rasga el silencio de una habitación.

Y cuando llega ÉL, sin ocultar sus intenciones, el té humeante desaparece de mis manos, el fuego deja de crujir y la música rasgada del tocadiscos ya no tira de mí.

Y, sin mediar palabra, conduce mi cuerpo hasta el frío cristal a través del que hace horas miro la nieve caer, apelando a esos valores primarios que hacen el mundo arder y te hacen creer que quien te agarra odia, mientras besa tu cuello.

Incapaz de aguantar los primeros planos, mis mejillas chocan con el hielo que es ese gran ventanal y la lana fría del jersey que me abrigaba hasta hace unos segundos cede y cae al suelo, obligándome a limpiar con el pecho desnudo y mojado el vaho del cristal en el que la cadena de mi cuello se empeña en golpear con odio declarado la superficie como si se tratara de un cuervo que con su pico pide entrar en la casa, cada vez con más desesperación.

Ya he estado allí varias veces. Casi siempre intento darle un cierre digno, por lo más alto.

Qué tendrá el invierno que me desborda. Y un buen té…

Avec tout mon amour,

AA

El fin de décadas de esclavitud: adiós al 90-60-90

Kim Kardashian En Los ángeles hace diez días (GTRES)

Kim Kardashian en Los Ángeles hace diez días (GTRES)

Vogue ama las curvas y los anuncios publicitarios se empeñan en resaltar la importancia de que exista la diversidad en cuanto a mujeres se refiere.

Un reclamo que, pese a lo impostado -es evidente que no se pretende cambiar el mundo o las proporciones de las mujeres, sino vender un determinado producto conectando con todas nosotras y haciendo uso del neuromarketing- no deja por ello de ser positivo. El cerebro y las compras. Resaltar lo que nos hace diferentes, querernos, mimarnos, romper las reglas de la moda, de la vida o cambiar la percepción de cómo vemos las cosas son mensajes que apelan a nuestras emociones y que consiguen su cometido, que empaticemos con la marca que hay detrás, aunque a ratos me dé la sensación de que sea una zancadilla a la inteligencia femenina por lo fingido que resulta.

Y lo cierto es que, a fuerza de pedirlo todo el mundo, están consiguiendo que nos lo creamos, lo cual es positivo ya que nos encontramos ante cánones de belleza menos inalcanzables y un modo de ver la vida más respetuoso con nosotras mismas.

No hay que olvidar que celebrities como Kim Kardashian son las verdaderas culpables del cambio. Aunque el pandero desproporcionado de Kim -que crece en cada aparición como el kéfir- a muchos nos parezca un espanto y a ella también, en vista a las últimas declaraciones en las que deseaba volver a la retaguardia que lucía hace años y que ahora trata de disimular trasladando toda la atención a sus enormes pechos que muestra al mundo como único y meritorio “talento”, famosas como ella –Rihanna, Beyoncé o Shakirahan conseguido que los culos voluminosos ya no sean el blanco de críticas despiadadas y pasen no sólo a ser volúmenes a los que honrar y respetar, sino carnes a las que rendir pleitesía.

Y, en ese sentido, he de destacar la plasticidad de mi cerebro, ya que entre todos han conseguido que las míticas proporciones del 90-60-90 ya no me resulten sugerentes, ni siquiera a mí que las veneraba como si de Anna Wintour me tratara, por haber vivido de la moda en el extranjero hasta que decidí ponerme a estudiar la carrera y dejarme de viajes, de escuchar ridículas prioridades y a gente opinando demasiado.

Ahora me niego a servir ya de percha a nadie, ni la nueva Barbie quiere ser perfecta. El año pasado pesaba 54 kilos y hoy peso en ayunas 62 y, qué queréis que os diga, estoy más guapa que nunca.

Culpa de la genética, la verdad es que lo andrógino de mi antiguo cuerpo ya no me gusta; y me encantaba. Maldita sea, ahora me busco en youtube y sólo veo nariz y boca. Y era real, tan real como cualquier mujer porque, aunque no lo creáis, no sólo las gordas (antónimo de delgadas) ostentan ese título que discrimina positivamente a la grasa y que me resulta tan estúpido. Las delgadas no son holografías, creedme, existen.

Pero no puedo evitar sentirme súper contenta con esos centímetros que ahora hacen que mi pecho sea más generoso y me plantee incluso aumentarlo, mis caderas más cómodas cuando duermo de lado y mi culo pellizcable y menos masculino.

Así que, pese a la horrenda estética artificial que exhiben algunas de las que menciono, no puedo hacer otra cosa que darles las gracias por conseguir cambiar los cánones de belleza. A ellas y a la publicidad.

Adiós, esclavo 90-60-90, me da que no te vamos a echar de menos.

¡Disfrutemos todas de una vida más sana!

Avec tout mon amour,

AA

Cumplir años es una putada maravillosa

entrada

Las 00.00 horas. Se abren los teléfonos. Estoy apalancada sobre las sábanas de mi habitación leyendo mensajes de amigos que se salvan de la quema por acordarse de mi día. Porque no he pasado yo todo el año felicitando a mis camaradas por Facebook, para que ahora se olviden de tan memorable fecha. Así que, a los disidentes, poneos las pilas, que los que paséis de la medianoche seréis sancionados sin piedad por vía oral en los siguientes reencuentros.

De hecho, en esta ocasión, a puntito he estado de comerme a mi marido, ya que otros y otras os habéis adelantado a su esperadísima felicitación; es lo que tiene estar en la ducha en el preciso instante en el que suena la alarma que separa los días. A su favor diré que, desde los 15, ha procurado que mi cumpleaños fuera especial y casi siempre lo ha conseguido, pese a lo desafinado que suena cuando se entusiasma en exceso con la melodía de Parchís y me promete revolcarme en confeti, calorías y besos.

Me examino en el espejo, todo en orden. No sé por qué se empeñan todos en hacerme creer que los años caen uno a uno de golpe, como una dura verdad; el caso es que han pasado unos minutos y estoy casi convencida de que mi piel luce más cuarteada y peino más canas a estas horas.

Respiro hondo y, por si acaso, mando a paseo el chocolate de mis manos y acudo a hidratarme con un par de vasos de agua y a buscar, entre mis bártulos del baño, el contorno de ojos que un día abrí. Introduzco por mis pies el body azul con el que pretendo inaugurar la fiesta, y me doy cuenta de que mis caderas frenan la intención; enseguida me acuerdo de aquellas malditas embusteras -que ahora veo que llevan razón- que me dijeron que a partir de una edad vas sumando kilos y el cuerpo se vuelve perezoso, así que maldigo entre risas a las mismas, mientras todavía mis labios conservan el dulzor del cacao y mi whatsapp no para de sonar tantas veces que parece que están intentando contactar conmigo en Morse. Asomo el ojo hasta el aparato iluminado y veo que una de las felicitaciones me llega desde Japón, ¡bonus!

El 14 de julio del calendario pasado lo celebré en la azotea de un hotel en Madrid, agarrada a unos globos que apuntaban con sus cuerdas hacia el cielo -hacia donde creo que tienen que enfocarse siempre los sueños- y dos tallas menos. El listón quedó alto, sobre todo por la altura del edificio y lo que ocurrió después, que ni falta hace que entre en detalles, porque esos fueron mis particulares fuegos especiales.

globos

Así pues, la relación que tengo con esta efeméride va variando sensiblemente a medida que me alejo de la adolescencia. Me aterra el día en que alguien me llame Señora, por muy infante o educado que éste sea, o que de la nada me duela un brazo porque mi organismo comienza a fallar. No estoy preparada, en absoluto, y me consuelo pensando en que en las películas los treintañeros pasan por 20 y que otras que me ganan por goleada en edad, como Demi Moore, Monica Bellucci o Diane Lane, están francamente bien, como si hibernaran durante todo el año y las despertaran sólo para acudir a los eventos.

Hoy es un día para desmelenarse y sacar pecho.

¡Cumplir años es una putada maravillosa!

Gracias a los que nunca falláis.

final

Avec tout mon amour,

AA