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A veces que te rompan el corazón es lo mejor que te puede pasar

Que te rompan el corazón deja una sensación de desamparo en uno mismo que parece imposible de reparar. Nuestro universo en ese momento tiene la fragilidad de una vasija de barro recién horneada que es preciso curar para que no se agriete y se haga mil añicos.

Quién no ha sentido que su mundo de papel se arrugaba en las manos de otro. En eso consiste el amor.

Cuando alguien te hace daño o no quiere saber de ti, al menos de la manera que tu deseas, los días se estiran como los de cualquier verano y las noches se hacen infinitas dentro de una cama que cuesta abandonar al despertar.

Nos manchamos los labios de chocolate para esconder la amargura -que con profunda certeza pensamos será infinita-, y mareamos los cafés con una cucharilla que pesa, sintiendo lástima de nosotros mismos.

Salir a la calle nos angustia y en las caras de desconocidos encontramos fugaces similitudes con esa persona que consigue que nos duela el cuerpo en sitios que no somos capaces de localizar.

Y, sin embargo, a veces que te rompan el corazón es lo mejor que te puede pasar, de hecho creo que merece la pena que alguna vez alguien lo haga. Es sano que ocurra en esa caótica etapa de la juventud en la que juras dentro de la camiseta de otro mientras alineas huesos de cereza en el borde de un plato, convencida de que cada paso sin esa persona será siempre una ventana a un precipicio, aunque otros besos al caer te enjuguen las lágrimas en segundos y consigan hacerte olvidar todo lo dicho. Aquello hace que te des cuenta de esa realidad paralela que crece como una enredadera donde tú sólo veías un muro, mostrándote a otras personas y experiencias que son las que te permitirán avanzar como persona.

Y aunque la vida no es justo que sea una carretera sin asfaltar, llena de baches, creo que el hecho de que las cosas no sean siempre fáciles hace que paladeemos más cada instante.
Es por ello que cuando falla el amor -aunque cueste dejar de escuchar música triste y refugiarse en la sombra de los recuerdos-, y a sabiendas de que la vida es una sorpresa continua, tenemos que estar preparados para encontrar los tesoros.

Por eso, querida amiga, decirte que hoy más que nunca has de pintarse los labios de rojo, sudar las penas en el parque y rodearte del bálsamo que ofrecen las sonrisas en torno a una montaña de puré de patata con mantequilla y algodón dulce.

Desconecta de las redes sociales. Algo bueno te espera, algo que hará que vuelvas a creer.

Hazme caso.

Avec tout mon amour,

AA

Volver a bailar

Pocas cosas echo más de menos que bailar. Desde que hace 3 años decidiera aprender a hacerlo, sin saber dar un solo paso que no fuera del revés, no hay día en el que no lo extrañe.

Mira quién baila, en TVE, supuso el vehículo para hacer algo con lo que soñaba hace tiempo: bailar.

Más torpe que la reciente gala de los Oscar, me inicié en esto de ser grácil de la mano de Gestmusic, una productora de esas con las que da gusto trabajar por lo mucho que te cuidan.

De cría bailar era retirar la alfombra y unos cuantos muebles, al compás de alguna canción de la radio o la Lambada, con las faldas de algún verano extinguido y camisetas que dejaban ver el ombligo. De mayor el destino se empeñó en recuperar todo eso y, recién diagnosticada de mi enfermedad celíaca, débil, me embarqué en una de las experiencias televisivas y personales más bonitas de mi vida.

Aprendí que bailar significa tomar las riendas de tu cuerpo hasta sentir que los límites sólo están en tu cabeza. Que el cansancio regala energía, risas y también moratones. Que relajar tu cuerpo y dejarte guiar es volar. Que la música es bienestar y alegría. Que rendirse algunos minutos no es malo. Que el spagat aún es posible. Que una caída no es una derrota. Que sudar abrazada a alguien no es sucio. Y que llorar, a veces, sofoca un grito y ayuda a sacar una coreografía adelante, aunque el resultado no sea perfecto.

Durante mi etapa como bailarina era imposible atrapar mis pies, que se movían sin querer en la cola del supermercado – o incluso sentada en una silla- tratando de recordar los pasos de las galas. La postura de mis hombros era erguida y bajaba a saltos las escaleras, emocionada y sintiéndome más alta. El tango, la salsa, el chachachá, lindy hop, rock, disco, los pasodobles o el vals consiguieron que tuviera el cuerpo más musculado que nunca. Sólo me quedé con ganas de bailar un ritmo, mi maravilloso profesor Poty me dijo que era un suicidio acudir con él a la pista ante el jurado: la Lambada. Una pared de ladrillos cayó sobre mis ilusiones brasileñas y mis faldas de los veranos.

Ensayar 4 horas diarias con zapatos de salón, cuyas tiras eran al tacto un regaliz desenroscado que estrangulaba el empeine, me marcó más allá de la piel. No he sentido tanta pena en un trabajo como cuando apagaron las luces del Círculo de baile (Madrid) y las rojas paredes quedaron en sombra, en nuestro último día. Y aunque me prometí seguir bailando, las circunstancias me alejaron de mi empeño y el cuerpo que se había vuelto chicle, se puso de nuevo tieso y regresó a la rutina, mientras las calles eran un La la land sobre el que ya sólo pasear.

Ahora pretendo volver. Tal vez sea posible medir la felicidad a través de unos pasos de baile.

Avec tout mon amour,

AA

¿Es recomendable lavarse por parroquias como Irma Soriano y optar por no ducharse a diario?

(GTRES)

Cada cierto tiempo sale algún personaje famoso tirando por tierra la ducha o celebrando que no utiliza jabón para el pelo, mientras el resto pensamos en lo liberado que queda de lavar sartenes porque puede freír casi cualquier cosa en su cabeza en contacto con el secador.

La última en pronunciarse al respecto ha sido Irma Soriano en la casa de Gran Hermano VIP, que ha dejado muy claro que lo suyo es lavarse por parroquias y no darse un agua a diario, para evitar los estragos que la higiene provoca en la piel. La polémica está servida.

Incapaz de no recordar nada más allá de su intención de hacer gimnasia en la casa todos los días, no puedo dejar de lamentar la cercanía con sus vecinos más VIP, con los que me solidarizo, que pueden percibir la llegada de la chica Hermida sin tener que abrir los ojos.

Porque en realidad en el punto medio está la virtud, ni mucho ni poco, ni tres duchas diarias, ni ninguna.

El doctor José Carlos Moreno, jefe del servicio de Dermatología del Hospital Reina Sofía de Córdoba, aseguraba recientemente que “una ducha diaria no compromete nuestro manto lipídico. El problema no está tanto en el exceso de agua como en el uso del jabón, un producto que termina disolviendo nuestra envoltura natural de defensas”.

Lavarse con jabón (solución acuosa con pH, por lo general, entre 8 y 10) no crea ningún tipo de problema, es un producto desechable y la piel repone con facilidad el grado justo de acidez (entre 4.5 y 5.9). El problema radica en los componentes químicos del jabón que entran en contacto con la piel y acaban además llegando al torrente sanguíneo. Pero las cremas son mucho peor, querida Irma, no resbalan con el agua y permanecen durante horas en ti. Y estoy segura de que te rebozas en ellas, sin leer la letra pequeña, para lucir joven -como todos-, y no dudas a la hora de aplicarte el maquillaje a palas, rutina que no deja de ser una agresión continua para la piel por la basura que contienen estos productos.

Más coherente sería hacer uso de la ducha de Gran Hermano, pedir al Súper un jabón de Alepo con laurel (un fungicida natural) elaborado artesanalmente, que nutre, regenera, desinfecta, reestablece la capa hidrolipídica de la piel y ayuda en problemas cutáneos (dermatitis, eccemas, psoriasis, quemaduras…), en lugar de dejar sin un agua los petetes, las axilas o los genitales y fardar de ser la precursora de un nuevo aroma que, gracias a Dios, los que estamos al otro lado de la pantalla no percibimos. Considéralo una manera de promover el bienestar social de la casa de Guadalix de la Sierra.

(GTRES)

Y, como consejo, Irma, no abuses del agua caliente culpable de que se empañen los espejos y hasta las cámaras, porque es la ruina de la piel y de la flacidez. Tampoco te excedas con los peelings, ni restriegues con la toalla tu piel, utiliza una suave o deja secar la piel al aire.

Como desodorante, a mí me va genial uno de árbol de té, 100% natural y ecológico, de la casa Mon Deconatur, que no contiene aluminio, ni tóxicos.

Ánimo al resto de habitantes de la casa. Y, por favor, no sigáis su ejemplo si no queréis que en los sillones salgan champiñones.

¡Feliz estancia y no tengáis miedo a oler bien!

Avec tout mon amour,

AA

Esa loca costumbre de madrugar para ir al gimnasio

trainDesde que leí que el cuerpo quema más cantidad de grasa si entrenas sin desayunar, con la intención de aprovechar ese momento en que las reservas de glucógeno están vacías para usar las grasas de reserva como combustible, no hay día que me acueste en la cama y no adelante el reloj un par de horas para acudir con legañas y sonidos abdominales al gimnasio y así evitar la tiranía de las zanahorias crudas de una que no pierde comba para lanzarse a la artillería pesada de lo que más le gusta a diario y que, con franqueza, últimamente no hace más sentadillas que las que ejecuta cualquier persona que acude al baño a hacerle un favor a sus riñones y se sostiene a pulso para no ensuciarse.

Macarrones con tomate, nachos con guacamole y queso fundido, jugosas tortillas de patata con cebolla, baguettes celíacas recién hechas con aceite de oliva y un buen ibérico, crujientes pizzas, chocolate con nueces, magdalenas expandiéndole en la leche… Siento orgasmos. Y retortijones, a partes iguales, a cuando tomo una insípida lechuga iceberg.

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Cada noche dejo apoyada en la puerta de entrada de mi casa una mochila con todo lo que necesito para empezar el día a tope de power. Con un outfit compuesto por un pantalón no demasiado ajustado, para no marcar demasiado -en mi vida personal aparento ser una monja de clausura decolorada-, una camiseta negra y unas cómodas deportivas.

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Y tampoco hay día que no suene el despertador y no vuelva a abrazar el almohadón y regrese a los brazos de Morfeo, sin remordimientos ni penas, hasta que piso Mediaset y el universo entero me restriega con la fuerza de un portazo las horas que han dedicado ya, en lo poco que lleva puesta la M30, a Pilates, boxeo, spinning, zumba y a hacer el pino puente. Estos amantísimos del deporte, cuando te sientes muy vaga, se reproducen más que el pulgón del repollo.

El gimnasio se me resiste; es una evidencia como que hay “lluvia” de helio en Saturno, que el ajo no propicia los besos o que los trolls de las redes sociales son como los matones cobardes del patio de un colegio.

Y es que antes los gimnasios molaban más, en los 80 se entrenaba con la música de Alaska o Europe, mallas de colores brillantes con tanga superpuesto y usaban las espalderas, los iniciados tomaban bicarbonato para las agujetas y todo estaba lleno de karatecas.

Sólo por ellos madrugaría. En calentadores y colores.

aa

Avec tout mon amour,

AA

El exhibicionismo que reina en los vestuarios de los gimnasios

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Puedo afirmar categóricamente que he regresado a los gimnasios. Desde hace varios meses la nuestra era una relación de virtuosísimo desapego: cada uno en su orilla, sin odiarnos, sin amarnos, ajenos.

Y aunque no sé qué empuja a los individuos a acudir a estos templos de tortura en los que la gente sufre y regurgita pavo, en octubre he recuperado los guantes anticallos, mi inseparable plátano negro que me acompaña en una bolsa de plástico durante días y mi flamante tarjeta de socia en la que se me ve con un entusiasmo inusitado, pese al esfuerzo que me supone acudir regularmente a desgastar las articulaciones, ya que lo más parecido a las odiosas series de repeticiones que hago en mi vida diaria es cuando saco del carro de la compra los yogures.

Así pues, tras meses atrincherada a los triglicéridos que tanto me gustan, vuelvo a familiarizarme con los que convocan las orejas vecinas levantando pesas y dificultad respiratoria, los sudorosos sin toalla y los de tirantes ínfimos que andan inflados y garrosos, todo humildad

Pero lo que más me perturba, sin duda, es el momento vestuario, motivo por el que ya decidí hace tiempo no hacer gasto de agua e irme cuanto antes a casa. Porque vamos a ver, compañeros y compañeras de gimnasio, una cosa es ir a la ducha desnudos y otra hacer vida social en paños menores o con el badajo a la fresca. Lo sé porque en la primera toma de contacto con mi gimnasio, todavía perdida, me introduje con paso decidido y frialdad clínica al vestuario de hombres, en vez de al que me correspondía (en el mismo lugar, pero en diferente planta) y al verme en mitad de un “huerto de pepinos”, me di cuenta de que debía correr hacia la salida antes de poner cara a esas hortalizas y que cambiara todo para siempre.

En el de mujeres, la cosa no mejora. Es agacharme a coger un calcetín y, a lo que me descuido, toparme con un culo en pompa a escasos centímetros de mi cara, mientras me pregunto dónde quedó la distancia de seguridad necesaria para evitar sobresaltos.

Y ojo, que está muy bien que vivamos la naturalidad de los cuerpos desnudos como animales gregarios que somos en un vestuario, pero a las adelfas que optan -todo betacaroteno y piel marrón – por secarse el pelo en pelotas, mientras se les va la vida en un espejo y te chocan, como si de una palmada se tratara, con los implantes mamarios en el lavabo, mientras te escoras pudorosa, las condenaría a ganar grasa en las caderas hasta no encontrar vaquero.

Por otro lado, tan extendida está la depilación integral entre nosotras, que miedo me da que vuelvan las melenas y en esos montes ya no surja la vida, como cuando te arrancas por error un pelo de la ceja y ya no vuelve a crecer.

En el lado opuesto, están todos aquellos que, más chulos que un ocho, después de una clase de spinning con un body y pantalón, lo hacen multifunción como las navajas suizas y abandonan el vestuario, sin desvestirse, en dirección a la piscina con su “bañador” resudado, mientras tú recoges los enseres y juras no meterte en esa misma charca a no ser que se eche tal cantidad de cloro que creas tener un unicornio en el establo. Apercibimiento máximo.

Vamos, que no sé que es peor.

Os deseo una maravillosa semana mientras sufro el vaivén de los cuerpos de vestuario, ahora que el deporte alumbra mi camino magro.

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Avec tout mon amour,

AA

Lo que tienen en común Ava Gardner y Adriana Abenia

Está claro que nos parecemos como un huevo a una castaña, pero si hay algo que ambas habríamos compartido, esa hubiera sido nuestra pasión por Museo Chicote, un lugar en el que, si las paredes hablasen, el mundo se volvería del revés.

Y es que quien no ha penetrado en Chicote, no conoce Madrid.

Y así, subida a un estrado como una firme candidata a las Presidenciales de EEUU, tuve el honor de presentar la segunda edición de unos galardones que reconocen los logros de personalidades de la cultura, el deporte, la música y la medicina en un templo de culto de la Gran Vía madrileña en el que, nada más cruzar sus puertas, el tiempo se detiene y crees escuchar las voces de quienes se dejaron seducir alguna vez por esta emblemática coctelería que abrió sus puertas en 1931 y que cada día sigue escribiendo su historia.

Ava Gardner, Frank Sinatra, Grace Kelly, Ernest Hemingway, Sofía Loren, Dalí o Adriana Abenia (broma) son muchas de las estrellas que han penetrado en el universo Chicote y han sido arrastradas por el glamour y la magia que envuelve el local que convierte el frío en calor.

Y la nórdica de pelo platino con raíces andaluzas que soy, se presentó al evento en encajes y falda rosa plisada de la firma sueca H&M, forzando empeines en unas preciosas sandalias fucsias y clutch de Úrsula Mascaró y sonriendo hacia todas las direcciones como una rosa de los vientos.
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Poco a poco fueron desfilando por ahí los premiados: Pablo Alborán, que una vez en Tenerife me cantó al oído -podéis odiarme-, Alaska y Mario, que tras la ruptura de los Brangelinos hacen que sigamos creyendo en el amor, una entregada y dulce María Esteve, que le robó la sonrisa a más de uno, Gemma Mengual, emocionadísima y a la que casi todos hemos imitado en la intimidad de nuestras bañeras, y el Doctor Clotet Sala, eminente investigador sobre el sida.

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Junto a ellos, se dejaron besar con nocturnidad una trasnochadora Ana Rosa Quintana, con el sonido de su despertador pisándole los talones, Antonio Orozco, una simpática y confidente María Escario, que me desveló secretos de la movida madrileña que ni imaginaríais, mi directora de Sálvame y actual estrella de la tele Carlota Corredera, mi loca y querida Carmen Alcayde, con la falda muy corta y acorralando al personal con su alcachofa y su arte, una cariñosa Mila Ximénez que ya me conquistó hace años, el diseñador Ion Fiz, la galerista más divertida Topacio Fresh, mis amigos de Telecinco Néstor Barreira y Kike Calleja, y un largo etcétera de caras conocidas que se acercaron a disfrutar de los Premios Chicote y de la mejor compañía.

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Fue una noche entrañable, entre fotografías en blanco y negro entre las que me gustó encontrarme. Y pasó de todo. Pero como diría Perico Chicote… “Lo que pasa en Chicote, se queda en Chicote”.

¡Enhorabuena a los premiados! ¡Hasta el próximo año!

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Avec tout mon amour,

AA

Septiembre y la Teoría de las 5P

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Hace tiempo que confirmé mi “Teoría de las 5P” con la que demuestro que, tras el portazo de agosto, se van al garete el Peso, la Piel, los Pies, el Pelo y las Parejas.

No quiero ser aguafiestas, pero septiembre es cosa seria y los días largos nos dicen adiós con la manita triste desde la ventanilla de un autobús que se aleja demasiado decidido.

Atrás quedaron las playas diáfanas de los más afortunados del verano y también las de toda la vida de sombrillas, codazos y fiambreras. Con mirada glaciar, observo la calle que siempre me ha parecido que huele a escuela en estas fechas y me quito con agua fría y restregando con la toalla más áspera el recuerdo de la arena de playa.

  • PESO

No consigo descifrar por qué todos los veranos se multiplican como los panes y los peces los baches del cuerpo, si las calorías de una cosita tan pequeña como un brownie de chocolate no pueden ir a otro sitio que no sea al cielo.

De cualquier manera, si habéis decidido tomar cartas en el asunto, es menester comenzar septiembre ofreciendo nuestra sangre a esas sanguijuelas que son los enfermeros y dos dedos de tibia orina (algunos una litrona) para que nos confirmen que estamos dentro de los parámetros y no acumulamos asteriscos (léase con humor). Tan fácil como comprobar el aire de las ruedas del coche, pero un poco más doloroso si te toca el más torpe del hospital. No olvidemos mirar la vitamina D, siempre andamos escasos pese a habernos bebido el sol de todo julio y agosto o la tiroides, a la que a veces se le para la cuerda sin avisar o se pasa de frenada.

Respecto al gimnasio, los que nos conocen no confiarán en nuestra capacidad y voluntad de cambio, pero sólo por darles con la puerta en las narices merecerá la pena darse un paseo por ahí para engrasar bien las bisagras y, de paso, colgar alguna que otra foto en las redes sociales en la que nuestro cuerpo no parezca el de un cabaret en quiebra, aunque sepamos a ciencia cierta que somos unos topos perezosos a los que nos gusta que nos hagan el hoyo.

  • PIEL

Cuando al rascaros sentís que dejáis un rastro de confeti, hay que tomar cartas en el asunto. Es hora de dejar de repartir el ADN por la ciudad, como si fueran tarjetas de visita, y llenar el baño y nuestra mesilla del cuarto de karité, aceites, urea y regeneradores varios hasta resbalar.

  • PIES

Cortar las pieles sobrantes, “a viruta, por favor”, es preciso, así como embalsamarlos de mimos. Tanto andar con las sandalias de moda y asumir un rol hippie que olvidamos en los meses esquimales, son incalculables los estragos que se presentan en nuestros pequeños maceteros, los encargados de sostener nuestras esperanzas (y nuestro peso) hasta el siguiente verano. No descartéis usar plantillas para corregir la pisada.

  • PELO

El pelo es otro punto de partida a tener en cuenta, sobre todo en las rubias: lo que antes era oro, ahora es esmeralda, una joya a tener en cuenta para que en próximas inmersiones sepamos que el cloro de las maravillosas piscinas es veneno para nuestro cabello. Aunque os echéis mascarilla y un vaso de argán en el pelo, va a ser casi imposible no recortar puntas, un dedo, que en la jerga de los peluqueros es un antebrazo. Ojo cuidao.

  • PAREJAS

La convivencia hace mella en la salud conyugal y pasamos muchas horas ociosas chocando con nuestra media naranja. Lo que no mata hace más fuerte, pero aquí hay cadáveres a cascoporro.

 ¡Buena rentrée y ánimo, el verano ya casi es pan de ayer!

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Avec tout mon amour,

AA

 

 

 

Un día en el Open de Tenis

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No soy muy deportista, ni entiendo demasiado de tenis; pero no hay mejor manera de que “ellas” se muerdan la laca de las uñas y “ellos” suden de impotencia, que gritar al mundo entero -a través de tus redes sociales- que tienes entradas para un palco en el Open de Tenis de Madrid.

Así que, vestida de Minion y calzada cómodamente (hay trampas mortales para las que eligen ir con tacones a este encuentro), me acerqué ayer a La Caja Mágica para ver a Rafa Nadal y a Novak Djokovic pelarse las rodillas en el campo, con tal de ganar cada uno su partido, en octavos de final.

Nada más aterrizar en el recinto, a orillas del río Manzanares, es de obligada visita coger fuerzas en el riquísimo catering de Niki Lauda (expiloto de Fórmula 1), que cuenta con ocho espacios temáticos en los que los celíacos tenemos muchas opciones para sentirnos felices y colmados.

Después de guardar bajo mi peto vaquero aprovisionamiento para todo un año, nos personamos en el campo de juego, henchidos de energía que repartir entre los jugadoresPor cierto, debo de ser la única persona que no entiende por qué en los partidos de tenis hay que estar en completo silencio. Intimida y a mí, personalmente, me cuesta hasta tragar saliva.

🎾 Un día en el Open de Tenis 🎾 ¡Ya podéis leer mi nuevo post en @20m! Arriba, en el link de mi perfil 💋

Una foto publicada por Adriana Abenia (@adrianaabenia) el

El pasado año me escaldé los cuartos traseros al fundirme en los asientos VIP metálicos del encuentro, que en los días más calurosos podrían dar electricidad a toda una ciudad. Este año el tiempo ha respetado y no luciré encarnada. ¡Hurra!

Algo que me fascina es cómo esos ojos sin gafas, a pie de pista, son capaces de enfocar los saques con la fuerte luz que les ilumina. Los tenistas se convierten en guerreros de un manga que lanzan pelotas que se aproximan al oponente como bolas de dragón, emitiendo destellos luminosos. También me asombra ese fair play a pie de pista, lo cual deja en evidencia mi naturaleza tramposa.

Y hablando de jugadores, Djokovic me tiene ganada: por gluten free -estuvo merendando en la pastelería Celicioso conmigo- y por simpático.

NOVAK DJOKOVIC ROBERTO BAUTISTA

Ayer observaba jugar al serbio contra Bautista, con camiseta roja el primero y varias pelotas en fila india en el bolsillo de su pantalón blanco -al más puro estilo del 7 de junio- y recordé la divertida anécdota que protagonizó Silvia Abril en Tu cara me suena, cuando Miguel El Sevilla se introdujo unos calcetines para dar visibilidad a sus partes más nobles durante los ensayos, mientras Silvia jugaba a aplastárselos con las manos; sin embargo, el programa optó por obviar las manualidades del sevillano y quitar la improvisaba coquilla para que no acudieran durante el directo en masa a la falsa diana. Pero, cuando la Abril, que a mí me tiene enamorada, aprisionó los Santos Sacramentos de El Sevilla con precisión y abnegación, se dio cuenta de que los calcetines habían desaparecido y que entre sus manos flotaban canicas de las buenas.

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Por cierto, ¿de qué color es una pelota de tenis?

¿Amarilla o verde?

¡No tendré más remedio que comprobarlo en la final del domingo!

(risas malintencionadas)

Avec tout mon amour,

AA

* Foto Djokovic: EFE/JuanJo Martín