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Enseñar enseñándote. Mi experiencia educando en diversidad

                                                                                                                   Por Esther Martínez, activista y técnica de educación del Colectivo Gamá

Hay una canción de Canteca de Macao que dice “Me dedico a lo más bello del mundo” y cuando la escucho pienso que la escribieron para mí. Mi nombre es Esther Martínez y soy Trabajadora Social, pero lo fundamental para que estas frases tengan sentido es que me dedico a educar en la diversidad afectivo sexual, es decir recorro los institutos de Gran Canaria, la isla donde un día elegí vivir, enseñando a alumnado y profesorado qué es eso de la diversidad sexual y, muy especialmente, que es el bullying lgtb-fóbico y cómo combatirlo.

Antes olvidé decir que, además de Trabajadora Social, soy lesbiana, feminista y activista LGTB, por lo que mi actual profesión cierra un círculo de compromiso y vivencia responsable con la igualdad y el cambio social que intento mantener cada día.

Hace un momento, Nayra Marrero, me pedía que contase qué es eso de dar charlas, talleres sobre la diversidad afectivo-sexual, y no puedo evitar una media sonrisa y una segunda reflexión: ¿cómo se explica?

Hay una mezcla de emociones, vivencias y sensaciones cuando te plantas delante de un aula a hablar de maricas, bolleras, bi o transexuales. Al principio me chocaba encajar insultos, ofensas o falacias de alumnxs, y profesorxs también. No olvidemos que yo soy lesbiana, con mi propia experiencia vital de la diferencia, del armario y salida del mismo en la adolescencia, y mis propios dolores adolescentes. Todo ello me ayudó a comprobar hasta qué punto es sana hoy en día mi vivencia homosexual, una vivencia que contrasta en las aulas con las de quienes andan en plena aceptación o comprensión de su diferente orientación sexual o identidad de género, con sus violencias cotidianas, sus miedos, sus silencios.

Lo que más me gusta de mi trabajo es el bullicio de los chicos y chicas, e incluso sus profes, esforzándose en argumentar, ojipláticos ante palabras que no han escuchado nunca, y sobre todo, sentirles enmudecer cuando comprenden que ese corrillo, ese empujón, o esas risas de hacía un rato habían hecho lástima irremediablemente a otras personas. Sí, tengo que darle la razón a Canteca, tengo el mejor trabajo del mundo y eso es porque cada día, al salir de cada aula, siento que he dejado el mundo mejor de como lo encontré, con una semilla sembrada de respeto y convivencia. Evidentemente sabes que no a todas las personas les llega el mensaje, pero eso es tan obvio como que a otras sí.

¿La otra mejor cosa de mi trabajo? Saber el alivio, la alegría, la compañía que le genera tu presencia, el que alguien hable de la realidad LGTB, a esos jóvenes que cada día lidian con la diferencia; esa satisfacción que yo hubiera pagado por tener en mi etapa escolar.

Tiene grandes valores lo que tengo la fortuna de hacer, y además ¿saben qué? Que la mayor parte de las veces disfruto con todas las letras, me río en clase, aprendo de sus palabras y hacen que vuelva a casa con una sonrisa en la cara.

Otras veces te enteras de una agresión, o un chiquillo o chiquilla te cuenta el acoso que vive o una situación difícil en casa y te dan más y más ganas de seguir empujando el mundo, por ellos, por ellas y también por mí misma.

Esther Martínez

Esther Martínez dando una charla en un instituto grancanario.