#WhenWeRise: historia íntima de nuestra revolución

Por Enrique Anarte (@enriqueanarte)

Escena de la serie ‘When we rise’

Desde los disturbios de Stonewall, iniciados la madrugada del 28 de junio de 1969, hasta la declaración de la legalidad del matrimonio entre personas del mismo sexo por parte del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, el 26 de junio de 2015. Una revolución, con todas sus letras, le pese a quien le pese. Eso es lo que fue, lo que es, lo que debería seguir siendo. Una revolución que a veces implicó violencia, sacrificios y dolorosas pérdidas, pero que también estuvo marcada por una ruta de victorias (aunque no siempre en línea recta, por mucho que la narrativa del progreso irreversible se empeñe en que creamos lo contrario) con sabor a libertad, a igualdad, a dignidad.Son algunas de esas historias las que constituyen la línea argumental de When we rise, miniserie de Dustin Lance Black (que ya nos regaló un hermoso homenaje a la historia del activismo LGTBI con Mi nombre es Harvey Milk) y que llegó hace unas semanas a nuestras pantallas de la mano de HBO España.

Lo personal es político, nos enseñó el feminismo. Por eso la historia de un movimiento se cuenta con nombres y apellidos, con victorias y fracasos tanto políticos como personales, a través de la trayectoria vital de algunos de los protagonistas de la lucha por los derechos humanos de las personas LGTBI en Estados Unidos. Y nunca de un modo universal: como el propio guionista ha subrayado, no se trataba de englobar todas las caras de la historia de esta batalla, sino solo unas pocas, plasmando su subjetividad; de escribir Historia desde el humilde reconocimiento de formar parte de algo mucho más grande, en un intento de dar voz a las historias amordazadas por la Historia.

Son muchos los episodios, de sobra conocidos, de la historia del movimiento LGTBI estadounidense que narra esta ficción audiovisual, que elige como punto de partida y llegada la simbólica ciudad de San Francisco: los orígenes del activismo organizado, la histórica campaña de Harvey Milk y su posterior asesinato, la crisis del VIH/sida, las sucesivas afrentas y traiciones desde la Casa Blanca, «don’t ask, don’t tell» y la salida del armario del hoy expresidente Barack Obama como aliado (con matices) de los derechos LGTBI, entre otros muchos capítulos de una historia de represión, discriminación y desigualdad que todavía hoy se sigue escribiendo.

Podrían decirse muchas cosas de esta miniserie que, sinceramente, espero que dé pie a un debate en torno al camino recorrido, la situación del activismo a favor de la diversidad sexual y de género en la actualidad y las propuestas de cara al futuro. Al contrario que otros muchos intentos de hacer justicia histórica a través de la ficción, este ha servido para dar cuerpo y voz a la diversidad que desde sus orígenes caracterizó a este movimiento. En When we rise, aunque probablemente de manera insuficiente, hay hueco para toda esta riqueza humana: personas trans, gais, lesbianas, bisexuales, negras, blancas, latinas, asiáticas; ricas, pobres, universitarias, reformistas, revolucionarias… Además, también hay un encomio de la interseccionalidad, de la importancia que tienen para este movimiento otras luchas aliadas, como el feminismo, el pacifismo, el ecologismo, el movimiento antirracista o la reivindicación de la justicia social. «One struggle, one fight», subraya una y otra vez a lo largo de los ocho capítulos el histórico activista Cleve Jones.

Quizás uno de los aspectos más destacados de la serie sea la visión crítica con la que aborda todo este desarrollo. Las controversias y contradicciones que han rodeado a las diferentes interpretaciones (personales y políticas) del activismo a favor de la diversidad sexual y de género no solo no están ausentes, sino que en muchos son una parte esencial de la trama. Las diferencias entre activistas gais y lesbianas, entre posiciones reformistas y acciones revolucionarias, entre movimientos sociales y la maquinaria de los partidos políticos, entre activistas de base y lobbies con sede en Washington o entre estrategias más o menos ambiciosas ante un sistema político y judicial claramente reacio a reconocer y proteger los derechos humanos de determinadas personas por su identidad de género, orientación sexual o color de piel; todas ellas contribuyen a enriquecer su valor memorístico como testimonio de una historia heterogénea en torno a la causa de la igualdad.

¿Pegas? Muchas, sobre todo respecto a las batallas específicas de las personas trans. Pero, como dije antes, la respuesta del guionista a toda aquella persona que no se sienta representada es honesta y, a mi juicio, bastante positiva: «enfádate y escribe».

De todas las reflexiones que me suscita esta miniserie, sin embargo, me quedo con dos, que tienen mucho que ver la una con la otra. La primera: ¿Qué ha quedado de ese fiero activismo contra la discriminación y la desigualdad por motivos de orientación sexual o identidad de género en los que hoy tomamos el relevo de la bandera arcoíris? En los tiempos de individualismos y autocomplacencia que corren, no estaría hacerse urgentemente esta pregunta.

Y, en segundo lugar, ¿hemos sido capaces de guardar el debido homenaje a los que nos trajeron hasta donde hoy estamos? ¿Cuál es nuestra memoria histórica como movimiento? ¿Estamos dispuestos, como en la escena que da comienzo a esta ficción, a sentarnos a escuchar con humildad y respeto las historias que tienen que contarnos nuestros abuelos y abuelas de causa? Y, en un sentido más amplio, ¿cuál es la memoria histórica de la sociedad, en un sentido más amplio, respecto a aquellas personas que sacrificaron su tiempo, esfuerzo y a veces sus vidas para hacer de nuestro país, de nuestro continente, un lugar más igualitario? Sabemos, como bien cuenta la serie, que “los presidentes no piden perdón”. A este lado del Charco, en este país de desmemoria, no son muy diferentes los términos de la partida. Seguimos esperando esa disculpa, así como la reparación de todos los crímenes y afrentas escritos en la piel y enterrados en las cunetas y el reconocimiento que merecen las víctimas de la homofobia y la transfobia. Mientras llegan, sin embargo, quizás sea mejor seguir el consejo de Black, tomar las plumas y reescribir la parte Historia que nos fue robada. O, como dice el joven Jones en uno de los momentos más emotivos de la serie, en memoria de todos los hermanos, amigos y amantes que el homófobo Gobierno estadounidense en medio de la mortal epidemia de VIH/sida, que en pocos años se llenó decenas de miles de vidas: «escribid sus nombres, para que sepan que somos sus hijos e hijas».

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