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Un desconocido me cogió de la mano por la calle

 

Arrastraba el domingo unas cuñas de esparto bajo el sol madrileño, cuando un chico de mi edad agarró mi mano de improviso, sin darme tiempo a reaccionar y durante un par de interminables segundos, justo antes de adelantarse y pronunciar lo que yo creí que era mi nombre.

Cuando camino sola acostumbro a tener mis pensamientos a kilómetros de distancia y no supe qué decirle porque no regresé a tiempo para reírme, enfadarme o quedarme. Hasta ese momento no me había parado a pensar en lo íntimo del gesto y me apresuré a sacar corriendo el móvil del bolso, por si regresaba, mientras una idea asfixiaba a la otra pues no entendía nada.

Es natural ver a las parejas por la calle entrelazando sus dedos, pero ahora me siento extraña y pienso en el motivo por el cual nos damos la mano si conocemos el camino en una demostración de amor que ahora me cohíbe, porque la estoy analizando demasiado.

La forma en que cogen tu mano te descubre cosas y conlleva expresar abiertamente, al mundo con el que te cruzas, que te gusta la otra persona y que deseas estar más tiempo con ella. Significa no querer protegerse de los ojos de los demás en un delicado exhibicionismo que no ofende. Las manos te envuelven al cruzar la calle, al caminar en un mismo sentido, te acarician los dedos para romper un silencio que no pronuncian los labios. También te aprietan cuando sucede algo y deseas avisar al otro. Las manos tienen voz y sirven de linterna en la penumbra, cuando las sombras del suelo aportan un aspecto estremecedor, hasta peligroso.

Lo curioso es que en el momento en el que las extremidades no van unidas, lo echas de menos y te apetece que te conduzcan por las aceras de manera acompasada. A veces, una relación termina y las manos atan y desatan lazos.

Cuando las otras manos no son torpes, las necesitas. En verano notas cómo el sudor resbala obsceno por las palmas de tus manos; en invierno las mismas templan incluso una ceremonia de nieve, mientras se someten los huesos de ambas muñecas.

Si te las aprietan fuerte pueden amortiguar tu tristeza y hacer estallar un mal día en dos mil pedazos. Las manos son un buen refugio.

¿Qué buscaría aquel chico?

Ya nunca lo sabré.

Avec tout mon amour,

AA