140 y más 140 y más

"It's the end of the world as we know it (and I feel fine)" Michael Stipe

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Hablemos del postureo

Hablemos del postureo; la pose, el tabureteo. Sentarse en lugar destacado, bebida alcohólica y burbujeante en mano, esperando a ser visto y juzgado con ojos muy abiertos, a lo plato sopero. Follow the leader.

Se ha puesto de moda el palabro en cuestión en las redes sociales (y cuando alguien dice ‘en las redes sociales’ quiere decir ‘en Twitter’), aunque caerá sin ruido, como el (la) bitcoin. El nombre, no la actitud. Los profesionales del postureo nos invadieron hace tiempo.

Este tipo de chanzas en Internet -que poco se hacen en la vida real, a lo sumo en círculos privados- muestran dos tipos de ganas: las de reírse de uno mismo, muy necesario, y las de lanzar pullas al aire. El que quiera darse por aludido, que se dé. Veáse @Postureo_.

Todos hemos practicado el postureo alguna vez. Todos hemos pensado en darle el nombre de Margaret Thatcher a una calle alguna vez. Postureo. Twitter se con-gracia con la pose mientras ella domina el mundo, desde el gastro inspirado en Flaubert hasta las frases del running. ¿Y qué decir de @luis_el_cabron?

Inventemos, como la Q de calidad, una F de fake o una P de postureo para colocar cerca de nuestros nicks. Un jurado experto –E de experto también se contempla– atribuiría los honores: ‘fulanito de tal ha sido reconocido esta semana con dos P’. Los tiempos tuiteros son más fugaces. Para todo lo demás, Instagram.

Los viernes serían denominados Día del Postureo. Pero como los jueves son los nuevos viernes -desde mis tiempos mozos, en fin-, se podría hacer una excepción. Mucho evento postural. ¿Sabéis qué? Los hashtags son postureo, pero nadie se ha dado cuenta.

Vale, dilo, pero en 140 caracteres

Por alusiones (léase el título de este blog), tengo que decir algo. O al menos solicitar oficialmente que la medida ‘140 caracteres‘ entre en nuestro sistema métrico decimal.

Si los campos de fútbol y el sueldazo de CR7 -¿o era 9? Me pierdo- han recibido el consenso social y mediático en este tema -para extensiones euroalcorconeras, millones supuestamente afanados o rescates inconclusos, por ejemplo-, no veo razón por la que las expresiones tuiteras no puedan ser reconocidas. De hecho, su uso ya marca tendencia (ojo, señores RAE): ya nadie dice «una imagen vale más que mil palabras», pensadlo. Ahora todo es, si cabe, más afil(n)ado.

 

 

El líder de CiU, Duran i Lleida, ha dicho durante su intervención en el debate del estado de la nación que «reducir la política a 140 caracteres no es política». Depende del cristal, como casi todo. Supongo que el diputado se refiere a los modos, la depreciación y los globos sonda que en ocasiones rellenan el discurso político. Se queja de que muchas veces no hay contenido en lo que los líderes y dirigentes transmiten a los que les escuchan. Se olvida Duran de que existen los benditos enlaces, que son los que acompañan a las palabras y los titulares.

 

 

El contenido siempre fue lo importante, aunque mucho se contribuya para difuminar esta idea. Si no se hace, no es que no se pueda, a lo mejor es que no se sabe hacer. O no se quiere, vaya. La política está más que capacitada para colocar enlaces en esos simbólicos 140 caracteres y no dejar que le saquen los colores por pasarse con la retórica.

 

 

Lo interesante es que los ciudadanos pinchen y accedan (cuezan y enriquezcan). Y lo más difícil, también. ¿Hemos caído en el clic fácil con la política? ¿Hay en ella como en el ecosistema -siento el palabro– de Internet community managers con subidones? Hay debate, porque nadie piensa lo mismo al respecto.

 

 

Casualidad, el Congreso de los Diputados ha escuchado hoy esta alusión cuando Twitter pone en marcha una limitación en el espacio. Los tuits con enlaces o fotos pierden caracteres y se quedan en 118 o 117 si llevan un enlace https -los que incluyen solo texto mantienen incorrupta su extensión-, aunque no dejan de tener tantos como para que la vida misma (o la muerte misma) no pueda ser retratada.

No obstante, habiendo tuiteros cuyos caracteres son distintos a los del resto -en la variedad reside el gusto, pero también la sabiduría- y reciben premios por ello, no hay nada que temer. El universo conversacional es enorme. Y sí, me refiero a @mtascon y sus…

 

 

En cualquier caso, recordad: dotar de contenido nuestro mensaje de 140 caracteres con enlaces, contexto o sustancia no quiere decir que tengamos que ser farragosos o extremadamente pesados. Y, sobre todo, es esta una tarea que demanda -hablemos de Twitter o de política- un elemento muy importante para la comunicación en general: ir al grano.

 

 

Propósitos (por si acaso) 2013: 1 día, 1 red

Me diréis que no se cumplen y que normalmente tienen más de idealistas que de realistas, pero no voy a hablaros de propósitos a largo plazo, sino de algo que podéis (debéis) hacer un día de estos, aprovechando las vacaciones (si es que las tenéis) o al menos un festivo suelto. Al igual que ordenamos los armarios o las librerías de casa, poner orden en las redes sociales viene bien de vez en cuando. Y me refiero a un Facebook, un blog, un Tumblr, un Menéame o un Linkedin, a las más comunes.

Imagen de Magnus D

Ahora que empieza un nuevo año, podemos hacer un repaso a toda nuestra existencia digital. Para los que no tengáis mucha -seguro que más de la que creéis-, a lo mejor en un día lo tenéis solventado. Para los demás, recomiendo empezar por aquello que usamos más. Y aquí permitidme que os cite el correo electrónico, que no es estrictamente una red social, pero que sin duda es lo que más se utiliza: vaciad bandejas, mandan correos pendientes y dejadlo todo a cero.

En cuanto a las redes, y dados los cambios que últimamente han hecho muchas de ellas, creo que algo inteligente es repasar las configuraciones de nuestros perfiles, la privacidad, quién puede ver lo que publicamos y quién no, etc. Una por una. Y, por supuesto, hacer limpia de ‘amigos’, seguidos y demás. Ya, suena un poco cruel, pero es que es muy sencillo engrosar una lista que en un momento dado puede llegar a monstruo. Aquí, la ‘táctica de los jueves’ que os comenté en su día es muy útil.

El consejo es eliminar todo aquello (o a todo aquel) que ha dejado de aportarnos algo. A continuación, algo que no solemos cambiar: la foto del avatar. Podemos buscar una más actualizada o que represente un poco mejor lo que queremos ahora. Yo intento poner la misma en todos mis perfiles (también el nick), aunque esto no lo cumplo a rajatabla con algunas cuentas privadas; sí lo hago con el nick, siempre es el mismo, al menos desde que tengo conciencia digital.

Actualizar ‘bios’ o curriculum puede ser el siguiente paso, si es que tenéis algo que actualizar. Hablo de Linkedin, pero también de los textos breves que ponéis en los perfiles de Facebook o Twitter, por ejemplo. Eso que os define en una palabra o dos, o bien, ese blog que tenéis (¡ponedlo!). También podéis, de forma adicional, tener un about.me o similar. Un lugar en el que, de un plumazo, la gente pueda ver lo que sois en Internet y las redes sociales; los que tenéis web propia podéis mostrarlo ahí.

Hablando de blogs. Si tenéis alguno medio abandonado, cerradlo o retomadlo. Lo mismo con Tumblrs y demás (es mi caso, yo voy a tener que ponerme las pilas bastante). Poned al día vuestros tablones de Pinterest, los álbumes de Flickr y Facebook, etc. Y repasad todas esas cuentas o registros que hicísteis en webs, medios de comunicación, redes sociales que al final no tuvieron éxito u otras que usáis poco. Sopesad si queréis seguir con ellas.

El conjunto debería ser asequible y manejable, aunque esto no suele cumplirse casi nunca.

Por último, siempre es práctico fijarse en los perfiles de amigos y conocidos para saber en qué redes sociales se mueven o cuáles acaban de descubrir. Fijáos en gente que tenga una presencia en Internet solvente, constante y actualizada y a lo mejor podéis sacar ideas para la vuestra. Probad redes nuevas (sin ansiedad, ¿eh?) y, sobre todo, alternativas: de fotografía, profesionales, anónimas, de colaboración y cultura libre, temáticas, sobre hobbies, de storytelling, de vídeo

No os volváis locos, podéis proceder así tanto para organizar como para explorar: un día, una red. Así no se os hará pesado.

* Imagen de Magnus D.

Facebook, ¿qué más quieres que te cuente?

Espero, no sin miedo, a que llegue ese día en el que una de nuestras queridas redes sociales nos interpele de forma espontáneo-premeditada con un correo electrónico o incluso con un pop-up mientras navegamos. «Estoy convencido/a de que te has tomado un café con churros, como sueles hacer los domingos, ¿quieres subir AHORA la foto de tu desayuno?». Llegará. Veréis.

Ya se sabe. Uno le da la mano a alguien y enseguida el brazo se convierte en el siguiente elemento codiciado. Sobre todo si están en juego una comunidad de usuarios y un monto de dinero sustancioso. La pelea por retener perfiles es evidente; aunque también es normal. Y nosotros nos dejamos querer, o bien, huimos horrorizados hacia otro entorno si es que nos vemos acorralados o no creemos manejar lo que puede ocurrir con nuestro contenido.

¿Qué me pasa? Que Facebook me ha hablado hoy. Y no sé qué más contarle, vaya. La famosa caja en la que escribimos nuestro «estado» ha empezado a alternar diferentes preguntas (mirad, mirad) más allá del ‘qué haces’ o ‘qué piensas’ y claro, el efecto bloqueo ha sido inmediato. ¿Que cómo me siento? No me tires de la lengua. La agresividad sube medio punto. Imaginemos un repertorio mayor de cuestiones concretas: «Veo que tienes una relación complicada, ¿y eso?». Ay.

 

 

Exagero, aunque con una risa nerviosa de fondo. Como las diferencias entre ricos y pobres, el abismo entre los expuestos y los escondidos crecerá. Unos acabarán midiendo sus palabras hasta en las cartas a Papá Noel (ver política de privacidad); otros explotarán la vía Ed Harris, con seguimientos transmedia de sus 24 horas de vida. No me extraña que la hermana de Mark Zuckerberg se líe. No es fácil optar por el camino medio.

Resulta que colgó una foto en Facebook con su familia que, en principio, solo podían ver sus amigos. Pero etiquetó a su hermana y entonces la instantánea era también visible para los amigos de esta. ¿Qué pasó? Que alguien la tuiteó. Y Randi, la hermana de Mark, se enfadó un poco, aunque luego reconoció que la culpa había sido suya, no sin dejar de mencionar la «decencia y humana» (¿?) (aquí la secuencia completa). En casa del herrero…

 

 
No son Randi ni su hermano, el jefe, de los que hacen marketing con sus cosas. Por estos lares españoles tampoco se da esto en las altísimas instancias. O no como lo hacen Barack Obama y su equipo, con una estrategia global enfocada a enseñar del día a día presidencial, con tuits, vídeos, fotos y demás, como si de la estética se dedujera un fondo kilométrico. Se trata de enseñar sin contar mucho, de empatizar y de demostrar que uno está ahí. Y que mola.

 

 

En Pinterest o en YouTube, tanto da. Desde luego, saben cómo controlar ese aspecto y lo hacen muy bien. Decía que aquí vamos por detrás, pero me parece a mi que cualquier intento por asemejarnos a la inmaculada propaganda estadounidense va a interpretarse mal. La casa real intenta seguir esa línea y estrena canal de vídeo, web y «preguntas frecuentes». Nos parece poco, porque hay demasiadas cosas que queremos saber y que no encontramos en ninguno de esos sitios (¿en la entrevista? nah). ¿El making of del mensaje de Navidad? Eso ya es un poco más Obama.

(Aprovecho para sugerir que las fotos y vídeos que difundan casa real, Moncloa y similares instituciones tengan una licencia de dominio público o creative commons. Por comentar).

No nos atrevemos demasiado, no acabamos de verle la gracia a colgar una imagen distendida con nuestra familia sin pixelar las caras de nuestros hijos, como hizo ayer mismo el presidente del Gobierno.

 

 

Mariano Rajoy no es muy dado a exhibir su lado personal, sorpresas aparte. Salvo algunas fotos de reuniones o cumbres o visitas a tropas, por ejemplo, cualquier cosa que comparte Moncloa en redes sociales tiene un carácter muy serio, siempre de trabajo. ¿Habría que cambiar eso? ¿Nos reiríamos si de repente Presidencia difundiera una imagen de estas características? (Es de Pete Souza)

 

 
Voy terminando. Creo que hay gente que acaba confundiendo el hecho de mostrar sin enseñar con ‘les doy algo para que estén contentos y así no me dan la brasa’. Que supongo que justifica buena parte de los excesos en redes sociales de algunas caras conocidas. O igual se trata de una simple ingenuidad, fruto de una confianza ciega en el feedback bueno.

Hace no mucho, el futbolista Gerard Piqué compartió en Twitter una imagen de la ecografía de su bebé, el que va a tener con Shakira. Mi opinión personal es que eso es como enseñar unos análisis de sangre o algo que sepamos calificar sin ninguna duda con la palabra «privado». No soy especialmente remilgada con este tema, pero sí creo que la prudencia es importante. El tema de los padres que monitorizan las existencias de sus hijos en las redes sociales da para una tesis que no pienso escribir, aunque ya hay gente posicionada, muy en contra, al respecto.

Antes era patrimonio de famosos o de padres de estrellas infantiles exponer al vástago al escrutinio social masivo, aunque luego terminaban quejándose igual por el interés suscitado; ahora ya puede hacerlo cualquiera. Internet y las redes sociales son una magnífica herramienta para comunicarnos, aunque yo no le enseñaría una ecografía de mi futuro hijo a la señora del estanco. Pero hay quien sí. Las elecciones son siempre personales.

Como la de compartir con todo el universo las circunstancias de tu cena de Nochebuena, en general -ojo, Nochevieja está cerca-, o las de tu cuñado, en particular. Aunque esto va a ser una necesidad psicológica, me temo. O si no, ¿qué hacíais todos enganchados al móvil?

 

 

De profesión, ‘influencer’

¿Sabéis qué es un influencer? Bueno, pues es un anglicismo relacionado con el marketing, con perdón del community manager. Principalmente, su uso hoy en día (y siempre, vamos) sirve para significar a personas influyentes en ciertos círculos. Aquí, la diferencia entre influenciar e influir (por si os lo estabais preguntando).

Son personas cuyas recomendaciones, que dirigen a sus miles de seguidores constantemente, deberían ser de fiar o, al menos, deberían ser tenidas en cuenta. Por eso, aquellos que intentan -llámense marca, persona, partido político o medio- aprovechar las capacidades de esos individuos de conectar con un grupo de gente, se supone que confían en que su mensaje se distribuirá en positivo por ahí. Llámese «ahí» al barrio o a Internet. La negatividad es el drama y una prueba de fuego para una posible crisis, que no son nada fáciles de gestionar.

Muchos famosos son utilizados como influencers. Y muchas veces, profesionales reconocidos en ámbitos que no son los suyos. Me explico. Para mi, el término influencer podría caber en una presentadora de telediario, apreciada por la audiencia, hablando de las maravillas de una crema en plan informativo. Por este motivo, lo de los influencers tiene bastantes cruces conceptuales con el tema publicitario. Y a veces económicos, para qué nos vamos a engañar.

Estoy convencida de que en el terreno de la comunicación habréis oído hablar de los influencers, y más recientemente en todo lo que tenga que ver con las redes sociales. A saber: yo monto un sarao y me cuido de invitar a cierta gente que sé que hablará bien de mi –en Twitter y al segundo, sobre todo– y que conseguirá que mi reputación en la Red suba como la espuma. En efecto, amigos, esto es más viejo que el comer, pero también se recicla y adapta a las nuevas tecnologías.

Joul's scream

Yo también soy de las que creo que el mundillo social media está en plena burbuja. Es el ciclo vital, que diría la versión traducida del musical de El Rey León. ¿Por qué esta disertación? Pues porque esta mañana muchos periodistas hemos recibido una nota de prensa con un acto de presentación en el que se mencionaba la presencia de una influencer. Y ya.

Algunos comentarios -por supuesto, en Twitter, aunque también en otras redes– no se han hecho esperar, todos orientados hacia la profesionalización de la figura del frecuentador de saraos, independientemente del contenido. En los casos extremos -y esto es una broma, no se me entienda mal-, esta interpretación del asunto me recuerda a las señoras que toda la vida aparecen en los saraos, de lo que sea, pero nadie sabe qué hacen allí. Bodas incluidas (doy fe).

«Se nos va de las manos», he leído; «Vividores 2.0», sigo leyendo. No ha pasado de ahí, pero es la primera vez que yo he visto que una marca o empresa utilizaba ese término como reclamo externo -para dar a entender una trayectoria, una experiencia, una entidad- y no interno. Me ha suscitado curiosidad, aunque casi siempre me ocurre con este tipo de términos.

Ahora vienen las preguntas: ¿qué pensáis de este lenguaje? ¿Creéis que los influencers deberían ser especializados o no? ¿Es esto una deriva extrema del término recomendación –tan importante en la Red, que quede claro– hacia una mercantilización? ¿Será que unos recelamos de otros en Internet y todos queremos ser protagonistas de la conversación? ¿En quién confiáis para tomar decisiones? ¿Qué tal si le cambio su detergente por Gabriel? Y así.

P.D.: Ah, creo que me llamaron una vez como influencer. Aunque en realidad no era para dar publicidad después a lo que escuché o debatí, sino al contrario. Como influencer, querían conocer mi opinión sobre un asunto por mi experiencia en Internet y en redes. La mia y la de un grupo de personas. Una experiencia curiosa, desde luego. Y no, no era una marca; era un partido político.

*Imagen: Joul’s scream, de L.Bö.

12 cuestiones (mías) sobre Twitter

1.- Twitter es una empresa privada. Se montó un buen escándalo cuando anunció que aplicaría censura local, en función de las legislaciones nacionales. Abrió la posibilidad de eliminar contenido de forma aislada, solo para un país. Algunos lo consideraron un palo a la libertad de expresión; otros, todo lo contrario, por aquello de que la censura ya no es global.

2.- Las legislaciones, en general, no están al día sobre redes sociales, ni cuando hablamos de información, ni cuando hablamos de publicidad ni cuando hablamos de simples expresiones o comentarios anónimos. Por supuesto, fenómenos como el trending topic o el retuit masivo, tampoco se consideran jurídicamente, aunque sean noticia a diario.

3.- Difamar, injuriar o calumniar debería ser lo mismo en Twitter y en Facebook, en China y en Paraguay. Dentro de Internet y fuera. Entiendo que lo es. Igual que la libertad de expresión. Volvemos a lo local: en cada país estos conceptos son diferentes, aunque hay normas internacionales que intentan proteger los derechos fundamentales. Y gente que intenta ayudar en este sentido.

4.- No, no podemos olvidarnos del hecho de que en la Red la publicidad, la amplificación y la difusión son mayores que en el mundo real. La «publicidad» está contemplada en el Código Penal en ciertos delitos.

5.- ¿Cuánta gente ve realmente un tuit? No hay manera de saberlo. Solo es posible saber quién retuitea y quién favoritea. Al margen de esto, claro, está aquello de que los retuits sin leer el contenido (a veces ni siquiera el propio tuit) son frecuentes.

6.- Los bulos y los rumores han existido desde el ‘uno de vosotros me va a traicionar’. En el pueblo, en la empresa, en casa, en el colegio y en el monte. Darles pábulo o no depende cada uno; hay gente especialista en hacerlo y hay otra que se lo cree todo. El uso de las redes sociales es libre y, es verdad, hay personas que no han entendido cómo funciona eso.

7.- Hacerse eco de un bulo o un rumor es el pan nuestro de cada día, lo que no quiere decir que esté bien. Pero claro, nuestras fuentes casi siempre con fiables (nótese la crítica). ¿Era la BBC una fuente fiable para los británicos en el caso de Lord Alistair McAlpine aunque la cadena no lo citara expresamente? En principio, sí.

8.- ¿Tiene sentido querellarse contra 10.000 personas por difundir una información en Internet cuya fuente es otra distinta? Unos hicieron comentarios y otros, simplemente, replicaron contenido. ¿Unos son peores que otros? ¿Se les puede imputar un delito a todos ellos? Para mi es dudoso. Partían de una información que consideraban veraz (el concepto a sabiendas, a propósito -y aquí, no sé por qué, me acuerdo de Garzón-, es importante, creo) y, a partir de ahí, si se cometió alguna vulneración de la ley es otra cosa.

9.– El exasesor de Margaret Thatcher dice que pedirá una compensación en forma de donación simbólica a una ONG. En casos como este, en los que una acusación falsa y grave se propaga por la Red de forma injusta, me parecería una buena acción que partiera de la comunidad de usuarios como admisión del error y el apoyo a las buenas prácticas en la Red. Por qué no.

10.- Ya ocurre: usuarios de Twitter ya han sido metidos en la cárcel por regímenes concretos; en otros lugares, delitos como amenazas directas de muerte son perseguidos en arreglo a las legislaciones nacionales. Claro. Por no hablar del derecho de rectificación, tuit-sentencia incluida.

11.- Todo el mundo mete la pata. En este caso el tema salpicó a gente influyente y de medios de comunicación. La BBC metió la pata. Todos metieron la pata.

12.- ¿Qué pasa con una víctima de escarnio público? ¿Cómo resarcir a una persona señalada sin fundamento? ¿Es diferente una burla masiva a un castigo verbal masivo? ¿Son diferentes los juicios paralelos en la calle a un imputado, que no acusado? Y, sobre todo, ¿es responsable el medio utilizado?

Pinterest, for your eyes only

La palabra «secreto» es siempre interesante, conlleve novedades o no. Pinterest lo sabe bien, y por eso la noticia de que ha puesto en marcha tablones «secretos» ha gustado mucho entre sus acérrimos. También ha caído bien, supongo, entre las marcas, grandes usuarias de esta red social. En Facebook uno puede -podía- crear un álbum de fotos for your eyes only, escogiendo a una persona o a un grupo para que tengan acceso a esas imágenes. Se hacía -se hace- con fotos de familia, de fiestas, etc.; todo, principalmente, de carácter privado. En Pinterest supongo que más bien se trata de aficiones no confesadas o de, como voy leyendo por ahí, ideas para regalos y preparación de celebraciones de todo tipo. Cómo no, bodas incluidas.

No es, por tanto, algo original, aunque sí pueden comentarse varias cosas. El hecho de que se apueste por contenido que solo unos pocos van a manejar es una regresión -y un acierto para la evolución de esta red- en tanto en cuanto Pinterest es una vitrina pura y dura. La palabra regresión, en este caso, es meramente descriptiva, pero no calificativa. Hay un movimiento sutil pero visible , o eso creo yo, que apuesta cada vez más por una menor exposición personal en Internet. Este movimiento, a mi juicio, parte de los propios usuarios, que tras haber participado en muchas redes haciendo visibles sus gustos, sus opiniones y sus propias caras, ahora busca retroceder un poco. Pero esto es solo una percepción.

En cambio, creo que las redes -y lo hemos visto hace poco con los perfiles web de Instagram– están apostando por todo lo contrario. Por eso creo que Pinterest se marca ahora un tanto con los usuarios y sus ganas de esconder ciertas cosas. Más sencillo todavía: ¿tienes el perfil cerrado en Instagram o usas los mensajes privados de Twitter como un chat? Pues eso, que la parte privada es casi imprescindible. Además, ahora cuando haces un repin de una imagen de otro usuario dentro de uno de tus tablones privados, la otra persona no se entera. Y todas las imágenes que metas en ese tablón privado nadie las puede ver. La parte más atractiva, en cualquier caso, sigue siendo que el tablón «secreto» puede ser colaborativo.

De ahí que sirva para compartir en grupo ideas, fotos, artículos… en definitiva, para el brainstorming. También le puede servir a una marca para invitar a usuarios escogidos a probar ciertas cosas, leerlas o verlas. O para hacer, mismamente, un storyboard. En principio, cada usuario tiene derecho a tener tres tablones «secretos» y a usarlos como quiera; si quiere otro, debe reciclar o eliminar uno de esos tres. Cualquier tablón de nueva creación puede ser «secreto» y después transformarse en público, pero nunca al revés. Por último, leo que un miembro invitado en un tablón «secreto» puede repinear una imagen del mismo en otro de carácter público, aunque eso no mostrará información del tablón privado ni enlazará a él.

¿Demasiado lío? No tanto. La conclusión fundamental, para mi, es que si quieres compartir algo secreto escojas bien a las personas con las que hacerlo. Y que, desde luego, el contenido que compartas no sea secreto en el sentido bíblico, no vaya a ser que te metas en un lío. Puedes entender estos tablones como algo práctico para trabajar en grupo, para guardar contenido para uso personal -un ‘leer después’ como cualquier otro o un recordatorio- o para hacer partícipes a tus amigos de algo que preparas. Quizá se convierta en el nuevo ‘te invito a mi fiesta’, nunca se sabe. Si queréis saber cómo crear un tablón «secreto» podéis leerlo aquí o aquí. Comparto, además, un sencillo esquema con algunas ideas de uso.

 

Source: choblab.com via Mehdi on Pinterest

El turista un millón

Esto es lo que ha sonado en mi cabeza…

 

 

…cuando hoy he visto estas tres cosas en un periódico de tirada nacional, en una entrada en Facebook de otro diario y en una nota de prensa en la web de un partido político:

 


El otro día se preguntaba una amiga: «¿Cuándo dejarán de decir los titulares que alguien ha dicho algo en Twitter?».  La respuesta, aunque no verbalizada, apuntaba a un simple «cuando ya no esté de moda». ¿Nos estamos pasando un poco mirando a las herramientas en vez dedicarnos a usarlas?

Me surgen varias dudas con este tema. No sé si acabamos de darnos cuenta de que tenemos lectores y votantes; no sé si tenemos inflado el ego virtual; no sé si nos publicitamos en vez de comunicar; no sé si nos hemos acomodado en Internet o es que llegamos tarde. A veces me da la impresión de que los llamados internautas -terrible palabra- son (somos) considerados todavía como un colectivo especial, desconocido y extraño, al que hay que adular y reconocer, simplemente porque hay que captarlo.

Probablemente todas las manifestaciones que se ven en la imagen no impliquen nada más que un simple agradecimiento, aunque me consta que cada uno de los que las ha expresado -indirectamente, creo que me comprendéis- entiende las redes sociales de una forma muy distinta. Supongo que no basta con premiar al turista un millón, sino que además hay que hacerle caso.

La Regenta tróspida

Pasará tiempo hasta que oigamos el nombre de una red social en el cine, una serie o una obra de teatro y nos parezca normal o nos pase desapercibido. Añadiría un telediario o un programa de televisión e incluso cualquier frase de un político o un personaje conocido. ¿Y la música?

Pasará tiempo hasta que dejemos de oír «internautas» en vez de personas o ciudadanos.

Estas herramientas -y la misma Red- deben pasar aún por un proceso de normalización social, aunque suene paradójico. Y eso que, en algunos aspectos, ya son cosa del pasado.

Desde luego, el cine siempre nos ha llevado a todos ventaja en estas cosas, ya que se ha podido permitir imaginar el futuro y especular con el modo en el que la tecnología nos acabaría facilitando la existencia. Por eso nos hace tanta gracia ver películas en las que no aparecen teléfonos móviles o donde un correo electrónico es crucial en el desenlace.

Por supuesto, estos referentes culturales no afectan de igual manera a todo el mundo. Reconozco que muchos -y me incluyo- vivimos en una burbuja que se retroalimenta. Pero tratar como tontos a los neófitos nunca fue una buena idea. Es mi opinión personal.

Hago esta reflexión porque he ido al teatro y he visto La Regenta. La obra, estreno en Madrid, está dirigida por Marina Bollaín y es una versión libre de la obra de Leopoldo Alas Clarín. Y tanto. Traslada a los personajes de la novela del siglo XIX al día de hoy y hace una analogía entre aquella Vetusta hipócrita y superficial y la sociedad actual.

Wikipedia, Twitter, Facebook y Skype están presentes en el texto desde el primer minuto. Son unos términos lo suficientemente reconocibles por el público, así como su supuesto (presunto) uso general y artificioso, que es el que se refleja en esta ocasión en las tablas.

Estoy de acuerdo con que se nombren como piezas de un puzzle que critica la ligereza de nuestros días y que se circunscriba al cotilleo televisivo y al «fariseísmo» colectivo. Yo también frunzo el ceño cuando ciertos espacios catódicos nombran algunas redes como si fueran moda o pasatiempo.

Pero he acabado comprendiendo que las redes sociales son, en definitiva, el uso que cada uno hagamos de ellas. A cada uno nos sirven de una forma. No existe una manera de usarlas buena ni mala. Es la voluntad, la actitud y la intención de las personas las que merecen, en cualquier caso, esos adjetivos.

Lo que me chirría es que, en vez de intentar normalizar o hacer humor fino con el tema, se caiga en el error de fabricar chanzas fáciles. Para que (presuntamente) todo el mundo lo entienda. [Puede que no ayude el hecho de que la obra en cuestión no sea de lo mejor que han programado los Teatros del Canal].

Y es ahí donde me acuerdo de algún otro ejemplo de integración, de traslación, limpio y sin señalar lo obvio, en el que los medios no son los protagonistas: Sherlock.

«La tecnología nos da información útil, pero no resuelve el crimen». Ese es el quid. Aunque eso no quita que María Teresa Campos diga en su programa que ha olvidado su contraseña de Facebook o que en Twitter se comente con avidez el modelo de sus zapatos. Es la grandeza del medio. Y si no, que se lo pregunten a los tróspidos y compañía.

¿Para qué y cómo uso las redes?

Resulta que cada vez que aparece una nueva red social tenemos esa sensación de que hemos de estar en ella, por lo que pueda pasar.

(Por si acaso) creamos una cuenta y confiamos en que de algo nos valdrá o, por lo menos, nos aseguramos de que nadie va a apropiarse de nuestro usuario, ese que ya tenemos muy bien posicionado en los escaparates mainstream. Por el que nos conoce todo el mundo.

#yoconfieso que lo he hecho alguna vez, por ejemplo, con (Go)Miso -para compartir qué serie o película estás viendo en la televisión-, Eskup -la red social de El País– o Quora -no sé, ¿dónde queda entonces Yahoo answers?-, a las que después no he dedicado prácticamente nada de mi tiempo. También es cierto que me pica la curiosidad y opto por investigar de primera mano cuál puede ser la utilidad de la red en cuestión, cómo es su diseño, etc. (Por si acaso).

Me quedé sin profundizar en Yumit -¿se lo habrá comido Instagram?- o en los check-in de Foursquare; aunque creo que tendré que recuperar el tiempo y ponerme las pilas con la geolocalización si atiendo a los buenos consejos de Ana Ramírez (@petitsetmaman): ojo, que en los próximos diez años se lanzarán al espacio 230 nuevos satélites comerciales. Recomiendo que echéis un vistazo a esta presentación que hizo en el último CafeyTwitts.

Con todo esto me estoy refiriendo a redes sociales que todos conocemos, las mayoritarias.

Después hay muchas más, específicas, temáticas, de las que un día de estos os hablaré. Pero es que The Wall Street Journal ya nos ha explicado esta semana, citando datos de ComScore, que Facebook se lleva una media de 6,7 horas al mes por usuario de redes sociales. Además, Facebook acaba de anunciar novedades importantes. Igual que Twitter.

Mi uso de las redes sociales se limita a un número de ellas concreto, aunque ya le he echado el ojo a Path, que por cierto utiliza nuestro meteorólogo Emilio Rey (@digitalmeteo); le preguntaré. Aunque hay muchas más cosas que investigar por ahí.

En mi caso, no recuerdo si fue antes Facebook o Twitter, pero con ellas hago cosas muy diferentes. La primera sigue siendo bastante más personal y mantengo incluso el perfil cerrado, aunque tengo intención de cambiar esto. Creo que usamos muy poco esta red social para cuestiones profesionales, porque LinkedIn se ha adelantado por la izquierda y porque a mi, que soy periodista, Twitter me hace un buen favor con el tema de la inmediatez.

Me he propuesto subsanar el error y, poco a poco, nutrir mi perfil de Facebook con otras cosas orientadas a mi profesión, aunque sin desechar el entorno más cercano. Eso sí, puede que quite algunas fotos… De momento, es Twitter quien acapara mis minutos en las redes sociales: a través de ella he hecho más contactos e incluso amigos, por qué no decirlo. Y también es la red que ha dado visibilidad a mi trabajo. En este sentido, Google Plus comienza a recorrer también ese camino, pero de una forma mucho más lenta y difusa.

A veces publico mis tuits de forma automática en Facebook, pero intento que mis contenidos en cada una de las redes sociales sean distintos o, por lo menos, no publicarlos al mismo tiempo para no spamear. No obstante, cuando he escrito algún reportaje o un post que creo que me ha quedado bien, lo hago sin pudor y me pongo en modo autobombo. Qué remedio.

Foto de @MirenM

Instagram me gusta mucho. También tengo el perfil cerrado -aunque el otro día Berto (Romero) me recomendó que lo abriera- y la uso para fotografiar casi cualquier cosa que me parece atractiva y que no requiere una cámara más grande. Sé que puede pervertir la fotografía como concepto por el hecho de tener filtros, pero es un divertimento. A veces comparto mis fotos en Twitter y Facebook.

En Pinterest soy nueva. De momento estoy explorando y he prometido un post con mis progresos, aunque hay a quien le parece, con cariño, que abusa de los gatitos y la moda. También estoy en Flickr y YouTube, claro, aunque es verdad que no les saco el partido que merecen. En Tumblr hago mis pinitos y a Tuenti, como podréis suponer, llegué un poco tarde (y casi a MySpace).

Este es mi balance personal, pero me parece que cada vez va siendo más profesional. ¿Es este el verdadero valor de las redes sociales? ¿O creéis, por el contrario, que se están banalizando por momentos? Me gustaría recibir vuestros consejos y también opiniones. Y no, no tengo LinkedIn.

* El vídeo es de The Wall Street Journal. La imagen es una de mis fotos favoritas tomada con mi móvil para Instagram. Se titula Tintin way of life.