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El medio de transporte más utilizado y seguro: los ascensores

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No hacen cabriolas como las motos, ni derrapan como los coches, pero los ascensores viven en un constante viaje vertical, libre de vértigo, gracias a las paredes opacas y llenas de espejos para presumidos y fóbicos.

En ellos no es frecuente maldecir o chillar excepto si la yema de tu dedo índice acaricia el botón con restos de caramelo derretido de algún “hijo de vecino” al que le gusta el dulce en todas partes o te quedas encerrado entre dos pisos -como en la película Being John Malkovich-, con la vejiga a punto de inundar tu cuerpo y buscando sofocado en tus bolsas de la compra una botella donde aliviar el ímpetu.

Pero sí, pese a lo gratuito, seguro y utilizado que es este transporte, qué duras son las conversaciones anodinas que tienen lugar en ese habitáculo que va de los bajos fondos al cielo y del cielo a los bajos fondos. Es por eso que casi siempre procuro emprender el viaje sola, máxime si no conozco a mi compañero de viaje.

Y es que perfeccionar las técnicas del escapismo es la única manera -aparte de optar por ejercitarnos en las escaleras e ir encendiendo luces- de evitar la liturgia del silencio que acaparan estos modernos canastos con cuerdas, esas frases que hablan del tiempo que poco importan o tener que echar mano del móvil.

Porque reconozcámoslo, con todo lo que fardamos de cordiales, cuántas veces en el portal de nuestra vivienda, a escasos metros del ascensor, bajamos la mirada y nos cercioramos de que somos lo suficientemente torpes como para no abrir la puerta del bloque a la primera y así no compartir perfumes -en el mejor de los casos- con el vecino que nos espera. Y si somos nosotros los que aguardamos dentro del ascensor, qué arte el nuestro moviendo las manos como si estuvieran locas tratando de detener las puertas que se cierran sin éxito, con ensayada cara de pena.

Las cartas del buzón son otra fórmula infalible para detener el tiempo, en mi caso, aunque las recoge siempre portería, me tiro en plancha a la ranura del primer compartimento que encuentro, que se apellida Sánchez, y hago un gesto con las manos para hacerles saber que aquello me llevará tiempo.

Ahora que ya no es un secreto, la próxima vez que evite coincidir con alguien en el ascensor, ¿qué milonga me invento?

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Avec tout mon amour,

AA