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Mi experiencia en Facebook Live

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La noche del viernes, mi buen amigo Jorge Gallardo me la volvía a liar en una de nuestras pantagruélicas cenas.

Él me ha iniciado en todas las redes sociales que existen -además de en la tele-, tras la negativa inicial de quien se hace la estrecha con todo lo relacionado con las nuevas tecnologías y desea evitar la sobredosis de intercomunicación, a pesar de vivir desde hace unos años una realidad paralela gran parte del tiempo, como quien sueña mientras camina despierto.

La vez pasada me convenció para hacerme un perfil en Snapchat, abandonado como un juguete sin cabeza desde que existe Instagram Stories; y esta vez le tocaba el turno a Facebook Live.

Así que, pese a la romántica y poco favorecedora luz del lugar y tras asegurarme que no hablaba sola, giré la cámara hacia mi persona y me zambullí en una nueva dimensión de madrugada, al aceptar retransmitir en directo para las personas que me siguen en mi página oficial de Facebook. 

Enseguida una lluvia de corazones, sonrisas y mensajes se agolparon en la pantalla y, para alguien como yo que no ha utilizado jamás Periscope, aquello fue lo más parecido a invitar a sentarse alrededor de mi mesa a miles de personas o a permitir atravesar las celosías del portal de mi casa a muchos de los que se molestan en escribirme tantas y tantas veces cada vez que cuelgo una foto, un vídeo o una noticia y que no siempre reciben respuesta por falta de tiempo.

Facebook Live permite acortar las distancias en un mundo que me gusta pero me asusta, por lo dura que resulta la afirmación de que si vives al margen de los teclados no existes y lo fácil que es construir la farsa de tu vida y entremezclarse de manera impecable con la realidad, hasta confundirnos a nosotros mismos.

Perfiles con frases felices pueden ser los más tristes, una exagerada tirada de fotos de comida sana puede estar detrás del esfuerzo por gobernar una inusual pasión por la comida basura e individuos con un constante apego al lujo estar más tiesos que la mojama.

En mi caso, prefiero entender la vida como una sucesión de cosas buenas y malas, así cuando las últimas llaman a mi puerta no me siento frustrada, lo contrario sería agotador. Y, pese a la poca verdad que hay detrás de Internet, hay mucho que rescatar de genuino que hace que no salga una mañana corriendo con lo puesto.

Ojalá pueda mostraros muchos días mi vida de la manera más auténtica e imperfecta que me sea posible.

¡No faltéis a nuestra cita hoy lunes con Hazte un Selfi, a las 16 horas en Cuatro! ¡Y a las 20 horas en Pasapalabra, celebrando Halloween!

Prometo hacer un Facebook Live al mediodía, para que veáis cómo es la trastienda de este loco programa nuestro, sin ser molestados.

dasda

Avec tout mon amour,

AA

Pánico en ‘Pasapalabra’

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No creo que haya un programa, a día de hoy, en el que me sienta más a gusto. Y, sin embargo, fue PÁNICO lo que sentí la primera vez que me invitaron a ocupar una silla en el plató de Pasapalabra, con mi nombre -por si no quedaba ya lo suficientemente claro quién iba a meter la pata en bucle- imantado en el pecho. En la primera prueba, Letra a letra, estaba tan nerviosa que cuando Christian Gálvez me preguntó, con cuatro letras: “palabra malsonante que se come en México”, aquí una que es prosa pura y venía de la palabra “coto”, debutó con un “coño”.

Desde luego, que aquello se come en ese país y en todos.

A partir de ahí, cualquier cosa que dijera ya no podía ser utilizada en mi contra, así que me relajé tanto que pasé a convertirme en una incondicional del programa, gozándolo como la que más y hasta el punto de aparecer casi en nómina.

Con todos ellos he vivido momentos muy especiales. He dado el bote, he despedido el año y mi soltería, disfrazada de Catwoman horas antes de dar el “sí, quiero”; también he encarnado a Eduardo Manostijeras, llena de cicatrices, e incluso he entrado en un 600 a plató, con Fernando Romay al volante (y su cuerpo plegado), enfundada en unas mallas blancas y una peluca azul.

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Sin duda, lo más fuerte fue aparecer en las páginas del periódico británico Daily Mail por haber sido la primera concursante en hacer trampas en la historia del programa español Pasapalabra. Lo que no entiendo es cómo no se le había ocurrido antes a nadie hacer uso del Shazam en la pista musical (risas). ¡Ay! ¡Si Christian no me hubiera cazado con el móvil entre los muslos, esos puntos habrían sido para nuestro equipo naranja! Porque esa es otra, yo siempre pertenezco al equipo más dulce, a la izquierda de Chris, el que rompe el hielo cada tarde a las 20:00 horas, en Telecinco.

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Aún no concibo cómo a su presentador, a mi amigo Chris, no se le traba la lengua y se le hace un nudo marinero, de lo rápido que habla. Me fascina. Me contó que se cronometraba en sus comienzos para adquirir rapidez. Ahora es capaz de atravesar la jodida barrera del sonido.

Hace una semana volví para enfrentarme a mi prueba más dura, la de defenderme desde mi silla naranja a cada uno de los juegos de Pasapalabra sin perder la voz, recuperada tan sólo 72 horas antes de grabar.

De esta manera, un coche me recogió en casa y me llevó a los estudios Picasso, en Villaviciosa, donde también se hace La Voz, ironías de la vida. En esta ocasión, iba a compartir sudores con unos compañeros de excepción: Carlos Latre, genio y amigo, Víctor Palmero (súper mega ultra descubrimiento) y una melodiosa Diana Navarro. Sergio me acompañaba porque sabía que volvía a sentir el miedo del primer día y temía hablar con voz metálica, como si hubiera inhalado helio, o ronca y rasgada a lo Bonnie Tyler, aunque sin afinar.

La gente en Pasapalabra es todo bondad, lo juro. Desde dirección, pasando por producción, realización, maquillaje y peluquería, sus maravillosas azafatas, un majadero y extraordinario rubio que escribe sobre Leonardo Da Vinci, su adorada regidora, sonido… Con todas las que les he liado -la mansedumbre no es lo mío- y aun así creo que me quieren. Qué cosas.

Estoy deseando que se emita para que veáis lo bien que estuve (por supuesto de sonido, no de respuestas). Como templada con un diapasón.

Larga vida a Pasapalabra y a todos los que lo hacen posible.