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La mentira de los egoblogs

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Tener un egoblog es una lata, máxime si te comprometes a escribir sobre ti misma con disciplina militar, tras la euforia inicial. Lo diferente se ha convertido en típico y ahora casi todo el mundo tiene uno, con más o menos repercusión.

La gente nos sigue porque somos conocidos y porque, supuestamente, nuestras vidas son más interesantes que las suyas o, al menos, más entretenidas. Incluso podemos llegar a influir en sus vidas, en calidad de influencers. No os podéis imaginar la cantidad de correos que recibo preguntándome por la ropa, las gafas, los zapatos, los pintauñas, barras de labios, el modelo de silicona que uso en la cicatriz del cuello o incluso el tinte de pelo, los hoteles donde me alojo y restaurantes a los que acudo a cenar, para ir ellos también. Me abruma saber que cada detalle cuenta, puesto que no pretendo ser ejemplo de nada, no soy una persona que destaque por su corrección y me da mucha pena dejar tantos mails sin responder porque la gente es increíblemente educada. Los blogs nos generan dinero, así que no os penséis que se trata de un pasatiempo, creedme si os digo que, a veces, es una tortura generar contenidos que os distraigan o susciten algo, bueno o malo.

Con el blog tienes que ser creativo y buscar un cebo para que la gente entre. Uno sexual, aunque dentro se hable del Vaticano, está bien: en España los culos y las tetas venden, no os descubro nada. Cuando me pongo poética me lee menos gente que si hago uso de lo ordinario y cotidiano, a no ser que tire de demagogia. No me puedo permitir ser una romántica y, no desoyendo el consejo de mi querido Màxim Huerta, unas veces dejo que gane la máquina y otras me concedo el placer de escribir lo que me da la real gana.

Cada post va acompañado de una tira de fotos. Eso implica que a tu lado siempre hay una persona -casi siempre la misma- con cara de perro porque no da con la foto que quieres mostrar. De igual modo, tengo que añadir que no me agrada la sensación de fotografiarme en la calle con poses chorras y arrogantes, me da vergüenza y siempre me aseguro que el móvil está en vibración para que no suene el dichoso clic que delata el disparo. El postureo gobierna en los egoblogs y tal vez un delicioso desayuno en las redes – del que probablemente no habremos probado bocado- se haya preparado con anterioridad o se haya secuestrado de otra cuenta de Instagram rusa con pocos likes y seguidores. No importa lo que de verdad seamos o sintamos, en la blogosfera todo es genial y se finge más que en la cama, así se comporta este mundo de mentira del que también me hago responsable.

Todo depende de la imagen que quieras mostrar. Si deseas potenciar tu lado más deportivo y detestas desgastar zapatilla, es tan fácil como acudir con varios cambios al gimnasio e ir repartiendo por las redes, en diferentes días, la secuencia de fotos. También cabe la opción de montarte en el coche y subir luego los kilómetros recorridos, con una app de esas que lo cuentan todo, cubierta de falso sudor y expresión derrotada.

En mi vida -y en la de todos- hay semanas trepidantes en las que vivo desmelenada y feliz, y otras planas y aburridas en las que no me apetece arreglarme ni hablar sobre mí misma. De hecho, creo que allí estriba el gran problema, pese a lo charlatana que se me presupone, me gusta más escuchar historias ajenas que escribir la mía propia. A ratos me siento imbécil dando consejos no aplicables a la vida real.

Cuelgas masajes que no te han gustado, fotos en bikini y no te has bañado, eventos en los que parece que lo estás gozando, pero estás deseando volver a casa, descalzarte, quitarte el postizo y la tontería… E incluso atardeceres de playa, cuando hace días que has vuelto a casa.

Alguien me dijo anoche al leer este post: ¿Se puede permitir Alejandro Sanz decir que odia el Corazón Partío cuando seguro que esa es la verdad? ¿Una actriz contar que cuando graba una película no tiene idea de qué sentido tienen sus frases en una secuencia ya que ni siquiera sabe de qué va a ir la peli? ¿O David Copperfield desvelar sus trucos al despertar un día?

No lo sé. Pero ya es tarde.

Tachán.

Avec tout mon amour,

AA

Nada es eterno, ni siquiera el amor. Dudo si confesar una infidelidad ajena

IMG_4909Ojalá el lugar desde donde escribo fuera siempre el mismo. Ojalá siempre la misma temperatura. Ojalá siempre con la misma compañía. Pero en mi retiro estival, tras un verano repleto de trabajo, me he dado cuenta que a veces nada es eterno, ni siquiera el amor.

Son mis últimas horas en Ibiza y estoy muy confusa. No por el ritmo que mece a la isla, es difícil desgastarse cuando en el estómago sólo se mezclan limonadas, zumos de sandía y capuchinos, sino porque, de alguna manera, me siento culpable.

Y aunque creo estar haciendo lo correcto, no paro de darle vueltas a ese beso, a esa palmada en el trasero, a esas risas con la cabeza desplomada hacia atrás. En definitiva, a las volteretas del destino.

El mundo es un pañuelo, vaya si lo es. Y estoy segura de que me estarás leyendo. Sí, tú.

Cuando mis chanclas impactaron contra el suelo, justo antes de encontraros demasiado cerca, detrás de aquella roca húmeda de una cala vacía del norte de Ibiza, mi día nublado era simplemente perfecto. Y entiende que no nos saludáramos, pese a lo que nos une, pero no esperaba encontrarte con otra que no fuera ella, mi también amiga.

Recuerdo que se me cayó el móvil al suelo, que miré a otro lado y desee encontrar pronto otra cala en la que poder cabrearme y esparcir la huella de mis pies y mi indignación. Porque siempre te había creído cuando hablabas de ella como la única, porque debías de estar en otro lugar esa tarde y porque no soy buena fingiendo no saber nada.

Y ahora me encuentro en una encrucijada. Cómo actuar cuando sé que no hay un pacto tácito que os permita a ambos dejaros llevar. Y no puedo decir nada porque no es a mí a quien le corresponde abrir los ojos de nadie, porque basta que intente hacerlo para que no me crea, porque el amor es como un caleidoscopio que hace ver la realidad con otros colores y otra intensidad y que cambia el mundo a cada segundo.

Pero dime tú qué debo hacer cuando os vuelva a ver de la mano, cuando la mire a los ojos, cuando me llame para interesarse por mí, coincidamos en otro evento o me vuelva a decir que estáis pensando en tener un bebé.

Por eso, a escasas dos horas de despedirme de los coletazos de un verano que para mí termina, me doy cuenta de lo efímeras que son las olas, de la erosión de las rocas por el uso y de que, aunque no existe una respuesta universal acerca de qué es lo mejor en estos casos, es violento entrometerse en una relación que no es la tuya.

Odio ser tu cómplice, ella no se merece vivir engañada, pero tampoco soy quien para trastocar las ilusiones de nadie, aunque tú te arriesgues a hacerlas añicos si se entera. No sé si has vuelto a enamorarte o la conociste ayer, pero siento el peso de la traición -la tuya y la mía- por callar.

Y, probablemente, hoy mi post busque que alguien me indique el camino a seguir, por más que lo intento no hay manera de encontrarlo con el mar revuelto.

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Avec tout mon amour,

AA