Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

Archivo de julio, 2011

Cargo de conciencia

El hombre llegó a su casa a mitad de la tarde, un horario nunca frecuentado puesto que siempre trabajaba hasta entrada la noche en la oficina. Dejó el saco y la maleta en el sofá de entrada e hizo el menor ruido posible para darle una sorpresa a su esposa. Al no encontrarla en la planta baja comenzó a subir las escaleras y a mitad de los escalones sintió algunos gemidos que provenían del cuarto. Cuando entró a la habitación matrimonial vio a su mujer teniendo relaciones sexuales con otro hombre. El amante comenzó a temblar del susto mientras el hombre los miraba fijamente a los dos, sin emitir palabras ni movimientos. La esposa pensó que su marido estaba a punto de tener un ataque de nervios cuando en realidad, el hombre se sentía profundamente aliviado ya que ahora podía olvidarse del cargo de conciencia. Ahora, las culpas eran mutuas.

Las mentiras piadosas

«Sí, te entiendo», le dice, pero en realidad no, no la entiende. Piensa que se está enojando demasiado y sin necesidad. Aún así, decir la verdad no es estratégico. Seguir discutiendo durante horas, incluso días, no está dentro de sus planes y por lo tanto, miente. Le dice que la comprende, que fue un error, que ella tiene razón, que lo disculpe, que la ama más que a su propia vida. Y en eso no miente. La mima, la besa, la abraza y todo se soluciona sin ninguna traba. «Es la forma más sencilla», piensa, y la repite siempre que necesita escapar de una discusión. Se declara culpable aunque no lo sea, pide disculpas aunque no sean sinceras, es amable sin sentir que tenga la necesidad de serlo. Pero últimamente su estrategia ha dejado de funcionar. Nunca había reparado en las consecuencias de la inmensa cantidad de pequeñas culpas acumuladas.

La primera palabra

Estaba a punto de fritar unos huevos para tirarlos sobre los bifes y prepararme los famosos «bifes a caballo» a los que soy adicto, cuando al partir la cáscara para arrojar el delicioso contenido a la sartén, en vez de clara y yema encontré un ave con características bastante extrañas, entre ellas, el don innato del habla. Por si fuera poco, no solo fue raro que me hablara, sino también que pudiera hablar a tan temprana edad y además, que pronunciara la palabra «papá» sin haberla escuchado antes. Obviamente mi reacción no fue de lo más pensada y del susto arrojé hacia arriba a Diego —como lo llamo ahora— que por suerte cayó al costado de la sartén donde estaba el aceite hirviendo. Desde aquel día, si bien estoy seguro de que Diego es mi mascota, no puedo evitar pensar en el primer sonido que pareció emitir desde su pico.

Al costado del riachuelo

El escritor se imagina bajo la sombra de un árbol abundante en hojas, apoyando la espalda sobre un añoso cuerpo de madera, leyendo un buen libro. A unos pocos metros pasa el riachuelo y el tranquilo arrullo del agua golpeando sobre las rocas es el sonido que más destaca. A su costado, una copa transpirada con un fresco sauvignon blanc descansa sobre el césped. El verano se siente en la piel y se huele en el aire. Tiene su libreta de anotaciones apoyada sobre su pierna y en medio de la lectura es invadido por una reflexión. Deja el libro a un costado y se dispone a anotarla: «estoy haciendo lo que quiero hacer y lo que es mejor, lo estoy haciendo donde quiero», escribe a puño y letra, pero recuerda luego que tanto la frase como la ambientación son producto de aquella fantasía privada, casi erótica de su imaginación.

Personaje desanimado

Tengo dos hijos, una esposo que me ama y una mascota. Voy al banco a pagar los impuestos como lo hacen todos y hago zapping en la televisión, como lo hacen todos. Lineal; así es mi vida. No soy más que un personaje en una hoja. Hago las cosas de la casa, lavo la ropa, baldeo los pisos, cocino la cena y el almuerzo, lustro los muebles, lavo los platos, plancho, tiendo las camas. Llevo adelante una vida monótona y aburrida, rutinaria y carente de aventuras solo porque aquel que la redacta ya no tiene ideas. Soy un simple personaje, uno más del montón y por más que intente, siempre voy a ser incapaz de tomar una dedición por mi misma, de narrar mi propio destino. Daría cualquier cosa por poder pararme al final de la oración, con los pies sobre el punto final, y saltar fuera de esta historia.

Apretón de manos

Se pueden aprender muchas cosas de una persona cuando se lo saluda con la mano, y por eso mismo es que utiliza su saludo de acuerdo a cómo necesita que lo vean. Él es capaz de disfrazar u ocultar su personalidad con un estudiado apretón de manos. Un saludo firme habla de confianza en sí mismo, y si afloja un poco la presión que ejerce su mano, se convierte en una persona de confianza. Pero ciertas veces es necesario mostrarse con un carácter más bien inocente y moldeable y, en esos casos, relaja su mano completamente y ayuda el saludo con los ojos, bajando un poco la mirada. Así es como saluda a sus enemigos. «Otra forma de brindar confianza», piensa. Su mano, floja, deja ver cierto grado de temor y debilidad. Luego, con su contrincante confiado, da el zarpazo. Sus manos se convierten en tenazas. Sus dedos en tentáculos.

Las Maratones

Nos levantamos a trabajar como todos los días. Tarea cotidiana; tarea de todos los días. Y para ahorrar, viajamos en bicicleta. Así lo hacemos durante largos años, generando un buen margen para pagar alquileres, comprar ropa, alimentarnos, financiar alguna que otra salida a un restaurante, ir al cine, adquirir tecnología, comprarnos algunos libros usados y demás cositas que no nos representan un gran gasto. Pero cierto día nos subimos a la bicicleta y a las pocas pedaleadas comenzamos a sentir el peso de la cotidianidad, de las responsabilidades, de la rutina. El pedal se pone cada vez más pesado hasta que es imposible avanzar y no nos queda más remedio que girar el fiel vehículo, volver a casa y llamar al trabajo para decir que nos sentimos enfermos. En ese preciso momento, nos damos cuenta que la postura del cansado no solo la carga el cansado, sino también el aburrido.

Objeto de descarga

Yo la quería con locura, pero ya no podía vivir junto a ella. No voy a negar que pasé buenos momentos, mas cuando comenzó a tener ese tipo de actitudes caprichosas, me vi obligado a tomar una decisión. Su carácter comenzó a ser pésimo; cada vez se enojaba con más frecuencia y yo, por estar siempre a mano, era el primero con el que se descargaba. Sin ir más lejos, me falta un ojo desde que no le permitieron ir a una fiesta por no haber terminado las tareas. Me sostuvo con fuerza desde mi brazo y comenzó a golpearme contra el suelo para descargar su bronca. Aquel día también descosió mi axila. Aguanté un tiempo hasta que decidí marcharme. Hace varios meses que escapé de casa y ahora la vida es más tranquila. No me molesta ser un vagabundo, principalmente porque ya estaba acostumbrado a dormir en el suelo.

Fuego sobre el bosque

Se abrió la ventanilla del automóvil y una mano arrojó un cigarrillo encendido hacia el costado. La brasa cayó sobre la gramilla amarilla y seca de la banquina y dio origen a la primera llama que, avivada por el viento, comenzó a expandirse a lo largo de la carretera hasta alcanzar la superficie arbolada del bosque. Para cuando los bomberos fueron advertidos y llegaron a la zona, el fuego ya había arrasado con varias hectáreas y eliminado gran parte de la fauna del lugar, que no había podido escapar del veloz avance de las llamas. La escasa cantidad de agua de las mangueras y los helicópteros nada podían hacer y la única esperanza a la vista era el grupo de nubes que apareció casi espontáneamente sobre el cielo. Los dioses, pensando que se trataba de una inmensa ofrenda, enviaron lluvias para calmar el fuego y bienaventuranzas para quien lo originó.

Problemas de memoria

Su mente absorbía como esponja absolutamente todo lo que sus ojos veían, todo lo que sus oídos escuchaban, todo lo que sus papilas gustativas degustaban, todo lo que él mismo decía. Incapacitada para olvidar, su memoria, aunque privilegiada, atentaba contra su cordura puesto que el contenido de la misma ocupaba demasiado espacio en su cerebro. Recordar en detalle todos los sucesos de su vida, incluidos los más cotidianos, era una verdadera tortura. Cada nombre, cada rostro, cada fecha de cumpleaños, cada festejo, cada lugar, cada patente de automóvil, cada paisaje, cada definición, cada mínimo detalle de lo acontecido; todo se almacenaba en su cerebro sin ningún tipo de filtro y la información acumulada, en su gran mayoría, era totalmente inútil. La única solución consistía, evidentemente, en tratar de olvidar lo recordado y vaciar un poco la mente. Finalmente encontró, en el alcohol, la solución que no podía darle el tiempo.