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La mala costumbre de acostumbrarse a lo bueno

adriana2

Acostumbrarse a lo bueno es peligroso, hace que valoremos menos las cosas y éstas pasen a ser corrientes.

Este fin de semana volaba por trabajo a Mallorca y el domingo, mi día libre, moría de ganas por bañarme en el mar. En mitad de un noviembre cargado de nubes, el agua estaba más cristalina que nunca y no había un alma de las que contemplan la isla todo el año. Moviéndonos de calle en calle y de historia en historia, unos amigos que viven allí me llevaron en coche hasta la Playa del Mago, una preciosa cala virgen nudista acuñada así porque en ella se rodó la película The Magician, con Anthony Quinn, Michael Caine y Candice Bergen como protagonistas.

Me sentí como una niña en una cama grande.

Ante la atónita mirada de mis amigos, calientes dentro de su anorak, dirigí mis pies descalzos hasta el agua turquesa -menos fría de lo que cabría esperar en estas fechas-, y con una sonrisa de oreja a oreja me sumergí entera en un mar solo mío en el que dejé atrás mi rímel y el cansancio acumulado de una frenética semana sobre unos tacones que siempre me han parecido excesivos. Una vez dentro, me di cuenta de que lejos de la orilla el mundo desaparece y no importa que llueva a cántaros o no sientas la piel. Me dejé sostener por el mar mirando al cielo, con los brazos en cruz, mientras mi vestido negro se hacía pesado y se pegaba a mi cuerpo, sin contacto con el suelo ni la realidad, más allá del paisaje. Fue entonces cuando cerré los ojos muy fuerte para grabar ese momento en mi mente y recuperarlo cuando tal vez lo necesite, como cuando todavía no sabía pelar una naranja sin ayuda de mis dedos y buscaba encontrar algún juguete perdido bajo el sofá, incapaz de dormir.

Y así me dejé arrastrar varios minutos, como una estatua de mármol, atrapada en la superficie, mojada, fría y atrapándole las manos al tiempo.

De regreso a la orilla, caminando muy lentamente en un desesperado intento por no dejar escapar la sal que me cubría y un adiós silencioso hasta no sé cuándo, pensé en que nos acostumbramos demasiado rápido a lo bello: al mar, a los besos de una misma persona, a la ciudad en la que vivimos y a la que deberíamos descubrir con los ojos de un turista…

A tantas y tantas sensaciones…

Entendí el motivo por el que no hay cuerpos flotando en el mar de otoño y envidié las ganas de esos viejecitos que se agarran a la vida sumergiéndose cada mañana en baños invernales, como si cada minuto fuera el último.

Nos cansamos de lo bueno y es una pena que no aprendamos a valorar lo que tenemos, antes de echarlo de menos… aun cuando cada amanecer disfrutemos de ello. Y aunque no hay nada como hacer las cosas por primera vez, cansarse oxida la vida, una en la que los deseos deberían madrugar más que los lamentos.

adriana

Avec tour mon amour,

AA

Mis rincones favoritos de Mallorca

En la playa de Formentor.

En la playa de Formentor.

Había estado en Mallorca en un par de ocasiones, una de ellas cubriendo la Copa del Rey de Vela y la otra el caso Nóos con Urdangarin; sin embargo, no pude ver ni un pedacito de esta isla que me ha enamorado. Así que cuando por trabajo nuevamente fui a inaugurar la semana pasada el hotel NH Hesperia Villamil, de cinco estrellas, me prometí descubrirla e incluso volví a ver la película La caja Kovak para motivarme aún más.

En mi maleta, aparte de los tacones y un precioso vestido de fiesta corto, no podían faltar las gafas y el tubo de esnórquel, los bikinis y protección 50 para no acabar en quemados intensivos, pese a que terminé mis vacaciones bañándome vestida, ya que me vine arriba y el sol se ensañó con el blanco de mis piernas.

Lo bueno de tener un coche con el que moverse por la isla es que puedes recorrerla de norte a sur y explorar los preciosos sitios que me iban recomendando, algunos de ellos desiertos, pese a ser julio. Eso sí, en una semana he conducido más de 1.000 kilómetros y hay más eses en mi cuerpo que en el de una serpiente.

Activado el protocolo de ritmo guiri, mi chico y yo nos levantábamos muy prontito para que cundiera el día y así no sufrir por tener que cenar casi a la hora de la merienda, algunos días rodeada de rubios y rubias que empiezan la jornada llenando sus platos de panceta, salchichas y queso, mientras yo lo hacía robando plátanos que disfrutar a media mañana en un nuevo y sorprendente lugar mallorquín.

En mi móvil guardo fotos del ferrocarril de Sóller (que se llevó por delante una moto mal aparcada), el encanto marinero de Valdemossa, el Puerto de Andratx, el de Adriano, Puerto Portals, una noche de helados en Palma… Y hasta la de un par de caballos albinos, los animales más bonitos que he visto en mi vida.

mallorcacaballo

Mallorca huele a mar y he caminado por ella más tiempo desnuda que vestida. Me gustan las playas y las calas vírgenes a las que es difícil acceder, en algunas de ellas estás tú sola, cegada por un maravilloso turquesa y sólo escuchas el mar. Pese a eso, pisé muchas de las que me recomendaron: Playa de Es Trenc (de arena blanca y aguas cristalinas, la pena es que ya la conoce demasiada gente), Formentor (un arenal kilométrico rodeado de un bosque), cala Deià, playa Son Serra de Marina (llena de surferos y olas), cala Mondragó, cala Fornells (cerquita de mi hotel), cala Torta, cala Mesquida, cala Sa Calobra…

Playa de Es Trenc.

Playa de Es Trenc.

Playa San Serra de Marina.

Playa San Serra de Marina.

Aunque la que más me gustó fue una calita en San Telmo, a la que llegamos tras unos 30 minutos a pie por un camino de piedras y en la que me llené de barro y me sentí tan perdida y ajena al mundo que incluso hice topless; el drama vino después, a la vuelta no encontrábamos el coche y anduvimos 1 hora sin batería en los móviles, víveres o agua. Perdí un poco los nervios, aunque ahora, ya en la capital, desearía volver a perderlos otra vez… Permitidme que haga una excepción y no os diga su nombre, es un secreto.

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Para los amantes del buen comer, por esa zona hay un restaurante llamado Es Molí, alejado de otros establecimientos turísticos -al que llegamos por equivocación buscando otro Molí que nos recomendó la cónsul de Bélgica en Mallorca-, y en el que comimos súper bien y la atención fue sobresaliente. Para los celíacos, que sepáis que es un placer sentarse en una de sus tranquilas mesas y como ellos mismos dicen: la vida es muy corta para beber y comer mal.

Anteayer le dimos descanso al coche y con el barco de un amigo llegamos hasta Cala Comtessa, donde estuve atiborrando a los peces de patatas fritas (ya sé que es más impactante dar de comer a los tiburones) y rastreando con mis gafas los fondos marinos, sin perder de vista las hélices del barco no fuera que se olvidaran de mí en alta mar y se acabaran de golpe mis vacaciones. Desde la cubierta se veía el Palacio de Marivent, la residencia estival de la Familia Real Española. Un lujo.

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Aunque el verdadero lujo para mí ha sido haber exprimido cada segundo que he pasado en Mallorca. Ha resultado ser una maravillosa isla en la que me he encontrado, sobre todo, una gente extraordinaria.

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Volveré.

¡Hasta pronto!

Avec tout mon amour,

AA